La Maldición de Chalion (66 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Aventuras, #Fantástico

BOOK: La Maldición de Chalion
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El problema de cómo entregar esta misiva de vital importancia política era un tanto delicado, reflexionó Cazaril mientras cruzaba el patio bajo los aposentos reales con los documentos firmados y lacrados en la mano. No bastaba con meterlos en la alforja de un mensajero para que fuera al galope a la cancillería del Zangre. El artículo requería una delegación de hombres de rango, y a Iselle y Bergon, no sólo para darle el peso adecuado sino también para asegurarse de que llegaba a manos de Orico y no de de Jironal. Un hombre de confianza debía leer la carta punto por punto al roya ciego y moribundo, y proporcionar respuestas políticas a cualquier pregunta que pudiera plantear Orico sobre las precipitadas nupcias de su hermana. Lores y divinos… unos cuantos de cada, decidió Cazaril. El tío de Iselle sabría recomendarle los hombres adecuados para partir enseguida, esa misma noche. Alargó la zancada y buscó un paje o sirviente que le indicara el paradero de de Baocia.

Bajo la arcada alicatada del patio se encontró con Palli y el propio de Baocia, que entraban apresuradamente. También ellos conservaban aún las ropas de gala con las que habían asistido al banquete.

—¡Caz! —lo abordó Palli—. ¿Dónde te has metido durante la cena?

—Descansando. He… he pasado mala noche.

—Vaya, y yo que hubiera jurado que eras el único que se había acostado todavía sobrio.

Cazaril dejó pasar el comentario.

—¿Qué ocurre?

Palli sostuvo en alto un fajo de cartas abiertas.

—Noticias de de Yarrin en Cardegoss, enviadas a toda prisa vía mensajero del Templo. He pensado que el róseo y la rósea deberían enterarse cuanto antes. De Jironal ha salido a caballo del Zangre ayer antes del mediodía, nadie sabe con qué destino.

—¿Ha salido con tropas…? Espera, cuéntalo sólo una vez. Vamos. —Cazaril giró en redondo y los guió escaleras arriba hacia los aposentos reales. Una de las sirvientas de Iselle les franqueó el paso y fue a llamar a la joven pareja de nuevo al salón. Mientras esperaban, Cazaril les mostró la carta a Orico y les explicó su contenido. El provincar asintió juiciosamente, y mencionó el nombre de algunos lores que podrían llevarla hasta Cardegoss.

Entraron Iselle y Bergon, la primera colocándose aún la trenza en su sitio, y los tres hombres los recibieron con sendas reverencias. El róseo Bergon, alerta de inmediato tras reparar en los papeles que portaba Palli, les indicó que se sentaran en torno a la mesa.

Palli repitió la nueva referente a de Jironal.

—El canciller se llevó solamente una pequeña parte de su caballería. De Yarrin cree que no pretendía ir muy lejos, o llegar deprisa.

—¿Qué se sabe de mi hermano Orico? —quiso saber Iselle.

—Bueno, aquí… —Palli le entregó la carta para que la examinara—. Con de Jironal alejado, de Yarrin intentó de inmediato ver al roya, pero la royina Sara le dijo que dormía y se negó a interrumpir su sueño con ningún pretexto. Dado que ella se había propuesto infiltrar antes a de Yarrin a pesar de de Jironal, nos tememos que el estado del roya pueda haber empeorado.

—¿Y la otra carta? —inquirió Bergon.

—Viejas noticias, aunque siguen siendo interesantes —dijo Palli—. Cazaril, ¿qué demonios va diciendo por ahí el viejo archidivino sobre ti? El comandante de la tropa de la Orden del Hijo en Taryoon vino a verme, temblando de los pies a la cabeza… Al parecer cree que estás tocado por los dioses y no se atreve a acercarse a ti. Quería hablar con alguien que hubiera pronunciado los juramentos del Templo, como él. Le había llegado la copia de una orden emitida por la cancillería a todos los puestos militares de la Orden del Hijo en Chalion occidental… una orden de arresto contra ti, si te lo puedes creer, por traición. Te están calumniando…

—¿Otra vez? —murmuró Cazaril. Cogió la carta.

—Y se te acusa de filtrarte en Ibra para vender Chalion al Zorro. Lo cual, ahora que todo el mundo sabe qué es lo que ha pasado en realidad, se cae por su propio peso.

Cazaril leyó la orden en diagonal.

—Ya veo. Ésta era la red que tenía preparada para capturarme si sus asesinos fallaban en la frontera. La ha tendido un poco tarde, me temo. Como tú mismo has dicho, viejas noticias.

—Sí, pero con secuela. Este obediente y necio comandante de tropa envió una carta a su vez a de Jironal, admitiendo haberte visto y excusándose por no haberte arrestado. Argumentaba que la orden de arresto sin duda estaba equivocada. Que habías actuado siguiendo las órdenes de la rósea Iselle, que habías hecho un gran bien a Chalion y que, de traición, nada de nada, que las gentes de Taryoon habían celebrado la boda entusiasmadas. Y que todo el mundo opina además que la rósea es increíblemente hermosa. Que la nueva Heredera daba la impresión a todos de ser justa y sabia, un gran alivio y esperanza tras los desastres del reinado de Orico.

De Baocia soltó un bufido.

—Lo que, ya que en realidad esos desastres se refieren al reinado de de Jironal, termina siendo un insulto impremeditado. ¿O no tan impremeditado?

—Yo diría que sí. El hombre es, um, de pensamientos y palabras sencillas. Dice que hablaba en serio, para persuadir a de Jironal y que éste apoyara también a la rósea.

—Lo más probable es que suceda todo lo contrario —dijo Cazaril, despacio—. Persuadirá a de Jironal de que está perdiendo partidarios a marchas forzadas y de que será mejor que actúe enseguida para remediarlo. ¿Cuándo ha recibido de Jironal este sabio consejo de su subordinado?

Palli torció los labios.

—Ayer por la mañana.

—Bueno… Supongo que no dice nada de lo que no pudiera haberse enterado por otras fuentes. —Cazaril pasó la orden a Bergon, que la esperaba con gran interés.

—Así que de Jironal ha salido de Cardegoss —dijo Iselle, pensativa.

—Sí, pero ¿adónde ha ido? —preguntó Palli.

De Baocia se tiró del labio.

—Si ha partido con tan pocos hombres, se dirigirá allí donde estén reunidas sus fuerzas. En algún lugar no muy lejos de Taryoon. Eso significa que va camino de visitar a su yerno el provincar de Thistan, hacia el este, o a Valenda, en el noroeste.

—Thistan está más cerca de aquí —observó Cazaril.

—Pero en Valenda retiene como rehenes a mi madre y mi hermana —dijo sombrío de Baocia.

—No más ahora que antes —dijo Iselle, con voz de preocupación—. Ellas me instaron a marcharme, tío…

Bergon escuchaba con suma atención. El róseo ibrano se había criado rodeado de guerras civiles, se recordó Cazaril; quizá estuviera consternado, pero no daba muestras de miedo.

—Creo que deberíamos dirigirnos directamente a Cardegoss mientras de Jironal esté fuera, y ocuparlo —dijo Iselle.

—Ya que vamos a montar una incursión así —farfulló su tío—, deberíamos ocupar antes Valenda, liberar a nuestras familias y asegurar nuestro centro de operaciones. Pero si de Jironal está reuniendo a sus hombres para atacar Taryoon, no quisiera dejarla sin defensas.

Iselle hizo un ademán apremiante.

—Aunque si Bergon y yo salimos de Taryoon, de Jironal no tendrá motivos para atacarlo. Ni tampoco Valenda. Es a mí a quien quiere… a quien
debe
tener.

—La visión de de Jironal tendiendo una emboscada a vuestra columna en la carretera, donde estaréis al descubierto y seréis vulnerables, tampoco me hace mucha gracia —protestó Cazaril.

—¿De cuántos hombres podrías prescindir para que nos escolten hasta Cardegoss, tío? —preguntó Iselle—. A caballo. La infantería nos seguiría tan deprisa como pudiera. ¿Y cuánto tardarías en reunirlos?

—Podría tener quinientos jinetes listos mañana por la noche, y mil soldados a pie a la mañana siguiente —admitió de Baocia, a regañadientes—. Mis dos amables vecinos podrían enviar los mismos, pero no tan deprisa.

De Baocia podía sacarse el doble de esa cifra del sombrero, pensó Cazaril, pero se guardaba las espaldas. Andarse con demasiado cuidado podría ser tan perjudicial como actuar con demasiada temeridad cuando llegara el momento de arriesgarlo todo.

Iselle recogió las manos en su regazo y frunció el ceño ferozmente.

—En ese caso, que se preparen. Guardaremos la vigilia de oraciones para el Día de la Hija y asistiremos a la procesión según habíamos planeado. Tío, lord de Palliar, sed tan amables de enviar cuantos hombres podáis encontrar en todas direcciones con la noticia de los últimos movimientos de de Jironal. Ya veremos qué nuevas tenemos mañana por la noche y tomaremos una decisión definitiva.

Los dos hombres ensayaron sendas reverencias y se marcharon; Iselle pidió a Cazaril que se quedara un momento.

—No era mi intención discutir con mi tío —le dijo, dubitativa—, pero creo que Valenda supone una distracción. ¿Tú qué opinas, Cazaril?

—Desde el punto de vista del roya y la royina de Chalion-Ibra… no ocupa una posición de importancia geográfica. Esté en poder de quien esté.

—Dejemos entonces que se encierren allí las fuerzas de de Jironal en vez de las nuestras. Aunque sospecho que a mi tío le costará acatar esta decisión.

Bergon se aclaró la voz.

—La carretera que va a Valenda y la carretera de Cardegoss discurren juntas al principio. Podríamos decir que nos dirigimos a Valenda y luego torcer hacia Cardegoss en la bifurcación.

—¿Decírselo a quién?

—A todo el mundo. Los espías que tenga de Jironal entre nosotros lo pondrán sobre una pista falsa.

Sí, por cierto, éste
era
el hijo del Zorro de Ibra… Cazaril alzó las cejas con aprobación.

Iselle lo meditó, antes de decir:

—Funcionará sólo si nos siguen los hombres de mi tío.

—Si nosotros encabezamos la comitiva, no les quedará más remedio que seguirnos, supongo.

—Confío en poder evitar la guerra, no en iniciar una —dijo Iselle.

—Por eso tiene sentido
no
marchar hacia una ciudad llena de fuerzas del canciller, ¿no te parece? —comentó Bergon.

Iselle sonrió con arrobo, se inclinó y le dio un beso en la mejilla; él se acarició esa zona, sorprendido.

—Cazaril, envía igualmente esa carta a mi hermano Orico, como si pretendiéramos quedarnos esperando aquí en Taryoon. A lo mejor la adelantamos por el camino y podemos entregársela nosotros personalmente.

Con la guía de de Baocia y el archidivino, Cazaril encontró multitud de voluntarios en el templo y en la ciudad ansiosos por llevar a Cardegoss la carta de la rósea. Parecía que los hombres se agolparan en el bando de la pareja real. Los que se habían perdido la boda llegaban ahora a la ciudad para asistir a las celebraciones del Día de la Madre, el día siguiente. Tanta belleza y apostura constituían un poderoso talismán para los corazones de la gente; la estación de la renovación de la Dama de la Primavera se estaba identificando marcadamente con el inminente reinado de Iselle. Habría que aprovechar este talante favorable para asentar ahora el gobierno de Chalion, de modo que pudiera resistir los envites de momentos menos dichosos en el futuro. Sin duda ninguno de los testigos presentes en Taryoon olvidarían fácilmente esta era de esperanza; aún asomaría a sus ojos cuando miraran a una Iselle y un Bergon ya ancianos.

Cazaril vio cómo una partida de una docena de hombres ensillaban en un momento de la noche en que la mayoría de la gente se metía en la cama. Dejó los documentos oficiales en manos de un divino de alta graduación, un lord sobrio que había alcanzado un puesto elevado dentro de la Orden del Padre. El marzo de Sould cabalgaría con ellos, en calidad de testigo y portavoz de Bergon. Los serios embajadores abandonaron la plaza del templo, y Palli regresó junto a Cazaril al palacio de de Baocia, donde le deseó buenas noches.

Con la pequeña distracción del frenesí de acción desvaneciéndose en su mente, los pasos de Cazaril se fueron volviendo más pesados conforme subía las escaleras del patio hacia su galería. La carga de la maldición era un peso secreto que arrastraba consigo cualquier esperanza. Un Orico más joven había comenzado su reinado con la misma voluntad y el mismo tesón que Iselle, hacía una docena de años. Como si por aquel entonces creyera que por medio del
suficiente
esfuerzo, la buena voluntad y la recta virtud podría sobreponerse a la negra plaga. Pero todo había salido mal…

Había peores destinos que convertirse en el de Lutez de Iselle, reflexionó Cazaril. Podría convertirse en el
de Jironal
de Iselle. ¿Cuánta frustración, cuánta corrosión podía soportar un hombre leal antes de volverse loco, testigo de la larga y lenta consunción de la juventud y la esperanza, transformadas en senectud y desolación? Así y todo, a pesar de lo que hubiera sido Orico, había resistido lo suficiente para que la próxima generación tuviera su oportunidad. Igual que una especie de héroe condenado que intenta tapar la brecha de un dique de miserias y perece ahogado mientras los demás escapan de la riada.

Cazaril se preparó para acostarse, y para soportar el ataque de todas las noches, pero Dondo se mostró extrañamente tranquilo. ¿Cansado? ¿Recuperando fuerzas? Esperando… A despecho de esa presencia y esa promesa malévolas, Cazaril consiguió dormirse por fin.

Un lacayo lo despertó una hora antes del alba y lo guió a la luz de una vela hasta el patio, donde la casa de la pareja real pensaba mantener su religiosa vigilia. Hacía frío y se había levantado la niebla, pero las escasas estrellas que destellaban tenues directamente sobre sus cabezas auguraban un espléndido amanecer. Se habían extendido esteras de estilo ibrano en torno a la fuente central, y cada uno ocupó su lugar en ellas, de rodillas o tendidos según sus preferencias; Iselle y Bergon se arrodillaron la una al lado del otro. Lady Betriz se situó entre la rósea y Cazaril. De Tagille y de Cembuer, bostezando, llegaron corriendo para unirse a ellos en el círculo exterior de esterillas, con una media docena de otras personas de menor rango. Un divino del templo pronunció una breve oración en voz alta, antes de invitar a todos los asistentes a meditar acerca de las bendiciones de la estación que acababa. Por toda Taryoon se apagaban las hogueras del invierno. Cuando todo estuvo dispuesto, se soplaron las últimas velas. Se hicieron el silencio y la oscuridad.

Cazaril se tumbó discretamente en su estera, con los brazos extendidos. Recitó el par de plegarias de primavera que se sabía, tres veces cada una, pero luego dejó de intentar ocupar su mente con palabras mecánicas que constreñían sus pensamientos. Si dejaba que su mente siguiera su curso, quizá consiguiera un poco de silencio. Y en él podría escuchar… ¿qué?

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