La Maldicion de la Espada Negra (21 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: La Maldicion de la Espada Negra
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Por increíble que pareciera, los guerreros de Tanelorn lograron contener a la enfurecida horda de pordioseros; sus armas, cubiertas de sangre, se elevaban y caían en aquel mar de carne, y brillaban bajo la luz del rojo amanecer.

El sudor se mezclaba con las lágrimas saladas en la barba erizada de Brut; el guerrero saltó ágilmente de su caballo negro cuando el animal fue alcanzado por el enemigo. Lanzó el noble grito de guerra de sus antepasados y, aunque por su trayectoria no tenía derecho a usarlo, dejó que escapara de él mientras asestaba golpes a diestro y siniestro con su hacha guerrera y su maza. Pero luchaba inútilmente pues Rackhir no había llegado y Tanelorn no tardaría en sucumbir. Su único consuelo era que moriría con la ciudad, y que su sangre se entremezclaría con sus cenizas.

Zas también se desempeñó muy bien antes de morir con el cráneo partido. Su cuerpo viejo se retorció cuando los pordioseros le pasaron por encima en estampida para abalanzarse sobre Uroch de Nieva. La espada de pomo dorado continuaba prendida de su única mano y su alma voló hacía el Limbo cuando Uroch también fue eliminado en la lucha.

De repente, en el cielo aparecieron los barcos de Xerlerenes; Brut miró hacia arriba y supo que Rackhir había llegado por fin, aunque quizá demasiado tarde.

Narjhan también vio los barcos y ya estaba preparado.

Surcaban el cielo, acompañados por los espíritus del fuego convocados por Lamsar. Los espíritus del aire y el fuego habían sido llamados para rescatar a la debilitada Tanelorn...

Los Barqueros prepararon sus carros y se dispusieron a tomar parte en la guerra. Sus negros rostros tenían una expresión concentrada y tras las pobladas barbas sonreían. Llevaban atavíos guerreros e iban armados hasta los dientes: largos tridentes, redes de acero, espadas curvadas, largos arpones. Rackhir se encontraba en la proa de la nave insignia; llevaba el carcaj repleto de las finas flechas que le habían prestado los Barqueros. Allá abajo vio a Tanelorn y sintió alivio al comprobar que continuaba en pie.

Alcanzó a ver la masa de guerreros que había en tierra, pero desde el cielo se hacía muy difícil distinguir entre amigos y enemigos. Lamsar llamó a los briosos espíritus del fuego y les dio instrucciones. Tuneras sonrió y preparó la espada mientras los barcos iban bajando mecidos por el viento.

Rackhir observó a Narjhan y vio que Sorana estaba a su lado.

—La muy perra le ha avisado..., nos espera —dijo Rackhir, mojándose los labios y sacando una flecha del carcaj.

Los barcos de Xerlerenes bajaron guiados por las corrientes de aire, con las doradas velas hinchadas, y la tripulación de guerreros asomada por la borda, ansiosa por entrar en lucha.

Y entonces, Narjhan invocó a la Kyrenee.

Inmensa como una nube tormentosa, negra como el Infierno del cual provenía, la Kyrenee comenzó a crecer en el aire y a mover su masa informe en dirección a los barcos de Xerlerenes, al tiempo que lanzaba hacia ellos unos zarcillos venenosos. Los Barqueros gimieron cuando los zarcillos se enroscaron alrededor de sus cuerpos desnudos y los aplastaron.

Lamsar llamó de inmediato a los espíritus del fuego, éstos se elevaron de la masa de pordioseros a la que habían estado devorando, se reunieron para formar una inmensa llama que avanzó para hacer frente a la Kyrenee.

Las dos masas se encontraron provocando una explosión de luces multicolores que encegueció al Arquero Rojo y sacudió a los barcos, haciendo que varios de ellos zozobraran, enviando a sus tripulaciones a morir en el suelo.

De la masa ígnea salieron llamas por doquier y del cuerpo de la Kyrenee partió una lluvia de negro veneno que acabó con la vida de cuanto tocaba antes de hacerlo desaparecer.

Un terrible hedor flotaba en el aire: olor de carne quemada, de elementos que nunca debieron encontrarse.

La Kyrenee murió en medio de terribles gritos, mientras que los espíritus del fuego, vivos o moribundos, al emprender el regreso a su propia esfera se desvanecieron. La masa que quedaba de la enorme Kyrenee descendió lentamente hacia la tierra, donde cayó sobre los miserables pordioseros causándoles la muerte, y dejando en el suelo una mancha húmeda en la que destacaban los huesos de los mendigos.

—¡Deprisa! —gritó Rackhir—. ¡Acabad la lucha antes de que Narjahn invoque más horrores!

Las naves bajaron mientras los Barqueros lanzaban sus redes de acero con las que pescaron grandes cantidades de pordioseros que subían a bordo para rematarlos con sus tridentes y sus lanzas.

Rackhir disparó una flecha tras otra y tuvo la satisfacción de comprobar que cada una de ellas iba a clavarse en cada uno de los pordioseros a los que apuntaba. Los demás guerreros de Tanelorn, conducidos por Brut, empapado en sangre pero sonriente ante la victoria, cargaron contra los desconcertados pordioseros.

Narjhan permaneció donde estaba mientras los mendigos huían despavoridos pasando ante él y la muchacha. Sorana parecía asustada; levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Rackhir. El Arquero Rojo la apuntó con una flecha, cambió de parecer y le disparó a Narjhan. La flecha se enterró en la negra armadura pero no afectó al Señor del Caos.

En ese momento, los Barqueros de Xerlerenes lanzaron su red más grande desde el barco en que navegaba Rackhir y pescaron al Señor Narjhan y a Sorana.

Gritando de alegría, tiraron de la red para izar a bordo los cuerpos y Rackhir corrió a inspeccionar la pesca. Sorana tenía un arañazo en la cara que le había producido la red, pero el cuerpo de Narjhan yacía inmóvil.

Rackhir le arrebató el hacha a uno de los Barqueros y de un golpe le arrancó a Narjhan el yelmo al tiempo que lo inmovilizaba poniéndole un pie sobre el pecho.

—¡Ríndete, Narjhan del Caos! —le gritó con irrefrenable alegría.

La victoria le había arrebatado toda ecuanimidad, pues era la primera vez que un mortal vencía a un Señor del Caos.

Pero la armadura estaba vacía, aunque alguna vez hubiese llevado dentro un cuerpo, y Narjhan había desaparecido.

Se hizo la calma a bordo de los barcos de Xerlerenes y sobre la ciudad de Tanelorn. Los guerreros que quedaban se reunieron en la plaza de la ciudad para celebrar la victoria.

Friagho, el Capitán de Xerlerenes, se acercó a Rackhir y encogiéndose de hombros le dijo:

—No hemos cogido lo que queríamos..., pero con esto nos conformamos. Gracias por la pesca, amigo.

—Gracias por vuestra ayuda —le dijo Rackhir con una sonrisa al tiempo que aferraba a Friagho por el hombro—. Nos habéis hecho un gran favor.

Friagho volvió a encogerse de hombros, y se dirigió a sus redes con el tridente dispuesto. De repente, Rackhir le gritó:

—¡No, Friagho! Ésa no, deja que me quede con el contenido de esa red.

Sorana, que seguía atrapada en la red, parecía inquieta, y como si hubiera preferido ser traspasada por el tridente de Friagho.

—De acuerdo, Arquero Rojo, allá abajo hay muchos más —dijo Friagho, y tiró de la red para soltar a Sorana.

Temblando, la muchacha se incorporó y miró a Rackhir con recelo.

Rackhir le sonrió y le ordenó:

—Ven aquí, Sorana.

La muchacha se acercó a él y se quedó mirando su huesuda cara de halcón con los ojos desmesuradamente abiertos. Rackhir lanzó una carcajada, la levantó en brazos y se la echó al hombro.

—¡Tanelorn está a salvo! —gritó—, ¡Aprenderás a amar su paz junto conmigo!

Dicho lo cual comenzó a bajar la escalera que los Barqueros habían echado por encima de la borda.

Abajo le esperaba Lamsar que lo recibió con estas palabras:

—Y ahora me vuelvo a mi ermita.

—Te doy gracias por tu ayuda —dijo Rackhir—. Sin ella, Tanelorn ya no existiría.

—Tanelorn existirá mientras existan los hombres —dijo el ermitaño—. Lo que hoy habéis defendido no era una ciudad, sino un ideal. Eso es Tanelorn.

Y Lamsar sonrió.

a toda nuestra nación?

Amigo mío, eres demasiado severo

para estos tiempos. Estos tiempos son nuevos.

Deberías discernir en nosotros una introspección

egoísta, un orgullo impotente:

en realidad, lo único que se divisa es

la parodia de nosotros mismos y una sabiduría

antiquísima.»

Wheldrake, Conversaciones bizantinas 

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