Pero todo es mentira.
Desde que tenemos memoria, hemos visto cientos de escenas similares en numerosos filmes, y de alguna manera u otra eso nos condiciona. Creemos que si no nos sale como a ellos, estamos frente a lo que podríamos llamar un fracaso.
Es fundamental que tengamos en cuenta las siguientes cosas:
La pareja de la película, en realidad, no estaba sola. Tenían a su alrededor al director, sus asistentes, maquilladores, iluminadores, vestuaristas, sonidistas, etc.
El actor no tenía presión de ningún tipo, porque era la décima vez que hacían esa toma.
La actriz no le dio vuelta la cara, porque en el libreto decía que debía besarlo apasionadamente.
Para poder ganar, primero tenemos que conocer a nuestro enemigo. Saber cómo aprovechar sus debilidades y combatir sus fortalezas. Pero lo más importante de todo es no confundirnos de enemigo.
Por lo general, cuando se trata de conquistar a una mujer pensamos que el enemigo a vencer es la mujer.
No es así.
La mujer no es el enemigo. La mujer es el objetivo, el premio. Nuestro enemigo es el miedo.
El miedo al rechazo.
El miedo al ridículo.
El miedo a quedar expuestos.
El miedo a retroceder en lugar de avanzar.
El miedo a que nos lastimen.
El miedo al miedo.
Este último punto es en el que más deberemos trabajar. Porque debemos asumir que sentir miedo es perfectamente normal. A todos nos pasa cuando estamos a punto de dar un paso hacia la conquista de una mujer que realmente nos importa.
También es muy importante saber que las mujeres sienten el mismo miedo que nosotros. Muchas veces sus rechazos son producto de ese miedo. Puede ser que nosotros lo sintamos como un desplante o una negativa.
Por lo general y como regla de nuestra sociedad, es el hombre el que tiene que tomar la iniciativa en forma activa y la mujer esperar pasivamente y decidir si acepta o no acepta dar comienzo a una relación. Por lo cual, toda la responsabilidad recae sobre nosotros, los hombres, quienes tenemos que hacer todo el esfuerzo de dominar nuestros miedos y ponerle el cuerpo a la situación.
Ellas se limitan a decir sí o no.
Para decir que no, generalmente no tienen historia. Aunque ese «no» no siempre quiere decir lo que parece.
¿Por qué? Porque ese «no» muchas veces es producto del miedo que ellas también sienten al estar siendo presionadas por un hombre.
Si nosotros tenemos dos dedos de frente, vamos a intuir si a una mujer le interesamos aunque sea un poquito.
Y si es así, una negativa de parte de ellas no es otra cosa que una autodefensa contra su propio miedo.
Si nosotros estuviéramos en el lugar de la mujer y una persona que realmente nos interesa nos revelara su amor, diríamos un «sí» más grande que una casa y nos confundiríamos en un interminable abrazo, como sucede en las películas. Pero esto es fácil pensarlo con nuestro cerebro masculino. Las mujeres piensan diferente. No me pregunten cómo piensan, porque para saber eso hay que ser mujer.
Cuando comencé a escribir este libro, una noche me dormí rezando y pidiéndole a Dios que me ayudase a entender a las mujeres. Dios se me apareció en sueños y me dijo: «Sorry fiera… te juro que yo también traté».
Cuando nos gusta una mujer, pero cuando nos gusta en serio, nos cuidamos extremadamente de no dar un paso en falso. Necesitamos que todas nuestras acciones sumen puntos, pero estamos más preocupados en no restar.
Por eso medimos cuidadosamente los movimientos; no vaya a ser caso que queden nuestros sentimientos al descubierto y que ella nos haga un desplante, o se burle de nosotros, o que simplemente con una negativa de su parte se terminen nuestras posibilidades de ser algo más que su amigo, o su compañero de estudios o trabajo.
Es así como siempre intentamos y muchas veces conseguimos sentarnos a su lado en la mesa de café que habitualmente compartimos con más gente, elegimos consultar con ella alguna duda en el trabajo y no con otra persona, nos hacemos su confidente, le hacemos bromas, le contamos nuestras cosas, pero no vamos más allá.
A veces, puede tratarse de una mujer que no tiene relación directa con nosotros, como por ejemplo la hermana de un amigo, la amiga de una prima, una vecina de tu mamá, etc.
En esos casos, somos muy cuidadosos de nuestra apariencia, medimos mucho nuestros actos para no decir ni hacer nada inadecuado, buscamos temas de conversación que podamos compartir con ella y así sentimos que de a poquito estamos avanzando; pero como decíamos antes, más preocupados en no restar puntos que en sumarlos.
Y nos suele pasar que un buen día nos enteramos que está saliendo con otro tipo.
Muchas veces ese chabón tenía tantas posibilidades de ganársela como nosotros o tal vez menos.
¿Qué es lo que lo diferenció de nosotros, entonces?
Que el otro lo intentó directamente.
O tal vez, le venía haciendo un jueguito desde hace tiempo y le dio la estocada final, mientras nosotros seguíamos preguntándole cómo le fue en sus exámenes y sintiéndonos más cerca de nuestro objetivo porque nos habíamos quedado charlando durante diez minutos.
Tenemos que empezar a cambiar de actitud con respecto a esa mujer que tanto nos gusta.
Si analizamos fríamente la situación, vamos a sacar como conclusión lo que suele llamar «una verdad de Perogrullo», pero verdad al fin: hoy no la tenemos. Si nos encaminamos en forma más directa a nuestro objetivo, sin tantos temores y rodeos, lo peor que puede pasar es que obtengamos de su parte una reacción negativa y continuemos como hasta ahora, sin tenerla.
O sea que nada empeorará.
Además, tenemos que tener en cuenta que estas reacciones negativas no siempre son definitivas, y como dijimos anteriormente, pueden ser producto del temor que las mujeres también sienten o simplemente una falta de decisión momentánea.
La única manera de ganarte a esa mujer, es que se entere de lo que te pasa con ella. No hay otra, por más que le queramos buscar la vuelta.
Es importante en esta primera etapa empezar a asumir que tenemos que pasar a la acción.
¡¡¡Esperá!!! ¿Adónde vas, animal? Así no… Tené un poco de paciencia y seguí leyendo, que tampoco es cuestión de mandarse a lo bestia. Si bien debemos reconocer que mandarse a lo bestia es mejor que no mandarse, vayamos paso a paso aprendiendo a jugar mejor.
Porque esto en realidad no es otra cosa que un juego.
Un juego donde hay que saber cuándo y cómo avanzar, cuándo y cómo retroceder y hasta dónde mostrar las cartas.
Antes dijimos que la mujer no es el enemigo, sino que nuestro verdadero enemigo es el temor que sentimos y que nos paraliza. Ellas, dentro de este juego, podríamos decir que ocupan el lugar de un «cuasi» adversario. Y decimos «cuasi» porque un verdadero adversario es alguien que está jugando en contra de nosotros con la intención de ganarnos y ese no es el caso.
Las mujeres no pueden ganar, porque el premio que está en disputa son ellas mismas.
A lo sumo podrán tratar de impedir que ganemos nosotros y es ahí donde debemos utilizar toda nuestra cintura de jugador (iba a decir nuestra muñeca, pero temí que pudiera dar lugar a interpretaciones erróneas) y todas nuestras técnicas, para cambiarles su cara de orto por una sonrisa, despertarles curiosidad, provocarles admiración y así transformar un «no» en un «sí».
Magdalena era un bombón. De esas chicas que te las comerías a besos lentamente, mirándola de vez en cuando a los ojos, sin pensar en otra cosa (por lo menos al principio).
Nos habíamos conocido en un encuentro religioso al que asistí cuando tenía 20 años. Las cosas que habré hecho para conocer mujeres…
El hecho es que Magdalena me daba bola. No se me tiraba encima, pero esa simpática conmigo.
Una noche estábamos en la casa de Marcelo, otro chico del grupo, festejando su cumpleaños.
Magdalena estaba sentada a mi lado en la mesa. «No es casualidad», pensé.
Ella me encantaba, pero debía ser muy cuidadoso en mis acciones.
En frente de nosotros estaba sentado Gerardo. El era un tipo algo más bajo que yo, feíto pero simpático y se había puesto a charlar animadamente con Magdalena, de no me acuerdo que pelotudez.
La situación estaba bastante controlada y yo sentía que tenía todo a mi favor: estaba bien físicamente porque concurría a un gimnasio desde hacía más de un año, tres veces por semana; estaba bien empilchado, bañado y perfumado, y lo más importante, ella estaba a mi lado en la mesa, disfrutando de la conversación que estábamos teniendo entre los tres.
Yo no pretendía hacer la estocada final en ese momento ni mucho menos, pero era una magnífica oportunidad para crear onda entre nosotros e ir preparando el terreno para un próximo acercamiento, tal vez algo más profundo, y así sucesivamente.
Mientras estaba llenándole su vaso de gaseosa, más preocupado por trabar el tríceps que otra cosa, escuchaba que Gerardo le decía:
—¿Tenés agenda?
—Sí… —responde Magdalena.
—¿La tenés acá?
—No… En mi casa…
—Bueno, entonces cuando llegues a tu casa, agarrá la agenda y en el sábado que viene anotá «Salir con Gerardo».
Sin poder creer la estupidez que acababa de cometer ese tipo y mientras apoyaba la botella nuevamente en la mesa sin aún haber destrabado el tríceps, miré de reojo a Magdalena y vi que sonreía tímidamente bajando la vista.
—No te olvides —insistió tranquilamente Gerardo, mientras agachaba la cabeza en busca de su mirada, al tiempo que esbozaba una sonrisita ganadora.
Seguidamente él me miró y me dijo:
—Me servís un poquito a mi también… Che, qué buena remera, ¿A dónde la compraste?
—En Legacy… —respondí un tanto desconcertado.
—Está buena… ¿Y un talle más no había?
—¿Ehhh…?
—Naaaa… Te estoy jodiendo, boludo… ¡¡¡Te queda bárbara!!!
Qué hijo de puta… Fue así como, al toque, derivó el tema y no volvió a insistir con seducir a Magdalena en toda la noche.
Bueno, este nabo me cagó el momento —pensé—; ahora tengo que esperar otra oportunidad.
El sábado siguiente salieron solos y se pusieron de novios.
No lo podía creer. Había tenido un penal a favor y el gol lo hizo el otro.
¡¡¡Qué boluuuudoooo!!!
Por qué no le dije eso mismo yo. Eso o cualquier otra cosa; si evidentemente, daba lo mismo. Si Gerardo la hizo y se la ganó, entonces si la hacía yo, ni les digo.
Pero no lo hice.
No lo hice porque tuve miedo. Porque quería esperar un momento más propicio. Quería que ella me conociera más, estar más seguro de que su reacción iba a ser positiva.
Y este turro se cagó en todo y la hizo de una.
Es que hay dos grupos de hombres. El primero, bastante más reducido, es el grupo de gente como Gerardo.
El segundo, el más común, es el grupo de gente como vos y yo.
Por eso es importante que sepas que no sos el único. La mayoría de los tipos, son como nosotros. Sienten temor ante una posible conquista.
Lo que tenemos que hacer, como primera medida, es dejar de pensar que somos unos giles por tener ese sentimiento ante el sexo opuesto. Es normal que así sea. Lo que debemos hacer es impedir que ese sentimiento nos paralice. Hay que convivir con él sabiendo que es absolutamente normal, que la mayoría de los hombres lo siente y que también lo sienten las mujeres, aunque en su papel pasivo dentro de la conquista, sea mucho más fácil para ellas que sobrellevar.
No estamos solos, ni somos los más boludos del planeta. Somos como la mayoría de la gente.
Es hora de empezar a pensar que no tenemos nada en particular que nos impida ir en busca de conquistar a esa mujer que nos parte el bocho.
Mi amigo Eduardo no es otra cosa que una máquina de ganar mujeres. Un obsesivo del sexo opuesto. Pero al mismo tiempo, es una persona que está buscando a la mujer con quien compartir su vida. No se levanta minas por deporte, sino que lo hace porque en cada una de ellas vio algo especial; porque sintió que, por algún motivo, esa mujer podría ser algo importante, aunque sólo la haya visto unos segundos en la parada del colectivo.
Se ha levantado una infinita cantidad de mujeres, una más linda que la otra.
Ustedes se preguntarán ¿Tiene una pinta tremenda? No. Tampoco es el jorobado de Notre Dame. Puede perfectamente gustarle físicamente a cualquier mujer, pero no es el prototipo de hombre con el que se caen de espaldas.
¿Tiene mucho dinero? Tampoco. Tiene su departamento, su auto, y un laburo que le alcanza para vivir y darse algunos gustos.
¿Cuál es entonces su secreto?
La semana pasada lo invité a tomar un café para charlar del tema y juntos llegamos a la conclusión de que uno de los motivos de su éxito es que no tiene vergüenza de hacer o decir cualquier cosa.
Un día iban Eduardo y mi hermano en un auto. Mi hermano conducía y si no era porque él mismo me lo contó, no lo hubiera creído. Resulta que paran en un semáforo, en plena avenida, y del lado de la vereda se detiene otro automóvil, conducido por una hermosa señorita acompañada por una señora mayor, que aparentaba ser la madre. Esta señora baja del auto y se dirige a un kiosco, dejando sola a la supuesta hija.
Eduardo le dice a mi hermano «Estacionate por ahí adelante», y acto seguido se baja y se embala hacia el auto de la chica.
Hernán, mi hermano, no lo podía creer. «Este loco de mierda me va a hacer chocar… ¿Y ahora cómo me tiro a la derecha con todo este tránsito?»
Se detuvo unos metros adelante, desde donde podía observar el accionar de Eduardo, quien le hablaba animadamente y le sonreía a la señorita.
La mamá regresa del kiosco y Eduardo entonces pega la vuelta y se pone a charlar con la señora, quien le da la mano mientras le sonríe amablemente.
A los dos minutos estaba de regreso en el auto de mi hermano con el teléfono de la chica linda.
Ante la insistencia de Hernán por saber qué fue lo que le había dicho para lograr sacarle el tubo, Eduardo le relató la conversación:
—Hola, ¿Cómo estás? No te asustes… Mirá… Por tu culpa, casi me atropellan dos colectivos. Yo estaba con mi amigo en aquel auto y cuando te vi me di cuenta que tenía pocos segundos para conocer a la que podría ser la mujer de mi vida… Así que me bajé y vine. Casi me mato. (Todo esto, por supuesto, con una sonrisa).