La mujer del faro (29 page)

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Authors: Ann Rosman

BOOK: La mujer del faro
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respecto. Elin se preguntó cómo manejaría la verdad, qué diría si de pronto ella volvía y contaba lo ocurrido y quiénes iban a bordo del barco. Leyó el artículo una y otra vez. Un día precioso, pensó. Un día precioso.


–¡Hola, Putte! – llamó Anita cuando entró por la puerta.

Se oían dos voces de hombre, pero los abrigos y los zapatos de las visitas no estaban.

–En la cocina.

La presencia de Putte en la cocina no era muy frecuente. Anita se quitó las botas de una patada, pero no se molestó en quitarse los calcetines gruesos ni en ponerse las zapatillas. Dejó la chaqueta so bre el respaldo de la butaca de la entrada.

Putte estaba removiendo una enorme olla con un cucharón de madera. El famoso estofado de pollo. Sabía hacer dos platos y ése era uno de ellos. Lo preparaba más o menos una vez al año y Putte solía explicarle lo complicado que era. Sin embargo, aquel día se mostraba inusitadamente callado mientras removía la olla. Las voces de hombres provenían de la radio. Cuando apareció Anita en la puerta, Putte cambió de emisora y bajó el volumen. En lugar de las voces masculinas, se oyó una débil música clásica.

–¿No quieres saber cómo ha ido la reunión? – preguntó.

–La verdad es que no. En cambio, tengo que preguntarte si sabes qué es esto. – Anita sacó el cuaderno de bitácora y disfrutó al ver la sorpresa de Putte. Era demasiado impaciente para esperar una respuesta, así que se contestó ella misma-: Pues sí, es el cuaderno de bitácora que nos regaló Karl-Axel para nuestra boda. El tío Bruno lo tenía y olvidó devolvérnoslo en su día. ¿Sabes a qué barco perteneció?

Putte, sosteniendo el cucharón con mano inmóvil, negó con la cabeza. La salsa corría por el mango del cucharón y por sus nudillos y goteaba en la placa de vitrocerámica con un silbido.

-
M/S Stornoway
-dijo Anita-. ¿Qué me dices? ¿Echamos un vistazo a la página ciento trece?

Putte dejó el cucharón en la olla y se secó la mano en el delantal, que apenas daba para rodearle la creciente barriga. En ese momento se oyó la cisterna del lavabo de invitados y Anita se sorprendió al ver aparecer a Waldemar con los zapatos y la chaqueta puestos.

–La necesidad no tiene leyes -comentó, y le sonrió antes de mirar el libro que había sobre la mesa-. ¿Quién está escribiendo un diario? ¿O no es un diario?

–Es un cuaderno de bitácora. Un amigo muy querido nos lo regaló cuando nos casamos. Se lo habíamos prestado a alguien y lo habíamos olvidado. – Anita cerró el libro.

–Interesante. ¿Un barco de paseo o un buque mercante?

–Algo intermedio, todavía no hemos tenido tiempo de echarle un vistazo. Creo que se llamaba
M/S Stornoway
-dijo Anita evasivamente.

–Me suena vagamente conocido -dijo Waldemar.

–También hay una ciudad que se llama así.

–Ah, claro, eso es. ¿Puedo tomar un vaso de agua? Mis pastillas para la presión hacen que se me seque la boca.

Sonó el teléfono y Anita fue en busca del inalámbrico mientras Putte abría una botella de agua con gas Ramlósa.

–Oye, ¿podría ser sin sabor cítrico? – pidió Waldemar cuando Putte dejó la botella y un vaso sobre la querida y desgastada mesa abatible que había pertenecido a la abuela de Anita.

–Por supuesto, pero no creo que nos quede ninguna aquí. Tendré que mirar en la despensa. Un momento. – Putte tapó la olla, bajó el fuego y se fue.

Un par de minutos después volvió con dos botellas de Ramlósa. Le dio una a Waldemar.

–Aquí tienes. Sin sabor cítrico.

Waldemar bebió de la botella y se levantó de la silla.

–Bueno, pues muchas gracias. Veremos si encuentro el camino de vuelta a casa entre la niebla.

–Tendrías que haberte traído el GPS -dijo Putte mientras lo acompañaba hasta la puerta.

–Ja, sí, o incluso el radar. – Waldemar se puso su gorra de vise ra y desapareció entre la neblina.

Anita había terminado la conversación telefónica y se sentó a la mesa de la cocina con el cuaderno de bitácora delante. Las páginas estaban sobadas y numeradas a mano. En la parte superior de cada hoja había una casilla impresa con las anotaciones de fecha, hora, posición del barco, distancia recorrida durante el día, condiciones meteorológicas y mareas. El resto de las páginas estaba cubierto por una caligrafía anticuada con muchas fiorituras, perfectamente horizontal a pesar de que el papel no era pautado. Anita reconoció la letra. No sólo era la de Karl-Axel, sino que era exactamente la misma que aparecía en la pequeña hacha del barco en miniatura de la biblioteca. Pasó la mano por el papel. En la página cuatro descubrió algo.

–¡Putte! – dijo-. Mira lo que pone.

Él se colocó las gafas progresivas y giró el cuaderno hacia sí. Las migas de pan del desayuno emitieron un ruidito desagradable al rozar entre la mesa y el libro.

–¡Demonios! – exclamó-. ¿Crees que es cierto? – Se quitó las gafas y miró a Anita.

El
M/S Stornoway
y su embarcación hermana, cuyo nombre no aparecía, habían zarpado de Peterhead en la costa este escocesa después de permanecer en el astillero para una revisión del timón. Luego habían cargado ocho arcas enormes.

–No pone nada del contenido de las arcas, ni de cómo se distribuyó la carga entre ambos barcos. Extraño. El nueve de octubre de 1951 abandonan el puerto de Peterhead en Escocia y cruzan el mar del Norte hasta Suecia. No se cruza el mar del Norte en balde, sobre todo en octubre -dijo Putte, pensativo.

–¿Adivinas quiénes aparecen como capitanes? Arvid Stiernkvist y Karl-Axel Strómmer.

–¿Me dejas ver? Unos chavales nada malos para ese puesto. Pero ahora creo que deberíamos mirar la página ciento trece.

Ambos se inclinaron sobre el libro y contuvieron la respiración cuando Anita volvió ceremoniosamente la página 111 para, por fin, ver lo que ponía en la 113. El problema era que faltaba. Alguien ha bía arrancado la hoja entera.

–¡Joder! – exclamó Putte.

–¡Qué extraño! – dijo Anita-. Y en la página ciento quince volvemos a tener el verso de Karl-Axel.

–¿Qué es lo que te parece tan extraño?

–El principio es el mismo, pero al final hay unas líneas adicionales. Escucha.

–No -dijo Putte-. Ahora mismo llamamos a Bruno y le preguntamos si él arrancó alguna hoja.

Putte llamó y un Bruno ofendido le contestó que él no había tocado nada del libro. Entonces Anita se centró en leer los viejos versos y los añadidos.

Entre los cerros de Neptuno y la montaña del Monzón, sus cimas a veces nevadas y siempre mudando de color.

A través de la nebulosa de aguanieve y lluvia te damos la bienvenida al hogar de tu infancia de blancos destellos.

La belleza de la novia es manifiesta. El novio está a su lado, orgulloso, mas nunca se lo ve llegar.

Una herramienta de tiempos pretéritos cerca del lugar donde tantos descansan en paz

-Hasta aquí es igual a la hoja de la miniatura del barco, pero luego siguen versos adicionales. Suenan como una advertencia. ¿Me escuchas, Putte?

–Sí, sí -murmuró él.

–Algunas letras están resaltadas, ¿lo ves? – dijo Anita, y empezó a leer.

No como las amables campanas de la parroquia, invito a los hijos del esfuerzo a que descansen y respiren. No como las del templo, los invito a la paz.

Marino, escúchame, perdido entre la niebla hacia peligrosos escollos, escucha mi advertencia: ¡da media vuelta!

¡Lucha y vela y reza!

Anita cogió una hoja y apuntó las letras resaltadas siguiendo el orden. “Breccia”, si ponía las dos ees marcadas, o “Brecia”.

–Supon que no se trate de Vinga. El texto también encaja muy bien con otro lugar.

–¿Con cuál?

–El mar y el hogar de la infancia con destellos blancos se refieren a Karl-Axel Strómmer. Y ¿dónde se crió Karl-Axel?

–En Pater Noster. Su padre era el farero… -contestó Putte du bitativo.

–Exactamente, hogar de la infancia con destellos blancos. La luz del faro de Pater Noster es blanca y es un faro de atraque, exactamente como el de Vinga.

–Pero ¿y eso de “La belleza de la novia es manifiesta y el novio está a su lado, orgulloso, mas nunca se lo ve llegar”?

–¿Recuerdas lo que Karl-Axel nos contó sobre su hermana Elin, que se casó con Arvid Stiernkvist, que apenas se los veía juntos y el ac cidente que tuvieron? ¿Te acuerdas que nos lo contó?

–Sí, claro. Una historia muy triste. No acabo de entender lo que llevó a Arvid a casarse con Siri.

–¿Crees que fue casualidad que recibieras la carta en cuanto encontraron el cuerpo de Arvid Stiernkvist? Fue así como empezó todo -dijo Anita.

Putte se rascó la cabeza, pensativo.

–No lo sé. Bien, tendrás que seguir dándole vueltas sin mí, te saldrá al menos igual de bien que conmigo. El deber me llama.

Putte tenía que tomar el avión de la noche a Londres para cerrar un negocio, pero estaría de vuelta para el almuerzo del día siguiente. Anita asintió con la cabeza.

–Si quieres, puedo llevarte a Landvetter -se ofreció mientras comían el estofado de pollo.

–No hace falta, quédate aquí. Lee el cuaderno de bitácora y veamos si encuentras algo. – Y la besó cariñosamente.

Dos horas más tarde, cogió la pequeña maleta con ruedas y se fue andando hasta el ferry. Ya eran las seis y media de la tarde y la luz de las farolas apenas llegaba al suelo por culpa de la niebla. Putte se colocó bajo la farola de delante de su casa, agitó la mano para despedirse y desapareció de la vista de Anita. En ese momento, ninguno de los dos sabía que nunca llegaría a coger aquel vuelo a Londres.

16

Karin y Lycke caminaron juntas hasta Fyrmástargángen. Tras un breve titubeo, Karin aceptó la invitación para cenar en casa de Lycke y su marido Martin.

Las placas de aislamiento seguían en el mismo lugar de la noche anterior.

—Creo que me voy a volver loca —dijo Lycke—. Tendremos que moverlas de aquí, es casi imposible entrar.

—¿Dónde deben ir? —preguntó Karin, y no pudo evitar preguntarse si lo correcto era “adonde” o “dónde”. Maldito Folke.

—Arriba, en el desván. —Lycke señaló la escalera.

—Pues vamos allá. ¿Se podrá entretener solo un ratito? —Hizo un gesto con la cabeza hacia Walter, que estaba ocupado reconstruyendo una torre de Lego a fin de volver a tirarla para que se deshiciera en mil pedazos.

Tardaron veinte minutos y bastantes risas en subir todas las placas.

—¡Fantástico! —dijo Lycke, y echó un vistazo al vestíbulo, de pronto luminoso y despejado—. No podría haberlo hecho sola.

Luego Karin se implicó en los juegos de Walter y se echó en el suelo para ayudarlo en sus construcciones. El niño no cabía en sí de contento. “¡Más!”, decía cada vez que derrumbaba la torre, y su rostro se iluminaba como un sol cuando Karin volvía a erigir una torre más alta que la anterior.

Lycke la miraba agradecida.

—Tienes buena mano para los niños.

—Sí, los niños son maravillosos. Mi hermano tiene dos. Niño y niña —dijo Karin. Se interrumpió un momento, antes de añadir—: Acabo de separarme después de una relación de cinco años.

—¿Qué pasó?

—Göran trabaja en el mar por turnos de seis semanas. Está seis semanas fuera y luego otras seis en casa sin hacer nada. Tal vez habríamos podido arreglarlo, haber hecho algo para recuperar el tiempo perdido, pero por alguna razón no lo hicimos. Al principio, odiaba verlo sacar su enorme maleta para irse, pero al final era un alivio. Ojalá hubiera pensado en cambiar, en buscarse un trabajo en tierra. Entonces habríamos podido salvar la relación. Sentía como si él diera por hecho que yo iba a estar siempre allí, que había dejado de esforzarse.

Lycke la escuchaba.

—¿Y ahora cómo estás? —preguntó.

Karin lo pensó un momento.

—No lo sé. Un poco triste, pero en el fondo bastante bien. Echo de menos a sus padres. Como Göran estaba fuera tanto tiempo, yo me acerqué a ellos mucho más de lo habitual. Pasábamos los fines de semana juntos en su casa de veraneo y me sentía como una hija más.

Lycke asintió con la cabeza.

—Se trata de tener a alguien con quien hablar, que te estimule y valore lo que haces. Aunque, para serte sincera, siento que soy la única que cuida de Walter y que se encarga del trabajo doméstico, mientras Martin se ocupa de arreglar la casa. A veces esta distribución de tareas me resulta un tanto injusta.

—Pero ¿y los padres de Martin? ¿Anita es tan simpática como parece? —preguntó Karin, y enganchó un par de Legos más a la nueva torre.

—Es mejor. De hecho, es maravillosa. Supongo que hay muy pocas mujeres que puedan decir eso de sus suegras. Bien, ¿abrimos una botella de vino? Al fin y al cabo es domingo, ¿o no?

—Tengo vino en el barco, puedo ir a buscarlo —se ofreció Karin.

—Perfecto, pero también tenemos vino en el sótano. Basta bajar la escalera y a mano izquierda. Todavía no hemos arreglado la habitación de la derecha y quién sabe lo que podrías encontrar allí. Arañas del tamaño de gorriones o incluso setas gigantes.

Karin se rió.

—Disculpa. A veces me siento muy cansada. Al próximo que me diga “Es muy bonito darle tu propia impronta a la casa” o “Sois muy jóvenes, tenéis el futuro por delante”, le suelto un bofetón. Estoy harta de esa clase de comentarios.

—Escucha, Lycke, me quedo a cenar encantada, pero entonces quiero contribuir con el vino. Walter puede acompañarme a buscarlo, si es que te atreves a soltarlo.

—¿Quieres dar un paseo con Karin, Walter? —preguntó Lycke.

El niño levantó la mirada del Lego.

—¡Yupi! —gritó entusiasmado, y corrió a ponerse los zapatos.

Lycke soltó una risita.

—Me temo que tendrás que ponerte el mono antes que los zapatos, cielo.

Karin tomó prestado el carrito con dos ruedas que la mayoría de los habitantes de la costa parecía preferir. Walter se acomodó en el fondo de madera.

—¡Más rápido! —urgió a Karin como un com
Andante
.

El carrito pesaba mucho y era una suerte que la calle hiciera bajada. No se atrevió a salir al muelle con él, así que sacó al niño y lo cogió de la mano.

—¡Papá! ¡Tito Johan! —Walter agitó la mano en dirección al barco azul oscuro que en ese momento atracaba frente al de Karin.

Era una embarcación típica de Marstrand, diseñada y construida en el lugar. A bordo había dos personas con un parecido desconcertante.

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