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Authors: Anne Rice

Tags: #Drama, Histórico

La noche de todos los santos (75 page)

BOOK: La noche de todos los santos
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—Tal vez quieran un padre o una madre, yo qué sé —dijo Christophe—, pero la necesidad no es la misma. Es la intensidad lo que rompe el corazón, la sensación de estar perdido en un mundo de sueños rotos y aspiraciones sin guía, sin una mano fuerte que pueda guiarte hacia una madurez donde por fin te sentirás seguro. No creo que puedas amar realmente a nadie, Marcel, hasta que tengas esa seguridad en ti mismo, hasta que la necesidad se atenúe, porque te aseguro que en este momento tu necesidad es desesperada. Le entregaste todo tu corazón a ese viejo artesano, Jean Jacques, un corazón puro en el que no se había mezclado el deseo, tal como era la primera noche que nos vimos. Con el corazón en la mano me dijiste: «Sé mi maestro, sé mi padre, ayúdame a convertirme en una persona valiosa, en alguien bueno…».

Marcel soltó un gemido desesperado e hizo un gesto para hacerle callar.

—Y ahora —prosiguió Christophe—, ahora estás confundiendo esa necesidad con otra cosa. La estás confundiendo con un amor físico que no tiene que ver con ella. Y esa combinación, Marcel, la unión de esa necesidad y ese amor, sería un error muy peligroso.

—¿Fue un error entre el inglés y tú?

—Desde luego —susurró Christophe—. Pero no sé qué habría sido de mí si no me hubiera ido con Michael. Yo no era tan fuerte como tú, Marcel. Lo único que tenía en común contigo era esa acuciante necesidad.

»Michael satisfizo esa necesidad. Fue padre, amante y maestro, todo junto en una magnífica figura que me oprimía y me tenía cogido por el cuello. La vida empezó el día que me marché de París con Michael, todo tenía sentido cuando Michael lo explicaba, era hermoso si Michael decía que era hermoso. Mientras Michael estuviera conmigo podía soportar cualquier cosa, cualquier cosa…

»Pero lo que pasó fue que me tenía tan cogido que me estaba estrangulando. Por eso me marché de París, como seguramente ya te habrás imaginado. Michael me ahogaba, no me dejaba respirar, y yo volví con la otra persona que tenía poder sobre mí, pensando que al menos era un paso hacia la libertad. Mi madre, con todo el poder que tiene sobre mi alma, jamás ha hecho usó de él de forma deliberada.

»Tienes que hacerme caso, Marcel. Estás sintiendo la misma necesidad que tenía yo, estás igualmente perdido, a tu modo. Amas a tu padre. No, no me digas que no. Yo sé que sí, siempre has estado más o menos enamorado de él y de su imagen, la imagen del poderoso plantador que alfombraría tu camino de oro. Y lo que no soportabas era que él no te amara a ti. Al quedar insatisfecha tu necesidad te volviste hacia otros, primero hacia el viejo Jean Jacques y luego hacia mí. Cuando me hablabas del viejo artesano, yo tenía muy claro lo que buscabas en él. Por el modo como habla una persona podemos saber lo que desea. Lo comprendí cuando por fin confesaste que habías saltado la tapia del cementerio para visitar su tumba. Lo comprendí mucho mejor que tú. Igual que ahora sé que no puedo hacerte lo que Michael me hizo a mí.

»Me estoy enfrentando a la misma disyuntiva que vivió Michael en París, pero no tomaré la decisión de Michael. Será mi propia decisión.

»Lo que te voy a decir ahora es la lección más dura que existe. Esta necesidad de la que te hablo no debe quedar nunca del todo satisfecha. Para ser un hombre tendrás que olvidarla, tendrás que aprender a vivir con la certeza de que el niño que llevas en tu interior ha llegado a la madurez sin haber conocido ese amor protector.

»Algún día tendrás un amante, alguien a quien querrás más que a nadie en el mundo. Podría ser un hombre, la verdad es que no importa demasiado, desde luego no tanto como la gente supone. Siempre has tenido una exquisita perspicacia, algo que te mantiene apartado de los prejuicios del mundo. Te creo cuando me dices que anoche te acercaste a mí con el corazón en la mano. Pero sea un hombre o una mujer, sólo podrás amar del todo a esa persona cuando ya no tengas esa necesidad.

Hizo una pausa con el puño bajo la barbilla. Las pupilas le danzaban.

—Hombres con hombres, mujeres con mujeres —dijo mirando la chimenea—. He conocido los mejores burdeles que puede ofrecer este mundo, y los mejores efebos desde Estambul a Tánger. Supongo que podría lograr que vencieras cualquier prevención con una habilidad que ni siquiera puedes imaginar. Pero mezclar la necesidad de un niño con el deseo del hombre… me niego a hacerlo. He tomado mi decisión, y la respuesta es ahora y para siempre no.

Marcel se levantó y se puso a caminar lentamente por la habitación. Se quedó un momento junto a las contraventanas dejando que el sol que entraba por las rendijas le calentara la cara y las manos. Al cabo de un rato, dijo por fin:

—Te quiero, Chris.

—Ya lo sé. Y ya conoces mi respuesta…

—Pero, Chris, no puede ser tanta soledad. Es una imitación de la vida que tú deseabas. No puedo aceptarlo. Cuando te recuerdo en el aula, cuando pienso en la pasión y la fuerza que siempre ríos has demostrado…

—Ahora estamos hablando de mi propia batalla, y la verdad, preferiría cambiar de tema —le espetó Christophe, aunque su expresión se había suavizado—. Tal vez no me he esforzado lo suficiente. No lo sé. —Entonces miró a Marcel con expresión sincera, inocente, como si fueran hombres de la misma edad—. Tengo que dejar de quererte tanto. Tengo que dejar de construir mi pequeño mundo de sueños en torno a tus idas y venidas, tengo que dejar de imaginar, cada vez que veo tu sombra en la puerta de mi madre, que vienes a mí.

Marcel frunció el ceño.

—Christophe, te estás aferrando al inglés, ¿verdad? ¡No quieres olvidarte de él!

El rostro de Christophe se crispó de furia y su mirada se tornó desafiante de inmediato.

—¡Y yo que te preguntaba si podrías sostenerte por tu propio pie! ¿Es que nunca descansas? ¡No te aproveches de lo que siento por ti! —Se levantó colérico para marcharse.

—¿Y lo que siento yo por ti, Chris? —preguntó Marcel—. Y no me refiero al tonto gesto de anoche, sino a lo que siento de verdad. ¿No me da eso derecho a hablar ahora? Tienes que olvidarte del inglés. Claro que vives inventando sueños sobre mí, porque sabes que nunca dejarás que se hagan realidad, y así podrás serle siempre fiel a Michael, ¿verdad? Pues bien, ¿cómo vas a poner fin a todo esto si no amas a otra persona?

Christophe se había apoyado contra el marco de la puerta. Tenía la vista fija y los ojos cansados, enrojecidos por la falta de sueño.

—Ven aquí —dijo haciendo un gesto con la mano.

Marcel vaciló un momento, confuso y luego se acercó rápidamente y sintió el abrazo de Christophe como la noche anterior. La sensación de su brazo fuerte en la espalda lo relajó de pronto y le hizo sentir un curioso alivio.

—Ahora te voy a pedir una cosa —dijo Christophe en voz baja—, con la prerrogativa de un amante y la autoridad de un maestro, y es que nunca, nunca me vuelvas a mencionar nada de esto.

—II—

A
nna Bella no había dejado de llorar durante días. Zurlina decía que era normal después de dar a luz, pero lo cierto es que le había contado con todo lujo de detalles la larga caminata de Marcel a Bontemps junto con el dato de que su padre,
michie
Philippe, le había dado la tunda que se merecía. Anna Bella no tenía que preguntar si
michie
Philippe había acudido a la ciudad a por Marcel: Zurlina, como siempre, la tenía al día de los acontecimientos en la casa Ste. Marie y de rumores sobre Lisette, que de nuevo estaba arruinando su vida escapándose por las noches a la casa de Lola Dedé, la hechicera, que no era más que una ramera que vendía chicas de color a hombres blancos en su casa igual que vendía velas vudú, polvos y encantamientos. Naturalmente, la familia Ste. Marie no sabía nada de esto, no tenía la más remota idea.

Pero Anna Bella estaba cansada, exhausta. No había visto a
michie
Vince desde una semana después del nacimiento de su hijo, y sabía que le había decepcionado que no fuera una niña. Vincent, no obstante, se había quedado varios días y de vez en cuando cogía al pequeño en sus brazos. Anna Bella se daba cuenta de que había sido una tontería quererle poner Vincent. Él le había explicado con mucha ternura que algún día podría él tener otro hijo al que quisiera dar su nombre y que tal vez el pequeño debería llevar el nombre del padre de Anna Bella, Martin. Así fue. Vincent llenó de flores el dormitorio y se pasó todo el día en el salón con sus publicaciones de agricultura, como siempre. El aroma del café recién hecho flotaba en las pequeñas habitaciones. Aunque se mostraba cortés con ella, como siempre, había en él algo rígido y cuando Anna Bella miraba su rostro pensativo y reservado la asaltaba a menudo aquel mal presentimiento.

Hacía pocas horas que por fin se había ido. Zurlina vino a decirle que era deseo de
michie
Vince que entregara el niño a una nodriza. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—¡No me lo creo! —exclamó—. No me lo creo. —Abrazó con fuerza al pequeño Martin y susurró sin mirar a la esclava—: Vete.

—Será mejor que entregue el niño ahora a una nodriza —dijo ella—. Cuando ese hombre vuelva no querrá encontrarlo aquí.

—No volverá hasta después de la cosecha —replicó Anna Bella con el labio trémulo—, y cuando vuelva quiero que me lo diga él mismo. ¿Por qué no me lo ha dicho él?

Después de aquello, Zurlina le decía todos los días que buscara una nodriza para el niño, y todos los días Anna Bella se mecía junto al fuego intentando impregnar todo su cuerpo con el amor que sentía por el bebé, para tranquilizarse y no malograr su leche.

Luego llegaron las visitas, muchas, día tras día: los viejos amigos de madame Elsie, Gabriella Riget y su madre, madame Suzette con las damas de su sociedad benéfica, e incluso Marie Ste. Marie con sus tías, y entre el gentío arremolinado en torno a la cuna se oían una y otra vez los mismos alegres comentarios: «Pero si tiene la nariz y la boca de su padre. ¡Y menudo pelo! Claro que Anna Bella tiene el pelo precioso. ¡Mirad qué niño más guapo!». «¿Y qué si hubiera sido de otra manera?», pensaba Anna Bella. Parecía que era lo único que les importaba a todos: la mezcla de blanco y negro. ¿Podría el niño acaso pasar por blanco?

Cuando se quedaba a solas por la noche, después de que Zurlina se durmiera, levantaba al pequeño dormido en la cuna, junto a su cama, y lo abrazaba contra su pecho.

«Bueno, Martin, siendo el mundo como es —pensaba—, has tenido mucha suerte. No conocerás el dolor que he conocido yo. —Una vez cayó una lágrima sobre su carita cuando se inclinó amorosa sobre él—. Pero cuando crezcas, hijo, ¿qué pensarás cuando me mires?». En esos momentos le parecía que hubiera sido mejor, mucho mejor, que Anna Bella Monroe no hubiera nacido.

Los grandes ojos oscuros de su hijo se abrieron para reflejar un ápice de luz de la pequeña hoguera de la chimenea y sin ver nada, sin comprender nada, se acurrucó en el calor de los brazos de su madre.

—No creo que
michie
Vince dijera eso —susurró Anna Bella en voz alta—. No pienso entregarlo a una nodriza. No. —Y apenas el niño se quejó le puso el pezón en la boca.

—Debería estar contenta con todo lo que tiene —le decía Zurlina mientras le cepillaba el pelo por la mañana—. ¿Es que no sabe que tiene que complacer a ese hombre? ¿Es que no le ha visto la expresión que pone cuando la ve dando de mamar al bebé? Niña, tiene usted que prestar atención a ese hombre.

»No sea tonta, insistía la esclava, ese hombre está loco por usted pero no le durará mucho. Más vale que entregue al niño, más vale que lo entregue… —Hasta que Anna Bella le arrebataba el cepillo de la mano.

—¿Por qué quisiste venir cuando murió madame Elsie? —preguntó amargamente—. ¿Por qué no te quedaste en la casa de huéspedes? Esas ancianas habrían pagado mucho por ti, ellas mismas me lo dijeron. Pero no, tú le tuviste que decir a
michie
Vince que querías quedarte aquí.

—Y usted bien que se alegró —replicó Zurlina con los labios apretados—. Devuélvame ese cepillo, mire cómo tiene el pelo. Además tengo que ir al mercado.

—Eres tú la que diriges esta casa, por eso querías que te comprara
michie
Vince. Muy bien, pues vete al mercado y déjame en paz.

—No sea estúpida. —Estúpida, estúpida, estúpida.

Luego, dos semanas después de que
michie
Vince se marchara se enteró de que Marcel, totalmente borracho, había irrumpido en Bontemps.

Anna Bella se quedó sin aliento, temblorosa, y por fin le escribió al cabo de dos días. Marcel, en su contestación, intentó calmarla: «No te preocupes, Anna Bella. Me voy al campo unos meses. No me he hecho demasiado daño, ni he herido a nadie más». Se limitó a contarle de un modo sencillo la historia de la alteración de sus planes. Se negaba a ser aprendiz de monsieur Rudolphe en la funeraria. No sabía lo que haría. Anna Bella dejó la carta y se quedó mirando la chimenea. Cuando la hubo leído varias veces, cuando de hecho se la sabía de memoria, la quemó, aunque no hubiera sabido decir por qué.

Ahora estaba sola en su saloncito, con el niño a su lado mecido en la cuna, mirando la noche a través de las ventanas abiertas. El aire de finales de septiembre por fin se tornaba frío. Anna Bella sintió de nuevo las lágrimas. Casi se había quedado dormida, apagado el fuego, el chal sobre los hombros y los árboles negros tras las cortinas, cuando oyó unos pasos familiares en el camino.


Michie
Vince —susurró en voz alta. Se dio la vuelta y se levantó, adormilada y confusa.

Vincent cerró la puerta de un portazo y sin quitarse la capa se acercó a ella hasta que se hicieron visibles los afilados rasgos de su rostro.

—¿Te has enterado? —Su voz era un tenso susurro—. ¿Te has enterado de lo que ha hecho tu amigo Marcel? —Aquella figura familiar no emanaba más que ira, como si una fuerza sobrenatural habitara el cuerpo que se cernía sobre ella y que la oscura capa distorsionaba en una gran sombra amenazadora.


Michie
Vince —murmuró ella sorprendida.

—¡No permitas nunca, nunca, nunca en la vida que ese niño venga a mi propiedad! —rugió, señalando la cuna con un largo dedo pálido.

Anna Bella se quedó sin aliento.

—Enséñaselo, enséñaselo desde el momento en que tenga entendimiento. ¡Enséñale que jamás, jamás debe hacer una cosa así!

El niño gimió entre sus colchas de encaje.

—Enséñale desde el principio que jamás se acerque a mí o a mi familia, ¿entendido? ¡Ese niño no debe acercarse jamás a Bontemps, no debe mencionar a nadie nunca el nombre de Bontemps, ni tú se lo debes mencionar a él!

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