Authors: Morton Rhue
Al ver que nunca iba a poder competir con su hermano, era como si Robert hubiera decidido tirar la toalla sin ni siquiera intentarlo.
—Escucha, Robert —dijo Ben—. Nadie espera que seas otro Jeff Billings.
Robert le miró un momento y luego empezó a morderse nerviosamente la uña del pulgar.
—Lo único que te pedimos es que lo intentes.
—Tengo que irme —manifestó Robert, mirando al suelo.
—No me importan los deportes —insistió Ben.
Aunque el chico ya había empezado a dirigirse lentamente hacia la puerta.
David Collins estaba sentado en el patio que había al lado del comedor. Cuando Laurie llegó, ya había engullido la mitad de la comida y empezaba a sentirse persona de nuevo. Observó cómo Laurie ponía la bandeja junto a la suya y luego se fijó en Robert Billings, que también se dirigía al patio.
—Mira —le susurró a Laurie, mientras ésta se sentaba.
Los dos vieron a Robert, que salía del comedor con una bandeja en la mano y buscaba un sitio donde sentarse. Fiel a su costumbre, ya había empezado a comer y estaba en la puerta, con medio perrito caliente metido en la boca.
En la mesa que eligió había dos chicas de la clase de historia de Ross. Cuando Robert dejó su bandeja, las dos muchachas se levantaron y se fueron a otro sitio. Robert hizo como si no se hubiera percatado.
—El intocable del Gordon —refunfuñó David, moviendo la cabeza.
—¿Tú crees que realmente le pasa algo? —preguntó Laurie.
David se encogió de hombros.
—No lo sé. Desde que yo le conozco, siempre ha sido un tipo bastante raro. Claro que si a mí me trataran así, creo que también me volvería peculiar. Es curioso que él y su hermano sean de la misma familia.
—¿Te he dicho alguna vez que mi madre conoce a la suya? —comentó Laurie.
—¿Habla su madre alguna vez de él?
—No. Pero creo que un día dijo que le habían hecho una prueba y que tenía un coeficiente intelectual normal. No es tonto ni mucho menos.
—Es un tipo raro; eso es todo.
David empezó a comer otra vez, pero Laurie apenas probó su comida. Parecía preocupada.
—¿Qué te pasa? —preguntó el muchacho.
—Es esa
peli
, David. Me ha impresionado. ¿A ti no?
Él se lo pensó un momento antes de responder.
—Sí, claro que me ha impresionado, como algo horrible que ocurrió una vez. Pero eso fue hace mucho tiempo, Laurie. Para mí es como un capítulo de la historia. No puedes cambiar lo que sucedió.
—Pero tampoco puedes olvidarlo —dijo Laurie, que probó un trozo de hamburguesa, puso cara de asco y la dejó.
—Pero no puedes pasarte el resto de tu vida dándole vueltas al asunto —señaló David, mirando la hamburguesa de Laurie—. Oye, ¿no piensas comértela?
La muchacha movió la cabeza. La película le había dejado sin apetito.
—Cómetela tú.
David no sólo se comió la hamburguesa, sino también las patatas fritas, la ensalada y el helado. Laurie lo miró, pero su mente estaba en otro sitio.
—Delicioso —exclamó David, limpiándose los labios con la servilleta.
—¿Quieres algo más? —preguntó Laurie.
—Pues, a decir verdad...
—¿Está ocupado este sitio? —preguntó alguien detrás de ellos.
—¡Yo he llegado antes! —dijo otra voz.
David y Laurie vieron que Amy Smith y Brian Ammon, el quarterback, se acercaban a su mesa desde direcciones opuestas.
—¿Qué quieres decir con eso de que tú has llegado antes? —preguntó Brian.
—Bueno, quería decir que quería llegar antes —contestó Amy.
—Pero eso no vale —replicó Brian—. Además, tengo que hablar con Dave de fútbol americano.
—Y yo tengo que hablar con Laurie.
—¿De qué? —preguntó Brian.
—Pues tengo que hacerle compañía para que no se aburra mientras habláis del rollo ese.
—Dejadlo ya —intervino Laurie—. Hay sitio para los dos.
—Pero con ellos hace falta sitio para tres —dijo Amy, señalando a David y a Brian.
—Muy graciosa —gruñó Brian.
David y Laurie se corrieron hacia un lado, y Amy y Brian se apiñaron junto a ellos. Amy tenía razón al decir que hacía falta sitio para tres; Brian llevaba dos bandejas llenas.
—Oye, ¿qué vas a hacer con toda esta comida? —preguntó David, dándole unas palmaditas en la espalda.
Aunque fuera el quarterback del equipo, Brian no era muy alto. David le sacaba la cabeza.
—Tengo que ganar peso —dijo Brian, mientras devoraba la comida—. Me van a hacer falta muchos kilos para enfrentarme el sábado a esos tíos del Clarkstown. Son muy grandes; bueno, son enormes. Me han dicho que tienen un linebacker que mide un metro noventa y pesa cien kilos.
—No sé de qué te preocupas —intervino Amy—. Si pesas tanto, no puedes correr demasiado.
—Si es que no
tiene
que correr, Amy. Lo único que tiene que hacer es aplastar quarterbacks.
—¿Crees que tenéis posibilidades el sábado? —preguntó Laurie, que estaba pensando en el artículo que iban a necesitar para
El cotilleo.
—No lo sé —respondió David, encogiéndose de hombros—. El equipo está muy desorganizado. Vamos muy atrasados en la preparación de jugadas y este tipo de cosas. La mitad de los jugadores ni siquiera aparece por los entrenamientos.
—Es verdad —intervino Brian—. Schiller, el entrenador, dijo que iba a echar del equipo a todos los que no fueran a los entrenamientos. Pero, si lo hiciera, no tendría suficientes tíos para jugar.
Nadie parecía tener nada más que decir sobre el tema y Brian atacó su segunda hamburguesa.
Los pensamientos de David divagaron hacia algo que le corría más prisa.
—¿Hay alguien que sea bueno en cálculo?
—¿Por qué vas a hacer cálculo? —preguntó Amy.
—Te hace falta para ingeniería —respondió David.
—¿Y por qué no esperas a estar en la universidad? —preguntó Brian.
—Me han dicho que es tan difícil que tienes que hacer el curso dos veces para entenderlo todo. Por eso he pensado en hacer un curso ahora y otro después.
Amy le dio con el codo a Laurie.
—Me parece que este novio tuyo es muy extraño.
—Hablando de extraños... —susurró Brian, inclinando la cabeza hacia Robert Billings.
Todos miraron en aquella dirección. Robert estaba sentado solo en una mesa, enfrascado en un cómic de Spiderman. Movía los labios mientras leía y tenía una mancha de ketchup en la barbilla.
—¿Habéis visto que se ha pasado toda la
peli
durmiendo? —preguntó Brian.
—No se lo recuerdes a Laurie —dijo David—. Está muy afectada.
—¿Por la
peli
? —preguntó Brian.
Laurie miró con malos ojos a David.
—¿Tienes que contárselo a todo el mundo?
—Bueno, es verdad, ¿no?
—Anda, déjame en paz.
—Entiendo lo que sientes —dijo Amy—. A mí, me pareció espantosa.
Laurie se volvió hacia David.
—¿Lo ves? No soy la única que está horrorizada.
—Si yo no he dicho que no me horrorizara —se justificó David—. Lo que he dicho es que ya pasó. Hay que olvidarlo. Ocurrió una vez y el mundo aprendió la lección. Ya no volverá a ocurrir.
—Espero que no —dijo Laurie, mientras cogía su bandeja.
—¿Adónde vas? —preguntó David.
—Tengo que escribir para
El cotilleo.
—Espera —dijo Amy—. Voy contigo.
Brian y David se quedaron mirando a las chicas que se iban.
—¡Caramba, cómo le ha afectado esa
peli
! —dijo Brian.
—Sí, siempre se toma estas cosas demasiado en serio —afirmó David, asintiendo.
Amy Smith y Laurie Saunders se sentaron en la sala de
El cotilleo
y se pusieron a charlar. Amy no trabajaba en el periódico, pero muchas veces iba a la sala de publicaciones con Laurie. La puerta podía cerrarse con llave y Amy se ponía a fumar al lado de una ventana abierta, echando el humo afuera. Si llegaba un profesor, podía tirar el cigarrillo por la ventana, sin que se notara el olor del tabaco en la sala.
—Qué
peli
más espantosa —comentó Amy.
Laurie asintió sin decir nada.
—¿Os habéis peleado tú y David? —preguntó su amiga.
—No —respondió Laurie, sonriendo un poco—. Pero me gustaría que se tomara en serio alguna otra cosa que no fuera el fútbol americano. No sé... A veces es demasiado deportista.
—Pero saca buenas notas. Por lo menos no es un deportista tonto, como Brian.
Las dos se rieron un momento.
—¿Por qué quiere ser ingeniero? Debe de ser tan aburrido —comentó Amy.
—Quiere ser ingeniero informático. ¿Has visto el ordenador que tiene en casa? Lo hizo él mismo con una maqueta.
—Pues no sé cómo, pero no lo he visto —respondió Amy, burlona—. Por cierto, ¿habéis decidido qué vais a hacer el año que viene?
Laurie movió la cabeza.
—A lo mejor vamos juntos a algún sitio. Depende de dónde nos admitan.
—Seguro que tus padres estarán encantados.
—No creo que les importe mucho.
—¿Y por qué no os casáis?
—Anda, Amy —respondió Laurie—. Bueno, supongo que quiero a David, ¿pero quién piensa en casarse ya?
—Bueno, no sé —apuntó Amy, sonriendo y tomándole el pelo—. Si David me pidiera que me casara con él, creo que me lo pensaría.
—¿Quieres que se lo insinúe? —preguntó Laurie, echándose a reír.
—Venga, Laurie. Ya sabes lo que le gustas. A las otras chicas, ni las mira.
—Más le vale.
Laurie notaba cierta melancolía en la voz de Amy. Desde que Laurie había empezado a salir con David, Amy también había querido salir con otro jugador del equipo. A Laurie le molestaba que, más allá de su amistad, hubiera una rivalidad constante entre ellas por los chicos, por las notas, por ser más popular y por todo en lo que pudieran competir. Aunque eran muy buenas amigas, esta constante rivalidad impedía que pudieran estar realmente unidas.
De repente, se oyó un golpe en la puerta y vieron que alguien intentaba abrirla. Las dos chicas se sobresaltaron.
—¿Quién es? —preguntó Laurie.
—Soy Owens, el director —contestó una voz grave—. ¿Por qué está cerrada la puerta?
Amy estaba muerta de miedo. Tiró el pitillo enseguida y empezó a buscar en la cartera un chicle o un caramelo de menta.
—Vaya, quizá la haya cerrado por error —respondió Laurie, mientras iba hacia la puerta.
—¡Pues ábrela inmediatamente!
Amy estaba aterrada.
Laurie la miró con impotencia y abrió la puerta.
Afuera, en el pasillo, estaban Carl Block, el periodista de investigación de
El cotilleo
, y Alex Cooper, el crítico musical. Los dos estaban riéndose.
—¡Ostras, vosotros teníais que ser! —exclamó Laurie enfadada.
Detrás de ella, Amy parecía estar a punto de desmayarse, mientras los dos bromistas oficiales del instituto entraban en la sala.
Carl era un chico alto, delgado y rubio. Alex, que era moreno y macizo, llevaba puestos unos auriculares conectados a un pequeño aparato de música.
—¿Estáis haciendo algo ilegal? —preguntó Carl con picardía, subiendo y bajando las cejas.
—Me habéis hecho tirar un pitillo estupendo —protestó Amy.
—Ay, ay, ay —dijo Alex, con una mirada de desaprobación.
—¿Cómo va el próximo número? —preguntó Carl.
—¿Cómo quieres que vaya? —dijo Laurie exasperada—. Ninguno de los dos ha entregado lo que tenía que hacer.
—¡Vaya! —exclamó Alex, mirando el reloj y dirigiéndose a la puerta—. Ahora me acuerdo de que tengo que coger un avión para Argentina.
—¡Ya te llevo yo al aeropuerto! —dijo Carl, mientras le seguía hacia la puerta.
Laurie miró a Amy y movió la cabeza, cansada.
—Vaya par —murmuró, cerrando el puño.