Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
Ofelia pareció aliviada de que al final comprendiera a dónde quería llegar.
—Eso es exactamente lo que queremos. Tomar la
Astron
y volver... volver al único planeta que sabemos que tiene vida.
—¿Y por qué no lo hacéis? —grité—. Elegid a un nuevo Capitán y volved. Debería resultar fácil, ¡sólo sois trescientos contra uno!
Ofelia se me quedó mirando con frustración.
—El motor de la nave está vinculado al ordenador y el ordenador sólo recibe órdenes del Capitán. Sólo él puede dirigir la nave... se aseguraron de eso cuando la lanzaron. No querían que la tripulación tomara la nave y regresara demasiado pronto a la Tierra. Ya que no podían programar a todo el mundo, se decidieron a programar a Kusaka. Si quieres ser poético, la mano de un muerto controla la
Astron
, Gorrión.
Me quedé mirándolos, más desconcertado con frustración.
—¿Y por qué me lo cuentas? No os creo, y aunque lo hiciera, no hay nada que pueda hacer... —Me interrumpí, consciente al fin de qué era lo que querían—. ¡Q-queréis que me una a vosotros! ¡Queréis comenzar un motín que n-no podéis ganar y queréis que me una a vosotros!
Estaba atrapado entre las lágrimas y la risa. Querían que me uniera a ellos en un motín en contra del hombre que más admiraba a bordo, y así destruir el poco significado que tenía mi vida. Y Cuervo y Gavia, que supuestamente eran mis mejores amigos, eran parte de eso. Incluso Agachadiza.
—¿Por qué me lo contáis a
mí
? —repetí—. No soy nadie.
Hubo otro largo silencio, roto cuando Ofelia dijo con voz tensa:
—No te las des de importante creyéndote que eres el único con el que hablamos.
—No podéis ser tan tontos —dije, airado—. Jamás me uniría a un motín contra el Capitán.
Entonces me di cuenta de lo que estaba en juego y la fanfarronería me abandonó. Me habían contado demasiado, no podían permitir que saliera vivo del compartimento.
—¿De qué os serviría yo? —dije lentamente—. No sé nada acerca de la nave, no puedo ayudaros de ninguna manera...
Mientras hablaba, mis ojos recorrieron nerviosamente todo el compartimento, buscando con desespero algo que usar como arma. Finalmente lo encontré, un pedazo de tablilla de escritura rota pegada bajo la repisa que sostenía la terminal del ordenador. Me lancé a por ella, y luego la blandí como un cuchillo. Intenté poner cara de ferocidad, dejando los dientes al descubierto mientras manipulaba a tientas la escotilla con la otra mano.
Lo que me dejó desconcertado fue la expresión de sorpresa y turbación que había en sus caras.
—¿Qué estás haciendo, Gorrión? —preguntó Agachadiza. Le temblaba la voz; estaba muy asustada.
Ofelia extendió la mano hacia mí y cerró los dedos formando un puño, y luego volvió a abrir la mano extendiendo los dedos uno a uno.
—No existe otra cosa en el universo que pueda cometer un acto así, Gorrión... pero nos ha costado más de cien generaciones el darnos cuenta. —Retorció la muñeca y dobló la mano hacia delante y atrás y yo la seguí con los ojos—. La vida es algo demasiado escaso y valioso. Ninguno le haría daño a nada vivo. Ninguno de nosotros podría hacerlo.
Agarré con firmeza la tablilla.
—Alguien mató a Judá —acusé—. Vi las manchas de sangre en la moqueta.
Por primera vez desde que la conocía, Agachadiza parecía a punto de llorar.
—Quise decírtelo antes, Gorrión. Nadie mató a Judá; él mismo se mató.
—¿Se suicidó? —Me quedé asombrado. En una nave donde la vida era tan valorada, me era difícil comprender algo así... puede que le resultara incluso más difícil a ellos.
Agachadiza asintió.
—Ninguno de nosotros puede tomar una vida, Gorrión. Excepto la propia.
Noé tenía una expresión de desesperación.
—Si la
Astron
entra en la Oscuridad, no podremos reaprovisionarnos de masa y minerales cada cinco años más o menos como venimos haciendo. Nos quedaremos sin suministros vitales rápidamente y la
Astron
morirá en ocho o diez generaciones.
—Pueden ocurrir muchas cosas en ocho o diez generaciones —dijo con frialdad.
La expresión de Noé reflejaba tristeza.
—No tendremos tanto tiempo, Gorrión. Judá perdió la fe y habrá otros a los que también les ocurra lo mismo. El peligro está presente ahora, en esta generación.
Cuando los tripulantes acudían a Reducción, era con el conocimiento y la esperanza de que se donaban a sí mismos a las generaciones venideras. Pero para Judá no existió tal futuro.
Bajé la mano en la que aferraba el trozo de tablilla y me quedé mirándolos, intentando decidir qué hacer.
—Se lo diré al Capitán —dije al fin—. Nos dará una respuesta.
—Y nos incriminarás a todos —se rió cínicamente Ofelia.
—Si lo hace —dijo Cuervo, hablando apasionadamente por primera vez desde que comenzó la discusión—, también se incriminará a sí mismo.
—¡Mientes! —grité.
Negó con la cabeza, ignorando una objeción susurrada por Noé.
—Eras de los nuestros antes, Gorrión... Fuiste tú el que nos persuadió a Gavia y a mí de unirnos a ti, para empezar.
No sabía si Cuervo mentía o no, pero por primera vez desde que había perdido la memoria en Seti IV, no quería recuperarla. No quería saber quién había sido en qué creía o cómo me había involucrado. Estaba a salvo de los amotinados: si creía las palabras de Ofelia, al cabo de cien generaciones la tripulación había aprendido a amar tanto la vida que no podrán arrebatarla aunque la suya propia dependiera de ello.
Pero el Capitán se había educado en un mundo donde la vida era algo común y supe instintivamente que esa reluctancia no se le podría aplicar.
N
o tenía nada más que decirles, o ellos a mí. Noé dejó que su bandeja flotara hasta la cubierta y miró con consternación a Ofelia. Ninguno de los dos dijo una palabra. Cuervo puso su mano sobre mi hombro como si quisiera razonar conmigo algo más, pero estaba cansado de palabras y discusiones que no podía ganar y aparté su mano. Desaseguré la escotilla y me deslicé atravesando la pantalla de intimidad.
Mi deber estaba claro, y era informar al Capitán. Me impulsé a patadas atravesando los diferentes niveles pero me descubrí más reacio a hacerlo según me acercaba al puente. Lo que tenía que contarle al Capitán significaría castigo para los conspiradores. Dos de ellos habían sido buenos amigos. Me temía estar enamorándome de otra, y otro más había «mostrado interés» en un momento en el que necesitaba desesperadamente que alguien me mostrara afecto y atención.
Pero el Capitán
los
castigaría, y la naturaleza de ese castigo me detenía en mi propósito.
Todavía pensaba en ello cuando pasé por el nivel que contenía el pasillo del bazar. Me aparté de mi camino para echarle un vistazo a un par de libros a la venta mientras decidía qué iba a hacer acerca del motín. Dos páginas de un antiguo texto sobre astronomía no me llevaron a ninguna conclusión. Esperaría un período o dos y vería qué ocurría. Ofelia y Noé debían haber hablado con otros tripulantes aparte de mí, y seguramente no todos ellos se quedarían callados.
Durante el siguiente perídodo de comida, Ofelia me ignoró como solía. Aparentemente, Cuervo y Gavia eran tan amistosos como siempre, pero había una corriente de tensión subterránea suficiente para que Zorzal echara miradas en dirección a Cuervo y a mí, con sus pálidos ojos llenos de curiosidad. Quince minutos antes del fin del período, Noé dispuso el tablero de ajedrez y estudió las piezas como si fuera a jugar contra sí mismo. Tras un minuto o dos floté hasta allí. Mantener una rutina era algo de extrema importancia, pues de lo contrario Banquo podía darse cuenta de que pasaba algo, al igual que Abel.
Me aseguré a una caja para no salir flotando e intenté decidir mi jugada de apertura, con la mente todavía llena de revueltas y motines.
—La primera jugada siempre es la más difícil —dije, disculpándome por la tardanza en empezar.
—No, si tienes un plan de juego.
Adelanté un peón, y luego lo retiré.
—No hemos decidido quién juega con las blancas.
—Tú empiezas, Gorrión —dijo con un encogimiento de hombros—. Es tu jugada.
Le dediqué una mirada intensa. El verdadero sentido de las palabras era un duelo verbal sobre el motín, y ésa era un tablero en el que perdería la partida. Decidí concentrarme en el de ajedrez.
Así que no acudí al Capitán. Gradualmente me encontré saludando a Cuervo con una inclinación de cabeza cuando nos encontrábamos en los pasillos, y luego nos apartábamos de nuestro camino para ser corteses el uno con el otro. Finalmente, durante un período de sueño, me deslicé en su compartimento para admirar la vista desde la balconada, fumar un poco y oír los últimos cotilleos de boca de Cuervo y Gavia.
No mencioné la reunión, pero después, cuando Cuervo y yo estuvimos a solas en el pasillo vacío, dije:
—¿No tienes miedo?
—¿De qué?
—De que vaya al Capitán a contarle lo de la reunión.
—Si fueras a hacerlo, lo habrías hecho inmediatamente después.
—Puede que todavía lo haga —dije, irritado.
—Has perdido tu oportunidad, Gorrión... ahora es demasiado peligroso.
Me quedé perplejo.
—¿Qué quieres decir?
—Lo primero que preguntará el Capitán es por qué no se lo contaste antes.
—No se lo conté antes porque no quería delatar a mis amigos —dije, ofendido.
—Es que no piensas. —Cuervo bajó la voz. Podía sentir el ligero movimiento del aire a mis espaldas. Alguien se acercaba—. El Capitán no te dará una medalla por anteponer la lealtad a tus amigos a la lealtad hacia él. Pensará que te retrasaste porque estabas considerando el unirte a nosotros.
—Pero no es cierto —dije con indignación.
Cuervo suspiró.
—Usa la cabeza, Gorrión. —Me dio una palmada en el hombro y desapareció por el pasillo impulsado por una patada, dejándome allí preguntándome si no tendría razón. Se habían arriesgado mucho intentando reclutarme. Puede que Cuervo dijera la verdad en la reunión: quizá hubiera estado involucrado antes, aunque no sabía ni cómo ni en qué grado. Pero si había sido tan importante para ellos antes, probablemente seguía siendo importante para ellos ahora. Volverían a intentarlo de nuevo.
El riesgo estaba en que alguien más los descubriera y se lo dijera al Capitán. Y como yo había callado, sería considerado tan culpable como ellos.
L
a clave estaba en quién había sido yo y qué había hecho en el pasado. La única persona que podía ayudarme era Julda, pero no había abandonado su papel desde aquella vez en el comedor cuando me había sugerido que si quería descubrir mi pasado, debería estudiar mi presente.
No había tenido oportunidad de hablar con ella a solas para preguntarle qué quiso decir. Incluso cuando almorzaba con ella y Noé siempre representaba el papel de la esposa devota que marcaba la comida en la máquina dispensadora, y luego se sentaba en silencio en un rincón, leyendo en la pantalla de la terminal o entretejiendo un tapiz hecho con cables mientras Noé y yo jugábamos al ajedrez.
Esperé mi oportunidad: en un período cuando Noé había sido llamado a Exploración, me deslicé por su pantalla de intimidad tras anunciarme primero y tras recibir permiso.
Me ofreció una colpasitaza de té, y luego se relajó en la silla suspendida del compartimento, una mujer rolliza y morena con ojos demasiado brillantes e inteligentes para el papel de matrona que representaba. Me hizo un gran honor al no dejarme que malgastara el tiempo intentando derribar su fachada.
—He oído cosas acerca de ti, Gorrión, por parte de Noé y Ofelia. Cuervo y Gavia te mencionan de vez en cuando. Lo mismo pasa con Corin, cuando pasa por aquí. Y con Agachadiza.
—Lo sabes —dije.
—¿Lo de la reunión? Por supuesto. Pero cometes un error al creer que esos seis son los únicos miembrso. —Leyó mi cara y sonrió—. El motín es un secreto a voces. Puedes ahorrarte la visita al Capitán, aunque creo que ya lo has hecho.
—Tienes tus lealtades. No abusarías de ellas.
—Yo no hablo —dijo secamente—. Observo. Todo el mundo respeta eso.
—¿Y el Capitán?
—Tiene sus propios ojos. No necesita los míos.
—¿Qué es lo que observas? —pregunté.
Sonrió y apretó una ampolla de líquido en el interior de su taza. Me llegó el olor y me pregunté de qué se trataba. Más tarde, Gavia me contaría lo de la destilería secreta que había a bordo.