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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (14 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Ofelia estaba siluteada contra el Exterior, flotando sobre un fondo de cristales rotos. Señaló los brazos de la galaxia y la oscuridad entre ellos.

—Kusaka quiere llevar a la
Astron
a una región donde las estrellas están más juntas y son más antiguas y donde, supuestamente, habrá más planetas que explorar. Teóricamente, eso incrementaría nuestras oportunidades de encontrar vida. —Puso la palma de la mano sobre el borde de uno de los brazos de la galaxia, a dos tercios de la distancia al centro—. Aquí fue donde empezamos. —Movió la mano a un cercano conglomerado de estrellas, más cerca del centro—. Aquí es adonde vamos. Pero para llegar hasta allí, tenemos que cruzar la Oscuridad.

Señaló la negrura intermedia y me quedé en silencio durante un momento. Contemplé el espacio vacío que cubría su mano e intenté traducirlo en distancia y tiempo. Me estremecí.

—Nos llevaría un millar de generaciones. Los sistemas planetarios son escasos y muy apartados los unos de los otros. Nos quedaríamos sin masa para los conversores, así como sin los elementos que necesitamos para sobrevivir y hacer reparaciones. Y nos quedaríamos sin ellos en el transcurso de una generación... de
esta
generación, Gorrión —titubeó, y luego dijo sin emoción alguna—: Y aunque esa parte del espacio no estuviera vacía, jamás conseguiríamos llegar al otro lado. La
Astron
se cae a pedazos, no puede lograrlo.

—El Capitán conoce la nave tan bien como usted —objeté, temblando interiormente de pánico y furia—. ¿Por qué iba a arriesgar nave y tripulación?

—Porque no puede evitarlo —dijo Ofelia con amargura.

Me sentí confuso, no tenía sentido. Noé entró en la discusión, señalando los puntos con los dedos.

—Los requisitos para el puesto de capitán cuando el Lanzamiento eran muy específicos. No querían un hombre que careciera de coraje o determinación, y tampoco querían un hombre que volviera a la Tierra demasiado pronto. Así que escogieron a un hombre del que estaban seguros que... creía.

Ofelia interrumpió con impaciencia.

—Lee su biografía en la matriz del ordenador, Gorrión, eso al menos sí está ahí. Michael Kusaka era un piloto de aeronave en la Tierra, luego paso a llevar carga a la Luna y a las colonias O'Neill. Cuando se presentó voluntario para la misión interestelar, lo escogieron porque era uno de los pocos que podía soportar los tratamientos médicos. Era el miembro más importante de la tripulación y se aseguraron de que fuera inmune a todas las enfermedades degenerativas... nadie sabía entonces que uno de los efectos secundarios sería una longevidad extrema. El tratamiento también lo esterilizó, pero dudo que eso le importara mucho.

»Y lo que era igualmente importante, Kusaka creía sinceramente en la existencia de vida alienígena en el universo. Reforzaron esa creencia con un intenso adoctrinamiento psicológico y lo enviaron al exterior sabiendo que no regresaría, que no
podría regresar
, hasta que la encontrara. Tuvieron un éxito enorme a la hora de programarlo. Más de cien generaciones después, el Capitán sigue con su búsqueda.

—La encontrará —dije, mostrando mi confianza en el Capitán.

—¡Eso es sólo una creencia de tipo religioso! —restalló Ofelia.

—A mí me convenció —dije, con la voz agudizada por la furia—. Y también os convencería a vosotros si tuvierais el valor de preguntarle en persona.

Ofelia me miró con desprecio.

—¿Preguntarle? ¡No
tengo
que preguntarle! ¡Han transcurrido un centenar de vidas, Gorrión, hemos explorado un millar de sistemas y mil quinientos planetas, desde gigantes gaseosos a piedras peladas desprovistas de atmósfera, y no encontramos nada, ni una pulga, ni un microbio, ni una simple célula viva! ¡La única vida en el universo es la que hay dentro de esta nave y sobre esa capa de escoria verde que cubre la Tierra!

Se detuvo para recuperar el aliento. En el repentino silencio que se hizo podía oír mi propia respiración resollando en mi nariz. Repentinamente, tuve miedo de ella y de sus convicciones. Tibaldo era un creyente, y ella también, pero no creían en lo mismo. Me sentí aterrorizado de tener que escoger entre ambos.

—Estamos tú, yo, y otros trescientos más a bordo de la
Astron
. Somos la única vida que hay en años luz a la redonda. No existen los hombres langosta de Galileo III y tampoco hay ninguna civilización avanzada de babosas en Quietus II. ¡No existen, no existieron y no existirán!

Extendió los brazos para abarcar todo el panorama del Exterior, de manera muy parecida a como lo había hecho el Capitán en el puente.

—¡No hay nada ahí fuera, Gorrión! ¡Nada de nada!

9

O
felia tocó la terminal y la imagen del Exterior se desvaneció dando paso a la húmeda superficie del mamparo. Miré a Cuervo y Gavia en busca de ayuda, pero ambos se habían quedado petrificados.

—No te creo —dije, desesperado.

Noé suspiró. Era su turno de intentar convencerme.

—Los seres humanos siempre han tenido la esperanza de no estar solos en el universo, Gorrión. Mucho antes de que la
Astron
fuera lanzada, creían que quizá podía haber vida en Venus y Marte. No la había. Luego pensaron que puede que hubiera vida en algunos de los satélites de los gigantes gaseosos. Una vez más se llevaron una decepción. Antes de construir la
Astron
, se pasaron décadas con radiotelescopios escuchando señales procedentes de otros sistemas. No escucharon nada. Y nosotros tampoco. Oh, nuestro equipo recibe lo que creemos que son señales, pero inevitablemente resultan ser debidas a fenómenos planetarios que no tienen nada que ver con la vida. No nos hemos tropezado con nada que hayamos podido relacionar con vida inteligente, ni siquiera una mísera esfera de Dyson.

—¡La encontraremos! —Estaba al borde de las lágrimas.

—Era una broma, Gorrión. —Se quitó las gafas y se limpió las gruesas lentes con el faldellín. Estaba a punto de darme un sermón y no quería escucharlo. No tenía el conocimiento para refutar lo que me dijera y si me convencía de que tenía razón, destruiría todo aquello que me era valioso.

—Gorrión, sólo hay un número determinado de estrellas que se forman cada año en la galaxia, y sólo un número determinado de ellas podrían tener vida. El desarrollo de la vida lleva tiempo. Algunas estrellas son demasiado pesadas y tienen una vida demasiado corta. Otras son binarias y no pueden tener planetas, mientras que otras son inestables por varias razones. Como resultado, sólo una pequeña fracción de las estrellas puede tener sistemas planetarios.

Su voz se filtró como humo entre los resquicios de mis creencias.

—Eso sí que lo sabes, ¿no es así?

Pensé en todas las preguntas que me había hecho durante las comidas y las docenas de veces que me había enviado al ordenador a buscar una respuesta. Me había estado educando para esta reunión.

—Parece que hemos encontrado un cierto número de sistemas.

Asintió.

—Hemos tenido suerte, si lo quieres decir así. Pero los únicos planetas que importan son los que están en la ZCH, la zona continua habitable. Si están demasiado cercanos a la primaria, los gases y los líquidos con bajo punto de ebullición desaparecerían del planeta. Si están demasiado lejos, todos los volátiles permanecen y obtienes los gigantes gaseosos. La única oportunidad para la vida está en el medio, en los planetas de núcleo de hierro con agua y atmósfera.

—La vida es escasa. Lo sabemos.

—Quizá no sepas cuán escasa, Gorrión —dijo haciendo una pausa el profesor quisquilloso y eligiendo cuidadosamente sus palabras.

—Tienes que tener vida y tienes que tener una atmósfera. Si el planeta está demasiado cercano a su sol, el vapor de agua no puede condensarse en océanos, se queda en la atmósfera. El dióxido de carbono de los volcanes también se queda en la atmósfera y la temperatura de la superficie del planeta está demasiado alejado, el agua se congela y obtienes un erial helado desprovisto de vida.

—Ya lo sé —dije sarcásticamente. Tenía una buena idea de a dónde pretendía llegar.

—La ZCH es pequeña —continuó el profesor, ignorándome—. Alarmantemente pequeña. Algunos científicos creen que si la Tierra hubiera estado un cinco por ciento más cerca del sol, hubiera sido otro Venus. Un uno por ciento más alejada, y hubiera sido otro Marte... ésos son los planetas que flanquean a la Tierra.

Me prometí a mí mismo que lo miraría luego, aunque estaba seguro de que no se lo inventaba. Los demás estudiaban mi cara para ver mis reacciones, pero la mantuve tan inexpresiva como pude.

Noé carraspeó.

—Incluso en un planeta situado en la ZCH, tiene que haber una atmósfera reductora con una fuente energética que produzca los aminoácidos que constituyen las proteínas que a su vez son la base de la vida.

Hizo una pausa, esperando a que yo asintiera, y sonrió ligeramente cuando lo hice.

—El siguente paso es crucial. Las moléculas orgánicas simples tienen que estar escudadas de la radiación ultravioleta de la primaria. Eso requiere grandes masas de agua, un océano, para protegerlas. Sin protección, las moléculas se rompen tan pronto como se forman. Y los océanos de agua son raros... extremadamente raros.

Quería desesperadamente taparme los oídos con las manos.

—Pero hay algo que es aún más raro. El paso siguiente en la creación de vida es cuando los aminoácidos forman cadenas largas. Sueltos en el océano, se apartan con tanta facilidad como se unen. Tiene que haber una forma de concentrarlos. Una vez que se llega a un cierto nivel de concentración, forman cadenas largas, moléculas más complejas, automáticamente. Calentar cuerpos de agua aislados podría ayudar, como por ejemplo charcos de marea alentados por lava caliente y que ocasionalmente son renovados por el océano.

Me miró con curiosidad:

—Te mandé a mirar eso en el ordenador, ¿no es así?

No respondí y se inclinó hacia mí, como si la cercanía pudiera convencerme.

—¿Lo entiendes, Gorrión? Los charcos de marea implican mareas y eso a su vez implica una luna lo suficientemente grande como para crearlas, aunque no con demasiada frecuencia, porque el charco quedaría demasiado diluido entonces. Una combinación de primaria y luna crearía mareas más grandes con menos frecuencia, y ése sería un medio perfecto. Lo que se requiere, entonces, es un planeta que tenga masas de tierra, océanos y un satélite del tamaño necesario para crear las mareas apropiadas. Una combinación rarísima. Eso concentraría los aminoácidos simples y se combinarían formando cadenas más largas.

De algún lado me llegó al rescate un conocimiento de física que no sabía que tenía.

—Podrías concentrar los aminoácidos mediante congelación —dije con engreimiento.

—Bien pensado, Gorrión —asintió con aprobación—. Pero reducir la temperatura ralentizaría el proceso, llevaría demasiado tiempo.

Me maldije por escucharlo.

—¿Cuánto tiempo?

—Probablemente más que la vida del universo.

No tenía los hechos y los datos para rebatirlo, aunque estaba seguro de que el Capitán sí. Entonces un pensamiento fugaz se me apareció y me aferré a él como me podría haber agarrado a una de las anillas de los mamparos.

—Estás hablando de vida...

—... como la conocemos —me interrumpió, anticipándose a mi objeción—. Vida basada en el carbono. El carbono es abundante y forma cadenas lo suficientemente largas para producir ADN, que contiene millones de átomos. El silicio también es abundante y forma cadenas, pero sus cadenas sólo tienen de treinta a cuarenta átomos. En un planeta con nitrógeno líquido, las cadenas serían más grandes... pero a esa temperatura, el proceso llevaría un tiempo infinito.

Podía sentir cómo palidecía al huir la sangre de mi cara. Ofelia tenía razón. Si había otra vida en el universo no era tanto una cuestión de ciencia como una cuestión de fe. Y Noé estaba atacando mi fe.

—Algunos de los requisitos de la vida se encuentran con facilidad. Otros son posibilidades remotas. Si lo pones todo junto tienes una improbabilidad estadística, tan improbable que sólo conocemos una anomalía así en la galaxia. Quizá sólo una en todo el universo.

Se echó hacia atrás en la silla y suspiró, sabiendo que no me había convencido.

—Estoy de acuerdo con Ofelia, Gorrión. Ahí fuera no hay nada. La
Astron
ha pasado más de cien generaciones buscando algo que no existe.

—¿Y cuánto de la galaxia hemos explorado en realidad? —dije con desprecio—. ¿La millonésima parte de un uno por ciento? ¿Puede que el doble?

—Mucho más que eso —restalló Ofelia—. Los radiotelescopios de a bordo han examinado el espacio durante dos mil años, cientos de miles de estrellas y millones de frecuencias. —Ahora le tocaba a ella hablar con desprecio—. No hay nada ahí fuera —repitió—. Nada de nada.

—Eso no-no es cierto —tartamudeé por la ira—. El Capitán dijo que habíamos descubierto señales en la frecuencia del hdiroxilo procedentes de Aquinas II.

Noé se encogió de hombros.

—Hemos descubierto señales en el rango del hidroxilo antes, cientos de veces. Ya te lo dije, todas ellas eran explicables por causas que no tenían nada que ver con ningún tipo de vida.

—Queréis volver —solté de repente—. Queréis adueñaros de la nave y volver. —Era lento de entendederas, pero no tan lento como para no reconocer a un grupo de amotinados en cuanto lo veía.

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