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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (58 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Había empleado unos valiosos minutos en hacer que mi amistad con Mike se desvaneciera, para darme cuenta de que, por su parte, su amistad conmigo había desaparecido hacía dos mil años. Lo que el poder no había corrompido, lo había hecho el tiempo. Lo que me había contado me había afectado e impresionado, como era su intención. Pero no había impresionado a Gorrión ni a Hamlet ni a ninguno de los demás que habitaban dentro de mí.

Se habían anticipado al engaño y me habían preparado para ello.

E
ra rápido y fuerte. Pero yo no sufría de la sensación de inferioridad que tenía Gorrión, ya antes había vencido a Mike. Seguía aferrado a la pistola de proyectiles y lo agarré por la muñeca y se la golpeé contra la repisa. Gruñó y me dio un rodillazo en la entrepierna. Lo solté y salí disparado por el compartimento, haciéndome un rasguño en el cuero cabelludo. Cuando sacudí la cabeza, lancé al aire un fino torrente de glóbulos rojizos.

Me volví hacia él y vi en su cara la misma concentración intensa que había visto cuando jugamos a la pelota. No jugaba para perder.

Me lancé contra él y volvió a disparar la pistola. Me contorsioné en el aire, estrellándome contra la librería. El aire se llenó repentinamente de pedacitos de papel y plástico y contuve el aliento mientras atravesaba la nube. Agarré su muñeca con ambas manos y otra vez intenté hacer que soltara la pistola.

Ambos teníamos puntos de apoyo. Él había pasado la pierna por uno de los montantes a los que estaba atada su hamaca y yo hacia la palanca contra la repisa con la mía. Era una prueba de pura fuerza y él era más fuerte. La mano con la que sostenía la pistola giró lentamente hasta que la tuve apuntada directamente al centro de mi pecho. Podría haberme apuntado con la misma facilidad a la cabeza; pensé lúgubremente que sólo nuestra antigua amistad se lo impedía. Hubiera sido demasiado incluso para él ver mis rasgos explotar en una nube de sangre y huesos.

—Lo siento, Ray —murmuró—. Esto no es fácil.

Pero a mí me parecía demasiado fácil. Podía oír a Gorrión gritando en silencio, no sólo porque si yo moría él también moriría, sino porque si no lo hacía probablemente mataría a su Capitán. Gorrión jamás se había recuperado de aquel primer encuentro con el Capitán en el puente.

Había conseguido mantener mi mano en su muñeca y la empujé bruscamente a un lado justo antes de que apretara el gatillo. La pistola no funcionó. Como todo lo demás a bordo, estaba corroída y oxidada. Se la arranqué de la mano y la tiré a un rincón.

Mike me dio un codazo en las costillas y reculé sin control. Era más rápido que yo maniobrando en gravedad cero. Mi espalda chocó contra el mamparo mientras él rodeaba mi garganta con sus manos, sus pulgares apretando contra mi tráquea. Esperé a que se hubiera asentado en la posición, luego entrelacé mis manos y las levanté entre sus brazos, rompiendo su presa.

Nos apartamos, terminando en extremos opuestos del compartimento. Mi respiración era dolorosa y seguía perdiendo sangre por la herida de la cabeza. Frente a mí, Mike intentaba desesperadamente recuperar una apariencia de calma pero su piel relucía con el sudor y su respiración era tan trabajosa como la mía.

—Durante dos mil años, has sido la única persona con la que podía hablar de verdad... eras mi único vínculo con las tripulaciones originales. —Destelló una sonrisa—. El universo no es sólo... más extraño de lo que suponemos, sino que es más extraño... de lo que jamás
podamos
suponer. Ésa solía ser tu cita favorita, Ray. —Me tendió una mano—. Ven... con nosotros —me rogó, y juraría que pude sentir a una parte de mí responder a su oferta.

—Claro, Mike —dije, y no me sentí culpable cuando lo embestí con la cabeza en el estómago una fracción de segundo más tarde y pasé mis brazos alrededor de su cintura. Lo tenía en una presa de oso y apreté mientras él se agitaba en el aire, intentando respirar desesperadamente. Cuando se quedó flácido, aflojé la presa y lo arrastré por la escotilla hasta el compartimento que contenía las criptas preservadoras de la tripulación de regreso.

—Míralos, Mike. Casi parece que están vivos, ¿no? ¿Te acuerdas de Selma? ¿Y de Iris? Hubo un tiempo en que bebías los vientos por Iris. ¿Y Bobby? Te adoraba, hubiera hecho cualquier cosa por ti, y al final murió por ti. Novecientos hombres y mujeres, Mike, y tú los asesinaste a todos.

—No tenía... elección —murmuró, y apartó la cabeza. Lo agarré por el pelo y le retorcí la cabeza de forma que mirara directamente a las criptas y las figuras inmóviles de su interior.

—¡Asesinaste a novecientas personas para poder seguir adelante y jamás encontraste una puñetera cosa! ¡No quieres volver porque eso sería admitir que fue para nada y no puedes enfrentarte a eso!

Alzó la mirada hacia mí, entonces, con la cabeza oscilándole y los ojos muy abiertos y llenos de horror. Durante dos mil años, la
Astron
había sido su escenario y había hecho el papel del Capitán. Ahora la función se había acabado y volvía a ser Michael Kusaka, un hombre normal que había vivido demasiado y se había perdido a sí mismo con los años.

—En cada período de sueño les pido perdón —susurró—. ¡Y me perdonan, Ray! ¡Me perdonan!

No pude mirarlo. Tendría que elegir entre la compasión y la justicia y no estaba seguro de poder elegir. Mike se había convertido en el Judío Errante, dando vueltas a sus quinientos metros de cubierta de acero, rezando por la absolución cada noche y buscándola cada mañana. Las únicas tripulaciones que habían sido reales para él eran la suya y la mía, la tripulación de reemplazo, congelada en sus criptas preservadoras. Las tripulaciones que vinieron después eran copias defectuosas, rostros que no recordaba, nombre que olvidaba rápidamente.

Si Zorzal le hubiera rechazado, Mike se habría adentrado en la Oscuridad él solo, un hombre alienado cuya alienación se había vuelto terminal.

Para Mike, la inmortalidad relativa se había convertido en dos mil años de condenación.

Repentinamente se retorció entre mis manos y perdí mi agarre, tenía los dedos resbaladizos por la sangre y el sudor. Salió de debajo de mis brazos, con los dedos extendidos hacia mi pistola, que había acabado en este compartimento, donde flotaba en el aire a un metro de distancia. Si llegaba a ella, sabía que no tendría tanta suerte una segunda vez.

La cogí antes de que él llegar a la pistola, girando en el aire de forma que quedé frente a él con la pistola en la mano. Vi cómo el color desaparecía de su cara y la cordura volvía lentamente a sus ojos.

Luché por recuperar el aliento, las palabras me salían en ráfagas cortas.

—Vamos a volver...

Sonrió y levantó las manos.

—Tú ganas, Ray.

Estaba de espaldas a las criptas preservadoras y por encima de su hombro pude ver los rostros muertos de Selma y Bobby Armijo, de Lewis, Tom y Rich. Ahora yo era el Capitán, y conocía el castigo por lo que había hecho Mike, tanto a mi tripulación como a la de Gorrión. Recordé cómo se había sentido Gorrión cuando apretó la hoja contra la garganta de Zorzal. Ahora me sentía igual que él, y en mi interior, Gorrión se mostró de acuerdo.

Sabía que Mike no se había rendido. Y supe que Gorrión no podía permitirse perder, no esta vez.

—... sin ti —terminé la frase.

Apreté el gatillo de la pistola; al mismo tiempo, Mike se abalanzó contra mí. La bala le dio en el hombro y lo empujó hacia atrás, enviándolo contra la cripta de preservación vacía, la que una vez me había contenido. Hubo un destello de luz azulada cuando la maquinaria muerta cobró vida repentinamente. En el resplandor pude ver la expresión de sorpresa y perplejidad de Mike que mudó a una de aceptación.

Pensé:
¡Santo Dios, sigue funcionando!
y arranqué a Mike de la máquina. Era demasiado tarde. La piel de la cara y el pecho había adquirido una tonalidad gris y se había endurecido, los tejidos blandos de sus ojos y labios se agrietaron por los finos cristales de hielo que se habían formado casi instantáneamente.

Michael Kusaka había sido educado en un código de honor, pero dos mil años lo habían corrompido casi por completo. La débil expresión de aceptación al final era el único indicio de que quedaba algún rastro de ese código. En otro tiempo y otro lugar, y si Mike hubiera tenido un cuchillo, su final habría llegado con ritual y ceremonia. Ambos nos hubiéramos sentido mejor así.

Floté a su lado, recordando la Estación Enlace y lo amigos que fuimos. Lo acuné en mis brazos y susurré:

—Dios, lo siento...

Mientras en mi interior, Gorrión lloraba.

Mike se agarró a mis hombros y tiró de mí para que me acercara más y pudiera oírle mientras intentaba hacer funcionar sus labios y lenguas congelados.

—No existe... el libre albedrío, Ray... Tú tampoco tenías opción... Estabas programado para regresar...

Todo lo que le habían hecho a él, me lo habían hecho a mí, había dicho Mike. Hacía dos mil años nos habían dado cuerda, y desde entonces habíamos repetido nuestros movimientos mecánicos una y otra vez, convencidos de que éramos dueños de nuestros destinos. Mike había sido programado para llevar la
Astronomía
al exterior y yo para hacerla regresar. Él sabía lo que habían hecho, pero yo jamás supe lo que me habían hecho a mí.

O quizá había mentido hasta el final, incapaz de enfrentarse a la verdad.

Lo sostuve en mis brazos, sintiendo el terrible frío de su pecho y cabeza y mirando cómo se esforzaba por respirar y la escarcha lo cubrió hasta que no pude ver su cara.

Tras un minuto, el aire barbotó en sus pulmones por última vez y lo que sostenía en mis brazos era simple carne muerta.

F
loté de vuelta al compartimento exterior, agarrándome el costado por donde todavía sangraba. Cuervo me esperaba. Parecía enfermo y me pregunté qué había ocurrido, hasta que miré a Zorzal, que tenía la mano protectoramente sobre un labio sangrante. Cuervo sostenía una pistola de proyectiles y supuse que se la había quitado a Zorzal. Cuervo había actuado con violencia, y le estaba agradecido por ello, pero pasaría algún tiempo antes de que se perdonara a sí mismo.

Ambos se me quedaron mirando. Cuando entré en los alojamientos del Capitán había tenido diecisiete años, pero entonces había creído que tenía diecisiete años. Ahora sabía que mi verdadera edad era treinta y los aparentaba.

—Quería entrar —dijo Cuervo—. Supuse que no lo querrías ahí dentro.

—Supusiste bien —murmuré—. No lo quería.

Miré a Zorzal y los contemplé a ambos a través de los ojos de Gorrión al mismo tiempo que los veía con los míos. Era una superposición perturbadora. Gorrión veía a Cuervo como más grande que él, musculoso, de rasgos fuertes y con un extraño aire de santidad. Zorzal era hermoso, de constitución ligera pero firme, con una expresión taimada y un aire de arrogancia seductora.

Para mí, ambos eran unos chavales, de quizá unos veinte años, uno pálido y flacucho y el otro corpulento, de pelo largo y con un rostro franco que algún día lo metería en problemas con más de una mujer. El flacucho puede que fuera arrogante, pero ahora estaba muerto de miedo.

¿Había querido Zorzal ayudar al Michael Kusaka que era el Capitán o al Michael Kusaka que era su padre? En el fondo eran el mismo, pero también bastante diferentes. Al tratar de ayudar a Kusaka, Zorzal probablemente se había ganado el derecho a su propia vida. Cuando todo hubiera acabado, tendría que hablar con él.

Me volví hacia Cuervo para que llamara de regreso a la Estación Intermedia, la lanzadera y a los tripulantes enfundados en trajes que flotaban ahí fuera, pero me leyó antes de que pudiera decírselo.

—Están de camino.

—¿Hemos perdido a alguien?

—Puede que a Pinzón... puede que esté más allá de nuestro alcance.

—Dile a la lanzadera que intente recogerlo. —Me pregunté cuán lejos se extendería su capacidad para localizar a otros tripulantes.

Cuervo casi había llegado a la escotilla cuando se lo pregunté.

—¿Era un farol, Cuervo?

—No lo sé, señor. —Pero parecía afligido y eso me contó todo lo que quería saber. No se habían marcado un farol contra Mike; sabían que estaba programado, que no se lo creería, que no podría creérselo.

Se lo habían marcado contra Gorrión. Sabían que si lo presionaban lo suficiente se enfrentaría al Capitán para intentar salvarlos y entonces... ocurriría algo. No estaban seguros de qué, pero ya que el fénix se remontaba al Año Uno de la
Astron
, sabían que algo ocurriría. Y habían apostado por el fénix.

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