Read La oscuridad más allá de las estrellas Online

Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (27 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
8.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Y tú se lo contarás, ¿no?

Ofelia no había apartado los ojos de la proyección desde el momento en que había entrado por la escotilla y me pregunté qué atracción ejercía la imagen sobre ella.

—¿Recuerdas algo sobre Hamlet?

—Conozco mi vida como Gorrión —dije yo—. Eso es todo.

—Entonces continúa siendo Gorrión —dijo en tono gélido.

Recordé a Noé y Abel en la enfermería y lo ansiosos que estaban por saber si recordaba quién era. Finalmente lo sabía... pero no lo recordaba. Estaba seguro de que esa diferencia era crucial.

—Por primera vez en generaciones he cambiado algo, ¿no es así?

Una vez más, percibí su estrmecimiento.

—Dentro de unas pocas semanas, entraremos en la Oscuridad. No sobreviviremos. Una vez en el interior, la mayoría elegiremos morir como Judá.

La Oscuridad era la conexión; siempre había sido la conexión.

—Hamlet era parte de vuestro motín —gruñí—. Yo no lo soy.

Me dirigí hacia la escotilla. Estaba a punto de ser la hora del nuevo turno y no estaríamos solos mucho más tiempo.

A mi espalda, su voz me advirtió:

—No puedes admitir jamás que lo sabes, Gorrión.

—Ni tú tampoco —repuse—. No ante Noé, ni ante ningún otro.

Justo antes de atravesar la pantalla de intimidad, volví la vista atrás. Ofelia había puesto en marcha la proyección hasta el momento en el que yo yacía desnudo sobre la camilla de aceleración, su propia imagen inclinada sobre la mía, sus dedos tanteando en busca de huesos rotos. La Ofelia de carne y hueso estaba llorando.

No le había preguntado qué había significado Hamlet para ella, pero ahora lo sabía.

SEGUNDA PARTE

Porque aquel que vive más de una vida

Debe morir más de una muerte.

De la «
Balada del a Cárcel de Reading
»

OSCAR WILDE

16

P
oco después se me levantó el aislamiento, aunque puede que hubiera sido más seguro que hubiera permanecido aislado. Durante los primeros períodos de tiempo después de descubrir mi historia me descubrí jugando a un juego: ¿Quiénes me habían conocido como «Hamlet» y quiénes como «Aarón» y cómo de buenos eran fingiendo ignorancia?

Tras una semana observé que algunos tripulantes fruncían el ceño cuando me veían y hablaban en voz baja entre ellos cuando pasaba a su lado. Me estaba delatando mediante comentarios algo más que sarcásticos y con miraditas de complicidad cuando hablaba con alguien. Habían aceptado a «Gorrión» mientras yo estaba en pleno proceso de rechazar esa identidad.

Me obligué a mí mismo a olvidar que había sido otra persona aparte de «Gorrión» e intenté proyectar una mezcla de inocencia e ignorancia que pensé que era la apropiada. Pasé más tiempo con Tibaldo y otros que no pertenecían al círculo de amotinados, de vez en cuando miraba con ira a Zorzal para mantenerme en el papel, e ignoraba a Garza metódicamente. Era más «yo mismo» con Agachadiza que con ninguna otra persona, probablemente porque pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo enroscados el uno en el otro en su hamaca antes que hablando o trabajando juntos.

Los fruncimientos de ceño desaparecieron gradualmente y cada vez me era más fácil ser el «Gorrión» de antes. El prepararme para explorar un nuevo planeta ayudaba, pero incluso mientras trabajaba con Ofelia mantuve el personaje. Una o dos veces me miró como si quisiera decirme algo. No le di oportunidad.

Siempres estaba alerta, vigilando ante cualquier cambio repentino de actitud que indicara que alguien sabía que
yo
lo sabía y que mis días como «Gorrión» estaban contados.

Era fácil determinar quién se había unido al motín y quién había sido dejado fuera. Aquellos que se habían unido ponían mala cara a menudo y eran demasiado conscientes de su nuevo estatus. Se congregaban en pequeños grupitos durante las comidas o en los pasillos para hablar entre ellos, sin ser conscientes de que la mejor forma de guardar un secreto es olvidar que lo sabes. La mayoría de ellos estaban en Exploración y había unos pocos de Comunicaciones. Exceptuándome a mí, dudaba que nadie se hubiera negado a unirse. En primer lugar, no habrían contactado con ellos si no estuvieran absolutamente seguros de su respuesta.

Era difícil saber quién se había unido al motín entre los tripulantes de Mantenimiento ya que, sin excpeción, todos ellos tenían cara de preocupación constante, de todas formas. Conocían mejor que nadie las probabilidades que tenía la
Astron
de sobrevivir en la Oscuridad. Gaviotín, un flacucho y desgarbado asistente de ingeniería, intentó una vez hablar conmigo sobre el motín en el gimnasio. Le disuadí de hablar del asunto diciéndole que el lugar era demasiado público y el tema demasiado arriesgado. En realidad no pensaba tanto en el bienestar de Gaviotín como en el mío.

Y luego estaban los espectadores. Yo, por supuesto, aunque no era el único. También estaba Zorzal, que observaba a sus compañeros de tripulación con callada diversión. Había vuelto a su amiga forma de ser, cínica y afectada, pero con un cierto desapego y una dureza más pronunciada. Y también estaban Banquo y Abel, ambos esforzándome por mantener cara de póquer y fingir que no se daban cuenta de nada.

La tripulación estaba tensa, excitada y ansiosa por la inminente exploración de Aquinas II. Si se descubriera alguna forma de vida, el motín desaparecería por falta de motivo: la
Astron
podría volver a casa finalmente. Pero si el planeta era estéril como todos los demás, entonces el motín se extendería como un incendio.

Me preguntaba qué debía hacer. ¿Unirme? Ya tenía inclinación a hacerlo. ¿O ponerme de parte del Capitán, sabiendo que si alguna vez sabía que había formado parte del motín «Gorrión» correría la misma suerte que Aarón y Hamlet? Era una decisión que no tenía el valor para tomar.

El Capitán tenía sus ojos y oídos entre la tripulación, y estaba convencido de que estaba al tanto del temblor de todo músculo y todo pensamiento ocioso de todos los miembros de la tripulación. Tendría de su parte sus argumentos, sus contraconjuras y, después de eso, sus poderes como Capitán.

Y si llegaba la hora de utilizarlos, sospechaba que sería feroz.

E
l único grupo a bordo al que no le preocupaba ni Aquinas II ni el motín eran los más jóvenes. Me encontré pasando más y más tiempo en la guardería, jugando con los niños y hablando con Bisbita. Desde que tomó la decisión de irse a vivir al compartimento de Cuervo después de su violación, se había convertido gradualmente en una persona más apacible y tranquila. Como siempre, parecía más sabia de lo que indicaban sus años, y supuse que cuando Julda fuera a Reducción Bisbita tomaría su lugar.

En uno de los períodos que pasé en la guardería, se presentó otro misterio, aunque no fui consciente de ello durante un tiempo, como me ocurría con la mayoría de los misterios de la
Astron
.

Bisbita acababa de terminar de dirigir los recitados de genealogías y flotó hasta mí, en la escotilla.

—Gavia acaba de mudarse con Ibis —dijo.

Gavia, al que se le daba tan bien contar historias sobre los asuntos amorosos de los demás, había mantenido el suyo en secreto. Ibis era su opuesto: una joven callada, pensativa y no particularmente atractiva. No la conocía muy bien, era una técnica de radio en Comunicaciones y la mayoría de mis amigos y conocidos eran de Exploración.

—Eso parece muy repentino —dije, sorprendido.

Bisbita negó con la cabeza.

—La verdad es que no. Ibis y yo siempre hemos sido buenas amigas. Pasaba un montón de tiempo con nosotros y Gavia la conoció así.

Bisbita probablemente había diseñado este romance, y tomé nota mentalmente de preguntarle a Agachadiza sobre el asunto más tarde. Su gusto por los cotilleos había disminuido, pero estaba seguro de que sabía algo sobre Ibis y Gavia que yo ignoraba.

—Dijo que daría la vida por ella —se rió Bisbita—. Y creo que lo decía en serio.

Gavia siempre estaba dispuesto a dar su vida por otros, pero si alguna vez tenía que hacerlo, sospechaba que la daría un poco antes por Cuervo que por cualquier otro. De repente no supe qué decir.

—Me imagino que tú y Cuervo estáis contentos de quedaros solos —dije metiendo la pata.

Su sonrisa desapareció y me dedicó una mirada de consternación.

—Amo a Gavia —dijo despacio—. Pero él y yo competimos. Y a veces yo soy la que pierde. Demasiado a menudo. —Y luego añadió apresuradamente—. Me alegro mucho por él.

Pero era evidente que se alegraba mucho más por ella misma.

—¿Gor-rión?

Alguien me tiraba de la pierna y bajé la vista para ver a K2 enroscado alrededor de mi pantorrilla.

—¿Vien' a juga' comigo?

K2 había crecido un montón en los últimos meses pero su dicción no había alcanzado al resto. Me sorprendía constantemente, y me divertía, entre otras cosas por su capacidad para leer en mí con tanta facilidad como si fuera el Capitán. En ese momento decidí que necesitaba ir a jugar más que nada.

Lo agarré por la cintura y rodamos por el compartimento mientras los demás niños se desperdigaban para dejarnos espacio. Nos chocamos suavemente contra el mamparo de enfrente y lo mantuve contra la cubierta mientras le hacía cosquillas bajo los brazos. Chilló de placer y estalló en un ataque de risitas, al que pronto se unieron los demás niños.

Rodamos otra vez por el aire, sólo que esta vez cuando chocamos contra el mamparo lo hicimos con algo de fuerza, K2 se llevó un buen golpe. Las comisuras de su boca se curvaron hacia abajo y empezó a llorar. Lo sostuve en mis manos y dije las palabras habituales de consuelo, y luego me di la vuelta, asombrado, para quedarme mirando a un compartimento lleno de niños que sollozaban.

—¿Siempre son así? —le pregunté a Bisbita.

Pareció sorprendida.

—Por supuesto. Si uno se hace daño, todos se hacen daño. Y si haces reír a uno, los demás siempre lo perciben. —Titubeó—. Bueno, la mayoría.

Me asenté en un rincón y estudié a los niños durante el resto de ese período. Unas cuantas madres vinieron de visita, pero también había muchos «padres». Encontré fascinante observar quién había «mostrado interés» por quién. Reyezuelo y Somormujo estaban increíblemente orgullosos de la pequeña Cuzco mientras que Duncan, un ingeniero de Comunicaciones, jugaba en silencio con la regordeta Denali. En general, los miembros más tranquilos de la tripulación y los niños más callados tenían afinidad los unos por los otros. En algunos casos me sorprendía el parecido y suponía que el padre biológico había mostrado interés en su hijo o hija natural. Pero esos casos eran pocos.

Había pensado con frecuencia sobre las diferencias entre el resto de la tripulación y yo; ahora me parecía que quizá fueran más sutiles de lo que había imaginado. Siempre había habido un montón de hostilidad hacia Zorzal, lo que había enmascarado la falta de hostilidad entre la mayoría de los miembros de la tripulación, la falta de malicia real. Incluso los cotilleos y sátiras de Gavia tenían como objetivo hacer reír, no herir. Ni tampoco había mucha competición entre los miembros de la tripulación, especialmente cuando estaban en sus puestos: cooperaban de forma natural cuando trabajaban juntos. También estaban cómodos mostrándose afectuosos en casi cualquier lugar y momento, algo que al principio me había escandalizado y que ahora envidiaba.

Bueno, ¿y qué esperaba? Era una tripulación bien entrenada que había trabajado y vivido codo con codo durante generaciones. Pero la intimidad de los tripulantes entre sí iba más allá de simplemente eso. Incluso su incapacidad para negarse al sexo por primera vez con otra persona era un indicio de algo más complicado.

Quizá fuera algo filosófico, pensé. Si sabías que tú y tus compañeros erais la única vida en el universo entero, ¿con qué respeto y preocupación os trataríais los unos a los otros?

Ese pensamiento me hizo reflexionar mucho y observé a los niños más atentamente. Ahora mismo eran demasiado jóvenes para que su carácter hubiera sido moldeado por la filosofía de la nave. Y lo más importante, había unos pocos que no se unían a las risas colectivas o los infrecuentes lloros, sino que observaban a los demás con mala cara, sintiéndose claramente excluidos.

La tripulación en un microcosmos. Ahí estaban la mayoría de la tripulación y los hombres del Capitán. Si no encontrábamos nada en Aquinas II el motín se extendería con mucha rapidez, con la mayoría de la tripulación enfrentada al Capitán y a unos pocos seguidores. Pero a diferencia del resto de la tripulación, el Capitán y sus hombres eran capaces de ejercer la violencia.

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
8.46Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Audrey and the Maverick by Elaine Levine
Riverbreeze: Part 1 by Ellen E. Johnson
No Dark Valley by Jamie Langston Turner
Murder in Burnt Orange by Jeanne M. Dams
Keep Dancing by Leslie Wells
Porn Star by Keith Trimm