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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (23 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Las objeciones se atestaron en mi garganta, pero me las tragué. Cualquier cosa que dijera sólo serviría para condenarme.

—Bisbita se recuperará, Gorrión. Pero si no te hubieran interrumpido, Zorzal jamás se hubiera recuperado.

—Zorzal... quebrantó la costumbre de la nave —conseguí decir al final, citando a Gavia.

—La costumbre de la nave. —El Capitán reflexionó sobre ello un momento—. Gorrión, tenemos nuestros deberes y nuestras rutinas a bordo pero no podemos estar trabajando todo el tiempo. El sexo es el gran equilibrador, lo que la gente hace para pasar las horas muertas, para dar vida a los sentimientos muertos. Nadie está exento de compartirse con sus compañeros de tripulación. Al menos una vez.

—Zorzal ya había estado con ella —dije en voz baja—. Bisbita estaba en su derecho a negarse después de eso.

—¿Estás seguro de que estuvo con él?

—Sí —dije—. No me mentiría.

Me miró a los ojos y juraría que me leía la mente.

—Dime, Gorrión, ¿pensabas en Bisbita cuando estabas a punto de rebanarle el pescuezo a Zorzal?

Las palabras airadas murieron en mi lengua. Hizo un gesto en dirección a las pantallas de vigilancia detrás de él.

—No hay secretos, Gorrión. Creía que ya lo sabías.

Palidecí. El Capitán había visto lo que hacíamos Zorzal y yo en Reducción.

—Así que ya sabe que tengo razones para odiar a Zorzal —dije con la voz enronquecida.

—¿Antes, después o durante? —El Capitán se inclinó hacia delante en su silla—. Antes no, porque encontraste en él un amigo con el que conectabas. Y no durante, desde luego. Así que tiene que ser después. ¿Por qué, Gorrión? ¿Por qué te sentiste traicionado cuando te dijo que eras una conquista fácil?

Me quedé inmóvil, pálido y mudo.

—Bueno, ¿por qué? —rugió—. ¿Porque te sentiste avergonzado? ¿Porque perdiste tu orgullo? ¡Zorzal es el único científico de verdad que tenemos a bordo y tú le ibas a cortar el gaznate como si fuera un cerdo por algo que los colegiales llevan haciendo desde el principio de los tiempos!

—Fumamos y... —comencé a decir.

—... Para quitarte de encima inhibiciones que de todas formas no querías tener. —Me miró con disgusto y se volvió a reclinar en la silla, entrelazando las manos detrás de la cabeza.

—¿Te hizo daño en tu corazón, Gorrión?

Pude sentir el color que me afluía al rostro, y negué con la cabeza.

—Eso pensaba, no eres de ese tipo. Así que tuvo que ser tu ego. —Y añadió con sarcasmo—: ¿Hirió tus sentimientos?

—Él... me humilló —dije a la desesperada.

—No he dicho que Zorzal fuera sabio, Gorrión. Sólo que es valioso.

El silencio se concentró y esperé a que me diera permiso para retirarme, pero el Capitán no tenía prisa.

—No sé por qué hizo lo que hizo, Gorrión —dijo con un encogimiento de hombros—. Quizá quería conocerte mejor... ésa es una manera, especialmente si careces de empatía. Para un hombre joven, el sexo es el oropel de las emociones, falso pero deslumbrante.

Se volvió para contemplar las pantallas de vigilancia y supe que un vistazo rápido le contaba todo lo que quería saber acerca de lo que ocurría a bordo.

—Dos mil años —dijo quedamente—. Hice todo lo que se podía hacer en los primeros doscientos y luego me aburrí. Tuve sexo con todos los miembros de la tripulación, manipulé a la gente de todas las formas posibles, todos los movimientos y posiciones, todas las frases que se pueden decir, todas las promesas que se pueden hacer. Me dediqué a hacer realidad todas mis fantasías, y todas las de ellos. Luego mi interés se volvió cínico y sólo observaba. Ahora aparto la mirada porque me pone enfermo. Monos masturbándose en un zoo.

Volvió a mirar donde estaba yo, sudoroso y avergonzado.

—No se trata de cinismo, Gorrión, es la realidad... mi realidad, en cualquier caso. A diferencia del resto de la tripulación, no puedo establecer relaciones permanentes, no puedo tomar amantes o apegarme a alguien. Lo que para mí es un momento es toda una vida para los demás, y tengo que observar cómo envejecen, se marchitan y se vuelven seniles. Es como una película acelerada de una rosa cuyos pétalos se curvan y ennegrecen hasta que se caen. —Hizo una pausa y me miró con una interrogación en los ojos—. No sabes lo que es una película acelerada, ¿verdad? O ni siquiera una rosa. Lo siento Gorrión, se me olvidó.

La reunión se había acabado y me di la vuelta para marcharme.

—Lamento lo que le ha ocurrido a Bisbita, pero lo superará. Y tú también. Zorzal no. Quiere algo con desesperación, pero no puede tenerlo.

Alzó una mano y me fui, preguntándome por qué había defendido a Zorzal cuando obviamente Bisbita y yo éramos las víctimas. Al menos Bisbita lo era. En mi caso ya no estaba seguro y cuanto más pensaba en ello, más desesperaba. Nadie más a bordo de la nave hubiera reaccionado como lo hice yo, eso me convenció una vez más de que tenía poco en común con el resto de la tripulación.

Había comenzado siendo una aberración, y seguiría siendo una aberración.

14

M
e acostumbré al silencio con más facilidad de la que creía. Me libró de tener que defender un comportamiento que el resto de la tripulación encontraba irracional y para el cual en realidad no tenía defensa. Ni pensábamos ni sentíamos de la misma manera y cualquier explicación que ofreciera no tendría sentido para ellos. Ni tampoco estaba seguro de que lo tuviera para mí.

No todo el mundo me desaprobaba, si es que ésa era la palabra. Me di cuenta de que en las comidas Bisbita siempre encontraba un extra que ponerme en el plato. Y cuando nos apretujábamos en la escotilla para salir o entrar de Exploración, Cuervo solía estar a mi lado y encontraba un momento para ponerme la mano en el hombr y apretármelo. Si el Capitán hubiera estado vigilando, no hubiera visto nada. O así lo creía yo. Al menos, Banquo y Abel no se daban cuenta.

En cuanto a mí, había cambiado. Hasta le pelea, había tenido diecisiete años. Ahora casi había matado a un hombre y los diecisiete fueron hacía mucho tiempo. La mayoría de la tripulación me ignoraba, pero Tibaldo y Noé llevaban a cabo pequeños gestos para demostrarme que seguían siendo mis amigos. Después de las comidas, Noé jugaba al ajedrez contra sí mismo y yo me acercaba para mirar. Pronto descubrí uqe yo era el oponente invisible. Comenzaba con una de las aperturas que yo solía usar y luego jugaba como si yo estuviera sentado frente a él. Era un jugador maestro, y rara vez hacía un movimiento «de mi parte» que desaprobara. A veces me miraba a los ojos y yo creía ver una sonrisa, aunque no era nada que pudiera verse en las pantallas de vigilancia.

Tibaldo se comportaba con severidad y, para tratarse de él, rigidez en el cumplimiento de las normas, pero siempre había tiempo para una «conferencia» improvisada y una pipa en la intimidad de la pequeña oficina de Exploración.

Pronto descubrí que vivir en aislamiento tenía sus beneficios. Al estarme prohibido hablar, me encontré escuchando y observando con más atención. Jaleé en silencio a los amantes de Exploración que se escondían detrás de un rover mientras Ofelia nos daba un tostón sobre lo que podíamos encontrar cuando exploráramos Aquinas II. Y los ocasionales morreos de Cartabón con Porcia me parecían al mismo tiempo muestras de cariño y un espectáculo divertido.

La primera brecha del aislamiento de verdad ocurrió cuando Abel inspeccionó nuestras heridas en la enfermería.

—Estáis sanando con rapidez —comentó. Las únicas señales que me quedaban de los cortes eran leves rastros rosáceos sobre mi piel.

—Está decepcionado —dije.

—Estoy satisfecho —me corrigió, luego bajó la voz y añadió—: No muerdas la mano que te ayuda, Gorrión.

—Está hablando conmigo —señalé—. El Capitán no lo aprobaría.

Ignoró el sarcasmo de mi voz.

—Me está permitido en el cumplimiento del deber. —Y luego, en un murmullo quedo—: Ya has hecho suficientes enemigos, ¿por qué crearte otro?

Tenía razón, y me callé. Observé con atención mientras examinaba a Zorzal. Las líneas rosáceas sobre su piel eran tan débiles como las mías; y aunque Abel no hizo comentario alguno, sabía que estaba sorprendido, lo que a su vez me sorprendió a mí.

Antes de irme, volví a preguntarle si me dejaría cicatriz. Negó con la cabeza.

—Aparentemente, no. Los dos volveréis a ser tan guapos como antes, lo que no es mucho...

Era más conversación de la que había tenido en dos semanas y disfruté de cada sílaba.

Zorzal se había convertido en algo aún más enigmático para mí. Como yo, era perceptiblemente mayor. Ahora mostraba muy poco interés en los miembros de la tripulación que le rodeaban, ni siquiera miraba a Bisbita cuando le servía la comida. Trabajaba duro... y trabajaba todo el tiempo. En su puesto frente a la terminal, se estaba convirtiendo en un operador casi tan bueno como yo, aunque en mi caso, mi habilidad para manipular la terminal me era natural mientras que en Zorzal era aprendida.

Entre nosotros no había miradas amargas, ni palabras ni sentimientos. Pero jamás le di la espalda. Sabía instintivamente que aún tenía planes para mí, aunque sospechaba que sus planes involucraban a más personas aparte de mí. No es que dijera nada, aunque Garza no podía resistirse a soltar indirectas hasta que Banquo le advirtió que él también podía quedar en aislamiento.

Garza también era un misterio para mí. Todo el mundo sabía que le había lanzado la hoja a Zorzal, pero de alguna forma había evitado el castigo. Después de eso lo observé con detenimiento. Era un hombre indolente, que poseía pocas virtudes, que en vez de flotar por los pasillos rebotaba por éstos y siempre estaba pegado a los talones de Zorzal. Como era bueno trayendo y llevando cosas, Zorzal lo trataba más como un utensilio que como un compañero. Suponía que Garza quería otra relación, pero tenía que contentarse con lo que tenía.

—Esto no se ha acabado todavía, Gorrión —me susurró una vez cuando nos cruzamos en el pasillo.

Lo ignoré, pero cuando Cuervo quebrantó el aislamiento, se lo mencioné.

C
uervo se arriesgó a recibir un castigo en el período posterior a una de las conferencias en Exploración cuando me rocé con él en la escotilla y él me murmuró algo al oído. Una hora después me reuní con él en el compartimento con el atrezo de la cueva, el fuego rugiente al fondo, y el cielo nocturno espolvoreado de estrellas. Gavia estaba con él y sonrió ante mi cara de preocupación cuando atravesé flotando la pantalla de intimidad.

—La pantalla de vigilancia se averió hace meses, Gorrión... con algo de nuestra ayuda.

Me quedé sobrecogido por la oleada de gratitud y amor que sentí por ambos.

—Os estáis arriesgando —les advertí.

—Tampoco mucho.

Me acerqué al fuego, acuclillándome y poniendo mis manos frente a mí para calentarme. Sabía que todo era psicológico, pero en aquel momento hubiera jurado que podía sentir el calor.

—¿Cómo está Bisbita?

—Recuperándose. Se está quedando conmigo y Gavia. Cuando no estamos, se queda Ibis.

Nadie interfería con las parejas, pero Cuervo sabía tan bien como yo que Zorzal no respetaba las reglas.

Contemplé las llamas y me invadió un humor sombrío.

—Garza me dijo que las cosas no se habían acabado... entre Zorzal y yo.

Cuervo negó con la cabeza.

—Se acabó, Gorrión. Vosotros dos jamás volveréis a estar solos a partir de ahora. Zorzal lo sabe. Dicen que el Capitán habló con él en privado y que cuando Zorzal salió, tenía marcas en el cuerpo.

—¿El Capitán le
pegó
?

—Eso dicen —dijo con un encogimiento—. No lo he visto.

—Debió pegarle a Garza —gruñí—. Fue él quien le tiró a Zorzal la tira de metal.

—Nadie habla con Garza —contestó Gavia—. La tripulación extendió el aislamiento para incluirlo a él sin orden del capitán.

No quería preguntarlo, pero tenía que hacerlo.

—¿Qué piensan de mí?

—No te comprenden. La mayoría.

—¿Quieres decir que hay gente que sí?

—Algunos quieren comprenderte.

—¿Y tú?

Su expresión era de incomodidad.

—Aprecio el que quisieras castigar a Zorzal. Yo... no pude.

—¿Y si lo hubiera matado?

—¿Qué quieres que diga? —Parecía sufrir—. Zorzal está
vivo
.

—Y todo el mundo piensa como tú.

—No todo el mundo.

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