Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
No había ninguna de las señales que indicarían la presencia de vida, pero la excitación a bordo era alta, especialmente entre aquellos para los que Aquinas II sería un Primer Aterrizaje... Todavía les quedaba decepcionarse al no encontrar nada más que rocas y arena, o hielo de metano y remolinos de gases venenosos. Descubrí que no era tan escéptico con las probabilidades de vida en el universo como había creído.
Finalmente, en un período concreto, Cuervo y yo recibimos la orden de salir al Exterior para una misión de entrenamiento de reparación y rescate de la Estación Intermedia. No preveíamos ningún problema: el equipo había sido revisado, así como Cuervo y yo, hasta nuestro pulso y nuestros tiempos de reacción. Era un ejercico parcial, por lo que no se lanzaría la estación de verdad. Abandonaríamos la
Astron
por una cubierta y nos reuniríamos en un punto predeterminado a un kilómetro de la nave en el espacio abierto. El objetivo era familiarizarnos con el uso de cables de sujeción y enseñarnos a maniobrar en el espacio.
—¡Traje listo! ¡Vamos, Gorrión!
Los del grupo estábamos frente a a la esclusa del primer nivel: Cuervo, yo, Zorzal, Agachadiza, Gavia y Garza, todos ansiosos por comenzar, con la posible excepción de Zorzal, que siempre se cuidaba mucho de parecer ansioso por nada. Me quité el faldellín y me puse el revestimiento interior, asegurándome de que las conexiones estuvieran tensas y que los tubos no sufrieran fugas, luego me introduje en el traje.
Tibaldo me ayudó con el casco y apretó los cierres alrededor de la junta del cuello. Hice una revisión rápida del sistema de soporte vital, y encendí el transmisor para esa comprobación final.
—¿Puedes oírme, Cuervo?
Vi cómo Agachadiza y Ofelia pegaban un respingo. Tibaldo me hizo una seña con la mano para que bajara el volumne.
—Demasiado alto y claro, Gorrión.
Cuervo sonreía en el interior de su casco y tuve una súbita premonición, recordando demasiado bien cómo el sol de Seti IV se había reflejado en los cascos, convirtiéndolos en oro y ocultando por compelto los rostros de los tripulantes.
Hubo un resplandor amarillo a un lado del casco y la voz de Tibaldo me llegó filtrada por los auriculares del casco.
—¿Estás bien, Gorrión? Tu sudoración se acaba de disparar.
—Sólo recordaba Seti IV —dije.
—¿Seti IV? —Y luego, con brusquedad—: Olvídate de Seti IV... concéntrate en lo que estás haciendo.
—¡Es la hora! —gritó Ofelia. La saludé con una mano enguantada, le guiñé un ojo a Agachadiza y me apiñé en el interior de la esclusa detrás de Cuervo. Hubo una breve espera y pude sentir cómo el traje se tensaba según desaparecía el aire de la esclusa. Un momento después, cuando la escotilla se abrió a un lado, Cuervo y yo salimos a la nada.
Posición, pensé, concentrándome en los indicadores de dirección de nuestros visores encajados en el interior del plástico del casco. Los ordenadores ya habían determinado el curso, todo lo que tenía que hacer era mantener un pequeño círculo rojo en el retículo de los indicadores.
Abrí brevemente los propulsores de maniobra y observé cómo la nave menguaba a mis pies. Por primera vez veía a la
Astron
desde el exterior. Podía ver los tres cilindros individuales que conformaban la nave, localicé dónde estaba la escotilla, e intenté adivinar la ubicación de los diferentes compartimentos. El cilindro principal fue fácil: estaban las puertas de cristacro de la cubierta hangar y el cuerpo que contenía Hidropónica y el compartimento de motores. El puente también era fácil, y el camarote del Capitán justo detrás... además de toda una sección justo
detrás
, que no sabía ni que existía. Vivía como un rey, pensé. El rango desde luego tenía sus privilegios, tal y como me había dicho en una ocasión.
—Deja de mirar el paisaje, Gorrión, ¡presta atención!
La voz de Ofelia en los auriculares era tan metálica que sólo la distinguí por el tono de dureza. Forcé la vista en dirección a los indicadores, y descubrí que el círculo rojo estaba muy descentrado del retículo. Era algo fácil de reajustar si no estabas muy descentrado. Si estabas muy descentrado, era fácil pasar de largo del punto.
Que fue lo que me pasó a mí.
La voz de Cuervo era algo más débil que la de Ofelia.
—Apunta a tu derecha y hacia abajo, Gorrión.
La primera vez no lo conseguí, pero lo logré a la segunda. Justo en el curso, pensé con alivio. Las luces del interior de mi casco se habían vuelto de un naranja profundo. Cuando volviera habría que aspirar mi sudor de las botas.
La nave se había convertido en una pequeña mancha informe de luz a un kilómetro de distancia. A un centenar de metros de distancia veía las distantes llamaradas de los propulsores de Cuervo, encendiéndose y apagándose para mantener la posición. Un poco más y habríamos estado rodeando los lados opuestos de una imaginaria Estación Intermedia para encontrarnos en «lo alto» de ésta. Un breve apretón de manos y de vuelta a la
Astron
para que la siguiente pareja de inexpertos exploradores espaciales pudiera salir.
—Vigila tu curso, Gorrión.
Ofelia otra vez. Maldije en voz baja. Era uno de los pocos oficiales que me hacía sudar, mi casco ya estaba bastante empañado. Me giré lentamente, apartando mis ojos de Cuervo durante sólo un segundo para contemplar el universo que me rodeaba. Allí estaba el denso resplandor que indicaba el centro de la galaxia, oculto todavía por las nubes de polvo de Sagitario; los apiñamientos de estrellas que delineaban los brazos; y luego los abismos de oscuridad casi total que señalaban el espacio entre los brazos y entre las diferentes proyecciones que sobresalían de éstos.
La Oscuridad.
La sensación de soledad fue sobrecogedora y rápidamente me giré hacia la nave. No era momento de perder la calma.
—Mira hacia arriba, Gorrión.
Cuervo flotaba a unos cinco metros de mí, sus luces de posición brillaban con fuerza contra la oscuridad. Alargué el brazo hacia él pero permaneció empecinadamente a pocos metros. Los arcos de nuestras trayectorias se habían convertido en líneas paralelas pero mi cable se quedaba corto. Abrí un poco los propulsores de maniobra y sin pensarlo dos veces tiré del cable para obtener más longitud. Sobrepasé a Cuervo, arrastrándolo detrás de mí.
Se había partido en algún lugar a mi espalda... ¿desgastado por los muchos siglos de uso? Sentí la misma incredulidad afilada que había sentido en Seti IV cuando se partió la cuerda de escalada. Me entró el pánico. Abrí los propulsores a toda potencia para volver a la nave y acabé girando en el espacio, con las estrellas rotando lánguidamente alrededor de mi cabeza.
—Corta los propulsores, Gorrión. —La voz de Ofelia me llegaba nítida—. Cuervo, vuelve a la nave, es una orden. —Y luego, a mí—: Usa los propulsores para estabilizarte, Gorrión. Ya.
Intenté varios estallidos cortos y el campo estelar se aquietó.
—Date la vuelta hacia la nave, intenta una ráfaga corta para ver si vas en buena dirección, y luego otra serie de ráfagas cortas. Vigila el combustible.
Había una nota de preocupación en su voz.
Presioné los controles de las manos para una ráfaga corta en ambos propulsores. No ocurrió nada. El aviso sobre el combustible llegaba tarde: ya había gastado todo el que tenía.
—Jesús —murmuró Ofelia en mis auriculares.
Ahora me llegaba una cháchara procedente de diversas fuentes.
—... distancia...
—... medio kilómetro, se aleja rápidamente...
—... órdenes, Cuervo, vuelve a la nave, no tienes combustible...
—... tengo que rescatar...
—... ¿quién ha practicado la maniobra?
—... asignación por prioridades...
asignación
...
asignación
...
La
Astron
se había encogido hasta ser una bombilla pequeña cuya luz se oscurecía por momentos. No sabía mi propia velocidad, pero supe que en un par de minutos estaría más allá de todo rescate. Llevaría horas poner la lanzadera en funcionamiento. Y para ese entonces mis sistemas de soporte vital ya habrían fallado y yo no sería más que un cadáver congelado a la deriva.
Por segunda vez en pocos meses me encontraba cerca de la muerte y esta vez estaba convencido de que era el fin. No habría nadie para cogerme de la mano, no habría despedidas emotivas; sólo habría una sensación cada vez mayor de soledad hasta que al final me ahogara en mis propios desechos corporales. Había sido una «vida» corta, y una no del todo feliz, pero esta vez no podía echarle la culpa al destino o a la suerte. Había actuado como un tonto.
Contemplé las estrellas e intenté no pensar en nada. Ya había sobrepasado el punto del pánico o de los arrepentimientos. La próxima vez que volviera a encontrarme con Cuervo, Agachadiza y los demás a bordo de la nave sería como parte del Gran Huevo.
F
loté en silencio, una nota diminuta en la inmensidad del espacio, contemplando las multitudes de estrellas distantes, fragmentos de cristal roto brillando contra las profundidades de la negrura absoluta. Aquí y allá las estrellas estaban oscurecidas por débiles zonas de luminosidad que señalaban la presencia de tenues nubes de gases calentadas por los soles en su interior.
La oscuridad en sí era asfixiante, me recordaba a las veces a bordo de la
Astron
en las que había estado solo en compartimentos cerrados y habían fallado los tubos luminiscentes. Estaba enterrado vivo en el interior de una densa negrura silenciosa donde la
nada
tenía textura y sustancia.
La soledad me golpeó primero. A bordo de la
Astron
, había estado rodeado de vida, desde los centenares de tripulantes que abarrotaban los pasillos y los espacios de trabajo hasta los bancales de denso follaje de Hidropónica. Había estado inmerso en el hedor, el sudor y la sensación de vida, y ahora estaba solo, rodeado de la nada más absoluta. Si la
Astron
se había encogido al tamaño de un grano de arena, el sistema solar más cercano, aparte de Aquinas, estaría a unos imposibles diez mil kilómetros de distancia. Yo había sido una criatura en ese grano de arena que se preguntaba sobre la posibilidad de que existieran otras criaturas sobre otros granos de arena en una playa o un continente de distancia.
En toda esa vasta extensión de nada, la única vida estaba a bordo de la
Astron
. Repentinamente añoré con dolor la presencia de mis compañeros tripulantes. Hubiera dado todas mis míseras posesiones por oír eructar a Tibaldo u oler el aliento rancio de Abel.
Me estremecí al pensar en el Capitán contemplando las estrellas a través de las enormes portillas del puente. Para mí, el espacio era una desolación fría y muerta. Pero cuando el Capitán miraba a las estrellas, sólo veía la posibilidad de vida. Y si la vida no se encontraba
aquí
, entonces puede que estuviera
allí
... o allí... o quizá allá.
El problema con las posibilidades es que no tienen fin.
Temblé dentro de mi traje y tuve mi revelación final. Todo lo que era sagrado se encontraba a bordo de la
Astron
o representado por esa «fina capa de escoria verde», como lo había descrito Ofelia, que cubría la lejana Tierra. Como Tibaldo, el Capitán
creía
, y debido a que creía, estaba dispuesto a arriesgarnos a todos. A diferencia de él y Tibaldo, Noé, Ofelia y Cuervo habían perdido todo interés en la búsqueda de vida porque se habían obsesionado con salvar la vida que ya conocían y... y... y...
Un momento más y hubiera resuelto uno de los misterios que crecían lentamente en los rincones de mi mente, pero la burbuja de pensamiento reventó al reanudarse la cháchara en mis auriculares.
—¡Gorrión! ¡Vuélvete hacia la nave! —La voz era un chirrido metálico en mi casco, distorsionada y hueca. No podía discernir de quién se trataba, pero por el tono y la imperiosidad de la orden supuse que se trataba de Ofelia.
Me retorcí y divisé el puntito de luz de un propulsor de maniobra y luego el débil borrón de las luces de un casco que se acercaba. No era Ofelia, los movimientos eran demasiado suaves, demasiado gráciles. Pero incluso cuando las luces estuvieron más cerca, no supe de quién se trataba. Su visor estaba tan empañado como el mío y todo lo que pude ver fue un difuso resplandor amarillo anaranjado con unos rasgos difuminados en su interior. Cuervo, pensé. Habían enviado a Cuervo a rescatarme.
Cuando estuvimos a diez metros de distancia el uno del otro, la figura se detuvo y una vez más empecé a alejarme de ella. Habían atado dos o tres cables de sujeción, pero aún así eran demasiado cortos. La figura no vaciló un instante sino que se liberó del cable y vino hacia mí, igualando mi velocidad con breves ráfagas de sus cohetes de maniobra. Me agarró del brazo férreamente y nos hizo girar hacia el diminuto globo de luz que señalaba la nave.
—¿Estás bien?
Era difícil distinguir las palabras en el chirrido distorsionado que salía de mis auriculares.
—Estoy bien —dije. No podía creerme que estuviera tan calmado como indicaba mi voz.
—Tenemos que encontrar el cable... poco combustible.
Tendríamos que buscarlo en la oscuridad, el cable no brillaba por sí mismo, y no había ninguna primaria que pudiera iluminarlo. Ambos tanteamos con las manos en el espacio en su busca. Ninguno de los dos podía ver nada en la oscuridad, y era más que probable que nos estuviéramos alejando de él.