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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (26 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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C
uando se elimina lo improbable, te queda lo imposible. Pero no podía confiar en nadie a bordo, no podía pedir ayuda a la hora de buscar pistas. Sólo tenía la realidad artificial, los nombres que habían aparecido en los listados de tripulantes y las cápsulas de seguridad en el ordenador. Y por supuesto, me tenía a mí mismo.

Sudoroso e infeliz, me resultaba difícil incluso especular sobre qué debería hacer a continuación. Floté por el pasillo de vuelta a mi compartimento, con la mente casi en blanco, rascándome ausentemente el muslo allí donde una gota de sudor se me había quedado entre los pelos. El escozor persistía; bajé la vista y una vez más mi mente se quedó congelada por la impresión.

Habían pasado dos semanas desde que Zorzal me acuchillara la pierna. Había sido un corte profundo y había perdido mucha sangre, pero el corte se había desvanecido sin dejar rastro. Me toqué con el dedo el lugar donde había estado, apretando con fuerza contra la carne del muslo. No sentía dolor alguno bajo la presión de mis dedos.

Me aterrorizaban las implicaciones. Estaba sano, sanaba más rápido que nadie a bordo. Abel debería haberse sorprendido, pero no lo hizo, lo que en sí era una pista que había ignorado como un idiota.

Floté por los pasillos, ignorando a los pocos tripulantes que pasaban en silencio a mi lado, y luego floté por los niveles inferiores hacia Reducción. No había nadie, la pantalla de vigilancia estaba apagada, y no había guardias... ni tampoco necesidad de que los hubiera. La piel se me erizó, pero entré y examiné rápidamente todo el equipo, intentando recordar desesperadamente todo lo que me había contado Zorzal. Por primera vez, me alegré de las visitas guiadas y la información que me proporcionó, aunque el precio final fuera demasiado alto.

Mis ojos se detenían una y otra vez sobre un gran cilindro transparente en un rincón. Zorzal lo había llamado un escáner corporal. Lo había hecho funcionar, más interesado en demostrar sus conocimientos que en asegurarse deuqe yo supiera cómo funcionaba. Habíamos fumado y los detalles eran borrosos, aunque creía que podía arreglármelas sin su ayuda.

Floté hasta el escáner y pasé las manos sobre la superficie de cristalita. ¿Cómo puedes determinar tu propia edad? La piel pierde su elasticidad cuando envejeces, y los músculos se atrofian por la falta de uso. Los dientes probablemente son los mejores indicadores: se desgastan con los años, se deterioran con el tiempo. Pero los míos no me habían dolido nunca y supuse que no me dirían nada. Si lo que pensaba era cierto, probablemente me volvían a crecer como una salamandra regenera su cola.

Eso dejaba el esqueleto. Puede que me remendara con rapidez, pero dudaba de que me pudiera crecer una nueva tibia a voluntad.

Puse los diales en la posición adecuada y me introduje en el cilindro. Una vez en el interior no sentí nada; las únicas señales de que el escáner corporal funcionaba eran dos anillos de metal que flotaban arriba y abajo por las paredes transparentes. En el mamparo de enfrente se encendió una pantalla; observé con interés mientras los dos anillos dibujaban lentamente la imagen de un esqueleto según pasaban por encima de mi cuerpo.

Unos momentos después me encontraba inspeccionando un retrato de mis propias entrañas. No estaba seguro de qué era lo que buscaba, aunque pude divisar el vago borrón del cartílago. ¿En la gente mayor el cartílago no estaba comprimido? Supuse que así era, aunque no estaba tan seguro de que ocurriera lo mismo en condiciones de ausencia de gravedad. No podía determinar si el mío lo estaba o no y finalmente asumí que no lo estaba: no sufría de dolores o molestias, no tenía dificultad para moverme o para hacer funcionar mis articulaciones.

Entonces contuve el aliento y miré la pantalla más de cerca, con el corazón latiéndome a martillazos. Los huesos de mis brazos, piernas y costillas estaban cubiertos de docenas de delgadas líneas casi invisibles.

Fracturas de hueso ya curadas.

¿Cuántas veces a lo largo de su vida se rompe un hueso incluso el más activo de los exploradores? ¿Una? ¿Dos? ¿Puede que tres veces? ¿Cuántas vidas harían falta para acumular todas las fracturas en mis huesos? ¿Cuántas vidas de recorrer superficies de planetas extraños, de caer por precipicios o resbalar por laderas de hielo de metano o de apartarse del camino de repentinas riadas de lava?

Por lo que sabía, podía ser tan viejo como el Capitán. Quizás, como él, había servido en las filas de la primera tripulación. Y como él, había sobrevivido a los demás en cien generaciones.

Me entró el pánico y huí por los diferentes niveles de vuelta a la cubierta hangar. Quería volver a contemplar Seti IV y verme descender por la escalerilla hasta la superficie rocosa y garabetear
H
en la arena. En alguna parte en medio de esas simples acciones estaban las razones por las que nadie me había contado, ni me contaría, la verdad sobre mí mismo.

Meses atrás, en la enfermería, Noé había dicho que tenía diecisiete años, un asistente técnico a bordo de la
Astron
. Había dicho más mentiras que verdades, y era consciente de ello.

Mi edad era muy superior a diecisiete años. Y fuera lo que fuera, era mucho más que un simple asistente técnico.

V
olví a ver la proyección desde el principio, tomando nota de cada detalle. Esta vez pude ver que mi traje espacial era un traje de datos ceñido, modificado para actuar como una terminal del ordenador y dar información táctil. El resultado había sido abrumadoramente real, al menos para mí.

La volví a ver hasta el final, impresionado una vez más por Ofelia y Cuervo, tan convincentes aquí y tan poco convincentes en las obras históricas que hacía Agachadiza.

Había congelado la última escena en la lanzadera y estaba estudiándola cuando sentí que alguien se deslizaba por la escotilla a oscuras a mi espalda.

—Estás quebrantando tu aislamiento al estar aquí, Gorrión. Y eso es una infracción que puedo comunicar.

Me moví ligeramente para que Ofelia tuviera una mejor vista de la proyección.

—Gorrión está en aislamiento. Hamlet no.

Pude oír la sorpresa en su respiración.

—Viviré para siempre, ¿no, Ofelia?

—Para siempre no —dijo en un tono sin emoción—. Pero sí lo suficiente.

No podía leer sus expresiones en la oscuridad del hangar. Señalé a la fantasmagórica imagen de la realidad artificial frente a mí.

—Todo fue una farsa, ¿no Ofelia? —No esperé su respuesta—. Tu actuación fue muy buena. Y Cuervo... Cuervo estaba excelente; no sabía que podía hacerlo tan bien. Cualquiera que os viera hubiera pensado que habíais perdido a un amigo de toda la vida.

Su voz esta vez contenía una tristeza inexpresable.

—Y así era.

—¿Ah, sí? —dije despectivamente—. No me estaba muriendo... y vosotros lo sabíais.

—No, tú no te estabas muriendo —concedió—. Hamlet sí.

Según se había ido convenciendo de que Hamlet había desaparecido para siempre, que «Gorrión» era alguien al que jamás había conocido, su actitud hacia mí había cambiado. Hamlet había sido un amigo, «Gorrión» era un desconocido, y había reaccionado ante él de manera acorde.

—Y Bisbita —dije, sin querer dejar morir mi rabia—. Deberíais darle un premio.

—Deberíamos —volvió a conceder Ofelia—. Por su paciencia. Si el cuerpo cree que está herido, entonces está herido. Vivirás muchísimo tiempo, pero no eres inmortal, Gorrión, puedes morir. Y puedes ser asesinado. Tienes mucho que agradecerle a Bisbita.

Si con eso quería enfriarme el ánimo, lo consiguió.

—¿Por qué me lo hicieron?

—Sabían que el viaje duraría mucho tiempo. No querían que la tripulación lo olvidara.

—¿Se olvidara de qué?

—De lo que es ser humano. —Se corrigió—: De lo que era ser humano cuando tuvo lugar el Lanzamiento. No has cambiado desde entonces.

Otro cilindro de la cerradura encajó en su lugar.

—La tripulación me estudia, ¿no? Estudiáis cómo reacciono, cómo pienso, cómo hablo, la importancia que le doy a las cosas que hago. Me observáis observándoos. Soy un espejo viviente en el que podéis comprobar vuestra propia imagen... eso, no, ¿no es así?

Julda me había contado que en realidad nada cambiaba a bordo. Lo que no me había contado era que yo era la razón por la que no cambiaba nada.

—Yo no hubiera hecho esa comparación. Eres más bien como una piedra Roseta, un eslabón entre lo que somos ahora y lo que éramos cuando abandonamos la Tierra. Eso es muy importante para nosotros, Gorrión.

—Podías haber estudiado al Capitán —dije.

—Kusaka es muchas cosas, pero entre ellas
no
es el mismo hombre que dejó la Tierra hace dos mil años. No se parece en nada a ti, Gorrión. Lo recuerda todo, no olvida nada. No puede.

Entonces todos los cilindros se colocaron en su sitio... o al menos eso creí.

—Sólo sirvo para una generación, ¿verdad, Ofelia? Después de quince o veinte años ya me he adaptado a la nave, reacciono a las situaciones como cualquier otro tripulante. Mis reacciones ya no son... originales... así que tengo que empezar desde el principio. Soy el fénix que renace de sus propias cenizas, el ave de fuego. ¿Cómo lo hacéis, Ofelia? ¿Con drogas? ¿Para que no distinga lo real de lo irreal? Y entonces, cuando estoy fuera de mí y mis recuerdos son nebulosos, me encuentro en Seti IV trepando a un precipicio que sólo existe para mí.

Ofelia seguía contemplando la escena en la lanzadera. Ni siquiera estaba seguro de que me hubiera oído.

—¿Qué ocurre entonces, Ofelia?

Pude sentir su estremecimiento en la oscuridad.

—Tu memoria queda destruida. No recuerdas nada anterior al accidente.

Recordé las pesadillas y la hueste de rostros que me había rodeado, los rostros de todos los tripulantes que debí conocer a través de las generaciones. Y luego el de Ofelia, y el del hombre de negro. El Capitán. Repentinamente me sentí tan desvalido como cuando estaba en la enfermería.

—¿Por qué?

—¡Porque era tu puesto! —estalló—. ¡Hace siglos, debiste presentarte voluntario para esto! Sabías de qué se trataba en aquel entonces... ¡eras el vínculo de retroalimentación que nos mantenía a todos como seres humanos! Dios mío, ¿cómo si no íbamos a saber qué es ser «humano»?

—Soy una reliquia viviente —dije con amargura—. Os comparáis conmigo para ver cuán lejos estáis del simio. Debo ser todo un espectáculo.

Negó con la cabeza.

—No eres un espectáculo para nuestro entretenimiento. La
Astron
es una aldea diminuta, la única en un país que se extiende al infinito en cualquier dirección que mires. Somos muy pocos, y todos nos conocemos muy bien. Nada cambia a bordo, y si lo hace, cambia tan lentamente que no nos damos cuenta. Nuestras vidas son exactamente iguales a las de la generación que nos precedió. Son vidas muy estructuradas, muy limitadas. No puede ser de otra manera; son el resultado de dos mil años de cultura de la nave. Pero tú viviste una vida en la Tierra. No estás... estructurado. Eres muy humano. El hecho de observarte nos recuerda cómo es.

Recordé cuando me perdí en el Exterior y me embargó una ira repentina.

—Si soy tan valioso, ¿por qué me dejaste salir en el pase espacial? Pude morir entonces.

Suspiró.

—Cierto, pudiste morir. Te lo dije en su momento. Hicimos lo mejor que pudimos para protegerte. pero mantenerte encerrado en un compartimento habría inutilizado tu propósito. —Y con un toque de culpabilidad añadió—: Y decirte quién eras también habría tenido el mismo efecto.

Acuclillado a su lado, era consciente del calor que desprendía su cuerpo, una calidez que me era muy familiar. En un momento, se llevó una mano tentativamente al pelo, para luego volverla a dejar en su regazo. Fue un momento conmovedor: había aceptado que era más que Gorrión, aunque supiera que era mucho menos que... Hamlet.

Ésa era una pregunta que quería hacerle, pero formulé otra en su lugar.

—¿Qué fui para Noé?

Pude sentir su repentina incomodidad.

—Su mejor amigo. Aarón y Noé «crecieron» juntos.

—Y Cuervo.

—Hamlet mostró interés. Cuando Cuervo era muy joven.

Cuervo probablemente había tenido la edad de K2. Como Hamlet, había sido un padre para él. Sus reacciones hacia mí me eran mucho más fáciles de entender ahora. Al principio me había tratado con deferencia, le había llevado algún tiempo aceptarse como mi igual y mi amigo. Con suerte, el padre de todo el mundo al final se convierte en su amigo, pero eso no había sido fácil para Cuervo, ni probablemente para Noé. ¿Había mostrado interés en Noé cuando era muy joven? ¿Me había visto pasar de padre a amigo y de ahí a hijo?

—Laertes no existió —dije—. ¿Y Nerisa, mi madre?

Ofelia respondió con un encogimiento.

—Sí existió. Pero no era tu madre.

Hubiera sido agradable tener una madre... una que pudiera recordar.

—¿Quién toma la decisión de destruir mi memoria?

—El Capitán. Pero la necesidad de hacerlo es evidente para todos nosotros llegado el momento.

—Cuando le quitas los recuerdos a alguien, esa persona muere —dije lentamente—. El Capitán asesinó a Hamlet. Y tú le ayudaste.

Su voz se resquebrajó.

—¿Crees que me fue fácil? No lo fue... ¡pero era necesario!

—Si el Capitán averigua que sé quién soy, volverá a destruirme, ¿no?

Asintió.

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