Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
—Oh, vaya, gracias, Gorrión, es muy amable de tu parte.
Flotó hasta la cámara e introdujo tentativamente una mano en la niebla.
—¿Qué ocurrirá? —pregunté con curiosidad.
Abel se volvió renuente.
—Será indoloro para mí, pero yo no me quedaría a mirar si fuera tú.
Tenía que preguntarlo.
—¿Nunca se lo contaste al Capitán?
—¿Que eras consciente de tu historia? No, por supuesto que no.
La mano que había introducido en la niebla tenía ahora un aspecto pálido, casi traslúcido. Empecé a sudar, pese al frío del compartimento.
—¿Por qué nadie me contó nada sobre mí mismo?
Su expresión se volvió seria.
—Queríamos que recordaras, pero a tu propio ritmo. ¿Te has preguntado alguna vez cómo sería recordar de repente todas tus vidas? Hay un centenar de personas diferentes encerradas en tu interior, Gorrión. Tendrías que elegir una como personalidad dominante y me imagino que las demás se quejarían.
Había pensado en ello con anterioridad pero no quería preocuparme por ello ahora.
—¿Dirigías el motín? —pregunté.
Negó con la cabeza.
—Difícilmente. Si se puede decir que alguien lo dirige, entonces ese alguien eres tú. Eres el amotinado más antiguo, has estado en el motín desde el principio.
Se percató de la expresión de perplejidad en mi cara y se apresuró a confortarme.
—Es sólo una manera de hablar, Gorrión. Con el paso de los años, has sido el alma y el corazón del motín, pero nunca has tenido mucha relevancia a la hora de planear las cosas de generación en generación. —Su voz se volvió sombría—. Siempre has sido un miembro del motín, pero nunca por mucho tiempo.
Me sentí perturbado.
—Ése es el detonante para la destrucción de mis recuerdos, ¿no? Cuando el Capitán lo averigua.
Asintió.
—Uno de los detonantes. Normalmente no se te urge a que te unas a menos que parezca que hayas hecho un avance a la hora de recordar, porque entonces podrías recordar algo importante. Y entonces tendrías que estar preparado. Esta vez teníamos prisa por la Oscuridad...
Dejó la frase sin concluir. Ninguno de los dos teníamos nada más que decirnos.
—No pongas esa cara, Gorrión; no hay razón para que sea la estrella en uno de los juicios del Capitán. Para ser sincero, siempre me han dado miedo. Es demasiado inventivo a la hora de encontrar formas de morir para los demás.
Metió un pie en la neblina.
—Ya me he despedido de Julda, pero dale todo mi amor a Ofelia. Tal y como suena. Los viejos también tenemos nuestras fantasías.
Se introdujo en la cámara y dejó que la densa neblina lo envolviera como una manta. Tuve un vislumbre de su cara en paz antes de que me hiciera una última petición.
—Intimidad, Gorrión.
Me volví, desaseguré la escotilla y salí. De regreso a Exploración, vi a Banquo que se apresuraba por los pasillos hacia los niveles inferiores.
Pero Abel podía descansar en paz. Banquo llegaría demasiado tarde.
Y
a no había ajercicios de entrenamiento, ni exigencias de información, ni perspectivas de un aterrizaje de dos a cinco años. El mar de negrura que teníamos delante se expandía a ritmo constante y las constelaciones familiares se deslizaban hacia nuestras espaldas.
La inquietud a bordo volvió a aumentar. Los permisos de nacimiento habían sido un breve respiro frente al creciente miedo a la Oscuridad. Ofelia y los demás miembros de la célula se preguntaban cuándo se daría cuenta el Capitán de que si no podía comprar a la tripulación sí que podía intimidarla. Habría otra oleada de excitación dentro de nueve meses cuando las madres dieran a luz, y después de eso...
Después de eso, no habría futuro, y esperábamos que hubiera más tripulantes que optaran por morir como había hecho Judá.
Pero mientras tanto Cuervo y yo pasábamos más tiempo en la cubierta hangar usando las diferentes proyecciones de entrenamiento, esta vez más por entrenamiento que por adquirir unos conocimientos que puede que no usáramos jamás. Otras veces Cuervo se ponía a trastear con el atrezo de su compartimento, reprogramando las imágenes de personas en la plaza y añadiendo más estelas de cohetes al cielo.
Al final, hasta eso dejó de tener interés. Todavía había entrenamientos, pero sólo Porcia y Cartabón parecían tomárselos en serio. El resto de nosotros no presentaba mucho entusiasmo, especialmente en lo que se refería a las maniobras extravehiculares. La gente cada vez era más reacia a salir y Gavia, como era predecible, fue el primero en negarse en redondo.
Entendía el motivo. Una cosa era salir a un Exterior repleto de estrellas. Y otra muy diferente cuando las únicas estrellas estaban detrás de la nave y delante de ésta sólo había una negrura asfixiante. Halcón y Águila fueron los siguientes en negarse y después de eso se cancelaron todos los ejercicios extravehiculares.
El motín se adormeció, las reuniones clandestinas cada vez eran más cortas. Al principio estaba la camaradería de formar parte de una conspiración, debates sobre cómo reclutar a nuevos miembros y hacernos con la nave. Era fácil adivinar quiénes eran los nuevos reclutas: parecía que pensaban que su nuevo papel requería obligatoriamente que se acostaran con el mayor número posible de compañeros de motín. Entonces las sesiones secretas se redujeron simplemente a poner a parir al Capitán y finalmente a sesiones de quejas sobre la vida a bordo en general.
Fue idea mía el convertir el motín en un juego, hacerlo divertido además de un entrenamiento. Le di un nombre a nuestra célula, la célula Judá, y nos asignamos misiones por sorteo. El objetivo de esas misiones era averiguar lo más posible sobre la persona cuyo nombre sacábamos a suertes. Cómo pasaban sus turnos, qué comían, a quién veían en su tiempo libre, si tenían una relación con otro tripulante, qué era lo que hacían exactamente.
Los propios miembros de la célula no estaban excluidos y lo interesante era cuando llegabas a una reunión y soltabas todo lo que sabías sobre un compañero de célula. Las amistades se rompían, pero sólo momentáneamente, y más de una vez teníamos una pequeña bacanal cuando todo quedaba revelado.
Una vez saqué el nombre de Agachadiza pero sabiamente me negué a jugar con ella como presa. Más tarde saqué el de Gavia e informé en profundidad sobre sus amoríos entre la tripulación, no sólo con Ibis y su amiga, sino con Golondrina y Urogallo en Comunicaciones y con Grulla en Mantenimiento. Casi (pero no del todo) me sentí avergonzado cuando mi informe lo dejó con la cara enrojecida de vergüenza, mientras Cuervo se aferraba a una hamaca cercana y rugía de risa.
El siguiente nombre que extraje como parte del juego pertenecía a un miembro de otra célula: Corin, mi jefe de equipo en Exploración. Ofelia me contó que había sido un miembro del motín mucho antes de que ella y Noé intentaran reclutarme. Mi respeto por él como líder de equipo había crecido muchísimo, y a menudo bromeábamos durante el turno o nos íbamos a su despacho a fumar.
Entonces la idea de espiar a los demás me hizo sentir inquietud. El juego se había vuelto serio.
Ahora me encontré escuchando más de lo que hablaba. Pronto descubría la diferencia entre escuchar de manera informal, cuando te concentras más en lo que vas a decir a continuación que en lo que la otra persona te está contando, y la absorción profesional de cada palabra y gesto.
Corin llevaba una vida poco excitante, vacilando entre emparejarse con Gaviota en Comunicaciones o Grajo en Mantenimiento. Se ejercitaba regularmente en el gimnasio, pero parecía incapaz de perder la cubierta de grasa que le rodeaba la cintura. Era de la vieja tripulación, no de la nueva, lo que significaba que era aún más desconocido para los demás miembros de mi célula que para mí.
Su único defecto no era evidente a simple vista: simplemente mostraba demasiado interés en tripulantes que yo sabía que eran amotinados. Me escuchaba con tanta atención como yo lo escuchaba a él y era tan difícil de seguir por la nave como yo mismo. Yo no tenía ningún deseo de que se me pudiera seguir hasta la reunión semanal en el compartimento de la cueva y pronto descubrí que Corin también tenía citas que no deseaba que fueran conocidas.
Conté lo que sabía en una reunión de la célula, cuidándome de no sacar conclusiones. Gavia, aburrido, dijo:
—¿A quién le importa si lleva otra vida?
Pero Agachadiza escuchó atentamente lo que yo tenía que decir.
—Corin es un actor consumado. Lo he visto actuar en unas cuantas historias. Puede que esté actuando en otros momentos.
Ofelia frunció el ceño.
—Los que tengan contactos en otras células, que pidan más información sobre él.
Pero a bordo de una nave en la que todo el mundo lo sabía todo acerca de los demás, había pocos que parecieran saber algo sobre Corin.
Durante la siguiente docena de períodos, finalmente conseguí rastrear a Corin hasta un pasillo remoto donde desapareció. La vez siguiente que lo seguí, le permití sólo la ventaja suficiente para que no me pudiera acusar de estar persiguiéndolo, doblé la esquina y me tropecé con Cuervo.
Adiviné lo que estaba haciendo allí.
—¿Quién te tocó? —me preguntó.
—Banquo.
Nos quedamos mirándonos. Nuestras sospechas quedaban confirmadas. Tanto Banquo como Corin habían venido a este pasillo y habían desaparecido, sin duda juntos. Lo recorrimos flotando, mirando al interior de los compartimentos vacíos. Fue Cuervo el que reunió el coraje suficiente para atravesar la pantalla de intimidad ocasional fingiendo que estaba un poco colocado por fumar, y luego salió disculpándose. No había muchos compartimentos ocupados; la vida se retiraba de este pasillo, y pronto quedaría abandonado del todo.
Vacilé ante la gran compuerta que cerraba el acceso a uno de los dos cilindros vacíos que eran parte de la
Astron
original.
—Está sellado —dijo Cuervo, descartándolo—. No hay soporte vital en los cilindros abandonados, de todas formas.
Creí sus palabras, pero aun así tiré sin demasiada convicción de la rueda que aseguraba la escotilla, más por curiosidad que con la esperanza de que se abriera. Cedió, y cuando tiré con más fuerza la escotilla giró sobre sus goznes. No hubo ningún siseo repentino y aunque el aire era frío, desde luego no era el frío del espacio exterior.
—Pequeñas fugas —supuse—. Con el tiempo suficiente la presión se habrá igualado, y debe haber la suficiente transferencia de calor como para calentarlo.
Miramos hacia el interior, no vimos nada, luego nos adentramos flotando, cerrando la escotilla y tiritando en la oscuridad helada. Vimos el destello de un tubo luminiscente en uno de los compartimentos y nos llegó el murmullo de voces hablando bajo. Sólo dos, decidí tras un instante. Corin y Banquo.
—¿Puedes oír lo que dicen? —susurró Cuervo. Negué con la cabeza y él dijo—: Deberíamos acercarnos más. —Empezó a desplazarse hacia la luz.
Le agarré del brazo.
—Puede que estén acabando.
Titubeó, luego me siguió y salimos por la escotilla. Apenas habíamos llegado al pasillo siguiente cuando oímos a Banquo y Corin que se marchaban.
—Me pregunto de qué hablaban —musitó Cuervo.
—De nosotros —dije—. Sobre las otras células. —Estaba enfadado porque en mi mente había elevado a Corin a la altura de un sustituto para Tibaldo. Ahora me sentía como un idiota—. Es un buen oyente. Después de esto, sus compañeros de célula tendrán que tener cuidado con lo que le permiten oír.
C
uervo y yo volvimos al período siguiente, ansiosos por tener la oportunidad de explorar. Nos demoramos un momento al final del pasillo vacío, y luego nos deslizamos sin que nos viera nadie por la escotilla hacia la Sección Dos de la
Astron
, un cilindro residencial que llevaba al menos quinientos años sin usarse.
El aire estaba inmóvil, no podía sentir corrientes de aire contra mi rostro, y olía raro. Sospeché que era más fresco que el aire en el cilindro principal, que estaba viciado por los olores corporales y el hedor a grasas. Cuervo había traído un tubo lumínico portátil, deteniéndose brevemente en el compartimento donde Banquo se había reunido con Corin. Quedaban unas hebras adheridas al mamparo donde uno de ellos había chocado, y sus sandalias magnéticas habían dejado leves marcas sobre el polvo y la grasa de la cubierta.
No había mucho que ver. Cuando la tripulación abandonó finalmente la Sección Dos, no dejaron mucho atrás. Algunos tramos de cable de sujeción desgastado, una bandeja sucia con restos de comida que alguien había abandonado en un rincón, rastros de pasta alimenticia seca que formaban una costra ennegrecida, un faldellín sucio, un tapiz de cables que seguía pegado a uno de los mamparos...