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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (46 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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La tensión desapareció repentinamente, sustituida por la excitación y una oleada de cotilleos acerca de quiénes serían las madres y padres potenciales. Habría una docena de madres y casi un centenar de padres, casi dos tercios de los tripulantes varones. Las probabilidades eran las mejores que había tenido la tripulación en generaciones.

Desde un punto de vista personal, el permiso de nacimiento no significaba nada para mí. Sería una farsa si estuviera en la lista de los aspirantes a la paternidad y el Capitán lo sabía. Para los demás, sería su oportunidad de jugar a Dios. Pocas cosas tenían más importancia: la oportunidad de crear vida, de observar mediante instrumentos cómo pasaba de ser un diminuto conjunto de células a un feto, y de ahí a una criatura capaz de hablar y flexionar los deditos, una esponja que abserbería amor y devolvería tanto como recibiera...

La tripulación llevaba dos mil años buscando vida, pero el único lugar donde la habían encontrado era la
Astron
. Participar en su creación era muchísimo más importante, al menos por el momento, que un motín o que la nave se adentrara en la Oscuridad.

La creación de vida ocurriría al año siguiente. La muerte de la
Astron
y de todos los que había a bordo estaba a generaciones de distancia. Entonces me di cuenta de que estaba siendo extremadamente optimista. La muerte de Judá podía significar que la extinción podía ocurrir en esta generación.

Fue Ofelia la que me recordó lo inevitable. Vino a verme en el despacho de Exploración. Corin había salido para ir a leer la lista de seleccionados que estaba expuesta fuera de las habitaciones del Capitán, y durante unos cuantos minutos estaríamos solos.

—Sabes que con el desgaste actual no hay posibilidad de sostener esos permisos de nacimiento.

—Lo sé —dije—. Le presenté las cifras del Capitán.

—¿Llegó a mirarlas?

—¿Quién sabe? —dije con un ademán de ignorancia.

Quería llegar a un punto determinado, pero como siempre quería que fuera yo el que llegara a la conclusión por mis medios.

—¿Cuál es la alternativa, si la nave no puede sostenerlos?

Revisé las cifras en mi mente.

—Si la nave no puede sostenerlos, entonces los futuros permisos se reducirán drásticamente.

Negó con la cabeza.

—Es un arma demasiado buena, Gorrión. Puede que la vuelva a necesitar en el futuro.

Fruncí el ceño, preguntándome qué tendría en mente, y entonces me quedé helado cuando me di cuenta de qué se trataba.

—Acortar la esperanza de vida —dije lentamente—. O más posiblemente, más juicios.

—Si pudiera elegir, Kusaka preferiría más juicios —dijo con amargura—. Tienen un doble propósito, eliminar a los descontentos y reducir el tamaño de la tripulación a niveles sostenibles.

Estaba a punto de decir algo más pero Corin había vuelto con una amplia sonrisa en la cara. Me dio una palmada en la espalda.

—Ambos estamos en la lista —me dijo. Fingí una sonrisa y lo felicité. Cuando me volví hacia Ofelia, ésta había desaparecido.

Cuatro períodos de tiempo más tarde, tuve mi turno con una de las posibles madres. El pasillo estaba decorado con gasas coloreadas y modelos de una cruz dentro de un gran ovoide. El Gran Huevo. Había otros miembros de la tripulación esperando fuera de los compartimentos, con expresiones combinadas de solemnidad y alegría. Me sentí inquieto y nervioso. Para ellos era un rito de paso. También era bárbaro y me pregunté con qué podría compararse. Tal vez con los deberes eróticos de las sacerdotisas en algunos templos de la antigüedad, exceptuando que la mayoría de aquellas sacerdotisas eran prostitutas y los feligreses lo sabían, pagando sus favores con ofrendas al templo.

Era lo más cercano que tenía la
Astron
a una religión, y aparearse con las futuras madres lo más cercano al éxtasis religioso que tenían los tripulantes.

El olor del celo era denso en el pasillo, los tripulantes obviamente estaban preparados para lo que les esperaba en el interior. Saludé a Gaviotín, el primero en la cola para el compartimento de Vencejo, y murmuré unas palabras de ánimo a Gavia, que parecía vagamente indeciso ante todo aquello.

Julda se abrió paso a través de la muchedumbre, repartiendo pequeñas ampollas de vino y obleas, bendiciendo tanto a los tripulantes como a los acontecimientos venideros. La observé atentamente, intentando decidir si había alguna diferencia entre las ampollas de vino que entregaba. Pero fuera cual fuera el truco, era más inteligente que eso. Los anticonceptivos en la comida habían sido eliminados durante el período ritual y supuse que las ampollas de vino que Julda entregaba a algunos aspirantes a padres contendrían versiones de acción rápida de esas drogas. Julda controlaba quién era fértil y quién no. Pero jamás me dijo nada sobre mí y yo no lo averiguaría hasta mucho más tarde.

No mostró ninguna señal de reconocerme. Me tragué el vino y mastiqué la oblea, luego atravesé la pantalla de intimidad después de que saliera Halcón. Parecía como si acabara de ver a Dios.

Bisbita estaba dentro, desnuda sobre una hamaca de la que colgaban varios fadellines de colores. Estaba acostumbrado a verla con sus cejas y labios naturales, y con el cabello en trenzas. Ahora tenía las cejas depiladas, y los labios estaban cubiertos de rojo. Tenía el pelo suelto sobre los hombros; su piel morena relucía con el brillo del aceite perfumado. Era demasiado joven, pensé. Ninguna cantidad de cosméticos podía hacerla parecer una sacerdotisa del templo, sólo una caricatura.

No sabía si me había visto o no. Tenía los ojos cerrados y yacía en la hamaca, esperando.

—Bisbita —dije suavemente.

Sus ojos se abrieron de golpe y conseguí sonreír, sonrisa que desapareció al instante. Sus pupilas eran puntos diminutos en sus ojos castaños. Antes del comienzo de la ceremonia, la habían drogado. No estaba seguro de que me reconociera.

—No estoy aquí para «crear vida», Bisbita —dije en voz baja.

—Gorrión...

Percibí la expresión de su rostro y la tomé entre mis brazos para que dejara de temblar.

—Estoy bien —susurró—. Sabía que sería así, Julda me lo contó. Su nombre estaba en la lista y sabía que Julda los emparejaría.

Negó con la cabeza.

—Zorzal fue el primero en venir a verme.

El regalo del Capitán a su hijo, pensé, mientras mi mente era inundada por la ira. Y Zorzal no habría aceptado la ampolla de vino de Julda.

—Estoy seguro de que Julda puede ocuparse de ello —dije en voz baja.

Se puso rígida entre mis brazos y se apartó de mí, quitándose deliberadamente el pelo de la cara para que pudiera ver su expresión. Su voz era fría y distante.

—Tiene vida propia, Gorrión.

Me sentí como un idiota por haber sugerido el aborto y repentinamente deseé haberle cortado la garganta a Zorzal cuando tuve la oportunidad.

—¿Y Cuervo?

—Mostrará interés.

Y lo haría, sin importarle quién fuera el padre.

—¿Quieres algo? —pregunté.

—Sólo que te quedes un ratito más —dijo con una voz repentinamente seductora, abriendo sus brazos para mí. Le acaricié el hombro suavemente, y luego me marché.

Ese período de sueño, no pude tocar a Agachadiza, no porque ella fuera de la tripulación nueva y yo de la vieja, sino porque no soportaba la idea del sexo.

26

L
a ceremonia duró dos semanas. Durante el período final fui a ver a Bisbita otra vez, obligándome a recorrer el pasillo con sus banderines verdes y rojos y la ubicua imagen de la cruz en el huevo. Cuervo la había visitado varias veces, una de ellas en su papel de padre potencial, pero tenía el presentimiento de que ella podría necesitar a alguien con quien hablar, alguien que no estuviera inmerso en el ritual.

El pasillo estaba abarrotado como era normal, pero pocos se percataron de mi presencia, sus ojos sólo veían glorias venideras que yo no quería contemplar. Estaba a tres pantallas de intimidad de distancia cuando me aplasté contra el mamparo. Abel acababa de salir del compartimento de Bisbita. Afortunadamente, tomó el otro extremo del pasillo y no me vio.

Entonces mis sospechas se acrecentaron; me pregunté si se habría congraciado con el Capitán y si no había estado espiando a Bisbita. Bisbita había ayudado a Julda en ceremonias anteriores y ahora era actriz en una, drogada y probablemente dispuesta a decir cualquier cosa.

Sentí un escalofrío repentino. Agachadiza me había dicho que Abel sabía que yo recordaba mi pasado. Si estaba de nuevo al servicio del Capitán, este período podría ser mi último período como «Gorrión»...

Me deslicé por el pasillo tras él, vislumbrando su gorda figura mientras flotaba hacia un recodo lejano. Media docena de giros más tarde fruncí el ceño, sin saber adónde iba. No estaba de camino al puente o a los alojamientos del Capitán. Parecía que vagaba sin rumbo por los pasillos, deteniéndose brevemente en el compartimento de propulsores para hablar con unos pocos tripulantes allí, luego haciendo una pausa igualmente breve en el gimnasio, donde le dedicó un asentimiento de cabeza a algunos de los que se ejercitaban. Cada vez que se detenía, había descendido un nivel de la
Astron
. Pero no supe su destino hasta que no llegamos allí.

Reducción

Atravesó la pantalla de intimidad y vacilé por un instante antes de seguirle. No había estado espiando a Bisbita, no se había pasado por su compartimento para sonsacarle información que luego pudiera darle al Capitán. Había ido a despedirse.

—Abel.

Se había quitado su calzado magnético y estaba sentado sobre el estante, masajeándose suavemente los pies. Hubiera sido una escena hogareña de no ser por el equipo, los olores y, sobre todo, la cámara de almacenaje abierta en el mamparo del fondo, cuyo interior estaba repleto de una neblina de color del óxido.

—Cierra la escotilla, Gorrión, eso desactiva el monitor. —Cuando la hube asegurado, me dijo—: No esperaba verte aquí.

Su tono era amistoso, casi como el de un tío hablando con su sobrino, sin rastro de la arrogancia y la severidad del Abel que siempre había conocido. Incluso los planos de su rostro regordete se habían suavizado. Por primera vez en lo que quizá fueran muchos años, se sentía seguro. Una vez dentro de Reducción, estabas fuera del alcance de toda autoridad, incluso de la del Capitán. Tu futuro quedaba entre ti y el Gran Huevo.

Hice un gesto que abarcaba el compartimento.

—¿Por qué? —pregunté.

—Tu vida ha sido demasiado corta esta vez para que conozcas las tradiciones... al menos para conocerlas desde dentro, que es donde importa. Cuando tu vida llega a término, vas a Reducción. Es así de simple.

—¿Cuándo llega a término?

—Cuando esa obra de arte que llamas vida está completa, cuando una pincelada más no supone ninguna diferencia. —Su aspecto era lúgubre—. Cuando no esperas nada, cuando ya no puedes ayudar a la nave o la tripulación, cuando tus amigos y amantes han desaparecido...

Sacudió la cabeza cuando empecé a protestar.

—Sin falsas emociones, Gorrión. Nunca te caí bien, y no se suponía que lo hiciera. Si hubiera sido así, no hubieras sido ni la mitad de efectivo. Como están las cosas, sólo me queda una última cosa por hacer. —Sonrió repentinamente y me guiñó el ojo, y con eso ya no hubo nada que me siguiera recordando al antiguo Abel—. Burlar al Capitán.

—No lo...

Se quitó su mandil y lo tiró al eyector. Ahora estaba desnudo, un hombre viejo y gordo cuya dignidad, curiosamente, no había desaparecido con sus ropas.

—Me sorprende que no lo hayas adivinado... o que Ofelia no te lo haya contado.

—Juicios —dije.

Asintió.

—Habrá mucha menos resistencia esta vez, al menos por ahora. Y nunca fui... popular.

—¿Bajo qué acusación? —Quería disuadirle de usar la cámara, aunque sabía que si Abel iba a juicio, el Capitán sería despiadado.

—La verdadera, por supuesto. Traición. Trabajaba con Noé, y el Capitán ya debe haberlo adivinado... Noé y yo éramos íntimos cuando éramos más jóvenes. Nunca pensé que las discusiones entre nosotros fueran convincentes, pero tenía que arriesgarme. Necesitábamos alguien que se ganara la confianza de Kusaka.

Inclinó la cabeza a un lado.

—Según tengo entendido, tú serás mi sucesor. Un trabajo peligroso, especialmente para ti. No es un hombre al que sea fácil entender. Ni querer.

Plegó sus fofos brazos sobre el pecho, intentando protegerse del frío que hacía en el compartimento. Miró en dirección a la cámara llena de niebla rojiza; supuse que una vez dentro estaría cómodo y caliente y que simplemente se dejaría dormir.

—¿No hay nada que pueda decir? —pregunté, sintiéndome miserable. Éste era un Abel completamente nuevo, uno que me caía bien, y uno al que conocería durante escasos minutos.

—Cualquier forma de morir es desagradable, Gorrión, pero la cámara es menos desagradable que la mayoría. Y seguiré estando con vosotros. —Lo convirtió deliberadamente en una broma—. Búscame a la hora de desayunar.

Pensé en cuánta habilidad debió requerir ser humilde y servil ante el Capitán y luego proteger la poca influencia que hubiera ganado siendo hostil ante el resto de la tripulación. Había sacrificado cualquier oportunidad de hacer amigos y al final también sacrificaría su propia vida.

—Has sido el actor más grande que ha habido a bordo —dije. Mi intención era decirlo en tono ligero, pero se filtró una nota de sinceridad que él encontró halagadora.

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