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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (45 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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D
urante un tiempo, la vida continuó con normalidad, aunque podía sentir la tensión entre la tripulación. No se trataba de lo que los tripulantes hablaran entre sí, sino de lo que no hablaban. Nadie se quejó abiertamente cuando la
Astron
cambió de rumbo hacia la Oscuridad ni hizo ningún comentario resentido sobre el Capitán. Actuábamos como si estuviéramos en una de las obras de Agachadiza, aunque nuestro único público éramos los demás. Zorzal, que aparentemente adivinaba lo que sucedía, estaba disfrutando muchísimo.

Había preguntas sin responder sobre Zorzal y me prometí a mí mismo que encontraría las respuestas en algún momento. ¿Sabía que podría ser inmortal? ¿Sabía que era el hijo del Capitán? ¿Y cuál habría sido el propósito del Capitán al engendrarlo? No podía deberse al deseo de inmortalidad que siente la mayoría de la gente cuando tiene niños: eso ya lo tenía. Durante una temporada, pasé tanto tiempo observando a Zorzal como él a mí, pero su comida ocasional con el Capitán parecía una formalidad y vi pocas señales de relación familiar. El Capitán lo sabía pero aparentemente Zorzal no.

Él y yo nos evitamos haciendo grandes esfuerzos, con una excepción: Zorzal ahora era una presencia habitual en Exploración, practicando en la terminal del ordenador. Había veces en las que admitía incluso que era un operador tan eficiente como yo. Pero no tenía ni idea de cuál era su propósito.

Yo sólo había tenido una relación superficial con la mayoría de los demás tripulantes, pero ahora pasaba más y más tiempo con Arrendajo y Pinzón, de Comunicaciones, y Somormujo, de Mantenimiento. Arrendajo y Pinzón tenían mi edad, la edad de «Gorrión», y se jactaban mucho, lo que decía más cosas sobre las actitudes en Comunicaciones de las que habría descubierto preguntando directamente. También me estaba volviendo más hábil a la hora de reconocer a los miembros de la «nueva» tripulación, no tanto en la manera en que se relacionaban conmigo como en la manera en que se relacionaban entre sí. Arrendajo y Pinzón eran bastante pendencieros y discutían bastante entre ellos, una pista delatora de que pertenecían a un linaje más antiguo. Me sentía más cómodo con ellos que con muchos miembros de la nueva tripulación y nos llevábamos bien.

Somormujo era un hombre enorme, tan cuidadoso con su fuerza como Cuervo lo era con la suya. Junto con Reyezuelo, pasaba la mayor parte de su tiempo jugando con Cuzco en la enfermería; o al menos ahí estaban cada vez que me acercaba por allí a ver a K2. Nueva tripulación, pensé, no sólo por su afabilidad, sino por la forma en que podían sentir los estados de ánimo de Cuzco y sus necesidades. En cualquier amontonamiento de niños que se formara en un rincón, sabían perfectamente dónde estaba Cuzco y si necesitaba o no que la rescataran. Y Cuzco sabía cuándo venían a verla aunque todavía estuvieran flotando en el pasillo exterior.

Somormujo y Reyezuelo me gustaban muchísimo.

Corin había adoptado el papel de Tibaldo en la sección de Exploración, aunque en mi opinión recurría demasiado a Zorzal. Entonces se me ocurrió que quizá lo que me estaba pasando era que estaba celoso. Y aparentemente lo mismo se le ocurrió a Corin también. Pronto fui invitado a la pequeña oficina para una charla y fumar un poco. Corin había adoptado muchas de las idiosincrasias de Tibaldo, aunque nunca llegó tan lejos como para adoptar también la creencia de Tibaldo en alienígenas.

—Echas de menos a Tibaldo. ¿No es verdad?

Acababa de dar una calada y aguantaba la respiración, así que simplemente asentí.

—Era el mejor líder de equipo que hemos tenido —dijo Corin. Había un rastro de tristeza en su voz que aprobé.

Siguió alabando las virtudes de Tibaldo y comentando con humor sus defectos.

—En el fondo de todo —dije—, sólo tenía un defecto. Creía en monstruos.

—No creía lo suficiente —dijo Corin con humor sombrío.

Le estaba tomando cariño a Corin, aunque nadie reemplazaría por completo a Tibaldo y el afecto que le tenía. Entonces un sexto sentido me advirtió y m guardé mis emociones. Hubo un tiempo en el que también sentí afecto por Zorzal.

Al cabo de un mes se habían trazado las fronteras y supuse que casi todo el mundo habría escogido ya su bando. La tensión era palpable. Nadie estaba seguro de qué ocurriría a partir de ahora. ¿Negarse a trabajar? No me parecía que eso fuera lo que se necesitaba.

O que fuera a funcionar.

F
inalmente restablecí contacto con el Capitán cuando me presenté ante él para darle el informe sobre las existencias de suministros vitales a bordo. El informe no estaba completo pero supe que no debía retrasarme más o habría preguntas sobre mi alejamiento y si todavía seguía furioso por lo de Tibaldo y Noé. Lo estaba. Siempre lo estaría. Pero no podía permitirme mostrarlo.

Como siempre, estaba frente a la enorme portilla, contemplando una vista de la galaxia que era de una belleza sobrecogedora, una vista que el resto de nosotros pocas veces veíamos: una imagen coloreada por ordenador, viva con verdes, rojos y púrpuras, con vastas proyecciones de gas que se alzaban formando arcos inconmensurables en el medio, oscurecindo maravillas aún mayores.

Se volvió y asintió cuando Banquo me anunció. Al percatarse de las tablillas que tenía en la mano dijo:

—Escalus, ve y tráele a Gorrión media docena en blanco. —Le tendí los cálculos, y luego me detuve para admirar la vista. Era una que no había visto antes y el Capitán me hizo señas para que me acercara más.

—Es una simulación por ordenador de la Gran Muralla, Gorrión.

Aparte de la belleza del color y la composición, no le encontraba sentido alguno.

—¿La gran qué, señor?

—Es una muralla de galaxias, de quinientos millones de años luz de largo, doscientos cincuenta millones de años luz de ancho, y de un espesor de quince millones de años luz. —Flotó más cerca de la portilla y señaló tres áreas vacías—. ¿Sabías que hay agujeros en el universo,  Gorrión?

¿Cuántas veces había contemplado el Capitán el Exterior? Y sin embargo seguía encontrando placer en ello.

Flotó de vuelta a su escritorio y manipuló la terminal. La escena se desvaneció, para ser reemplazada por una airada mancha de colores contra un fondo de estrellas, con filamentos de gases verdes y amarillos que emanaban de un punto central blanco.

—Son los restos de la supernova Bevis, una estrella que explotó hace mil años.

Era hermoso; pero para mí, al menos, era una belleza vacía. No sabía qué decir. Su mano volvió a tocar el panel y apareció la vista más espectacular de todas.

—La M20 —dijo el Capitán con algo de reverencia en la voz—, la nebulosa Trífida... vista desde la Tierra. Si Dios reside en algún lugar, creo que es ahí...

Me quedé contemplando el remolino de gases coloreados e intenté encajarlos con la vista que había en la cubierta hangar. Lo más que podíamos ver eran campos de cristales con poco color y sin dimensiones perceptibles. Tenían su propia belleza, pero era una belleza muerta, fría y distante... la belleza de la realidad. Me pregunté si el Capitán alguna vez contemplaba las estrellas de ese modo, pero sabía que no lo hacía. Ni tampoco veía la Oscuridad como la veíamos nosotros, un área de nada y tan traicionera como cualquier desierto allá en la Tierra. Sólo veía el fuego, el color y las posibilidades en los sistemas estelares al otro lado.

Algo en la fascinación del Capitán me pareció extraño y más tarde, cuando estaba a solas con el ordenador, lo investigué. Lo más cerca que encontré para darle un nombre fue «borrachera de las profundidades», que los buceadores a grandes profundidades de la antigua Tierra sufrían ocasionalmente: el deseo de seguir adelante, de descender más y más a las profundidades del océano. Era un efecto alucinógeno causado por el nitrógeno en el torrente sanguíneo en condiciones de alta presión.

No tenía ni idea de lo que causaba su equivalente en el Capitán, y no sabía de ninguna cura para ello.

Otra vista apareció repentinamente por fuera de la portilla y luego otra, y otra.

—No ves su belleza, ¿verdad, Gorrión? —preguntó el Capitán.

—Sí —dije—. La veo.

Hubo un ligero rastro de decepción en su voz.

—Pero hay cosas que te resultan más hermosas.

Fue mi turno de quedarme sin decir nada, preguntándome cuán importante sería mi respuesta para él.

—Hay vistas que valoro por igual, señor.

Se rió.

—¿Los atrezos de los compartimentos? Creo que el que ha programado Zorzal es bastante notable.

Volvió a acariciar la terminal. Esta vez solté un jadeo.

Los paisajes repletos de estrellas del Exterior desaparecieron por completo. Lo que había fuera de la portilla era un jardín cuidadosamente atendido. Había un gran pino al fondo, con una rama densamente poblada de agujas verdes que aparecía en escena desde abajo, luego un sendero de grava blanca rastrillada que se curvaba desde la base de la portilla hacia la derecha, desapareciendo detrás de una colina cercana. La colina estaba cubierta de matas verdes y arbustos oscuros de flores de un rojo intenso. Varias rocas de gran tamaño habían sido emplazadas cuidadosamente en medio de la ancha corriente de guijarros para romper deliberadamente la extensión blanca.

—¿Existe en realidad? —pregunté, asombrado.

—Es una réplica de la escena de jardín que hay justo por fuera de una de las ventanas del museo Adachi en Honshu. Mira aquí, Gorrión. —Se inclinó hacia delante para tocar algo que al principio no me había dado cuenta de que estaba ahí: dos pétalos de flor que yacían sobre el campo de gravilla. Luego alzó la mano hacia arriba—. Los pétalos establecen una línea que atrae el ojo hacia las rocas de
allí
y luego colina arriba.

—Es hermoso —murmuré—. Y... diferente.

Sonrió ligeramente.

—¿A las estrellas? En realidad, no. Ambas cosas representan la pureza en la naturaleza.

Entonces me habló no como si yo fuera un simple asistente técnico de diecisiete años, sino como su igual de verdad. Y por primera vez, me di cuenta de que lo era. De toda la gente con la que había hablado en la
Astron
, yo sería con el que más había hablado. Conmigo, y con todos los tripulantes que fui una vez.

Fue el único vislumbre que tuve de Michael Kusaka, el hombre, y antes que «el Capitán». Me habló de una cultura de la que conocía muy poco, de su hogar en el antiguo Japón, cultivo de bonsáis y de la complejidad subyacente en los jardines de roca e incluso sobre la escritura de haikus, algo que yo llegaría a aprovechar mucho.

Las constelaciones cambian

Pero las estrellas brillantes siguen su danza

Mi corazón está en paz
[5]

Me pregunté por qué me permitía este vislumbre de su ser y decidí que todavía seguía intentando convencerme... ¿de qué? ¿Y era sólo a Gorrión a quien intentaba convencer?

Comimos y sorbimos algo de vino hasta que fue la hora de marcharme. Recogí las tablillas en blanco de Escalus y le di las gracias al Capitán, titubeando una vez más entre verlo como un amigo personal y verlo como el hombre que había condenado a Noé y Tibaldo. Pero mi corazón se había endurecido, y ningún ofrecimiento de amistad cambiaría el hecho de que el Capitán había mentido, había matado y que conducía a la
Astron
al desastre.

Me detuvo al llegar a la escotilla y me sonrió.

—No habrá motín, Gorrión. —Inmediatamente pensé en Ofelia, Agachadiza y los demás y palidecí. Leyó mi expresión, como sospechaba que lo haría, y añadió—: No te preocupes por tus amigos.

Masa
, eso era lo que había llamado a Noé y Tibaldo.

Estaba atravesando la pantalla de intimidad cuando repentinamente me preguntó:

—¿Crees en el libre albedrío, Gorrión?

No tenía ni idea de lo que me estaba hablando.

—No lo sé, señor. ¿Y usted?

Negó con la cabeza tristemente y dijo:

—No, no creo. No puedo creer.

Cuando finalmente me marché, obtuve un último vislumbre de la vista en la portilla. Volvía a ser la nebulosa Trífida.

Más tarde, busqué en el ordenador la simulación del jardín pero no la encontré. Creo que el Capitán la borró de la memoria del ordenador después de enseñármela.

A
l día siguiente se anunciaron los nuevos permisos de nacimiento y el motín se derrumbó. Se permitían doce nacimientos, muchos más de los que esperábamos. Creía que el permiso sería de tres, para reemplazar a Garza, Noé y Tibaldo. No había pensado en un reemplazo para Judá, pensando que su muerte compensaría el desgaste natural de los recursos de la nave.

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