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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (56 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Al principio no me di cuenta de las pequeñas placas que había en la parte superior de cada cubierta plástica. Cuando lo hice, limpié la mugre con la mano para leer la inscripción que tuvieran.

Robert Armijo, técnico en electrónica, un joven que me recordaba ligeramente a Gavia... Selma Delgado, biotecnóloga, una mujer un poco mayor que podría haber sido la retatarabuela de Ofelia... Lewis Downes, ingeniero de comunicaciones, que era idéntico a Cuervo... Iris Wong, una hermosa agrónoma de piel oscura... Thomas Youngblood, musculoso e hirsuto, especialista en planetología... Ricahrd Uphaus, muy joven y esbelto, con la boca ligeramente abierta como si lo hubieran congelado en medio de una frase...

Había cientos de otros, sujetos por los gusanos plateados como mariposas en una bandeja, pero con el aspecto de que podían abrir las cubiertas de sus ataúdes y salir de ellos en cualquier momento. Todos parecían tan vivos y tan familiares... los
conocía
, pero no podía recordarlos.

Me detuve al final de la hilera y examiné el último ataúd. Estaba vacío, la cubierta de plástico estaba entreabierta, los tubos plateados oscilaban ligeramente en las corrientes de aire como si buscaran un cuerpo al que adherirse. Dudé un instante, y luego limpié la mugre de la placa para leer el nombre.

Raymond Sonte.

Los recuerdos volvieron a raudales en ese momento, sin previo aviso, pisoteando a la persona que había sido como «Gorrión» y recordándome un centenar de vidas pasadas.

—Fue un accidente muy malo, Ray... así te llamas, recordarás eso y más dentro de uno o dos días. En accidentes como éste la conmoción inicial es muy grave. Siento lo de Susan pero no había posibilidades de salvarla. Murió inmediatamente. Estarás fuera de la cama en otras dos semanas, pero tendrás que hacer meses de rehabilitación. ¿Estudios? No por un tiempo, me temo. Pero la Academia ha dicho que te readmitirán el año que viene y con algo de suerte y el permiso de tus padres serás un aprendiz en la lanzadera lunar durante el verano, un plan de futuro... Sé cómo te sientes por lo de Susan...

Estaba en la cima de la montaña más alta de Hubble V, el planeta más parecido a la Tierra que habíamos explorado jamás, o eso afirmaba Tiburón. Podía sentir el frío que se filtraba en mi traje pero todavía no quería descender. Había nubecillas blancas en un cielo ligeramente amarillo y el resto de la cordillera yacía ante mí, y la nieve dorada relucía al atardecer. Perca estaba a cien metros por debajo en la ladera y me saludó con la mano cuando miré en su dirección. Lo celebraríamos cuando volviéramos a bordo: había encontrado una botella de brandi que alguien de la segunda generación había escondido hacía doscientos años. La nieve repentinamente cedió bajo sus pies y mi última imagen de él fue un desgarrado traje de exploración que caía dando tumbos por la ladera de la montaña y que rebotaba en las cornisas rocosas...

Me llamaba Granate y estaba en los alojamientos del Capitán, mirando a la portilla con el Capitán a mi lado, su mano sobre mi hombro, mientras contemplaba asombrado la M31, la gran espiral de Andrómeda.

—He explorado planetas donde soles rojos ocupan un tercio del cielo al amanecer —me decía—. He visto planetas donde las mareas eran de roca fundida, he estado bajo lluvias que duran un centenar de millones de años...

Sus palabras fluían sobre mí como aguas cálidas. Sentí la presión de sus dedos contra mi piel y me juré que si me lo pedía, moriría por él...

Nos habíamos acurrucado juntos alrededor de un fuego holográfico tan real que podía sentir el calor. Dorrit había asegurado la escotilla y Marley intentaba convencerme para que me uniera al motín.

—Ahí fuera no hay nada, Boz, ¡hemos explorado un centenar de sistemas y no hemos encontrado ni una mierda! La única vida que hay en el universo está en esta nave y en la Tierra. —Tan pronto como pude salir fui al Capitán y los denuncié, dándome cuenta demasiado tarde de que iba a lamentarlo para siempre cuando los enviaron a Reducción...

Me escondía en Hidropónica, espiando a Nápoles cuando oyó el crujir de las hojas, se giró y me vio.

—No tendrías que estar aquí —dijo ella. Le sonreí y dije que no me importaba dónde tendría que estar. La tomé allí, en contra de sus deseos, ahogando sus gritos con su propio faldellín. Roma nos encontró y llamó a Seguridad y una semana después me juzgaba una corte marcial. El Capitán me contó más tarde que era demasiado viejo, que había sido un miembro de la tripulación demasiado tiempo. No supe quién era hasta ese momento, pero el saberlo no me hizo ningún bien; al siguiente período mi memoria fue destruida, y lo único que recordaba después de aquello era caer por un precipicio...

L
os recuerdos se agolpaban, un centenar de vidas diferntes, todas exigiendo ser recordadas, ser completadas. Había sido un héroe y había sido un villano, había sido todo lo que a un hombre le era posible ser, amado por la mayoría, odiado por algunos. Pero pese al papel que representara, siempre era el fénix, el recordatorio de la Tierra y de todo lo que había sido antaño, la vara de medir biológica contra la cual la tripulación se medía a sí misma en un esfuerzo por determinar su propia humanidad y lo mucho que puede que hubieran cambiado.

Pero ahora me desintegraba, no podía contenerlas a todas, no podía vivir un centenar de vidas y al mismo tiempo...

La parte de mí que había sido un tripulante llamado Gorrión se dio cuenta repentinamente de por qué Zorzal había querido que entrara en el compartimento. Vería y recordaría y entonces enloquecería con los recuerdos acumulados de una multitud de vidas. Era lo que un tripulante llamado Abel me había advertido que sucedería.

Me sacudí con espanto, chocando contra las criptas preservadoras y corándome el brazo cuando arremetí contra la cubierta del contenedor abierto. El dolor súbito atravesó la tormenta psicológica y todos los recuerdos empezaron a organizarse por sí mismos secuencialmente, como aminoácidos en alguna especie de código mental genético. Era fundamentalmente Raymond Stone más un poco de Hamlet y una gran porción de Gorrión y unos simples rastros de los demás. Los demás en mi interior lucharon durante un instante y luego se rindieron con reluctancia. Raymond Sonte había sido el primero, Raymond Stone tenía prioridad.

Me volví hacia las criptas y recorrí lentamente la fila, limpiando la grasa y la suciedad de las cubiertas plásticas y las placas superiores. Los rostros detrás del plástico eran rosados o morenos, negros o amarillos, pero todos parecían vivos y frescos. Ahora recordaba a cada uno de ellos, había ido a fiestas con ellos y a veces me había acostado con ellos, había conocido a sus hijos y a sus padres.

Bobby Armijo, el cómico de la academia de la lanzadera; Selma, que hacía de madre de todos nosotros; Lewis, que no aguantaba bien la bebida y ocn el que era peligroso beber, y que luego se pasaba un mes disculpándose tras una juerga; Tom, demasiado ingenioso para su propio bien y excesivamente orgulloso de su ascedencia choctaw; Rich, que era como un hermano para Iris y que se rumoreaba que era algo más que un hermano para Bobby...

Atravesé las hileras con lágrimas en la cara, al principio combatiendo contra los recuerdos porque eran demasiado dolorosos y finalmente aceptándolos. Habían sido mis amigos, mis amantes y mis enemigos... y habían sido mi tripulación. Ahora estaban muertos, sus rostros relucientes y sus cuerpos aparentemente vivos eran una mentira.

Los indicadores encima de cada ataúd narraban la historia. Estaban preservados en criptas de nitrógeno como lomos de ternera en un congelador. Pero la química de la vida se había detenido, la actividad eléctrica de su cerebro había desaparecido, sus recuerdos eran polvo, su apariencia un engaño...

Me impulsé hacia la escotilla que conducía a las habitaciones privadas de Kusaka. Si Zorzal tenía razón, la tripulación de Gorrión sólo tenía aire para una hora. Di otra patada para impulsarme.

Mi nombre era Raymond Stone.

Tenía treinta años.

Era el capitán para la vuelta de la
Astronomía
y hacía mucho tiempo que debía haber vuelto a casa.

31

M
ichael Kusaka estaba sentado en su hamaca, observándome con cautela, intentando adivinar quién era yo esta vez y cuánto recordaba. Había una pistola de proyectiles sobre la repisa metálica que sobresalía del mamparo y que le servía de mesilla de noche pero no hizo ningún movimiento en esa dirección. Gorrión lo conocía bien, pero era la primera vez que lo veía desde aquel motín hacía tanto tiempo. Me asombraba que físicamente no hubiera cambiado mucho. Más o menos de mi estatura; piel oscura y lisa; pelo lacio; un bigote fino y ojos oscuros a los que se les daba bien sonreír pero que enmascaraban lo que pensaba en realidad.

Gorrión lo veía de forma diferente, pero para Gorrión era el Capitán mientras que para mí era un igual y mi amigo.

—Hola, Ray.

Asentí.

—Hola, Mike.

—Estamos muy lejos de casa —dijo él.

—No podríamos estar más lejos —concedí.

Ambos estábamos nerviosos y las palabras se nos atropellaban. Gané tiempo mirando al compartimento. No había cambiado mucho desde que lo había visto por primera vez en una visita antes del Lanzamiento, lo que significaba que todo lo que había en él era
antiguo
. Los cuadros sellados con plástico que estaban soldados a los mamparos, vistas del Gran Cañón, Taj Mahal y lo que quedaba de la selva del Amazonas, parecían frágiles y amarillentos. La biblioteca de quinientos libros o así, que codicié en su momento y todavía codiciaba, estaba recubierta de polvo y óxido. Un cubo de música y una pequeña pila de chips a su lado parecían soldados al metal del estante. Me pregunté si los chips seguirían funcionando y reproduciendo música. Luego supuse que si los cuadros habían sobrevivido entonces los chips también.

También había hologramas de la familia de Mike soldados a las paredes, mientras unos pocos descansaban sobre la repisa, arrugados y descoloridos, detrás de la pistola. Había uno de Sachiko, su frágil y hermosa esposa, de la que jamás había estado realmente cerca, que había tenido una breve carrera en la industria cinematográfica de Hong Kong y que contemplaba con disgusto todo lo relacionado con la ciencia y el espacio. Y uno de Matthew, su hijo descarriado, que había muerto durante una exploración de Venus. A Mike le había resultado fácil dejar la Tierra y aceptar pasar cuarenta años en el espacio.

Sólo que habían pasado muchos más de cuarenta años.

Los dos habíamos sido los miembros indispensables de nuestras tripulaciones y los médicos no se habían ahorrado gastos ni técnica para asegurarse de que fuéramos inmunes a la enfermedad y a las dolencias. Ninguno de ellos había anticipado la longevidad como efecto secundario.

Me acomodé en la silla suspendida para invitados a un lado de su hamaca. Como Gorrión, era dolorosamente consciente del tiempo que pasaba inexorablemente. Como Raymond Stone, no podía evitar el robar unos minutos para hablar con el hombre que una vez fue mi mejor amigo.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo con torpeza.

—Mucho más de lo que debería haber pasado. —En mi interior, Gorrión aullaba de rabia y miedo, era difícil de silenciar.

Mike lo dejó pasar. Era un reencuentro entre dos viejos amigos y lo representó hasta el final.

—¿Cuándo fue la última vez? Sin contar el vuelo de prueba.

—La Estación Enlace. —No pude evitar sonreír. La Estación Enlace era la enorme estación que crecía caóticamente mientras servía de punto de salto hacia la Luna y las colonias O'Neill. Nos habíamos agarrado una borrachera monumental, y lo último que había visto de Mike era que desaparecía por un corredor con una mujer de amplias carnes llamada Rusty. Rusty era una persona estridente pero agradable y era la única mujer que toda la tripulación tenía en común. Su rango era de técnica de servicios de primera clase, un eufemismo gubernamental para prostituta.

—Sé en lo que estás pensando, Ray. La tía no era para tanto.

Se las arregló para mostrar una sonrisa sombría pero sus ojos seguían demasiado ocupados juzgándome para unirse a la sonrisa.

—Puede que lo fuera para ti, no para mí.

Nos quedamos en silencio y pensé en lo cercanos que habíamos estado el uno del otro durante los entrenamientos en las instalaciones de Arizona, en las expediciones a Wisconsin para pescar luciopercas y lucios, o haciendo regatas en la bahía de San Francisco a bordo de nuestros veleros...

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