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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (51 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Julda y yo tendríamos otra charla, pero en ese momento Corin estaba en su turno y Ofelia había convocado otra reunión de la célula. Le pasé la mano por el pelo a K2, le di un beso en la cabeza y me impulsé hacia el pasillo.

Esta vez nos reunimos en el compartimento de Malaquías. Malaquías desactivó el atrezo del compartimento justo cuando entrábamos, pero no antes de que yo enarcara una ceja y los demás sonrieran. Si Malaquías quería vivir en un harén, ¿quién iba a echárselo en cara?

Ofelia esperó a que hubieran llegado todos, y luego dijo sin preámbulo:

—Kusaka acaba de anunciar la recepción de señales procedentes del otro lado de la Oscuridad.

Yo no era el único que podía dejar caer una bomba en una reunión, por lo que veía. Hubo un momento de consternación y pregunté:

—¿Hay alguna confirmación?

Ofelia negó con la cabeza.

—Reyezuelo en Comunicaciones dice que no es cierto.

Gavia parecía perplejo.

—¿Por qué iba a mentir el Capitán?

—No miente a los nuestros —dije—. Miente a los suyos. Sabe que creerán lo que les diga aunque los nuestros no.

Los acontecimientos se precipitaban con más rapidez de lo que nadie, incluido el Capitán, había previsto. Cada bando intentaría sus planes absurdos y chapuceros primero. Al final las cosas se descontrolarían por completo y alguien acabaría pasándose de la raya.

—¿Y qué hacemos? —Ofelia me miraba.

Era «Gorrión» sólo para mí mismo. Para los demás, era el que había estado con la nave desde el principio mismo; me gustara o no, era su líder de facto.

Me encogí de hombros.

—Ser escépticos y pedir pruebas.

—El Capitán se las inventará —dijo Cuervo.

—Todavía no es demasiado tarde si nadie en Comunicaciones puede confirmarlo.

Cuervo puso mala cara.

—Lo hará Catón.

—Entonces tendremos que recordarles a los tripulantes que Catón es uno de los hombres del Capitán. ¿Qué hay sobre las armerías, Gavia?

Empezó a contar los puntos con los dedos de la mano, temiendo olvidarse de algo.

—Sólo hay una que sepamos y es la que controla el Capitán. No hemos encontrado otras.

—¿Has explorado la Sección Dos?

Asintió.

—Malaquías y Águila reunieron un equipo y la revisamos a conciencia. —Vaciló antes de continuar. Creo que hay fantasmas allí.

Fantasmas de edificios grises poblados por personas grises, pensé, y me pregunté quién habría jugado con la terminal.

—¿Y la Sección Tres?

—Está sellada —respondió Cuervo—. No hay fugas de aire en absoluto. Fue la primera sección en ser abandonada y después extrajeron todo el aire y soldaron la escotilla.

—¿No hay manera de entrar?

—No a menos que lo hagas desde el exterior.

Agachadiza parecía dubitativa.

—¿Cuántas pistolas de proyectiles siguen en funcionamiento?

—Se han usado unas cuantas en las prácticas de tiro —le recordé—. Y la de Garza funconaba perfectamente.

Gavia cerró los últimos dedos.

—Eso deja la armería del Capitán. Tiene que estar en sus alojamientos.

Una vez más todo el mundo se me quedó mirando. Yo era el único que tenía acceso a las habitaciones del Capitán, el único que podía tener una excusa razonable para entrar. Y la persona para quien posiblemente fuera más peligroso.

—Es importante saber cuántas armas tiene —añadió tentativamente Cuervo.

Revisé en mi mente las últimas veces que había visto al Capitán y el examen superficial que había hecho de sus alojamientos. Desafortunadamente, con Escalus y el Capitán vigilándome, había visto muy poco.

—¿Qué tipo de hombre es Escalus? —preguntó Agachadiza.

—Una rata de guardia. Leal.

—¿También duerme allí?

Hice un ademán de ignorancia. No conocía su vida.

—Le tiene cariño a Chorlito de Mantenimiento —dijo Gavia—. Pasa su tiempo fuera de turno con ella.

Agachadiza frunció el ceño.

—¿Estás seguro?

Gavia parecía sorprendido.

—Creí que lo sabía todo el mundo.

Agachadiza se volvió hacia mí.

—¿Dónde duerme el Capitán?

—En el compartimento de atrás. El de delante se usa estrictamente para reuniones, comidas, entretenimiento y ese tipo de cosas. El compartimento está organizado alrededor de la portilla.

Las conspiraciones y las intrigas eran algo natural para Agachadiza, probablemente por haber pasado tanto tiempo estudiando dramas históricos. Sólo le llevó unos minutos trazar un plan. Cuando el Capitán se retiraba a dormir, Escalus quedaba libre y normalmente pasaba su tiempo con Chorlito. Banquo estaría de servicio en el pasillo, pero se le podría alejar con un señuelo consistente en un pequeño alboroto en el mismo nivel. Agachadiza podría hablar con Chorlito para que ésta se asegurara de mantener ocupado a Escalus. Lo que me proporcionaría un tiempo a solas en el compartimento del Capitán.

Siempre y cuando Escalus se marchara.

Siempre y cuando se pudiera alejar a Banquo.

Siempre y cuando Chorlito cooperara.

Siempre y cuando el Capitán se hubiera retirado a dormir de verdad.

Agachadiza me haría saber cuándo Escalus dejaba de estar de servicio y Cartabón y Gavia arreglarían las cosas para crear una distracción en el pasillo: dos tripulantes alborotadores por lo que habían fumado, lo suficiente para atraer a Banquo lejos de su puesto pero no lo suficiente para despertar al Capitán. Todos estuvieron de acuerdo y se marcharon.

Todos menos Ofelia, que se quedó atrás. Tenía la cara gris por la tensión.

—Tenemos un plan para obligar al Capitán a volver. —Esperé a que terminara, pero negó con la cabeza y me dijo—: No estoy segura de que deba contártelo, Gorrión. El plan no depende... de ti. —Vaciló—. Es decisión tuya si quieres que te lo cuente o no.

Durante un momento me sentí herido e insultado, luego entendí por qué retenía la información. De todos los amotinados, yo era ahora el más importante... y el más expuesto. Ofelia sabía tan bien como yo que pendía de un hilo, y que el Capitán podía cortarlo en cualquier momento.

—¿Funcionará? —pregunté.

Asintió.

—Tiene que funcionar.

Eso no era exactamente lo que había preguntado, pero no insistí. Tendría que confiar en ella.

—Entonces no me lo cuentes. Todavía no.

—Suerte, Gorrión.

Era con Hamlet con quien hablaba, y fue Hamlet quien asintió dándole las gracias.

N
o fue difícil atraer a Banquo lejos de la escotilla y sólo me llevó un momento colarme en los alojamientos del Capitán, con dos o tres tablillas metidas bajo el brazo en caso de que el Capitán aún estuviera despierto. Se enfadaría, pero verme al principio de su período de sueño no sería una razón suficiente para hacer que me borraran la memoria...

Sólo había un tubo luminiscente encendido, lo que dejaba en la oscuridad la mayor parte del compartimento. Me quedé inmóvil, esperando a que mis ojos se ajustaran a la penumbra. La silla del Capitán estaba desocupada y la única luz de verdad provenía del compartimento dormitorio y el despacho. Pude oír el murmullo de una conversación, sentí cómo se me erizaba el vello de la nuca. El Capitán todavía estaba despierto, y hablaba con alguien, probablemente con Catón. Tenía los sobacos y las palmas de la mano húmedos de sudor y pensé en marcharme, aunque también estuve tentado de acercarme más para ver si podía oír la conversación o registrar rápidamente los alojamientos en busca de un depósito de armas.

Vacilé, convencido de que me estaba portando como un idiota. Si guardaba las pistolas en algún lugar, sería en el compartimento posterior.

Las pocas tablillas que llevaba conmigo de repente me parecieron una excusa endeble para estar allí. Tomé una decisión, esperando que Banquo siguiera ocupado al otro extremo del pasillo. Mi valentía se había desvanecido y mi corazón latía desbocado. Entonces volví a quedarme inmóvil. La enorme portilla que ocupaba todo un lado del compartimento estaba desprovista de sus imágenes normales y por una vez mostraba el Exterior como se veía desde la cubierta hangar. Era como si todo ese flanco de la nave estuviera abierto al espacio. Tuve que combatir un momento de vértigo, lleno de pánico ante la sensación de que podía salir flotando y perderme entre el ligero espolvoreado de estrellas a la izquierda y el océano de negrura a la derecha...

La Oscuridad y la Profundidad, pensé con ánimo lúgubre. Aquí estábamos, un grupo de primates asustados y charlatanes a años luz de la seguridad de la jungla, procreando y luchando dentro de los confines de acero de un diminuto mundo artificial que había sido lanzado al espacio hacía milenios. Una vez que desapareciera, no habría vida en el universo, y no habría ningún sentido en las grandes explosiones de materia y los rotantes trozos de roca y gas que llenaban el vacío y...

Me tragué mis miedos y empecé a registrar el compartimento. Si aparecía el Capitán, intentaría mentir para escapar. Si Banquo me interrumpía, haría lo mismo, aunque dudaba que pudiera convencer a uno u otro.

Floté hasta el escritorio del Capitán. El globo de proyección estaba vacío y no había nada más en el escritorio con la excepción del pisapapeles solitario que había visto por primera vez en el puente. Lo cogí un momento entre mis manos y luego lo volví a depositar cuidadosamente.

Abrí los cajones del escritorio sin hacer ruido, asegurándome de que ninguno de los contenidos escapaba a mi inspección. No había nada excepto unas pocas tablillas de escritura. Los cerré, luego floté hasta los estantes de libros en el mamparo de enfrente. Pasé los dedos por las cubiertas, conseguí leer unos cuantos títulos y combatí el impulso de robar uno o dos.

Era una extraña moralidad la mía: podía liderar un motín contra el Capitán, pero no podía robarle uno de sus libros.

De algún lugar me llegó el débil tictac de un reloj y una vez más me quedé paralizado por el miedo. El tiempo se acababa; no podrían mantener a Banquo alejado de su puesto para siempre, y el Capitán podía dar por terminada su conferencia en cualquier momento. Me estremecí y tanteé mi camino más allá de los estantes, y luego me volví para contemplar el compartimento. Había buscado en todos lados. La armería tendría que estar en el compartimento casi tan espartano como los de la tripulación.

Fui hacia la escotilla, y luego agarré una anilla del suelo para detenerme. La mesa de comedor. Con una tela puesta por encima, tensada y que llegaba hasta la cubierta, sujeta con anclajes magnéticos. Fui hasta allí, rompí los sellos magnéticos y retiré la tela. Bajo la mesa había un armario de puertas metálicas. Palpé en busca del cierra y lo abrí en silencio.

Algunas de las pistolas todavía estaban inmersas en su grasa protectora, que había adquirido una apariencia y un tacto rocoso. Realicé un recuento rápido. Unas veinte armas, más unas cuantas latas de munición. Diez de ellas habían sido disparadas y supuse que serían las diez usadas en las prácticas de tiro. Me pregunté cuál sería la que había usado Garza contra mí en Aquinas II. Era un pensamiento morboso, pero práctico: si sabía cuál era, al menos también sabría que funcionaba.

Las que estaban dentro de la grasa protectora sabía que eras inútiles: habría que sacarlas con escoplo y probablemente el cañón estaría atascado con esa sustancia. Pero las otras diez posiblemente funcionaban; supuse que era toda la artillería de la que disponía el Capitán.

Empecé a recogerlas, y luego me di cuenta de que no me atrevía. Si el motín fuera a estallar al período siguiente, la cosa sería diferente. Pero no echaría de menos una sola pistola. Cogí la que parecía estar en mejor estado y una pequeña lata de municiones y me las metí en el faldellín. El que los llevara encima no sería apreciable a simple vista ni para Banquo ni para el Capitán, pero un registro rápido no implicaría sólo la destrucción de mis recuerdos. Probablemente sería enviado a Reducción.

Floté de vuelta a la escotilla, y luego volví a dudar. Seguía oyendo el suave murmullo de una conversación procedente del compartimento posterior, y la curiosidad venció rápidamente a la prudencia. Me impulsé hacia el copartimento, manteniéndome a un lado para evitar quedar expuesto a la luz. Me aplasté contra el mamparo y miré al interior. Había poco que ver: un compartimento exterior que estaba a oscuras casi en su totalidad y otro más pequeño al fondo, en el que había una hamaca y aparentemente poca cosa más. El Capitán no estaba a la vista pero su voz era clara y podía discernir palabras específicas, aunque no le encontraba sentido a lo que decía. Parecía como si estuviera en el compartimento exterior, pero no podía verlo en la penumbra.

Una vez más se me erizó el vello de la nuca. Habían transcurrido unos buenos cinco minutos, pero no había oído hablar a nadie más. Se me pasó por la cabeza que quizá hubiera momentos en los que incluso el Capitán se sentía solo y tenía miedo, momentos en los que se retiraba al compartimento posterior y mantenía largas conversaciones consigo mismo.

Tenía razón en parte, pero también estaba terriblemente equivocado.

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