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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (49 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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—Catón es leal —advirtió Malaquías—. Y todos los amigos de Catón también lo son.

—¿Por qué?

Malaquías estaba tan asustado como el resto de nosotros, pero era más viejo y conseguía disimular mejor sus miedos.

—Catón seguiría al Capitán al infierno si tuviera que hacerlo. Intentaría hablar con él, pero sé que no me escucharía. Sería peligroso.

Los demás probablemente eran como Catón: incondicionalmente leales y devotos, aunque sólo fuera porque eso les evitaba tomar sus propias decisiones. El programa de crianza de Julda había dejado detrás unos cuantos residuos. Entonces recordé que yo también había sido leal y devoto en su momento.

Hubo otro silencio y una vez más creí que Ofelia lideraría la discusión. Pero no dijo nada y a la vez siguiente no esperé demasiado antes de emitir mi propia opinión.

—El Capitán sigue al mando de la nave —objetó Somormujo.

Negué con la cabeza.

—Controla el ordenador y el ordenador pone a la nave en la dirección en la que el Capitán quiere que vaya. Pero no controla Soporte Vital, no controla Mantenimiento, no controla Ingeniería. Él decide el rumbo, pero no gobierna la nave.

—¿Quieres que lo amenacemos? —Somormujo me miró como si lo acabara de sugerir—. ¿Sabotear el suministro de agua durante unos cuantos períodos, convencerle de que no puede seguir adelante sin nosotros?

—Eso sería una estupidez —dijo Ofelia ácidamente—. Acabarías en Reducción al poco tiempo.

Gavia expuso el argumento de mayor peso.

—Las pistolas de proyectiles... el Capitán controla la armería.

Hubo otro largo silencio y una vez más esperaron a que yo ofreciera alguna sugerencia, a que les dijera lo que pensaban antes de que lo pensaran siquiera. Volví a mirar a Ofelia, preguntándome por qué no lo hacía ella. Me devolvió la mirada, en silencio y con una débil sonrisa en el rostro.

—¿Todos los hombres del Capitán son de la vieja tripulación? —pregunté a Malaquías.

—Hasta donde sé, sí.

Era una ecuación simple. La nueva tripulación no usaría la violencia. A la vieja tripulación podía convencérsela para usarla. La apuesta de Julda era del tipo que o ganas por completo o no ganas en absoluto.

—No podemos hacer las cosas a medias —dije al fin—. No podemos amenazar al Capitán con cerrar el suministro de agua; no podemos desactivar los eliminadores de olor en el sistema de ventilación y esperar a que se avenga a nuestros términos. Sufriríamos tanto como él. Hagamos lo que hagamos, tiene que ser algo que lo afecte a él principalmente y tiene que ser algo drástico.

Cuervo tenía casi tantos problemas para hablar con Gavia.

—El Capitán verá nuestro farol.

—No estoy hablando de ningún farol —dije.

—¿Hasta dónde está dispuesto a llegar el Capitán? —preguntó Cartabón. Había un indicio de agresividad en su voz y sonreí para mis adentros. Un hombrecillo que no tenía miedo a las adversidades.

Recordé el partido de pelota y al Capitán jugando pese a tener un dedo roto.

—El Capitán hará lo que crea que es necesario.

Mientras hablaba, también me ponía a juicio a mí mismo. Sabía que sonaba racional y pragmático, seguro. Pero también me sentía inquieto. Estaba haciendo lo que consideraba que era el trabajo de Ofelia.

Agachadiza resumió el asunto y nos puso otra vez en el punto de partida.

—No nos has dicho cómo podemos gobernar la nave sin el Capitán.

Esta vez no esperé a que Ofelia quisiera responder, ni la miré para pedirle permiso tácitamente para hablar.

—La verdadera pregunta es, ¿puede el Capitán gobernar la nave sin nosotros? Y la respuesta es que no. No puede.

—¿Y tú tienes alguna idea de cómo podríamos hacerlo nosotros?

Era Ofelia, desafiándome esta vez, pero no tenía más respuestas. Se conocían entre sí mejor de lo que los conocía yo, y se habían conocido durante más tiempo, conocían mejor la nave.

—Eso es lo que vamos a intentar averiguar... tú, Agachadiza y Malaquías. ¿Cómo podemos obligar al Capitán a hacer lo que queremos? Si es mediante una amenaza, tendrá que ser decisiva. —Titubeé antes de seguir—: Tenemos que estar preparados para llevarla a cabo, no podemos ir de farol con él.

Hacer el papel de líder era una sensación mareante... y engañosa. Pese a las apariencias, no estaba seguro de nada; se me ocurrían problemas que nadie había imaginado siquiera.

—Has mencionado la reserva de armas de proyectiles del Capitán, Gavia; intenta averiguar si hay más. Cuervo te ayudará. —Luego me volví hacia Somormujo y Malaquías—: Ambos tenéis amigos entre los leales al Capitán. Hablad con los que puedan ser persuadidos.

Somormujo no parecía nada contenta.

—Eso será peligroso.

—Muy peligroso. —Me sentía más pesimista que confiado, y dejé que algo de eso se mostrara en mi voz—. Al final, la sorpresa será todo lo que tengamos, y el Capitán sabrá casi tanto como nosotros qué es lo que vamos a hacer. Una vez que empiece el motín, tendremos que improvisar. No seremos capaces de detenerlo, y con suerte tampoco el Capitán. Pero lo intentará, y usará la fuerza. Tenemos que estar preparados para eso.

Todos parecían un poco asustados, incluida Ofelia. Entendí lo que sentían porque yo también me sentía así. Tenía tantas dudas como ellos, estaba tan asustado como ellos, pero no podía permitirme que se me viera. En ese momento necesitaban que los animaran, y ánimo era lo único que podía ofrecerles.

—Cuando la contemplas desde el Espacio —dije con suavidad—, la Tierra es muy azul, cubierta de jirones de nubes que son de un blanco cegador. Tiene desiertos y montañas, llanuras y valles, ríos y vastas praderas. Hay vida bajo cada roca y en cada gota de agua. Es nuestro hogar... y es hora de volver.

El Gran Huevo me perdonaría mis mentiras piadosas y mis esperanzas extravagantes. Abrí la escotilla y salieron, un poco menos asustados y un poco más decididos de lo que estaban antes de mi arenga. Ofelia fue la última en salir y se fue con una expresión de lúgubre satisfacción en el rostro.

Siempre había querido que actuara como Hamlet, y al final lo había hecho.

H
abía una cierta euforia en hacer de líder. Muy adentro de mí seguía teniendo dudas sobre nuestras posibilidades y el resultado final, pero la duda debilita el propósito y no me atreví a admitir duda alguna, ni siquiera a mí mismo. Ni tampoco descarté la convicción de Noé de que en algún lugar de mis recuerdos estaba enterrado el secreto para regresar a la Tierra sin el Capitán.

Por otro lado, siempre quedaba la posibilidad de puentear mis recuerdos. Lo que estaba sepultado en ellos también podía estar sepultado en el ordenador y me pasé la siguiente docena de períodicos haciendo todo lo posible por averiguar qué podría recordar el ordenador que yo hubiera olvidado.

Águila ocupaba ahora mi lugar en las terminales y yo había tomado el de Corin en el globo, aunque Corin seguía ocupando la terminal principal más tiempo que nadie durante los turnos. Y Zorzal a menudo estaba agazapado sobre una terminal en un rincón, investigando dios sabe qué, aunque a veces sospechaba que estaba allí tanto para observarme como para interactuar con el ordenador. Había trabajo por hacer, incluyendo registrar la firma espectral de estrellas distantes, estimar las posibilidades de sistemas planetarios en la ZCH. Pero la urgencia había desaparecido.

Conocías el horario de Corin tan bien como conocía el mío, y memoricé los períodos en que se acostaba con Grajo o Gaviota y cuando podía dedicarse a hacer un par de horas extra en Exploración. Águila estaba allí tan poco tiempo como le era posible. Como nos había pasado a Cuervo y a mí, había descubierto los placeres del sexo entre gentes que no se negaban la primera vez. Zorzal aparecía con frecuencia pero nunca se quedaba si yo estaba solo.

Lo que me dejaba esos períodos en los que estaba a solas. Los empleé en buscar en la matriz de memoria del ordenador. Era, como me había dicho Julda, poco fiable. La historia personal de la tripulación y los registros de generación a generación de la nave eran inconsistentes, no tanto en contenidos sino más bien en método y presentación. Las técnicas de los diferentes operadores variaban tanto como las caligrafías de las personas, y en cada generación se podía distinguir a los diferentes tripulantes que habían registrado información o modificado archivos. Pero al estudiar la matriz del ordenador durante las primeras cinco generaciones, se confirmó el comentario de Noé de que no existían registros de verdad. Era como pasar de una manta de color continuo a una labor de retales.

Había lagunas ocasionales en los archivos más antiguos, y aún más importante, frecuentes menciones de un virus que infectaba la red neuronal hacia finales de la primera generación. Al empezar la sexta, el efecto de mosaico de retales desaparecía y la información registrada volvía a ser consistente en su presentación.

Recorrí la matriz de memoria hasta varios ramales secundarios y recuperé información sobre tripulantes específicos, las dietas de a bordo, la disminución de la tripulación, información sobre planetas explorados, y todos los pormenores de la vida a bordo de la nave.

Entonces me detuve, perplejo, y aparté las manos de la terminal, observando cómo el globo se quedaba en blanco sin apenas ser consciente de ello. Había esperado problemas técnicos, algún «tejido cicatricial» en la memoria del ordenador, pero no había ningún indicio real de que la red neuronal hubiera sido atacada alguna vez por un virus.

Lo que estaba contemplando era un borrado selectivo y una reescritura de la historia de la nave durante las cinco primeras generaciones. No sólo podía decir dónde habían tenido lugar los borrados, también podía ver que había sido el mismo individuo el que había registrado la mayoría de la información durante ese período de los primeros cien años.

Era una labor bien hecha, la obra de un operador maestro. Y el único que podía haberlo hecho era el Capitán. Había dejado la página en blanco para las cinco primeras generaciones y luego había escrito su propia historia de la nave. Jamás sabría qué había ocurrido en realidad. Pero me lo imaginaba.

Su intención original debió ser implantar historias sobre el virus, y luego simplemente dejar los archivos en blanco para las cinco primeras generaciones. Aparentemente cambió de opinión, borró todas las referencias al primer motín, y alteró la información registrada por generaciones posteriores.

El Capitán y yo éramos los únicos que sabíamos lo que había ocurrido. No había registros de un motín, de ningún motín, en la matriz.

A la siguiente ocasión que me quedé a solas, hice algo de investigación de carácter más personal y revisé todas las menciones que había en el ordenador sobre los diferentes tripulantes que había sido en el pasado. También comprobé los códigos de acceso por si alguien más se había sentido fascinado por la historia de mi vida. Los códigos de acceso eran como la tarjeta de una biblioteca, un listado de todos los que habían accedido a determinados archivos. Sólo había una persona en mi caso, pero había sido muy concienzuda.

El objeto de la investigación de Zorzal era yo.

Había seguido mis propios pasos por el laberinto de la memoria del ordenador y ahora conocía todas las conexiones, todos los nombres de los tripulantes cuyas vidas había llevado, todos los papeles que había representado. Lo que me horrorizó no fue el que lo hubiera hecho, sino las razones que tendría para hacerlo. Durante toda su vida había sabido que yo era un fénix. ¿Qué más esperaba averiguar?

—Ya es tarde para trabajar, Gorrión.

La imagen en el globo se había desvanecido antes de que Corin entrara. Hice girar ligeramente mi pulgar y apareció una muralla de números. Bostecé y me froté los ojos con el reverso de la mano.

—Inventario. A petición del Capitán.

El Capitán no había pedido nada por el estilo, pero dudaba de que Corin sacara a relucir el asunto ante él; y si lo hacía, últimamente había inundado al Capitán con tal cantidad de listas e informes que probablemente no recordaría si había pedido más o no.

—No creo que tenga prisa —dijo Corin. Su expresión era más afable de lo habitual, una tapadera lista para ocultar cualquier sospecha.

—Existencias de suministros frente a la tasa de degradación durante al menos los siguientes doscientos años —dije—. Tendrá un gran efecto sobre el número de madres permisibles durante las siguientes generaciones. Creí que debería saberlo.

Corin adoptó una expresión apropiadamente lúgubre.

—Aventurarse en la Oscuridad es lo peor que se le podía haber ocurrido al Capitán —dijo en voz baja. Ya que era miembro de una célula y sospechaba que probablemente yo también lo era, sabía que quería que me cavara mi propia tumba. Sus ojos eran un poco demasiado inocentes, y supe que si me iba ahora comprobaría mi código personal para saber qué había estado haciendo hasta ese momento.

Murmuré algo poco comprometedor y luego cambié de tema.

—Tengo entendido que Gower y Grajo han decidido emparejarse.

Corin tendría que conocer a Grajo mejor, pero con el rabillo del ojo pude ver su expresión consternada.

—No me ha dicho... —Y entonces desapareció por la pantalla de intimidad, decidido a encontrar a Grajo. El sexo era algo muy abierto a bordo y la mayoría no le prestaba demasiada atención. Pero el emparejamiento era algo que se respetaba e interferir con ello era un comportamiento denunciable. Grajo se reiría del asunto, y Corin, sin duda, se quedaría aliviado y eso contribuiría a reforzar su relación. Si venía a mí y me preguntaba, podía responderle sin faltar a la verdad que era sólo un rumor, que no era culpa mía si había reaccionado exageradamente.

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