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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (43 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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Magro consuelo.

A
veces son los incidentes más pequeños de la vida los que tienen las consecuencias más grandes. El perderse una ampolla de café por la mañana puede conducir a una irritación persistente que a su vez llevará a un error de juicio fatal en alguna superficie planetaria hostil. Un choque casual en el pasillo puede llevar a unas breves disculpas, y a un emparejamiento permanente. Había visto ocurrir ambas cosas, aunque nadie me miraba a mí cuando me ocurrió.

Dos semanas después de nuestra partida de Aquinas, y una después de la reunión en el compartimento «franco», estaba medio dormido en mi hamaca cuando Agachadiza vino tras acabar su turno y se acurrucó a mi lado. Yacimos entrelazados y me hizo una pregunta. No recuerdo cuál era la pregunta, pero me hizo ponerme a pensar que todo el mundo quería respuestas de mí, pero pocos se habían ofrecido a contarme algo.

Julda me había aconsejado que usara mis ojos, pero aparte de eso me había dado poquísima información sobre mi propia vida o quién había sido en el pasado. Ofelia y Cuervo eran igual de cerrados, y también Noé. Tal vez hubiera una razón para esa reticencia, pero si la había, yo la desconocía. Yací allí, medio dormido, sintiendo lástima de mí mismo, cuando se me ocurrió que el misterio era mucho más profundo.

Tibaldo se me había confiado, pero nadie más lo había hecho. También había una diferencia fundamental entre Tibaldo y los demás, aunque en ese momento no podía definirla. El Capitán también me había incluido entre los de su confianza, pero eso había sido una maniobra calculada. Entonces recordé a los niños en la guardería; los que se habían reído y llorado al unísono y los que parecían perplejos ante eso...

Bostecé en la oscuridad, decidí que era una tontería seguir pensando en eso, y me dediqué a trazar círculos con el dedo sobre la espalda de Agachadiza hasta que estuve seguro de que estaba despierta. Hicimos el amor sin prisas y luego ella se quedó dormida una vez más, dejándome despierto para que contemplara el techo y me preguntara sobre su curiosa falta de respuesta y si se habría acabado finalmente el romance. Rumié el asunto, luego me convencí de que simplemente sufría de las dudas que afectan a todos en las horas antes de despertar.

Un momento más tarde tenía el vello de la nuca erizado y me había apartado ligeramente de Agachadiza de forma que quedara una fina lámina de aire entre los dos. Repentinamente no podía soportar la idea de tocarla. Amaba a Agachadiza y sabía que ella se preocupaba por mí, pero a veces, a un nivel muy básico, había una barrera entre los dos, una barrera que no podía identificar ni penetrar y que también se extendía a otras áreas de su vida. Había momentos en los que me sentía muy cerca de Agachadiza... y me frustraba porque no podía acercarme más a ella.

Ese período, se me ocurrió una razón para ello que me puso la piel de gallina. Esos momentos con Agachadiza encabezaban una larga lista de preguntas que había estado acumulando y sabía que sólo había una persona que pudiera responderlas. Pero probablemente no quisiera. No por su propia voluntad.

Tendría que obligarla.

E
speré hasta que los pasillos estuvieran desiertos, luego pedí permiso para entrar. Cuando me lo concedió, entré deteniéndome el tiempo suficiente para asegurarme de que no había ningún monitor de vigilancia instalado desde la última vez. El Capitán no había confiado precisamente en Noé pero se había molestado en monitorear su compartimento; sabía que Noé habría esquivado toda vigilancia.

Julda estaba sorbiendo té, pero aseguró la ampolla contra el estante de trabajo del compartimento y se arrellanó en su hamaca, ojos vigilantes y alertas. Ahora no era ni matrona ni oráculo. Me di cuenta, sorprendido, de que me tenía miedo. Había... ¿presentido?... lo que tenía en mente y también sabía que era impredecible.

—Te sabes todas las genealogías —dije. Cuando asintió, añadí—: Desde el principio de los tiempos. Al menos hasta donde llegan los registros del ordenador y probablemente incluso antes de eso. ¿Es correcto? —Entonces le robé una frase a Zorzal—: La verdad, Julda, por favor.

Asintió pero siguió sin decir nada.

—Se la estás enseñando a Bisbita, ¿verdad?

Otro asentimiento de cabeza.

—¿Quién te las enseñó a ti, Julda?

Palideció, y yo también. Tenía razón, y lo que obtendría de Julda sería la confirmación de que estaba en lo cierto. Y cuando la tuviera, mi mundo quedaría destruido para siempre.

Agarré el borde de su hamaca y me incliné hacia delante de forma que mi cara estaba a pocos centímetros de la suya. No podía retroceder.

—Amabas a Noé y amas a Abel —dije en voz baja, con la esperanza de que los cotilleos escandalosos de Gavia fueran ciertos por una vez—. Noé fue abandonado y hubiera costado poco convencer al Capitán de que se librara de Abel. Abel era un agente doble y a ti te pasaba información importante y al Capitán información poco importante. Alguien malicioso podría recordarle al Capitán que Abel ya no le es de utilidad.

Me miró con odio repentino.

—No serías un simple cómplice —dijo con voz frágil—, serías un asesino igual que el Capitán.

Me acobardé, pero no dejé que se reflejara en mi expresión.

—Tengo que saberlo, Julda.

—Al Capitán se le puede persuadir para que haga una o dos cosas —me amenazó—, incluyendo destruir tu memoria.

—Todos llevamos vidas peligrosas —dije—. ¿Quién te enseñó las genealogías?

—Mi madre —dijo con un encogimiento.

—Y su madre se las enseñó a ella, y la madre de su madre a
ella
.

Asintió de nuevo, con temor, sabiendo muy bien adónde quería llegar.

—Pero haces algo más que mantener las genealogías. El Capitán concede los permisos de nacimiento, pero tú te haces cargo de la parte más complicada del ritual, ¿no? Como hizo tu madre y la suya antes de ella. Hay una ceremonia de nacimiento y también una ceremonia de fecundación y sin duda brindan por la madre y el futuro padre. ¿Sigo estando en lo cierto?

—La tripulación necesita el ritual —dijo con severidad.

—Unas pocas madres y quizá un centenar de padres —dije—. Nunca he visto uno pero debe ser algo así: Bisbita y tú proporcionáis el vino y la bendición y las mujeres tienen hijos de padres elegidos no por el azar, sino por ti. Hay algo en el vino, o quizá hay algo que la mujer se quita antes de que se presente su siguiente pretendiente.

—Si lo sabes, ¿por qué preguntas?

—Estoy elucubrando —dije—. Y te pido que me lo confirmes. —Dejé de buscar una manera educada de decir lo que tenía que decir—: El Capitán concede los permisos de nacimiento y elige a los candidatos, pero él no es el que cría una tripulación. Lo haces tú. Y quiero saber qué tipo de tripulación estás criando.

No creía que me respondiera, pero vio en mi cara la misma expresión que vio Zorzal cuando sostuve un cuchillo contra su garganta. ¿Habría ayudado a enviar a Abel a Reducción? Generaciones más tarde, no estoy tan seguro, pero en el momento estaba seguro de que lo habría hecho.

La voz de Julda se llenó de amargura.

—No una tripulación como con la que empezó el Capitán. Una que atesora la vida, que valora la cooperación, una que experimenta de primera mano las emociones que sienten los demás, que es leal a sí misma. —Hizo una pausa—. Una que puede compartir sus recuerdos.

No estaba seguro acerca de lo último pero la vida a bordo de la
Astron
ya animaba de por sí a los otros nobles atributos. Julda quería grabarlos en piedra, convertirlos en parte del mapa genético.

Me leyó y dijo en tono sombrío:

—No son idealistas, Gorrión. Son pragmáticos. Tienen rasgos valiosos para sobrevivir a bordo de la
Astron
.

—Lo que intentas hacer es privar al Capitán de su tripulación —dije con inspiración repentina—. Una tripulación leal a sí misma asegura que dentro de pocas generaciones el Capitán tendrá una tripulación que estará en su contra por completo.

—Harán falta cinco generaciones más —repuso Julda con calma.

¿Qué había dicho Ofelia?
Podemos sentir quién es uno de nosotros
. Y entonces me pregunté si lo habría dicho deliberadamente.

—¿Reproducción selectiva?

Julda volvió a encogerse.

—Las poblaciones pequeñas y aisladas del resto en cualquier especie pueden cambiar a un ritmo muy rápido. Y los caracteres se manifestará siempre. Y llevamos dos mil años en el espacio, sometidos a una radiación de bajo nivel continua. Estamos tratando con una reserva genética muy pequeña; nuestra rama de la raza humana es... maleable.

No había habido una serie de motines, volví a pensar. Se trataba de un gran motín que duraba siglos, probablemente desde la primera generación. Habiendo fallado en la primera intentona, habían decidido planear a largo plazo, engendrar una tripulación que actuaría al unísono y enfrentarla contra un Capitán que tenía todo el poder que un hombre podía tener a bordo.

—Más de la mitad de la población proviene de un linaje genético diferente al del Capitán, ¿verdad, Julda?

—En cierto sentido.

—Y también diferente de la mía —añadí con amargura.

Sabía en qué estaba pensando.

—Ella te ama, Gorrión.

—¿Qué soy para ella? —pregunté cínicamente—. ¿Una mascota?

—Nuestro linaje es diferente, Gorrión, ni mejor ni peor.

—Recientemente no estamos cerca el uno del otro —dije. Si hubo una vez en la que sentí que se me rompía el corazón, fue entonces. Agachadiza había sido el fin de mi soledad.

Negó con la cabeza.

—Más cerca que la mayoría de las parejas. Quizá no tan cercanos como a ti te gustaría.

—Se sentiría más cercana a alguien de su misma clase, ¿es cierto?

Julda vaciló.

—Depende de la persona... quizá. Pero influyen más cosas de las que imaginas.

Pensé en los niños de la guardería y también pensé en Cuervo y Bisbita y en Noé y Julda y repentinamente sentí miedo... y envidia. Las relaciones humanas se basan en tod una vida de intentar comprender las penas y las incomprensiones de otra persona mientras el otro intenta entender las tuyas. Como los niños de la guardería, aprendíamos empatía mediante la risa y el llanto. La nueva tripulación experimentaría muy poco de esas cosas. Habría pocos malentendidos y muy poca alienación, y las penas de uno serían compartidas por todos, reduciendo la individualidad. Habría poco sufrimiento espiritual... y también se me ocurrió que se produciría poco arte a causa de esa carencia. Si la tripulación encontraba alguna vez un planeta donde prosperar y crecer, habría pocos Beethoven o Van Gogh. Pero considerándolo todo, no estaba seguro de que ellos fueran los que salieran perdiendo.

En cuanto a mí mismo y Agachadiza, una vez que nuestro deseo inicial se consumió, me sentía como un desconocido ante ella. Había una barrera que no podía dejar de lado. Con demasiada frecuencia no éramos más que dos personas que se gustaban y que encontraban una liberación casual en el hecho de estar juntos. Ahora sabía que jamás experimentaríamos esa mezcla de confianza y deseo que siempre había esperado. Ella encontraría esas cimas de pasión en brazos de otra persona, pero jamás podría hallarlas conmigo. La nueva tripulación era capaz de cantar canciones que yo jamás podría oír.

—Tienes más de lo que la mayoría de la gente tendrá jamás —dijo Julda quedamente.

La acusé con tanta rapidez como había acusado a Agachadiza.

—¿Puedes leerme la mente? ¿Forma parte de las diferencias?

—Sentimos lo que sientes y por tanto lo que debes estar pensando.

—No —negué con enfado—; no sólo leéis emociones, leéis mentes. —Estaba en lo cierto y al mismo tiempo estaba equivocado, pero en aquel momento no tenía importancia—. ¿Qué piensa Agachadiza de mí? —pregunté.

—¿En qué manera?

—Un neandertal debió llevarse una agradable sorpresa cuando se apareó con una criatura que poseía un sistema nervioso superior. Pero imagino que sería bastante aburrido para el cromañón.

Apartó la vista.

—El neandertal tenía mucho que ofrecer. Era menos grácil, pero era más fuerte y un cazador nato. Cromañones y neandertales se cruzaron. Con bastante éxito.

—Los neandertales desaparecieron —dije.

—Puede. Prefiero pensar que se mezclaron para dar algo mejor... o que fueron asimilados por una especie menor, dependiendo de tu punto de vista.

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