Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
T
erminamos nuestro trabajo en Aquinas II en dos semanas. No encontramos vida de ningún tipo, Aquinas II era un planeta barrido por el viento, un planeta solitario con montañas de hielo de agua, lagos y ríos de metano, tormentas repentinas y una niebla densa que limitaba drásticamente la visibilidad. Era un planeta sucio con una atmósfera primitiva irrespirable y agua imbebible. Un planeta primitivo, muerto al nacer y estéril. Si hubiera estado más cerca de la primaria, si hubiera sido algo más cálido, si hubiera tenido tectónica de placas o depósitos radioactivos... cualqier cosa que calentara sus frías entrañas.
Pero era un planeta frío y muerto. No había rastros que marcaran el lento avance de las babosas de Aquinas, ni pequeños senderos que indicaran por dónde pasaban las sobrecargadas protohormigas, ninguna estela de burbujas en los lagos o ríos de metano donde algo muy diminuto se movía aotando sus flagelos...
La decepción a bordo era tan devastadora que algunos de los tripulantes se alegraron cuando se anunció que nos marchábamos, aunque sabían que nos adentraríamos en la Oscuridad. Nadie había calculado cuántas generaciones nos llevaría cruzarla, y hasta donde sabía, nadie había hecho estudios sobre la capacidad de la
Astron
para sobrevivir al viaje. Pero dudaba que la nave pudiera.
Garza, Noé y Tibaldo no habían sido vistos desde sus juicios y se especulaba con que estaban retenidos en alguna parte de la cubierta del Capitán. Ofelia, Cuervo y Gavia estaban presentes en las comidas pero ausentes el resto del tiempo. Más de una vez temí que el largo brazo del Capitán los hubiera puesto en custodia, que Agachadiza estuviera equivocada y que sus juicios se anunciaran en cualquier momento.
Cuando estaban presentes, me ignoraban y yo los ignoraba. El trato me convertía en sospechoso y sabía que no querían ponerme en peligro. Mis motivos eran más egoístas. Había empezado a amar a «Gorrión» y no quería que destruyeran mi memoria.
Media docena de períodos más tarde, cuando estábamos a punto de abandonar la órbita, una desconsolada Porcia rompió el suspense y confirmó un rumor. Cartabón le había contado que los tres prisioneros no habían sido enviados a Reducción, después de todo. Los tres habían sido abandonados en Aquinas II y morirían cuando se quedaran sin aire o cuando se agotara la energía de sus sistemas de soporte vital.
Tibaldo tenía razón, después de todo. El Capitán no nos conocía. Si hubieran sido enviados a Reducción, se habrían convertido en parte de la comida que tomábamos, del agua que bebíamos, y del aire que respirábamos. En cierta forma muy real, hubieran permanecido junto a nosotros para siempre.
Pero abandonarlos en Aquinas II era como negarle a alguien un entierro formal más allá en la antigüedad de la Tierra. Iba en contra de la religión de la
Astron
, por vaga e indefinida que fuera, y era algo que dudaba que la tripulación aceptara.
En cuanto a mí, si bien no me preocupaba demasiado lo que le ocurriera a Garza, sí que me preocupaba muchísimo lo que les ocurriera a Tibaldo y a Noé.
Eran mis amigos, pero no había hecho nada para salvarlos. Tardé poco en darme cuenta de que no podía vivir con ello.
N
o abandonaríamos la órbita durante otras veinticuatro horas pero los sistemas de soporte vital de los abandonados en Aquinas no funcionarían tanto tiempo. No tenía ningún plan en absoluto excepto que alguien tendría que rogarle al Capitán para salvar las vidas de Noé y Tibaldo. Y quizá la de Garza. Si podían destruir mis recuerdos, quizá podrían hacer lo mismo con él, y un Garza renacido podría resultar ser un Garza feliz y un crédito para la nave.
Pero ¿quién hablaría por Noé?
¿O intercedería por Tibaldo?
¿O rogaría por Garza?
Era muy joven, no llevaba ni un año siendo Gorrión, y en mi corazón sabía que el Capitán podía cambiar de opinión. Noé era un hombre viejo que condujo un motín tan inepto que apenas sí podía ser calificado de simple conversación. Y si Tibaldo hubiera sido juzgado por un jurado, no habría doce miembros de la tripulación que le condenaran por deslealtad.
No había lógica alguna en las sentencias del Capitán, y eso debería haberme servido de advertencia.
La primera persona a la que me acerqué fue a Ofelia. Esta vez me anuncié y recibí permiso para entrar. Estaba flotando junto al mamparo más lejano de su compartimento, que ahora había sido reemplazado por una vista del Exterior. Se parecía al Capitán, allí quieta y contemplando con ánimo sombrío el infinito. No se volvió cuando entré.
—Eres un idiota, Gorrión. La gente sabrá que has venido a verme e irá a contárselo a Kusaka.
Ignoré su sarcasmo y le dije por qué estaba allí.
—¿Realmente crees que alguien podría convencer a Kusaka para que cambiara de parecer? Olvídalo, Gorrión, no hay nada que hacer.
—Morirán —dije.
—Todos morimos. Tarde o temprano. —Su voz se volvió incluso más amarga—. Yo debería haber sido juzgada en vez de Noé, y Kusaka lo sabe. Y sabe que yo fui la que se emparejó con Tibaldo, por breve que fuera.
—Entonces, ¿por qué no te sometió a juicio?
Hizo un gesto de ignorancia.
—Quizá escogió nombres al azar. —Su rostro se contorsionó—. Quizá se imaginó que yo viviría más que Noé y que le sería de más utilidad.
—¿Cuánto crees que le contó Noé?
—No más de lo que Kusaka ya sabía.
Debió tener lugar una gran batalla de ingenios entre Noé y el Capitán. El Capitán querría saber los nombres de todos los que estuvieran relacionados con el motín, pero Noé no le habría revelado nada.
—El Capitán tiene acceso a fármacos —señalé, y añadí a desgana—: Los usará en los demás amotinados.
—¿Y qué? No puedes revelar lo que no sabes, y estoy segura de que Kusaka ya lo ha descubierto. Su única alternativa era dar ejemplo a algunos de nosotros y escogió a Noé. Igual podría haber sido yo, pensé que sería yo, pero Noé era más... sacrificable.
—¿Y Tibaldo?
La tristeza suavizó sus rasgos.
—Tibaldo no sabía nada. Nunca le hice cargar con conocimiento inútil, ni cuando discutimos.
Estaba convencida de que no había nada que hacer y yo cada vez era más renuente a aceptarlo.
—Debes conocer a alguien que pueda interceder en su favor ante el Capitán —dije—. No nos queda mucho tiempo.
La había presionado demasiado y se enfadó.
—¡No me eches la culpa de tu sentido de la culpabilidad, Gorrión! Si pudiera haberme presentado voluntariamente en su lugar, lo habría hecho. Noé no me lo pidió y tampoco me hubiera dejado si se lo hubiera ofrecido y Kusaka hubiera aceptado. En cuanto a Tibaldo, no sabes nada de lo que pasó entre nosotros.. ¿Estás seguro de que tus premisas son correctas? ¿Te sorprendería si te dijera que Kusaka puede que haya acertado por casualidad? Pero si alguien me pregunta, no lo sé con seguridad. En lo que a mí respecta, Tibaldo y yo tuvimos el tiempo que se nos dejó antes del final, nos separamos como amigos y nos dimos las gracias mutuamente.
Me sentí como un idiota y me giré para marcharme, pero ella todavía seguía enfadada y me detuvo en la escotilla para amenazarme.
—Te he contado más de lo que debería, Gorrión. Pero no olvides que tú también puedes ser denunciado, y tu muerte como «Gorrión» sería tan definitiva como la de Noé o la de Tibaldo, aunque tu cuerpo siguiera vivo.
Incapaz de ayudar a Noé, Ofelia me había atacado llevada por la frustración... pero aun así dolía.
—Confío en ti, Ofelia... aparentemente más de lo que tú confías en mí.
Había niveles de la conspiración que jamás había sospechado. Implícito en el repentino estallido de Ofelia estaba la admisión de que Noé jamás había sido el cabecilla del motín e incluso que era posible que Tibaldo hubiera llevado una vida de elaborado engaño. No lo creí, creía conocer bien a Tibaldo, pero Ofelia había introducido el gusano de la duda y quizá eso era lo que pretendía.
Pero no pude resistirme a juguetear con una nueva idea. Quizá no había habido una serie de motines diferentes con el paso de los años, sino sólo uno, uno que duraba generaciones. Las sugerencias de Ofelia sobre la complejidad del asunto eran una pista en esa dirección.
La siguiente persona a la que visité fue Julda. Hubo un tiempo, si Gavia estaba en lo cierto, en que se había emparejado tanto con Noé como con Abel, y Noé había acabado siendo la cabeza visible de un motín mientras que Abel se había convertido en uno de los hombres del Capitán. ¿O no? En un momento de furia, Noé había dicho una vez que confiaría su propia vida a Abel. Engranajes dentro de engranajes... Quizá Abel jugaba a dos bandas. Pero si lo hacía, había sido un idiota por subestimar al Capitán.
J
ulda estaba sola en su compartimento, una mujer anciana de rostro hundido arropada en varias capas de tela negra para calentarse, sorbiendo de una de las ampollas de té especial de Bisbita y anudando un tapiz de cables. Su voz sonaba cansada, pero sus ojos eran despiertos e inteligentes. Una vez más había dejado de lado el papel de matrona.
—No te molestes en ofrecer tus condolencias —dijo sin rencor—. Ambos sabíamos que ocurriría tarde o temprano.
Se las ofrecí de todas formas.
—Ya sabes cómo me siento —dije—. Cómo se siente la tripulación. —Floté allí en silencio, esperando a que me preguntara la razón de mi visita, y luego me di cuenta de que no tenía tiempo para ser cortés.
—Me preguntaba si sabrías de alguien que pudiera interceder ante el Capitán por sus vidas.
—No tengo influencia alguna con el Capitán, Gorrión.
—No pensaba en ti —mentí; ella hubiera tenido más influencia que cualquier otra persona—. Pensé que quizá sabrías de alguien que sí.
Los dedos le temblaron al anudar otro nudo.
—No hay nadie especial a quien escuche... todos nosotros somos insectos efímeros comprados con él. —Me dedicó una mirada de soslayo—. Los argumentos podrían convencerle. ¿Quizá sepas de alguien que tenga argumentos convincentes?
Los únicos miembros de la tripulación que conocía que podían discutir con el Capitán eran oficiales veteranos, y los que mejor conocía, Noé y Tibaldo, agonizaban en Aquinas II mientras Ofelia no podría interceder y Julda no quería. A juzgar por la expresión de la cara de Julda, tenía la incómoda sensación de que estaba pasando por alto a alguien pero no se me ocurría quién.
Anudó unos cuantos nudos más, y luego me dijo con impaciencia:
—Una vez compartiste la mesa del Capitán con él. Por invitación suya.
—¿Zorzal? —dije, incrédulo—. No m ayudaría si se lo pidiera. Y no se lo pediría. Ni el Capitán le escucharía.
—Zorzal puede ser un montón de esperma rancio —se encogió de hombros—, pero piensa como un científico. Y un argumento científico puede tener fuerza con el Capitán.
—¿Por qué haría Zorzal algo por mí?
—No sólo por ti, por Noé, por Tibaldo y por Garza... por todoso nosotros. —Me observaba con esos ojos demasiado alertas, midiendo mis reacciones. Estaba ansiosa por que fuera a ver a Zorzal y le pidiera ayuda.
Ahí había algo que no comprendía.
—Zorzal violó a tu hija... y aun así pides su ayuda a través de mí.
Se volvió a impacientar.
—Espero que Zorzal tenga una vida larga e infeliz y no tengo duda de que así será, está en sus genes. Admito que te estoy utilizando, Gorrión; no puedo ir yo. Pero tú sabes cosas acerca de Zorzal que a él no le gustaría que el Capitán supiera. Podrías usarlas contra él. Hazlo por el bien de Noé, y por el de Tibaldo. —Y añadió en voz baja—: Y por el tuyo también.
Pero no sabía nada con lo que amenazar a Zorzal, ni nada que le pudiera ofrecer. Ni se me ocurría ningún argumento que pudiera ofrecer o que influyera en el Capitán.
Julda era una mujer vieja, pensé con un leve rastro de desdén, y una en la que yo había depositado demasiada fe. Quise preguntarle algo más, pero negó con la cabeza y se inclinó sobre su tapiz. Había llegado casi hasta la pantalla de intimidad cuando me detuvo su voz.
—No te infravalores, Gorrión.
—Es porque me pides lo imposible —dije, enfadado. Tenía la sensación de que tanto ella como Ofelia querían que se representara el papel de héroe.
—Sólo es imposible si no lo intentas.
Era joven, y todavía se me podía obligar a hacer cosas de las que luego me arrepentiría mediante la vergüenza. Me volví y salí volando por la escotilla y recorrí los pasillos a toda velocidad hacia el compartimento de Zorzal. No pensaba en lo que haría una vez llegara allí, porque si lo hacía, sabía que no haría nada.