La oscuridad más allá de las estrellas (36 page)

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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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E
l Capitán declaró otro descanso y regresé a mi puesto de trabajo en Exploración. Estaba extrañamente en silencio, exceptuando el susurro de la maquinaria y el murmullo ocasional de una orden. La tripulación hablaba entre sí en monosílabos, y cuando esntró Tibaldo dejaron de hablar por completo.

Tibaldo parecía más pequeño y más viejo que unas horas antes. La tensión le había grabado profundos surcos en la frente. No habló con nadie ni mostró interés en lo que estábamos haciendo. Saludó con un breve movimiento de cabeza y desapareció en el compartimento que nos servía de cuartel general. Esperé un momento, y luego fui tras él.

—No quiero hablar de nada —dijo en voz baja.

—No iba a decir nada. —Rebusqué en mi faldellín y saqué una pipa pequeña—. ¿Fumas?

La encendió y dio una larga calada, luego soltó el humo de forma que creó una neblina alrededor de su cara. Encendí el ventilador del extractor, pasé un brazo por una anilla del mamparo, y esperé.

—No sé qué es lo que quiere —dijo Tibaldo finalmente—, pero no creo que Garza tenga mucho que ver con ello.

—Ya sabía las respuestas a muchas de las preguntas que ha hecho.

El humo hacía su trabajo y Tibaldo parecía más relajado, las líneas de su rostro eran más suaves.

—Estás presuponiendo algo, Gorrión.

—¿Qué? —Era mi turno con la pipa y lo dije con voz ahogada.

—Que le importamos lo suficiente para querer conocernos.

Una cosa era oírlo de boca de Ofelia o Noé, pero otra oírselo decir a Tibaldo.

—Creo que sí le importamos —protesté.

Negó con la cabeza.

—Ha visto pasar un centenar de generaciones de tripulantes. Tenemos una vida demasiado corta. Me sorprende incluso que se sepa nuestros nombres.

La que hablaba era la depresión de Tibaldo, pensé, no Tibaldo. Pero jamás olvidé lo que me dijo y al final resultó ser una respuesta cuando yo no tenía ninguna respuesta que dar.

Todo el mundo que podía ausentarse de su turno estaba presente cuando le llegó la hora de testificar a Zorzal. Observaba a Garza cuando Zorzal fue llamado a declarar y me quedé asombrado por su cambio de expresión. La hosca mirada de odio había sido reemplazada por una combinación de adoración, esperanza y obsesión. Garza tenía fe: creía de verdad que el testimonio de Zorzal le salvaría.

Esta vez el Capitán parecía más brusco e irritable. Me pregunté si sería porque había previsto las consecuencias del juicio. Al final, tendría que sentenciar, e imaginé que le costaría emitir su juicio.

—¿Fue idea de Garza presentarse para reconocer el terreno?

Zorzal era respetuoso pero informal.

—Sí, señor, fue idea suya.

El Capitán parecía dudarlo.

—¿No sería idea tuya en realidad?

Zorzal vaciló. Supe que estaba debatiendo la conveniencia o no de adjudicarse la idea.

—Fue Garza el que lo pidió, señor. Yo pensé que era buena idea y así lo dije.

—Entonces, ¿no pensabas que sería peligroso para Garza el ir solo?

—Pensé que era algo muy valiente por su parte. Y también pensé que sabría arreglárselas.

Hubo un destello de gratitud en el rostro de Garza. Pero no respondía a la pregunta del Capitán y éste empezaba a irritarse.

—Te pregunté si no creías que podía ser peligroso. —La impaciencia en la voz del Capitán hizo que Zorzal diera un respingo.

—Sabía que podía ser peligros, sí, señor. No sabíamos cómo podían ser las formas de vida nativas.

—Obviamente Garza no creía que pudieran ser muy peligrosas. No estaba interesado en ellas, estaba interesado en Gorrión.

—No sabía que iba a ir en busca de Gorrión —murmuró Zorzal.

El Capitán cambió bruscamente de tema.

—Según tento entendido Garza es muy bueno con las pistolas de proyectiles.

—Debería serlo, señor, siempre está practicando.

Puse cara de sorpresa. Un tripulante normal que siempre estuviera practicando sería encomiable. Un futuro asesino que siempre estuviera practicando sería algo a temer.

—En tu opinión, Zorzal, disparando desde el borde del barranco, si Garza hubiera querido darle a Gorrión, lo hubiera hecho. ¿Estoy en lo cierto?

Zorzal no vaciló.

—Sí, señor.

—¿Incluso bajo esas condiciones de ventisca y escasa visibilidad?

—Si podía ver a Gorrión, le podría haber acertado.

El Capitán se quedó mirando a Zorzal, pensativo.

—Así que o bien estaba intentando asustar a Gorrión o Gorrión está en lo cierto al pensar que pretendía acertar al reborde para enterrarlo bajo un desprendimiento de rocas. ¿Tú qué crees?

Zorzal podía haber ayudado a Garza con ese argumento de que éste había intentado asustarme en vez de matarme, pero ni lo intentó.

—No lo sé, señor.

Garza parecía perplejo. Zorzal lo estaba condenando con halagos, pero aunque se daba cuenta de ello no entendía el motivo.

—Eres el mejor amigo del acusado, ¿estoy en lo cierto?

—Soy un buen amigo del acusado, señor. No sé si soy su mejor amigo.

Frente a Garza se había abierto un abismo y Zorzal estaba a punto de darle un empujón.

—¿Cómo describirías al acusado? ¿Bien integrado? ¿Querido? Descríbelo a tu juicio.

—Yo no diría que sea una persona querida.

—¿Por qué no?

—Tiene buenas intenciones —Zorzal se giró y le dedicó una sonrisa de apoyo al perturbado Garza—. Yo me llevo bien con él, pero los demás no.

—Explícate.

Zorzal se explicó, y lo que emergió entre líneas de su testimonio era la imagen de una personalidad psicopática a la que Zorzal apenas sí podía tolerar. Lo que me asombró no fue el monólogo autoexculpador de Zorzal, sino la precisión de sus observaciones. Siempre supo con quién y de qué se trataba.

—¿Puedes explicar el odio de Garza hacia Gorrión?

Zorzal se motró cauto.

—Probablemente se ofendió por algún desaire y lo siguió rumiando. No se me ocurre ninguna otra razón.

Sólo quedaba un clavo más que clavar en el ataúd de Garza.

—¿Estabas en la cubierta hangar justo antes del aterrizaje?

Garza se volvió de un blanco ceniciento.

—Había ido allí a dormir, señor.

—¿Quién más estaba allí?

—Gorrión, señor.

—Explica qué ocurrió.

Y eso hizo Zorzal, explicación completa con una descripción de cómo me había enmarañado entre los cables y cómo me había ayudado a salir.

—Le salvaste la vida a Gorrión. —El Capitán asintió en señal de aprobación.

Zorzal empleó un tono de modestia.

—Me alegra haber sido de ayuda, señor.

—¿Había alguien más en la cubierta hangar?

Zorzal se las arregló para parecer apropiadamente incómodo en el papel de un amigo que testifica a regañadientes contra otro amigo.

—Garza, señor.

—¿Qué estaba haciendo allí?

—No lo sé, señor.

—¿Es posible que supiera que Gorrión iría a ese lugar, de forma que tendió los cables cerca de la escotilla y que una vez que Gorrión se enmarañó en ellos accionara la bobinadora?

—Lo dudo, señor. —Pausa—. Aunque supongo que cualquier cosa es posible —dijo en un tono que contenía la incertidumbre suficiente para indicar que era probable.

Garza parecía desolado. El Capitán despidió a Zorzal, me encontró entre el público y me pidió que me adelantara.

—Sobre la parte del testimonio de Zorzal que te concierne directamente: ¿Es su versión correcta?

—No sabía que Garza estaba allí.

—Responde a la pregunta, Gorrión.

—Sí, señor, esa parte de su testimonio es correcta —dije a regañadientes.

-¿Crees entonces que Zorzal te salvó la vida?

Eso había creído cuando ocurrió el incidente. Pero no quería admitirlo, no aquí y ahora.

—Sí, señor —dije finalmente en voz baja. Aquellos entre el público que conocían mi odio por Zorzal se me quedaron mirando asombrados.

Zorzal había conseguido al mismo tiempo destruir a Garza y adjudicarse el papel de mi salvador. No podía concebir un motivo para ninguna de las dos cosas.

Garza sería el siguiente, para testificar en su defensa, pero no había forma de que pudiera salvarse.

Zorzal se había asegurado de ello.

De vuelta en mi compartimento fue cuando vi el defecto en el testimonio de Zorzal. El Capitán sabía demasiado. No había más que tres personas en la cubierta hangar: Zorzal, yo y, si Zorzal decía la verdad, Garza. No le había mencionado el incidente a nadie. Garza desde luego no lo hubiera hecho, lo que significaba que después de que fracasara el intento de asesinato en Aquinas II Zorzal había acudido al Capitán y traicionado al hombre que lo adoraba.

¿Por qué?

Entonces me di cuenta con un escalofrío de que yo había sido el objetivo todo el tiempo. En algún momento del pasado Zorzal se había hecho amigo de un solitario llamado Garza, que había respondido a esa amistad con la lealtad y la devoción de la que era capaz. Garza pedía que lo usaran y Zorzal le había concedido ese deseo. Probablemente desconociera el contenido de la ampolla de bebida que intentó hacerme beber en la enfermería... simplemente le hacía un recado a Zorzal. Pero si yo hubiera muerto, las pruebas señalarían hacia él.

Entonces Zorzal había encontrado la manera de amartillar a un reluctante Garza como si fuera una pistola. El incidente en Reducción no sólo estaba pensado para demostrar que él era el macho alfa, sino también para hacer enloquecer de celos a Garza. Pero no fue Garza quien me siguió a la cubierta hangar, fue Zorzal. Mi charla con el Capitán le había dado a Zorzal el tiempo suficiente para encontrar a Garza y sugerirle la idea. Tendieron los cables y apagaron la mayoría de los tubos luminiscentes para dejar la cubierta a oscuras. En el último minuto, Zorzal había abortado el plan deliberadamente y me había «salvado la vida».

Lo había hecho para convertir a Garza en su póliza de seguros.

La pistola amartillada había fallado el blanco durante el aterrizaje en Aquinas II. Garza no sólo había fallado, cosa que era perdonable; se había dejado coger, cosa que no lo era. Y para empeorar las cosas aún más siempre quedaba el peligro de que implicara a Zorzal.

Pero ¿quién le iba a creer, una vez que yo hubiera testificado que Zorzal me había salvado la vida?

G
arza fue interrogado al período siguiente. La cubierta hangar estaba abarrotada de tripulantes, todos ellos hostiles. Podía sentir las oleadas de emociones que rompían contra Garza, y lo observé para ver si él también las sentía. Su rostro palideció y su expresión airada se convirtió en otra de profundo dolor. Una vez que encontró a Zorzal entre la multitud, sus ojos desesperados no se apartaron de él excepto para mirar al Capitán cuando éste le hacía una pregunta. Me pregunté cómo podía soportarlo Zorzal.

—¿Fue idea tuya que Tibaldo te asignara en misión de reconocimiento?

Garza se lamió sus labios cuarteados y murmuró:

—Sí, señor.

—Cuando encontraste a Gorrión, tus intenciones eran matarlo. ¿Es eso correcto?

Una vez más, pude sentir la revulsión del público. El rostro de Garza se contorsionó de la angustia. No podía obligarse a responder.

—¿Es eso cierto, Garza?

—Gorrión es... un buen hombre —susurró Garza. Los ojos enrojecidos me buscaron y leí sus labios mientras formulaba un silencioso
perdóname
. Ahora sollozaba, y las lágrimas le recorrían la cara.

El Capitán fue implacable.

—Fuiste a la cubierta hangar, a sabiendas de que Gorrión estaría allí poco después. ¿Es eso correcto, Garza?

Garza asintió sin hablar.

—Tendiste los cables de sujeción cerca de la escotilla, con la esperanza de que Gorrión se enmarañara en ellos. Una vez que asi ocurrió, encendiste la bobinadora. ¿Es eso correcto, Garza?

De nuevo, el asentimiento de cabeza desesperanzado. En ese momento la expresión de su cara y la de todo su cuerpo suplicaba una clemencia que sabía que no obtendría.

Y entonces, durante un momento, todo el juicio quedó suspendido de un hilo.

—¿Tuviste ayuda, Garza? ¿Te susurró alguien todo eso al oído o fue idea tuya y sólo tuya desde el principio?

El silencio era ensordecedor. Zorzal estaba aferrado a uno de los rovers y ahora parecía como si se hubiese quedado congelado sobre el metal del vehículo. Ya lo había visto mostrar miedo una vez. Ahora estaba aterrorizado.

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