Read La oscuridad más allá de las estrellas Online
Authors: Frank M. Robinson
Tags: #Ciencia Ficción
—Parece plano —dijo Agachadiza pensativamente—, pero no hace falta que sea muy accidentado para que el viaje en rover sea difícil.
—¿Cuáles crees que son nuestras posibilidades de encontrar vida? —me preguntó Halcón dándome un codazo en las costillas.
Él y los demás esperaron ansiosamente mi opinión, ovlidándose durante un momento de que sólo era Gorrión. Para todos los propósitos prácticos, la exploración planetaria era algo tan nuevo para mí como para ellos, sin importar cuántos planetas hubieran investigado Aarón, Hamlet y mis otras encarnaciones anteriores.
El único planeta que recordaba no existía.
—Es muy frío —dije con un encogimiento de hombros—. Probablemente demasiado frío para tener vida.
—Vida tal y como la conocemos —dijo Águila, decepcionado con mi respuesta.
—Eso no quiere decir que siempre fuera así de frío —añadió Halcón.
Tibaldo tenía un par de alumnos entregados, por lo que veía.
—Deberíamos intentar dormir algo —dijo Cuervo, bostezando.
—Sí, deberíamos –dijo Águila y ató el extremo de su faldellín al oxidado eje del rover para no salir volando. Cruzó los brazos sobre el pecho y Cuervo disminuyó la intensidad del tubo luminiscente y durante treinta segundos nadie dijo nada.
—¿Qué gravedad hay? —preguntó repentinamente Halcón—. ¿Uno punto uno? Va a ser difícil caminar por ahí con los trajes puestos con tanta gravedad y esos vientos.
Maldije en silencio y desaté mi propio faldellín del volante del rover.
—No te preocupes. Pesarás tanto que será difícil que salgas volando. —Me impulsé hacia la pantalla de intimidad. Había decidido ir a la cubierta hangar y dormir bajo las estrellas. La
Astron
estaba orientada de tal forma en su órbita que desde allí no se podía ver Aquinas II y probablemente la cubierta estaría desierta.
Los corredores estaban vacíos, aunque podía oír el débil zumbido de las conversaciones detrás de las pantallas de intimidad que ocultaban la mayor parte de los espacios de trabajo y habitáculos. Floté a través del pozo que unía las cubiertas entre sí, pasando por la que contenía los alojamientos del Capitán. Era la única cubierta totalmente iluminada y supuse que el Capitán estaría reunido con algunos de los líderes de equipo. La cubierta hangar estaba a dos niveles por debajo y había empezado a adoptar la postura de aterrizaje cuando sentí una ligera perturbación en las corrientes de aire a mi espalda.
—Gorrión.
Me agarré a una anilla cercana para detenerme. Cuando me volví, vi al Capitán muy cerca de mí, sus ojos relucían a la suave luz de los tubos luminiscentes. Por primera vez, llevaba puesto algo que parecía algún tipo de uniforme oficial: un mono negro y ajustado que le cubría los brazos hasta las muñecas y las piernas hasta los tobillos. Pasó un momento antes de que me fijara en los tubos y me diera cuenta de que era el mono interior de un traje de exploración.
—Iré con vosotros —dijo sonriendo, y luego se disculpó—: No con vuestro equipo. Estaré levantando el campamento base dentro de unas cuantas horas. —Me dio una palmada en la espalda—. Aquinas II es la mejor oportunidad que hemos visto en generaciones, y dios mediante, seguro qeu encontraremos algo.
Dos mil años de decepciones y seguía siendo un verdadero creyente. No sabía si admirarlo o deprimirme. Su reacción era probablemente invariable, una convicción de que esta vez sería la vez, de que esta vez el largo viaje no sería en vano. Si Ofelia tenía razón, no era capaz de reaccionar de otra manera.
—Estoy impaciente, Gorrión. ¿Y tú?
El ánimo del Capitán era contagioso. Una vez más podía sentir cómo mis emociones se volcaban hacia él.
—Mi equipo no e la hora de bajar —dije, lo que era cierto—. Ni yo. —Lo que no era cierto, tenía muchas dudas.
—Nadie puede esperar —dijo él. Y luego—: ¿Dónde está tu equipo? No puede ser que sean los únicos que estén durmiendo. Todo el mundo está pasando el período en vela, reunidos por toda la nave. Me gustaría hablar con ellos.
El rey, animando a sus fieles tropas antes de la batalla.
—En Exploración... los tubos están apagados pero probablemente siguen hablando.
Se empujó hacia el pozo.
—Nos vemos abajo, Gorrión.
Fue entonces cuando dije algo que debí callarme, de haber sido lo suficientemente listo, sabiendo en ese momento que mis palabras volverían para atormentarme.
—¿Qué ocurrirá si no encontramos nada?
Se giró en el aire, y ya no sonreía.
—Entonces tendremos que seguir buscando, ¿no es así?
Continué hacia la cubierta hangar, deslizándome a través de la pantalla de intimidad y esperando que no hubiera nadie. Un tenue tubo luminiscente marcaba un pozo distante, pero aparte de eso, estaba competamente a oscuras. Tanteé a lo largo del mamparo en busca de la terminal, su luz de localización estaba apagada, cuando me tropecé con una maraña suelta de cables de sujeción que algún idiota había olvidado asegurar. Los rollos de cable sueltos eran uno de los principales riesgos para la vida a bordo; la tensión al enrollarlos les daba vida propia. Pegué una patada, irritado, y algunos de los lazos del cable enrollado flotaron hasta mis piernas y cintura; incluso podía sentir uno que se deslizaba alrededor de mi garganta. Tiré de una de las vueltas del cable y sentí cómo se tensaba el nudo alrededor de mi cuello.
Airado, tiré varios tramos al azar y entonces oí el débil rumor de una bobinadora en marcha. Alguien en la oscuridad la había encendido, o mis tirones la habían puesto en marcha. La cuerda se tensó y manoteé indefenso en el aire mientras el cable tiraba de mí hacia la bobinadora.
¿Habría tenido alguien la misma idea y habría venido a contemplar las estrellas y dormir en la cubierta? Al principio, quería quedarme solo. Ahora estaría encantado si toda la tripulación hubiera venido a hacerme compañía.
Cada vez me era más difícil respirar, y me entró el pánico, con lo que sólo conseguí enredarme aún más con los cables. Pero también estaba haciendo mucho ruido, chocando contra los mamparos mientras gritaba pidiendo ayuda.
Un tuvo luminiscente cercano se encendió y una voz me dijo:
—No te muevas. Sólo conseguirás empeorarlo.
Estaba detrás de mí, pero sabía quién era por la voz y me quedé inmóvil. Unas manos agarraron los cables enredados alrededor de mi cintura, intentando desenmarañarme, y un momento más tarde pude frotarme la garganta con una mano y maldecir el hecho de que, por supuesto, había sido Zorzal quien me había salvado la vida.
Sus ojos pálidos se entrecerraron con suspicacia.
—No es propio de ti esconderte de todo el entusiasmo que hay abajo, Gorrión. —Empecé a decir algo pero levantó una mano—. No tienes que agradecérmelo. No lo he hecho por ti, lo hice por mí. Si te hubieras estrangulado con los cables, yo sería el primero al que culparían.
Despaareció por la pantalla de intimidad, dejándome a solas para que me masajeara el cuello y me quedara mirando el lugar donde había estado. En retrospectiva, creí oír movimiento cuando entré en la cubierta. ¿Y qué estaba haciendo Zorzal aquí, de todas formas? Probablemente lo mismo que yo. No podía creer que mi forcejeo hubiera podido tensar el cable con tanta fuerza alrededor de mi cuello, pero tampoco podía creer que hubiera sido Zorzal el que hubiera conectado la bobinadora. Su lógica era demasiado convincente: sería el primero en ser acusado.
No se me ocurriría hasta más tarde que quizá tenía más de un enemigo y que Zorzal me había salvado la vida de verdad. Había dicho la verdad cuando me contó sus razones, pero no me había dicho toda la verdad.
A
quinas II era un infierno.
Había tormenta y los vientos azotaron la lanzadera durante casi una hora antes de que pudiéramos encontrar un lugar seguro donde descender. Estábamos asustados y mareados; incluso Tibaldo y Ofelia tenían mala cara. Cuando el pequeño Cartabón ocupó el aseo durante cinco minutos, supuse que había optado por vaciar su estómago en privado.
Descendimos en un área rocosa a una docena de kilómetros del campamento base y a dos de un río de metano que había excavado un canal rocoso y había dejado precipicios que se alzaban cincuenta metros a cada lado. Pese a lo que pensáramos, una vez en la superficie del planeta, todos teníamos esperanzas de encontrar criaturas vivas en los meandros del río o fósiles simples en los estrataos de las paredes rocosas que los confinaban. Era un planeta relativamente joven y nadie creía que las formas de vida pudieran ser especialmente grandes o amenazadoras. Pero también sabía que nadie había olvidado los monstruos que Tibaldo había invocado para las prácticas de tiro.
El rover había sido acondicionado con una cabina aislada y climatizada, y nos apiñamos en su interior mientras se arrastraba sobre las rocas y atravesaba riachuelos en dirección al río. El viento soplaba alrededor de la carrocería de metal del vehículo mientras nos abríamos camino casi a ciegas entre la niebla tóxica y la nieve con los faros del rover. Teníamos una visibilidad de quizá unos treinta metros; más allá todo quedaba velado por las ráfagas arremolinadas de nieve sucia.
No nos detuvimos hasta que estuvimos cerca del río y unas rocas nos impedían continuar en el rover. Porcia ordenó abrir las escotillas y nos arrastramos a la nieve semiderretida que se acumulaba entre las ruedas. Tuve una sensación de
deja vu
aunque Aquinas II era completamente diferente de Seti IV. ¿Era real todo esto? ¿O me habían drogado y metido en un traje de datos para que me abriera camino a trompicones en otra realidad artificial, una tan real como un planeta de verdad?
Pero ahí estaban los rostros familiares detrás de los visores de los que me rodeaban, y sus voces eran reconfortantes en mis auriculares.
—El equipo de Tibaldo explorará la ribera del río y se sumergirá en la corriente. —Otro rover acababa de detenerse y Ofelia saludó con la mano a las figuras en sus trajes mientras descendían del vehículo y se ponían en marcha hacia el río, que estaba a un centenar de metros. Antes de que hubieran recorrido un cuarto de la distancia, las luces de sus cascos ya habían desaparecido en la ventisca—. Águila, Halcón y Cuervo, con Porcia. Gorrión y Agachadiza, seguidme.
Se volvió hacia un promontorio bajo otros cien metros de distancia en dirección contraria. El río originariamente había sido más amplio y con el paso de las edades había excavado dos lechos.
Seguí a Ofelia, luchando contra el viento que gritaba a mi alrededor, con miedo repentino a perderla de vista a ella y Agachadiza en la semioscuridad. Mis sistemas de soporte vital funcionaban al máximo, pero podía sentir el frío filtrándose mediante minúsculas perforaciones en mis botas y sentía cómo me entumecía las puntas de los guantes. Una pequeña fuga en el traje y moriría congelado antes de poder volver a la Lanzadera.
Ofelia iba delante y me preocupaba que desapareciera en medio de una repentina ráfaga de nieve sucia. Y también me preocupaba mucho que el viento parecía estar arreciando y que perdía tracción en las botas porque la nieve semiderretida se me congelaba en las estrías de las suelas de las botas. Si llegábamos a una cuesta y empezaba a resbalar, no podría frenarme.
Hamlet, pensé con amargura, se hubiera reído de todo esto; pero en su caso, habría tenido veinte años de práctica en ser Hamlet y yo sólo tenía unos cuantos meses de práctica siendo Gorrión. Es fácil ser valiente cuando tienes experiencia.
—Hay un barranco ahí delante que se divide en dos —resonó la voz de Ofelia en mis auriculares.
Un momento después, los tres estábamos proyectando las luces de nuestros cascos a la entrada, intentando ver algo a través de la nieve que había más allá. El viento rugía a nuestro alrededor y hubo momentos en los que tuvimos que agarrarnos los unos a los otros en busca de ánimo. El barranco, al menos, ofrecía algo de protección de forma que pudiéramos concentrarnos en el trabajo. Teníamos nuestros bolsos de recogida de muestras y las cámaras, y lo que teníamos que hacer tampoco era tan difícil: recoger un par de rocas, tomar unas cuantas imágenes de los estratos, y luego regresar al rover y a la lanzadera. De vuelta en la
Astron
completaríamos los mapas y haríamos anotaciones preliminares para los geólogos.
Y quizá nos lleváramos de vuelta una sorpresa o dos.
—Gorrión, ve por el barranco a la izquierda. Agachadiza y yo iremos por el de la derecha. Volveremos a encontrarnos aquí dentro de treinta minutos. Toma muestras de todo lo que parezca interesante... y vigila dónde pones los pies.
El viento murió a unos pocos pies en el interior del barranco, aunque podía oírlo silbar por encima de mi cabeza. Las paredes se alzaban a unos cueantos metros por encima y la antena flexible de radio de mi casco recibía sin problemas; estaría en contacto con Ofelia o Agachadiza la mayor parte del tiempo. Teníamos órdenes de comunicarnos entre nosotros cada pocos minutos como medida de seguridad, y los relojes de nuestros cascos nos advertían del momento.
Agachadiza, como siempre, parecía completamente controlada.
—No te pierdas, Gorrión.
—No tengo intención.
—Si alguien puede perderse...
—Mantened las frecuencias libres para los informes —interrumpió Ofelia, irritada.
Agachadiza se calló y yo me concentré en las paredes del barranco, mientras al mismo tiempo me mantenía en medio de la barranquera para evitar que me cayera algo encima. Las paredes del barranco eran abruptas y oscuras, desgastadas por los vientos y las riadas de metano. Extraje a martillazos una o dos rocas y tomé unas cuantas imágenes de formaciones que no reconocí. Pero no encontré secciones de roca que dejaran expuestos diferentes estratos y miles de años de historia planetaria.