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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (29 page)

BOOK: La oscuridad más allá de las estrellas
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La comida en sí era informal pero algo insípida, sin el toque habitual de Bisbita. Escalus nos sirvió en silencio, ignorándome de forma abierta, aunque sabía que observaba todo movimiento que hacía yo. Junto con la comida, nos sirvió ampollas de bebida llenas de un líquido rojizo. Tenía un sabor ligeramente amargo e hice una mueca cuando sorbí un poco.

El Capitán se percató de mi expresión.

—Es vino —me dijo—, normalmente se sirve con las comidas en la Tierra. No tienes que beberlo si no quieres.

Pero tras el primer sorbo, decidí que me gustaba y lo bebí como si fuera agua. El Capitán sonrió ligeramente pero no dijo nada. Más tarde me preguntaría si al servirme vino no tendría la intención de destarme la lengua. Pero resultó ser más una ayuda que un obstáculo: durante el resto de la hora fui Gorrión por completo, sin pensar en Hamlet o Aarón o en ninguno de los cientos que se escondían en los recovecos de mi memoria.

Cuando hubimos terminado de comer, volvió a colocarse ante la portilla y me uní a él en la contemplación del campo enjoyado de colores que se extendía más allá. Era una vista que yo nunca conseguía cuando apagaba la pantalla opacadora de la cubierta hangar y me quedaba mirando a los duros pedazos de cristal esparcidos sobre mi cabeza. Pero el rango tenía sus privilegios, como decía el Capitán, y tenía derecho a contemplar la vista que quisiera. No podía negar su belleza.

Al principio no hizo ningún comentario y una vez más fui consciente de la presión de su mano sobre mi hombro y del impacto emocional del contacto, la verdadera unión de cualquier relación humana. En ese momento, era elección mía decidir si el Capitán era un padre, un amigo o un hermano mayor.

—Usas mucho el ordenador, Gorrión —dijo al final. Tenía la cabeza demasiado embotada por el vino para reaccionar con alarma. Si conocía mis investigaciones personales, pues las conocía, pensé con fatalismo. Pero su siguiente comentario fue—: ¿Has estudiado la Tierra alguna vez?

No la había estudiado, y me pareció que quizá debería haberlo hecho.

—Tus amigos miran a la galaxia y la ven muerta —musitó—. Yo la miro y la veo rebosante de vida.

Me miró y me sonrió, y una vez más me sentí inundado de calidez, avergonzado de mí mismo por esos momentos en los que pensaba mal de él.

—Admito mis prejuicios; creo que la galaxia rebosa de vida porque venimos de un planeta que es así. No hay lugar en la Tierra que no albergue vida, Gorrión. Creo que nos olvidamos de que la vida es muy adaptable. A bordo de la
Astron
vivimos bajo temperatura, humedad y presión constantes y creemos que la vida sólo puede existir bajo ese tipo de estrictas condiciones. Pero en realidad, puede existir en casi cualquier lugar... y así lo hace.

Iba a tratarse de otro sermón, pensé, y ya había recibido bastantes sermones. Luego me di cuenta de que ésta era la oportunidad que siempre había querido. ¿Por qué pensaba el Capitán de la forma en que lo hacía, cuando todo intento de exploración había resultado en nada? No podía creerme que fuera simplemente por el condicionamiento. Tenía que haber una lógica y una teoría detrás de sus creencias.

—Hay vida en todos los rincones de la Tierra, Gorrión. Algunos peces viven en la más completa oscuridad, sin ver jamás un rayo de luz, otros nadan a más de diez kilómetros bajo los mares, donde la presión es miles de veces mayor que en la superficie. Algunos microbios sobreviven en medio de rocas secas y frías, y algunas bacterias viven en medio de líquidos hirvientes y tan corrosivos como el ácido sulfúrico.

Me miraba directamente pero no lo miré a los ojos sino que seguía concentrado en las estrellas. Sabía que no quería interrupciones hasta que hubiera acabado su exposición.

—La Tierra rebosa de vida —continuó—, desde los fríos desiertos árticos a las profundidades del oceáno. Los científicos han descubierto animales diminutos que pueden deshidratarse hasta que su humedad queda reducida a un dos por ciento. Pueden incluso sobrevivir a temperaturas que varían de treinta y tres a trescientos setenta y seis grados Kelvin. Están aletargados, pero una vez que añades agua, vuelven a la vida sin ningún problema.

Se apartó de la portilla y flotó de vuelta a la mesa para coger otra ampolla de vino. No me negué cuando me ofreció una, aunque sabía que me costaba articular las palabras y que mis movimientos se estaban volviendo descoordinados.

—Parece imposible —murmuré.

—El hecho es que la vida como la conocemos es infinitabmente adaptable. ¿Y la vida que desconocemos? No puedo imaginarme que exista un límite. Alguien sugirió una vez que la vida podría evolucionar en lagos de amoniaco u océanos de metano, que en algún planeta distante puede que haya criaturas de silicio que nadan en mares, en roca fundida...

Se calló como si supiese que era mi turno de decir algo. De todas las preguntas que una vez quise formularle, expresadas con las palabras justas y escogidas para ocultar mi falta de convicción, no se me ocurría ni una.

—La vida —murmuré—. ¿Cómo comienza...?

Me acordé de Zorzal y no pude continuar, repentinamente consciente de que el comienzo de la vida humana y el desarrollo de la vida en sí eran cosas separadas en su complejidad por millones de años.

—Los elementos fundamentales de la vida están a nuestro alrededor —continuó el Capitán—. En la superficie de los meteoritos, escondidos en los núcleos de los cometas, flotando en las nubes de gas que oscurecen las distantes estrellas. La biología comienza con la bioquímica, Gorrión, y desde luego ahí fuera no hay falta de química. Eso es algo que tus amigos no pueden negar.

Se volvió a apartar de la portilla y flotó hacia una hamaca para sentarse en la red y frotarse la sombra de barba con la mano libre mientras me miraba por encima de su ampolla de vino.

—Hemos visto unos cuantos planetas. Algunos son burbujas de gas, otros son roca sólida. Unos están cubiertos por desiertos, otros tienen océanos de agua. Unos carecen de atmósfera, otros están envueltos por nubes y sufren densas lluvias de compuestos orgánicos. Hay calor, hay rayos, hay miles de millones de años, y sin embargo tus amigos creen que la galaxia carece de vida excepto por un improbable planeta que orbita alrededor de un sol menor.

Inclinó la cabeza a un lado y me miró de reojo, y me pregunté si sentiría el efecto del vino tanto como yo.

—¿De verdad crees todo lo que te han contado, Gorrión?

No estaba seguro de si esperaba una respuesta o no. Me pregunté qué diría Noé como réplica si se lo contaba. Y luego me pregunté si en realidad debía contarle nada a Noé. Indudablemente estaba siendo vigilado, y me di cuenta de que hasta ese momento había estado comportándome como un idiota. Era importante para los amotinados pero por alguna razón era igualmente importante para el Capitán. Mis recuerdos, según había dicho Noé, eran vitales para ambos bandos.

El Capitán me examinaba con sus grandes ojos intensos, y no me atreví ni a parpadear ni a apartar la mirada.

—Hay moléculas orgánicas esparcidas por todo el espacio, Gorrión. Incluso la luz ultravioleta puede producirlas a partir de una mezcla de etano, amoniaco, agua e hidrógeno, y los mundos en los que se pueden encontrar esos elementos son legión. Todo lo que se necesita es energía y un medio líquido. Puede ser agua o soluciones de hidrocarburos o quizá solventes que ni siquiera sabemos que existen. Sólo hay un paso hacia los ácidos nucleicos y entonces la vida es inevitable. En la Tierra llevó miles de millones de años, y puede que en otro planeta sólo hagan falta unos pocos millones. ¿Quién sabe?

Su voz se apagó y exprimió los últimos contenidos de la ampolla que tenía en la mano.

—Pero eso es demasiado simple, ¿no? —preguntó con amargura. Y entonces, hablando para sí—: Dios santo, los pitagóricos siguen entre nosotros. El sol y las estrellas ya no giran alrededor de la tierra pero todavía se aferran a la esperanza de que al menos
somos
únicos... —No dijo nada durante varios minutos y miré de reojo a Escalus, preguntándome si el silencio del Capitán le preocuparía también a él. No dio ninguna impresión de alarma e intenté calmar mi ansiedad.

El siguiente comentario del Capitán me dejó perplejo, porque era un reflejo de algo que había dicho Ofelia en su momento.

—La creencia en que la vida es algo único es una creencia de tipo religioso, no tiene ningún fundamento científico.

Arrugó la ampolla de bebida vacía y nadó hasta la portilla, volviéndose hacia mí justo antes de tocar el cristal.

—Ya sabes usar el ordenador mejor que nadie. Estudia los datos y créate tu propia opinión. —Luego la ligera sonrisa fue desplazada y obtuve un vislumbre de un rostro triste y aterrador al mismo tiempo.

—No puedo volver, Gorrión —dijo en voz baja—. Demasiados tripulantes han muerto ya por esta misión y no dejaré que su sacrificio se convierta en una burla.

Entonces me marché, medio borracho por el vino y asustado por las implicaciones de la conversación. Me había dicho que estudiara y que sacara mis propias conclusiones. Supe que la próxima vez que lo viera me haría preguntas y esperaría que yo tuviera las respuestas. Pero había respuestas que quería oír y respuestas que no.

Seguía intentando convecerme y me intrigaba por qué era tan importante para él. Desués de todo, había sido «Gorrión» durante menos de un año, y si así lo quería él, podía cesar de ser Gorrión mañana mismo. Pero Noé estaba equivocado en una cosa. Mis recuerdos no eran importantes para el Capitán; ya sabía todo lo que yacía enterrado en ellos.

Me pregunté si también había intentado convencer a Hamlet o a Aarón o a cualquiera de los demás tripulantes que fui una vez.

Estaba convencido de que sí... y también de que había fracasado.

M
i siguiente encuentro con el Capitán fue inesperado y no precisamente mediante invitación. Había una cancha cerrada de pelota en el centro del gimnasio donde a veces jugaba con Halcón o Gavia y donde ocasionalmente se celebraban torneos contra los tripulantes de Mantenimiento. Yo era bueno, el mejor jugador de Exploración, aunque jugar en condiciones de ausencia de gravedad era duro y muy cansado. Requería saber dónde estaría la pelota en cualquier momento dado, y la agilidad de un contorsionista, así que solía pegarme con las partes más blandas de mi anatomía contra los mamparos cuando calculaba mal mi dirección o mi velocidad, cosa que pasaba con frecuencia.

Media docena de períodos de sueño después de la comida con el Capitán, estaba solo en la cancha, haciendo rebotar la pelota de plástico contra el mamparo y esperando a que apareciera Halcón, cuando el Capitán entró por la escotilla.

—Le pregunté a tu amigo si podía cederme su turno.

Sabía que se trataba de un momento robado a una agenda muy apretada y supuse que consideraba que la discusión de la comida había quedado inconclusa... y que era importante. Dentro de los confines de la cancha estaríamos solos por primera vez, sin Escalus para montar guardia o para ir luego a contarle historias a sus colegas.

Echamos a suertes quién sacaba primero. Gané yo y conseguí dos puntos rápidos; a partir de ahí el juego osciló entre uno y otro. Al final ganó él, 21 a 16. Me percaté de que no tenía las manos enrojecidas o hinchadas, pese a que jugábamos con las manos desnudas. Hubo una época en la que se usaban guantes o protectores, pero de eso hacía ya generaciones, y parte del encanto masoquista del juego era precisamente la palma desnuda contra la dura pelota.

Aparentemente el Capitán jugaba a menudo. Era rápido y hábil a la hora de coger la pelota al vuelo justo antes de que golpeara contra los mamparos. Conseguí marcar repetidamente con saques de esquina en los que la pelota rebotaba paralela y a escasos centímetros de las paredes de metal. El Capitán era muy bueno, pero claro, me recordé a mí mismo, había tenido dos milenios para mejorar su juego.

Y yo también, supuse, lo que redujo algo mi orgullo a la hora de derrotar a mis compañeros de tripulación. Me pregunté si el Capitán y yo habríamos jugado antes en alguna de mis vidas anteriores y supuse que sí.

Al acabar el partido me quedé doblado, con las manos en las rodillas, intentando recuperar el aliento. El Capitán se impulsó hacia uno de los mamparos y manipuló la terminal que había allí. Los tubos luminiscentes y los mamparos se desvanecieron para ser reemplazados por proyecciones del Exterior... el Exterior que me era familiar, destellos de estrellas muertas. Sólo la silueta del Capitán contra el cielo constelado de cristales me recordaba dónde estaba de verdad.

—¿Cuántas estrellas hay en nuestra galaxia, Gorrión?

Me llevó un momento encontrar mi voz.

—Miles de millones —farfullé—. Un billón, puede que dos.

—Réstale el número de gigantes rojas y supergigantes que tienen una existencia demasiado corta para permitir la vida o planetas. Luego quítale los sistemas binarios y trinarios. La probabilidad de que haya planetas en ellos es minúscula, para empezar, y aunque los hubiera sus órbitas crearían condiciones demasiado erráticas para la vida. Olvídate de las enanas; si una estrella es demasiado pequeña no puede tener una zona continua habitable, sus planetas estarían perpetuamente congelados.

Se había acercado tanto a mí en la oscuridad que podía sentir su calor corporal. Su voz era un susurro insidioso en mis oídos, carcomiendo poco a poco los argumentos de Noé.

—¿Cuántas estrellas quedan en las que hay probabilidad de desarrollarse vida, Gorrión? Estrellas que no sean ni demasiado calientes ni demasiado frías, ni tampoco demasiado grandes ni demasiado pequeñas, ni de vida demasiado corta... estrellas estables de tamaño medio que puedan servir de incubador y luego de guardería para la vida. ¿Cuántas, Gorrión?

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