La primera noche (36 page)

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Authors: Marc Levy

Tags: #Aventuras, romántico

BOOK: La primera noche
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—Es por aquí —nos dijo el hombre del traje oscuro.

Abrió otra puerta y volvimos a bajar una nueva escalera que llevaba al sótano del palacio. Necesitamos unos instantes más para que nuestros ojos se acostumbraran de nuevo a la penumbra. Ante nosotros, toda una red de pasarelas cruzaba las aguas de un canal subterráneo.

—Estamos justo debajo de la gran sala —indicó el hombre—, tengan cuidado de dónde ponen los pies, el agua del canal está helada y no sé cuánta profundidad tendrá.

Se acercó a un madero y presionó sobre una clave de hierro forjado. Dos tablas se abrieron a los lados, descubriendo un camino que llevaba a la pared del fondo. Sólo al acercarnos más vimos que había una puerta disimulada en la pared de piedra, invisible en la oscuridad. El hombre nos hizo pasar a una sala y encendió la luz. El mobiliario se componía únicamente de una mesa metálica y un sillón. De la pared colgaba una pantalla plana, y sobre la mesa había un teclado de ordenador.

—No puedo ayudarlos más —dijo el secretario de Vackeers—, Como pueden constatar, aquí no hay gran cosa.

Keira encendió el ordenador y la pantalla se iluminó.

—El acceso está protegido —dijo.

Ivory se sacó un papel del bolsillo y se lo tendió.

—Pruebe con esta clave. Aproveché una partida de ajedrez en su casa para sustraérsela.

Keira tecleó la clave, pulsó la tecla «enter», y obtuvimos acceso al ordenador de Vackeers.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

—No sé —contestó Ivory—, Mire lo que contiene el disco duro, tal vez encontremos algo que nos dirija hacia el fragmento.

—El disco duro está vacío, no veo más que un programa de comunicación. Este ordenador debía de servir exclusivamente como unidad de videoconferencia. Hay una pequeña cámara encima de la pantalla.

—No, es imposible —dijo Ivory—, siga buscando, estoy seguro de que la clave del enigma se encuentra aquí.

—¡Siento mucho contradecirlo pero aquí no hay nada, ningún dato!

—Vuelva al primer paso y copie la dedicatoria:
Sé que esta obra le gustará, no le falta nada puesto que lo tiene todo, hasta la prueba de nuestra amistad. Su más entregado adversario de ajedrez, Vackeers.

Sobre la pantalla se leyó: «comando desconocido».

—Hay algo que no cuadra —dijo Keira—, el disco duro está vacío, y sin embargo aquí indica que el volumen está medio lleno. Hay una parte del disco duro oculta. ¿Tiene la menor idea de alguna otra contraseña?

—No, no se me ocurre ninguna otra —dijo Ivory.

Keira miró al viejo profesor, se inclinó sobre el teclado y escribió «Ivory». Una nueva ventana se abrió en la pantalla.

—Creo que he encontrado la prueba de amistad que se menciona en la dedicatoria, pero todavía nos falta un código, otra contraseña.

—No tengo ninguna otra —suspiró Ivory.

—Haga memoria, piense en algo que lo uniera a Vackeers.

—Ahora no caigo, teníamos tantas cosas en común, ¿cómo elegir un solo recuerdo entre tantos…? No sé, intente a ver «Ajedrez».

De nuevo leímos «comando desconocido» en la pantalla.

—Vuelva a intentarlo —insistió Keira—, piense en algo más sofisticado, algo que sólo supieran ustedes dos.

Ivory empezó a recorrer la sala de un lado a otro, con las manos en la espalda, mascullando en voz baja.

—Bueno, estaba esa partida que habremos jugado cien veces…

—¿Qué partida? —pregunté yo.

—Un célebre combate que enfrentó a dos grandes jugadores en el siglo XVIII, François André Danican Philidor contra el capitán Smith. Philidor era un soberbio maestro en el arte del ajedrez, probablemente el más grande de su época. Publicó un libro,
Análisis del juego del ajedrez,
que durante mucho tiempo se consideró una referencia en la materia. Pruebe a teclear su nombre.

El acceso al ordenador de Vackeers seguía estándonos vetado.

—Hábleme de ese Danican Philidor —le pidió Keira.

—Antes de afincarse en Inglaterra —prosiguió Ivory—, jugaba en Francia en el café de la Regencia, que era el lugar donde se daban cita los mejores jugadores de ajedrez.

Keira tecleó «Regencia» y «café de la Regencia»… pero no ' ocurrió nada.

—Era discípulo del señor de Kermeur —añadió Ivory.

Keira tecleó «Kermeur», una vez más sin éxito.

De nuevo, la pantalla volvió a denegarnos el acceso. Ivory levantó de pronto la cabeza.

—Philidor se hizo famoso al vencer al sirio Felipe Stamma, no, espere, adquirió definitivamente su notoriedad cuando ganó un torneo en el que jugó con los ojos vendados en tres tableros a la vez y contra tres adversarios diferentes. Realizó esa hazaña en el club de ajedrez de Saint-James Street, en Londres.

Keira tecleó «Saint-James Street», pero fue un nuevo fracaso.

—Quizá no sea ésa la pista adecuada, tal vez deberíamos interesarnos por ese tal capitán Smith, ¿qué me dice? O, no sé… ¿Cuáles son las fechas de nacimiento y de muerte de ese Philidor del que me habla?

—No estoy seguro, a Vackeers y a mí sólo nos interesaba su carrera como jugador de ajedrez.

—¿Cuándo tuvo lugar exactamente esa partida entre el capitán Smith y su amigo Philidor? —pregunté yo.

—El 13 de marzo de 1790.

Keira tecleó la secuencia de cifras «13031790». Nos quedamos atónitos. Un antiguo mapa celeste apareció en la pantalla. A juzgar por su grado de precisión y los errores que veía, debía de ser del siglo XVII o XVIII.

—Esto es increíble —exclamó Ivory.

—Es un grabado sublime —dijo Keira—, pero sigue sin indicarnos dónde está lo que buscamos.

El hombre del traje oscuro levantó la cabeza.

—Es el mapa grabado en el suelo de mármol del vestíbulo del palacio, en la planta baja —dijo, y se acercó a la pantalla—. Bueno, salvo por unos detalles, se le parece mucho.

—¿Está seguro? —le pregunté.

—Habré pasado por encima más de mil veces. Hace diez años que estoy al servicio del señor Vackeers, y siempre me citaba en su despacho de la primera planta.

—¿Y en qué se diferencia este mapa del otro, el del vestíbulo? —quiso saber Keira.

—No son los mismos dibujos exactamente —nos dijo—; las líneas que unen las estrellas entre sí no están colocadas de la misma manera.

—¿Cuándo se construyó este palacio? —pregunté.

—Se terminó de construir en 1655 —contestó el hombre del traje oscuro.

Keira tecleó en seguida las cuatro cifras. El mapa de la pantalla se puso a dar vueltas y oímos un ruido sordo que parecía venir del techo.

—¿Qué hay encima de nosotros? —preguntó Keira.

—La Burgerzaal, la gran sala donde están grabados los mapas en el suelo de mármol —respondió el secretario.

Nos precipitamos los cuatro hacia la puerta. El hombre del traje oscuro nos rogó prudencia mientras corríamos por el dédalo de vigas, a escasos centímetros del canal subterráneo. Cinco minutos más tarde llegamos al vestíbulo del palacio de Dam. Keira se precipitó hacia el mapa grabado en el suelo que representaba la bóveda celeste. Efectuaba una lenta rotación en sentido contrario a las agujas del reloj. Tras describir un semicírculo, se detuvo. De pronto, la parte central se elevó unos pocos centímetros por encima de la losa. Keira metió la mano en el intersticio que había aparecido y, con un gesto triunfal, sacó el tercer fragmento, semejante a los otros dos que ya obraban en nuestro poder.

—Se lo pido por favor —nos dijo el hombre del traje osscuro—, hay que volver a dejar todo esto como estaba. ¡Si mañana, cuando abran las puertas del palacio, descubren el vestíbulo en este estado, sería trágico para mí!

Pero a nuestro guía no le duró mucho tiempo la preocupación. Apenas había terminado de hablar cuando la tapa de la cavidad secreta volvió a su enclave, el mapa empezó a girar en sentido contrario y recuperó su posición original.

—Y ahora —dijo Ivory—, ¿dónde está el cuarto fragmento que han traído de Rusia?

Keira y yo intercambiamos una mirada; ambos nos sentíamos violentos.

—No querría en modo alguno aguarles la fiesta —insistió el hombre del traje oscuro—, pero si pudieran hablar de todo esto fuera del palacio, me vendría muy bien. Todavía tengo que ir a cerrar el despacho del señor Vackeers. Los guardias van a empezar su ronda y ahora ya sí que tienen que marcharse, por favor.

Ivory cogió a Keira del brazo.

—Tiene razón —dijo—, salgamos de aquí, tenemos toda la noche para hablar.

De vuelta en el hotel Krasnapolsky, Ivory nos pidió que lo siguiéramos hasta su habitación.

—Me han mentido, ¿verdad? —dijo tras cerrar la puerta—. Oh, por favor, no me tomen por tonto, he visto la cara que han puesto hace un momento. No han podido traer de Rusia el cuarto fragmento.

—Pues no, no hemos podido —contesté enfadado—. Y eso que sabíamos dónde se encontraba, estábamos incluso a pocos metros, pero como nadie nos había avisado de lo que nos esperaba, como usted se cuidó muy mucho de advertirnos del ensañamiento de los que nos persiguen desde que nos lanzó sobre la pista de estos fragmentos… ¡Por poco nos matan, no querrá encima que me disculpe!

—¡Son los dos unos irresponsables! Al venir aquí me han hecho mover un peón, que no debía avanzar más que como última opción. ¿Acaso creen que nuestra visita pasará inadvertida? El ordenador en el que nos hemos introducido pertenece a una red de las más sofisticadas. A estas horas decenas de informáticos habrán advertido a su responsable de división de que el terminal de Vackeers se ha encendido solo en plena noche, ¡y dudo mucho que crean que es cosa de fantasmas!

—Pero ¡¿quién es esa gente, maldita sea?! —le grité a Ivory a la cara.

—Calma los dos, no es momento ahora de arreglar cuentas —intervino Keira—, Intercambiar gritos e insultos no sirve de nada. No le hemos mentido del todo, fui yo quien convenció a Adrian de que lo engañáramos. Tengo la esperanza de que tres fragmentos basten para revelarnos lo que necesitamos para progresar en nuestra investigación, así que en lugar de perder el tiempo en discusiones inútiles, ¿qué tal si los reunimos?

Keira se quitó el colgante, yo me saqué mi fragmento del bolsillo, abrí el pañuelo con el que lo había protegido, y los juntamos con el que habíamos descubierto bajo la losa del palacio de Dam.

Fue para los tres una decepción inmensa pues no ocurrió nada. La luz azulada que tanto esperábamos ver no apareció. Peor todavía, la atracción magnética que hasta entonces unía entre sí los dos primeros fragmentos parecía haberse desvanecido. Ni siquiera se soldaron los unos a los otros. Los objetos estaban inertes.

—¡Pues sí que estamos apañados! —masculló Ivory.

—¿Cómo es posible? —se extrañó Keira.

—Supongo que, a fuerza de manipularlos, hemos terminado por agotar su energía —dije yo.

Ivory se retiró a su habitación dando un portazo y nos dejó a los dos solos en el saloncito de su suite.

Keira recogió los tres fragmentos y me sacó de la habitación.

—Tengo hambre —me dijo en el pasillo—, ¿restaurante o servicio de habitaciones?

—Servicio de habitaciones —contesté yo sin vacilar.

Mientras Keira se daba un buen baño relajante, yo coloqué los tres fragmentos sobre el pequeño escritorio de nuestra habitación y los observé, haciéndome mil preguntas. ¿Había que exponerlos a una luz viva para recargarlos? ¿Qué energía podría volver a crear la fuerza que los atraía entre sí? Me daba perfecta cuenta de que se me escapaba algo, mi razonamiento no era completo. Estudié desde más cerca el fragmento triangular que acabábamos de descubrir. Era similar a los otros dos, el grosor era estrictamente idéntico. Di vueltas al objeto, y entonces un detalle en el canto atrajo mi atención. Había una ranura en toda la circunferencia, como un surco excavado, una mella horizontal y circular. Por su regularidad, no podía ser accidental. Reuní los tres fragmentos sobre la mesa y estudié desde más cerca la sección. La ranura proseguía de manera perfecta. Se me ocurrió una idea, abrí el cajón del escritorio y encontré lo que buscaba, un lápiz y un bloc de notas. Arranqué una hoja de papel, puse encima los fragmentos y los junté. Con el lápiz, fui siguiendo el contorno exterior de los mismos sobre el papel. Cuando los quité y miré el dibujo trazado sobre la hoja, descubrí los tres cuartos de la periferia de un círculo perfecto.

Me precipité al cuarto de baño.

—Ponte un albornoz y ven conmigo.

—¿Qué pasa? —preguntó Keira.

—¡Date prisa!

Llegó unos segundos después, con el cuerpo envuelto en una toalla grande y el cabello en otra más pequeña.

—¡Mira! —le dije mientras le tendía mi dibujo.

—Casi dibujas un círculo, fantástico, ¿y para eso me sacas de mi baño?

Cogí los fragmentos y los coloqué en su lugar sobre la hoja.

—¿No ves nada?

—¡Sí, que sigue faltando uno!

—¡Pues eso ya es un dato importantísimo! Hasta ahora nunca habíamos sabido cuántos fragmentos exactamente componían este mapa, pero mirando esta hoja, y lo has dicho tú misma, ahora es evidente, sólo falta uno y no dos como habíamos pensado en un principio.

—Pero con todo sigue faltando uno, Adrian, y los otros ya no tienen ningún poder, así que ¿puedo volver ya a mi baño antes de que se me quede el agua helada?

—¿No ves nada más?

—¿Vas a seguir jugando mucho rato a las adivinanzas? No, sólo veo un círculo pintado a lápiz, ¡así que dime lo que escapa a mi inteligencia, visiblemente inferior a la tuya!

—¡Lo interesante en nuestra esfera armilar no es tanto lo que nos muestra como lo que no nos muestra y que sin embargo adivinamos!

—¿Y en cristiano eso qué quiere decir?

—¡Si los objetos ya no reaccionan es porque carecen de un conductor, la quinta pieza que falta para completar el puzle! Estos fragmentos estaban engastados en un anillo, un hilo que debía de conducir una corriente.

—¿Entonces por qué antes se iluminaban los dos primeros?

—Porque con los rayos de las tormentas habían acumulado energía. A fuerza de reunirlos una y otra vez hemos agotado sus reservas. Su funcionamiento es elemental, responde al principio que se aplica a toda forma de corriente, por un intercambio de iones positivos e iones negativos que tienen que poder circular.

—Vas a tener que explicármelo un poco mejor —dijo Keira, sentándose a mi lado—, yo no sé ni cambiar una bombilla.

—Una corriente eléctrica es un desplazamiento de electrones en el seno de un material conductor. Desde la corriente más potente hasta la más ínfima, como la que recorre tu sistema nervioso, no se trata más que de un trasvase de electrones. Si nuestros objetos ya no reaccionan, es porque ya no está ese material conductor del que te hablo. Y ese conductor es precisamente la quinta pieza que falta para completar el puzle, la pieza de la que te hablaba hace un momento, un anillo que sin duda alguna rodeaba el objeto cuando no estaba fragmentado. Los que disociaron los fragmentos debieron de romperlo. Hay que encontrar la manera de fabricar uno nuevo, hacerlo de manera que se ajuste perfectamente a la periferia de los fragmentos que tenemos, y entonces estoy seguro de que recobrarán su poder luminiscente.

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