LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora (20 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO I: La impostora
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Él arrugó el entrecejo.

—¿Qué ocurrió?

Karuth se lo contó, narrando el miedo del elemental y su negativa o incapacidad para responder a las preguntas a pesar de las amenazas que le hizo, y por último repitió el peculiar acertijo que le había dado.

—«El intrigante… y quien se sienta a los pies del intrigante» —repitió Tirand, confundido—. No se me ocurre qué puede querer decir.

—A mí tampoco. A menos que contenga una referencia directa a la chica.

—¿Quieres decir que ella fuera la intrigante? Parece poco probable. Es una niña de catorce años. O lo era.

—Lo sé; no parece un camino probable, ¿verdad?

Tirand iba a contestar, pero sus palabras se convirtieron en una exclamación de sorpresa cuando algo se apretó contra su pierna, debajo de la mesa. Miró y se encontró con la intensa mirada de ojos verdes de un gato blanco.

—¿Qué pasa? —preguntó Karuth.

—Nada —contestó riendo, pasado el susto momentáneo—. Es uno de nuestros felinos que busca un corazón compasivo y un plato lleno.

La expresión de Karuth cambió con rapidez.

—¿La gata blanca?

—Sí. ¿Por qué?

—Anoche vino a mi dormitorio con otro gato.

—Bueno —repuso Tirand, al advertir la súbita tensión de su voz—, ya sabes cómo son. Sienten cuando alguno de nosotros está trabajando y eso los atrae.

—Lo sé. Pero seguía allí cuando desperté, y desde entonces ha estado siguiéndome. Me mira, y siento que su mente me sondea, como si quisiera decirme algo. Y no hago más que pensar en algo que dijiste anoche —explicó, alzando la vista—. Sabemos que los gatos son más bien criaturas del Caos que del Orden; está en lo fundamental de su naturaleza. Anoche me comentaste que padre piensa que el Caos podría haber tenido algo que ver en lo ocurrido en la Residencia de la Matriarca.

—¿Quieres decir que quizá fue el Caos quien colocó un vínculo sobre el elemental? ¿Que quizá deberíamos buscar en esa dirección al «intrigante» del acertijo?

—No lo sé, Tirand. Pero es la única posibilidad distinta que se me ocurre por el momento.

Se estaban agarrando a un clavo ardiendo, pensó Tirand. Pero aun así…

—¿Le has contado esto a padre? —inquirió.

—No he tenido oportunidad. Por lo visto ha estado desayunando en su estudio con Lias Barnack, y desde luego no he considerado prudente ir a verlo allí.

—No, con el agudo sentido del oído de Lias cerca para escucharlo todo —se mostró de acuerdo Tirand—. Sin embargo, creo que deberíamos hablar con él, Karuth. Esto podría pesar bastante en la actitud del consejo respecto al Rito Superior.

Ella lanzó un suspiro.

—Me gustaría estar de acuerdo contigo, pero dudo que haya algo de valor en todo esto.

—De todos modos, vale la pena explorarlo. —Tirand se volvió y aguzó la vista para mirar por la ventana iluminada por el sol y calcular la hora—. Padre ya debe de haber terminado con Lias. Vayamos a buscarlo.

Se levantaron e hicieron ademán de irse. Cuando Karuth se alejaba del banco, la gata blanca saltó de pronto sobre la mesa. Su cola estaba tiesa y los bigotes le temblaban, mientras miraba a Karuth y lanzaba un maullido suplicante. Karuth le devolvió la mirada, intentando comprender qué quería comunicarle el animal, pero sin conseguirlo. Al final, con un movimiento nervioso y nada elegante, se ciño más su chal y siguió a Tirand que salía del comedor.

—Aeoris, señor de las horas del día; Yandros, señor de todas las horas de la oscuridad, oh, vosotros, los más grandes de entre los dioses, cuyas manos sobrenaturales colocan y mantienen las balanzas del Equilibrio: con verdadera y justa reverencia os rendimos pleitesía y adoramos y os damos gracias por vuestra justicia y vuestra luz. —Chiro Piadar Lin alzó las manos y los brazos, y las amplias mangas de su túnica ceremonial cayeron, perfiladas por el nacarado tono de las envolventes neblinas de la Sala de Mármol—. Por el poder y el deber que me han sido investidos en el nombre del Orden y en el nombre del Caos, cierro este círculo y pido a todos los siervos de los éteres superiores e inferiores que partan ahora hacia sus moradas. Aire y Fuego, Tierra y Agua, Tiempo y Espacio, Vida y Muerte: exijo que todos los que observan me obedezcan, puesto que soy el Orden y soy el Caos, y soy el avatar elegido de la obra y la palabra de los dioses en el mundo mortal. ¡Siervos, marchaos!

El Sumo Iniciado dio una palmada que sonó como el restallar de un látigo, y Tirand sintió una corriente de energía que parecía implosionar a través de la amplia sala, con la rígida figura de su padre en el núcleo. Las nieblas giraron, formando un centenar de columnas como torbellinos, las imágenes se deformaron y algo parecido a un tremendo suspiro inhumano resonó alrededor de él. Entonces, de repente, su visión se hizo clara, las neblinas se tranquilizaron, el suelo de mosaico recuperó sus proporciones ordinarias y Tirand se sintió de nuevo en el mundo real, con las palmas de las manos húmedas en el momento de soltar a los adeptos que tenía a cada lado y dejar caer los brazos.

Durante un minuto quizá, reinó el silencio. Se intercambiaron miradas, pero, tal y como exigía un Rito Superior, nadie debía hablar hasta que todo el grupo hubiera salido de la estancia y alcanzara los dominios esotéricos de la biblioteca, más allá del pasadizo resplandeciente. Tirand vio a Karuth en el otro extremo del círculo, entre dos de los adeptos más ancianos. Estaba frotándose los antebrazos como si le dolieran; ansió que ella mirara en su dirección para poder juzgar sus pensamientos, pero Karuth tenía la vista clavada en el suelo. Cuando Chiro se volvió, los adeptos se colocaron en dos filas, flanqueándolo. El Sumo Iniciado ni siquiera miró a nadie, sino que se dirigió con prisa por el pasillo que todos formaban en dirección a la puerta de plata. Antes de seguirlo, Tirand lanzó una última mirada a las siete enormes estatuas que asomaban en la neblina. Sabía que eran imaginaciones suyas, pero le pareció que el rostro de Aeoris tenía una expresión un poco más severa de lo normal, y que la sonrisa de Yandros era un poco más cínica.

Karuth, al pasar, le rozó el brazo con los dedos y Tirand se dio cuenta de que quienes estaban detrás de él esperaban para salir. Apresuradamente, Tirand apartó la vista de las estatuas y echó a andar detrás de sus iguales.

La biblioteca estaba vacía e iluminada por una única vela, lo suficiente para que la sala pasara de la oscuridad completa a las sombras polvorientas, pero poco más. Los adeptos se reunieron ante Chiro. Aunque ya no regía la ley de silencio, parecía que ninguno quería romperlo, y por fin fue el Sumo Iniciado quien habló.

—Amigos míos —su voz era sombría, y la luz de la vela se reflejaba en las gotas se sudor que le perlaban la frente—, tan sólo puedo confirmar lo que ya habéis visto. Los dioses no nos han concedido ninguna señal esta noche. Puede que nos llegue algún mensaje más tarde, quizá críptico, pero no me siento optimista, puesto que no sentí ninguna presencia divina en el Salón de Mármol. A pesar mío, debo sugerir que Aeoris y Yandros no han querido atender nuestra súplica, y por lo tanto debo concluir que el asunto escapa a su atención o bien que, por razones que no podemos plantearnos, han estimado que debemos solucionar el enigma nosotros solos. Sea lo que sea, el Círculo no puede hacer nada más. Os doy a todos las gracias y os deseo un buen sueño.

Hubo asentimientos y murmullos, pero nadie dijo nada. Al volverse para ser el primero en salir de la biblioteca, Chiro cruzó brevemente una mirada con Tirand, y un movimiento casi imperceptible de sus ojos indicó a su hijo que quería hablar con él en privado. La pequeña procesión subió la escalera y salió al helado anochecer; el grupo se separó deseándose las buenas noches sin hablar, y cada adepto siguió su camino.

Tirand se quedó atrás, esperando a Karuth. El patio estaba tan desierto como lo había estado la biblioteca, aunque la oscuridad se veía aliviada por el brillo de las luces en las muchas ventanas del Castillo. El aire olía a helada, por debajo del omnipresente aroma a sal, y la profunda e inquieta voz del mar parecía cercana y clara, de manera casi sobrenatural. Sus pasos resonaron con fuerza cuando Tirand cogió del brazo a su hermana y juntos se encaminaron hacia la puerta principal.

—Padre quiere hablar con nosotros en privado —le dijo Tirand en voz baja.

—Lo sé, vi su gesto. —La mirada de Karuth se posó un instante en la silueta de Chiro, que andaba delante de ellos—. Será mejor esperar a que los demás se hayan dispersado, entonces iremos a su estudio. —Hizo una pausa y luego continuó—. De manera que los dioses han guardado silencio.

—Sí. Y creo que eso lo ha afectado. Era un poderoso ritual y debe haber sido advertido en los reinos superiores, si es que todas nuestras creencias y dogmas no son una broma. Pero no hubo nada, ni siquiera un susurro de poder, aparte del nivel de los guardianes elementales. No lo comprendo, Karuth.

Karuth iba a responder, pero se interrumpió y se puso tensa.

—Mira.

Se había parado de repente, y señaló la primera de las columnas que flanqueaban el muro. Tirand pudo ver un movimiento en la penumbra, algo pequeño y claro que rápidamente desaparecía de la vista.

—Era ese gato otra vez —dijo Karuth en voz baja—. Debe de haber estado esperando en la puerta exterior mientras se realizaba el Rito. Tirand, sabe algo, ¡estoy segura!

Incluso el escepticismo inicial de Tirand acerca del extraño comportamiento del gato comenzaba a ceder. Desde hacía tres días, seguía a Karuth allá donde fuese, observando, escuchando, sondeando. Karuth había intentado sacar algún sentido de las inciertas señales que sentía emanar de su mente, pero sus esfuerzos no habían dado ningún resultado. No poseía capacidad especial para la telepatía y, además, incluso el ser humano más dotado psíquicamente poco podría sacar del extraño territorio que constituía la conciencia de un gato.

Tirand le apretó el brazo con fuerza.

—Déjalo estar —le aconsejó—. De nada sirve darle vueltas a algo que no puede ser resuelto.

Un poco a regañadientes, Karuth apartó la mirada del lugar donde el gato había estado sentado, y subieron juntos los escalones hasta la puerta principal. Al llegar arriba, ella miró por encima del hombro. Pero el patio estaba desierto.

Chiro los esperaba en su estudio, y lo que tenía que decirles era breve, sin preámbulos.

—Es cuestión de pura lógica —les dijo—. Los dioses no han estimado conveniente el darnos información o ayuda, y no somos nosotros quienes debamos cuestionar su sabiduría. Voy a poner fin a todas las investigaciones. —Miró a ambos y su expresión era desolada—. Hemos intentado solucionar el misterio y hemos fracasado. No podemos hacer nada más, y esta tragedia ya ha sembrado demasiadas inquietudes. La gente busca seguridad en el Círculo, y, ante la ausencia de guía por parte de los reinos superiores, nuestro primer deber es calmar la intranquilidad y alejar los temores infundados.

—¿Infundados? —se extrañó Karuth. Chiro la miró con preocupación.

—Sé lo que piensas, hija mía, y claro que tienes razón. No podemos garantizar nada. Pero, por otra parte, no conseguiremos nada permitiendo que los rumores den lugar a nuevos rumores sin propósito. —Se volvió hacia su hijo—. Tú me comprendes, ¿verdad, Tirand?

Tirand asintió.

—Sí, padre, y estoy de acuerdo —declaró, haciendo caso omiso de la mirada que le dirigió Karuth—. La gente quiere mirar hacia adelante, no hacia atrás. Hay muchas cosas prácticas que hacer, después de esta tragedia, y opino que debemos centrar nuestros pensamientos en esas cosas en lugar de darle vueltas a algo que ya no tiene remedio.

—Exacto.

—Pero, padre —protestó Karuth—, ¿qué hay de Ygorla Morys?

El Sumo Iniciado del Círculo movió tristemente la cabeza.

—Está muerta, Karuth. Debe de estarlo. —La miró con expresión sincera y apenada—. Olvídala, querida. Ninguno de nosotros puede ya hacer nada por ella, y las conjeturas insanas sólo traerán daño. Apénate por ella y por la Matriarca, pero no le des más vueltas a su destino ni intentes descifrar un enigma insoluble. No tiene sentido.

Más tarde, a solas en la cama, Karuth meditó sobre las palabras de Chiro. No era fácil acallar sus sentimientos acerca del misterio o resignarse a abandonar sus investigaciones. Había caminos que todavía no había explorado, e, incluso si algunos de ellos implicaban demasiados riesgos, no le gustaba la idea de que ahora debían permanecer cerrados para ella. Pero ¿cómo ir contra el mandato? Chiro no sólo era su padre sino también Sumo Iniciado del Círculo, al que ella estaba ligada como adepta; por lo tanto, estaba doblemente obligada a obedecer. Pero se rebelaba ante el hecho de dejar estar aquel asunto.

La raíz de su dilema, Karuth lo sabía, era una convicción absurda pero tenaz de que Ygorla Morys no había muerto. Lo que eso implicaba no podía saberlo, pero la ambigüedad en la afirmación del elemental,
ha desaparecido
, era una preocupación que le arañaba la mente con pequeñas garras afiladas. ¿No estaría la criatura refiriéndose a algo que no se atrevía a decir abiertamente?
Ha desaparecido
. No muerta:
desaparecida
. No tenían por qué ser necesariamente la misma cosa. Y luego estaba el críptico acertijo que le había dado y que, estaba segura, tenía más importancia para el destino de la chica desaparecida de lo que ella o cualquiera pudieran imaginar. Pero las pistas eran demasiado escasas; necesitaba más información si quería descifrar el misterio. Antes del Rito Superior y del posterior juicio de su padre, había pensado en hablar con la hermana Fiora y con la hermana Corelm, para averiguar todo lo posible acerca del carácter y el historial de Ygorla. Eso estaba ahora fuera de lugar; mañana partirían y ella no podía desafiar abiertamente la orden de Chiro, ni se atrevía a hacerlo. Si iba a hacer algo, tendría que hacerlo en secreto y sin que la ayudara nadie.

Pero ¿qué podía hacer? Karuth se volvió y apretó su almohada, sintiéndose inquieta y desgraciada. Había rituales y conjuros que iban mucho más allá del pequeño sortilegio que había realizado tres noches atrás, y seres superiores a los elementales que podrían acercarla más a las respuestas que buscaba, pero no sabía si tenía el valor para adentrarse en aquellos dominios sola. Si llegara a sobreestimar su capacidad y su fuerza, podría verse enfrentada a algo demasiado mortífero para tenerlo a raya. Lo mejor —al menos por el momento— sería concentrar sus esfuerzos en la medida de lo posible en los planos más cotidianos.

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