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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora (12 page)

BOOK: LA PUERTA DEL CAOS - TOMO II: La usurpadora
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Pelora intentó protestar.

—Señora, ¡debemos entrevistarnos con al Sumo Iniciado sin más dilación! No puedo dejar de enfatizar lo urgente que es…

Karuth la interrumpió con amabilidad pero con firmeza.

—Hermana, vuestra novicia está muy afectada, vos misma estáis completamente agotada, y dudo que nadie de vuestro grupo esté en mejor estado. Se comunicará vuestra llegada a mi hermano enseguida, pero estaría descuidando mis deberes si no pusiera vuestros inmediatos menesteres antes que todo lo demás. Por otro lado —y su tono de voz cambió de forma repentina—, creo que sé por qué estáis aquí, hermana Pelora. Es lo que todos hemos estado temiendo estos dos últimos días.

El Sumo Iniciado escuchó la historia de la hermana Pelora en la intimidad de su estudio, y lo que le dijo fue pronunciado de manera calma y concisa, y demoledora. Por lo visto, la Residencia de la Tierra Alta del Oeste también había recibido la visita de un mensajero sobrenatural, y de inmediato las videntes más capacitadas de la Residencia se habían puesto a trabajar. Escudriñaron, dijo Pelora, convencidas de que las noticias eran una broma perversa, en busca de una pista sobre la identidad del responsable, y en una primera instancia las informaciones que recibieron de los planos astrales fueron confusas y poco concluyentes. Pero entonces, sin previo aviso, la novicia más joven de la Residencia —que nada tenía que ver con la investigación y que, de hecho, ni siquiera sabía de la existencia del mensaje— entró en trance y comenzó a balbucear, hablando primero de que veía al Alto Margrave yaciendo en un charco de sangre y después acerca de unos ojos azules y una mujer ardiendo. Pelora les contó que Ette había experimentado desde pequeña visiones incontroladas pero de una exactitud extraordinaria, y que la Hermandad tenía grandes esperanzas puestas en su futuro como vidente. Pero aquel ataque había sido muy intenso, incluso para lo que solía sucederle en otras ocasiones, y, a medida que fue hundiéndose en el trance y sus visiones se hicieron más coherentes, las hermanas más adultas se dieron cuenta de que no sólo estaba viendo la verdad del mensaje que habían recibido, sino también atisbos de los terribles acontecimientos que lo precedieron, incluyendo una visión de la horripilante muerte, siete años antes, de la antigua Matriarca, Ria Morys.

—No tenemos ninguna duda de que la visión de Ette fue verdadera, Sumo Iniciado —dijo sobriamente Pelora cuando terminó de contar su historia. Alzó la mirada y sus claros ojos se encontraron con los de Tirand, con dolorosa franqueza—. Después, cuando llegó vuestra ave mensajera con la carta, pensamos que debíamos acudir inmediatamente con nuestras noticias.

Tirand asintió.

—¿Habéis enviado mensaje de estas visiones a la Matriarca?

—Sí, señor, pero ni siquiera con el más rápido de los halcones podíamos esperar una respuesta desde Chaun Meridional en menos de tres días. No podíamos atrevernos a esperar tanto, de manera que nuestro grupo partió inmediatamente para traer a Ette al Castillo y pedir ayuda al Círculo.

—Tendrán nuestra ayuda, desde luego —dijo más tarde Tirand a Sen Briaray Olvit y a un reducido grupo escogido de adeptos de alto rango—, aunque, con toda franqueza, dudo que ninguno de los ritos del Círculo haga más que confirmar lo que sus visiones ya han descubierto. —Karuth había regresado brevemente de atender a las otras hermanas y a sus agotados escoltas, pero ahora había vuelto a salir, para acompañar a Pelora al ala de invitados y administrarle un reconstituyente, y Tirand se sentía más dispuesto a admitir sus verdaderos sentimientos, dado que ella no estaba presente.

Sen contempló la primera luna por la ventana.

—Entonces, ¿estás convencido de que no es una impostura?

—Cada vez estoy más cerca de esa desagradable conclusión. Ya hemos recibido avisos de tres Margraves, y no me cabe duda de que llegarán mensajes de provincias más lejanas antes de que pase mucho tiempo. Si a eso le añadimos las visiones de la hermana vidente Ette, las pruebas resultan demasiado evidentes para no hacer caso de ellas. Tenemos que enfrentarnos a la posibilidad de que de verdad el Alto Margrave haya sido asesinado y que una usurpadora ocupe el trono de la Isla de Verano.

Durante unos segundos reinó el silencio. Entonces habló otro adepto, formulando en voz alta lo que todos estaban pensando.

—¿Qué hacemos con Calvi Alacar, Tirand? Quizá deberíamos llamarlo ahora.

—No —dijo Tirand en voz baja—. No creo que debamos decírselo, todavía no. —Miró a sus compañeros uno por uno, con una silenciosa petición de apoyo en su mirada—. He dicho «posibilidad». La posibilidad no es la certeza, y todavía hay una probabilidad de que Blis Hanmen Alacar esté sano y salvo, aunque los dioses saben que es una probabilidad muy pequeña. ¿No creéis que sería mejor no decirle nada a Calvi hasta que estemos seguros?

Se escucharon murmullos de asentimiento, pero entonces Sen dijo:

—Eso está muy bien, Tirand, pero también es vital que tengamos en cuenta la posición de Calvi. Si Blis está muerto, entonces, como su único hermano, Calvi es también su sucesor. Si hay una usurpadora en la Isla de Verano, y esa usurpadora tiene verdadero poder, Calvi corre un grave peligro.

Uno de los adeptos más jóvenes alzó bruscamente la mirada.

—¡Te olvidas, Sen, que también está bajo la protección del Círculo! ¡Si somos incapaces de protegerlo de las ambiciones de una advenediza, no merecemos llamarnos hechiceros!

Otros se mostraron de acuerdo, con mayor presteza, pareció, de lo que había ocurrido con la petición de Tirand. Sin embargo, el Sumo Iniciado no hizo comentario alguno, y los astutos ojos de Sen se clavaron en él.

—Tirand, algo te ronda la cabeza, pero no pareces muy dispuesto a decirnos qué es.

Tirand contempló la mesa, donde reposaba el pergamino que contenía la declaración de Ygorla junto a las peticiones de ayuda de los Margraves.

—Estaba recordando la naturaleza del mensajero que trajo este pergamino, y el desprecio con que reaccionó a nuestro intento de someterlo. —Miró a Sen a los ojos—. Ese recuerdo es suficiente para hacerme temer por el riesgo de sentirse falsamente seguros.

El joven adepto que había hablado antes movió la cabeza con intensidad.

—Perdona que sea brusco, Tirand, pero desde mi punto de vista, tus palabras están peligrosamente cerca del derrotismo.

Tirand sonrió, pero con poco humor.

—Sinceramente, espero que tengas razón. No obstante, si mal no recuerdo, tú no estabas en el grupo de los que intentamos someterlo. Como Sen os confirmará sin lugar a dudas… —Se interrumpió porque alguien llamaba a la puerta—. Cielos, ¿quién puede ser a estas horas? Adelante.

La puerta se abrió y apareció uno de los mayordomos jefes del Castillo. Se tocó la frente con un dedo respetuosamente y dijo:

—Os pido perdón, señor, pero pensé que era mejor avisaros inmediatamente. Acaba de llegar un segundo grupo de hermanas, procedente de la Provincia Vacía, y su superiora solicita una entrevista urgente.

El rostro de Tirand permaneció inexpresivo. Sen se aclaró la garganta y lanzó una mirada cargada de intención al adepto disidente, y el Sumo Iniciado asintió.

—La recibiré enseguida, Kern. ¿Querrías decir a mi hermana que tenemos nuevos invitados que quizá necesiten de sus atenciones?

—Sí, señor. —El mayordomo salió a toda prisa, y Tirand se volvió hacia los otros adeptos.

—Las hermanas de la Provincia Vacía son famosas por su capacidad de escudriñar sucesos, de manera que creo que todos imaginamos qué las ha traído aquí. Si alguno de vosotros quiere irse a dormir, por favor, que lo haga sin reparos. Me temo que los que se queden dormirán muy poco esta noche.

Ninguno se movió ni dijo palabra, y tras unos instantes Tirand agradeció su reacción con una sonrisa.

—Muy bien, y gracias; no os oculto que aprecio vuestro apoyo.

Pero cuando vio de nuevo el pergamino sobre la mesa, se sintió de pronto, a pesar de la presencia de sus colegas, más solo que nunca antes en toda su vida. A pesar de que era una idea inútil y un síntoma de debilidad, deseó que su padre, Chiro, cuyo cargo y responsabilidades se había visto obligado a aceptar tan bruscamente hacía dos años y medio, estuviera todavía vivo para quitarle aquella carga para la que sus hombros no estaban preparados.

Tal y como había predicho, Tirand no vio su lecho aquella noche. Las hermanas de la Provincia Vacía, dirigidas por una superiora joven y flaca, con los ojos desorbitados y un desconcertante tic en el rostro, contaron más o menos la misma historia que sus colegas de la Tierra Alta del Oeste. Ya casi amanecía cuando por fin terminó la segunda entrevista y las cansadas hermanas fueron conducidas a dormitorios preparados a toda prisa. En cuanto salieron, volvió a comenzar la discusión sobre si se debía decir o no la verdad a Calvi Alacar. Sin embargo, Tirand no estaba dispuesto a ceder todavía, y al final incluso Sen estaba demasiado agotado para seguir defendiendo su postura, y la reunión se interrumpió.

Tirand sabía que debería haber seguido el ejemplo de los demás, intentando descansar un rato antes de que comenzara el nuevo día. Pero cuando los primeros resplandores del amanecer tocaron las torres del Castillo, no le pareció que valiera la pena; una hora escasa de sueño lo dejaría seguramente en peor estado que no dormir nada. Decidió que saldría al patio durante unos minutos. El aire helado le despejaría un poco la cabeza, y después un baño lo refrescaría lo suficiente para hacer frente a las obligaciones de la mañana con cierto aire despierto.

Apagó las lámparas de su estudio y para no despertar a nadie al abrir las puertas principales, que siempre gemían de manera abominable, dejó el Castillo por una salida lateral. Al salir al patio, lo sorprendió ver una figura de pie junto a la fuente central. Por un instante, consternado, creyó que era Sen y estuvo a punto de volver a cruzar la puerta para evitarlo; pero entonces una voz lo saludó y se dio cuenta de su error.

—Arcoro —Tirand se relajó y se acercó a la fuente, para reunirse con el hombre mayor—. Parece que hemos tenido la misma idea.

Arcoro Raeklen Vir era miembro superior del Consejo de Adeptos desde hacía quince años. Chiro siempre lo había tenido por uno de sus consejeros más sabios y lúcidos, y Tirand encontraba a su vez que las opiniones de Arcoro eran a menudo un oasis de tranquila razón en medio de las disensiones. Durante todos los trastornos de aquella noche, Arcoro había dicho bien poca cosa, pero ahora, sentados juntos en el parapeto de la fuente vacía —la fuente sólo funcionaba durante los meses de verano—, Tirand sintió la repentina necesidad de que la opinión del anciano adepto reforzara su vacilante seguridad en sí mismo.

—¿He hecho lo correcto, Arcoro? —inquirió.

—¿Al vetar la idea de decírselo a Calvi? —Como siempre, Arcoro entendió enseguida por dónde iban sus pensamientos—. Sí, creo que hiciste lo correcto. —Su mano de largos dedos repicó inquieta sobre la piedra que tenía al lado—. No creo que el mensaje de la Isla de Verano sea falso; francamente, no puedo creerlo después de la doble dosis de pruebas de esta noche, por mucho que me gustaría que así fuera. Pero estoy de acuerdo contigo en que necesitamos saber más antes de cometer alguna acción precipitada. —Frunció el entrecejo—. En realidad, cualquier acción. Tirand, ¿a qué nos enfrentamos? ¿Una lunática o un poder de verdad ajeno al Círculo? Es la pregunta que no dejo de hacerme, y no consigo llegar a una conclusión.

—Tampoco yo. —Tirand vaciló, preguntándose hasta qué punto se atrevería a ser sincero; luego decidió decir lo que pensaba—. Pero hay una cosa en particular que me inquieta, Arcoro, y, aunque no tiene ninguna lógica, no consigo quitármela de la cabeza.

—Ah —dijo Arcoro—, su nombre.

Tirand lo miró con rapidez, cogido por sorpresa.

—¿Te acuerdas de eso?

—Dioses, ¿tan cerca estoy de la chochez que debería haberlo olvidado? Tú eres el que no tiene buena memoria, Tirand, si no recuerdas que yo estaba presente en la reunión que tu padre convocó después de la muerte de la vieja Matriarca. O quizá debería decir asesinato.

—¿Asesinato?

Arcoro se encogió de hombros.

—Es sólo una teoría, una teoría de la cual nunca he estado lo bastante seguro como para ir más allá de la pura conjetura. —Se detuvo unos instantes con la boca apretada—. ¿Viste alguna vez a la niña, durante los catorce años que vivió en Chaun Meridional?

—No.

—Mm. Tengo la impresión de que nadie del Castillo llegó nunca a conocerla; desde luego, Ria nunca volvió a traerla aquí, a pesar de que nació a la sombra de estas murallas. Aunque —alzó la mirada cargada de astucia— tengo entendido que Ria solicitó que fuera iniciada en el Círculo.

—Es cierto. Mi padre rechazó la solicitud de la Matriarca.

—¿En qué se basó?

—Se basó en el hecho de que entonces era demasiado joven. Y… —Tirand frunció el entrecejo— mi hermana tenía la intuición de que no sería acertado, y creo que eso también influyó en la decisión de mi padre.

Arcoro sabía que Karuth era un tema espinoso para el Sumo Iniciado en aquellos momentos, por lo que no profundizó en aquel comentario.

—Así que —dijo— puede ser que Ria Morys reconociera algún poder latente en la chica y esperara que el Círculo pudiera controlarlo y moldearlo. Si a eso añadimos las circunstancias de la desaparición de la chica y los resultados de las investigaciones de las hermanas, la receta comienza a tener un aspecto extremadamente tenebroso.

Tirand pensó en las sospechas que Karuth había albergado durante tantos años y que se había negado a dejar de lado a pesar de los intentos de Chiro y de él mismo para desanimarla. Pensó en la amarga disputa que habían tenido. Pensó en presagios y advertencias…

—Claro que puede que no sean más que coincidencias —prosiguió Arcoro cuando fue evidente que Tirand no estaba dispuesto a compartir sus pensamientos—. Ygorla no es un nombre raro en el sur, aunque hace bastante tiempo que no está muy de moda. Por lo que nosotros podemos saber, la sobrina nieta de la vieja Matriarca lleva siete años muerta, así que no tenemos motivos lógicos para pensar que ella y esta mujer enloquecida puedan ser la misma persona. Sin embargo, llámalo intuición o llámalo una dosis de duro sentido común, no me importa la diferencia, pero no me siento inclinado a confiar en lo que podamos saber en este caso.

Tirand asintió con la vista clavada en las losas de piedra bajo sus pies.

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