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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem (19 page)

BOOK: La puerta oscura. Requiem
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—Daphne dijo que, como Viajero, detectaría la presencia de otra Viajera en el mismo nivel. Si ha abandonado la Colmena, percibiré su propia ausencia. Y regresaremos.

De entre la bruma empezó a tomar forma una silueta oscura. Ganó consistencia conforme avanzaban, y poco a poco se fue alzando su gigantesca forma ovalada. Pascal sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago.

—Ahí está —susurró a Dominique—. La Colmena de Kronos.

* * *

Tendidos sobre la hierba, inertes, los cuerpos desangrados de tres perros dóberman. Bajo las cabezas de ojos vidriosos y fauces abiertas, sus cuellos muestran la clara señal de una mordedura, exactamente sobre la yugular. Algunos insectos se arraciman ya en torno a las heridas abiertas.

Frente a ellos, en el caserón de aspecto descuidado, numerosas luces permanecen encendidas. A través del cristal de una de las ventanas se recorta la silueta de un granjero de semblante asustado que, con una escopeta en las manos, continúa oteando la noche que rodea su propiedad, de una tonalidad suave que presagia la proximidad del amanecer.

«Por favor», implora, «que llegue ya el día».

Algo ha matado a sus perros. Lo sabe, escuchó sus gemidos agonizantes. Salió de la casa hecho una furia, dispuesto a enfrentarse a quien pretendiese dañar a sus animales. Entonces, sin apartarse todavía del porche, la vio. Vio aquella figura humana inclinada sobre ellos, ese extraño joven que alzó su rostro al oír la imprecación que le dirigía el granjero. En cuanto el hombre, armado con su escopeta, distinguió esas facciones malévolas que lo contemplaban, los destellos amarillentos de sus ojos, un relampagueo de terror inundó su mente. La intuición más lúcida de su vida le hizo descartar abrir fuego contra el desconocido; prefirió lanzarse sin pérdida de tiempo al frágil refugio de su casa. Ni siquiera cuando hubo cerrado la puerta a sus espaldas se sintió tranquilo. Comenzó a encender luces sin soltar el arma, maldiciendo para sus adentros haber sufrido aquel arranque de ira que le había conducido a una situación tan irreal.

¿Seguiría en el exterior aquel chico de apariencia inhumana? Hacía rato que sus perros habían dejado de emitir sonido alguno. ¿Se conformaría con ese sacrificio el misterioso visitante… o, ahora que sabía que un testigo lo había visto actuar, se dirigiría a la casa para borrar su rastro de alguna sangrienta manera?

La cabeza del acongojado granjero daba vueltas, recreando sin querer la pavorosa escena a la que acababa de asistir. Aquel rostro demencial… ¿Y cómo podía haber acabado con tres dóberman adiestrados para atacar, sin más armas que sus manos desnudas?

No tenía sentido lo que estaba sucediendo esa larga noche, a la que
había
despertado solo para vivir una auténtica pesadilla.

¿Por qué no amanecía ya? Notaba el sudor resbalar por los brazos, que sujetaban la escopeta. Así como por su frente cubierta de arrugas.

Sin embargo, el peligro había abandonado ya las proximidades de su propiedad. Jules Marceaux se había arrastrado lejos de allí hacía rato, sabedor de que no podría contener sus instintos, hasta alcanzar su cubil entre tierras de labranza. Ahora permanecía en su mísero lecho de papeles y prendas, aullando para calmar la ansiedad.

Había vuelto a bloquear el acceso a aquel cobertizo que lo protegía de la intemperie solar, en esta ocasión no tanto para defenderse de la luz diurna, que aún no había hecho acto de presencia, como para eludir la tentadora negrura de la noche.

Jules gritaba, gemía, arqueando su cuerpo hasta el límite de su estiramiento. Su columna vertebral crujía, mientras sus manos contraídas se agarraban al camastro con fuerza desesperada.

No debía volver a salir. Tenía que aguantar. Apenas quedaba oscuridad. Resistiría.

Jules paseó la lengua por sus labios salpicados aún de sangre animal. Y se preguntó, al borde de la inconsciencia, si no perdería el juicio antes de que su proceso maléfico culminara anulando por completo su identidad.

Lo deseó. Rogó por que aquella indulgencia se produjera, ahorrándole los últimos estertores de su perdición.

* * *

Pascal y Dominique se habían detenido y, todavía sin escapar por completo a los jirones de niebla que les lamían la espalda con su humedad, observaban anonadados el panorama que se ofrecía ante sus ojos.

Frente a ellos se tendía, sobre el abismo de un profundo desfiladero, un rudimentario puente de tablas, troncos y maromas, de alrededor de cien metros de longitud. Vacilante, oscilando como presa de alguna corriente de aire que emergiese del vacío oscuro bajo él, aquel precario pasaje salvaba el último obstáculo que los separaba de la Colmena de Kronos.

Ya habían llegado.

Porque estaba allí, no cabía duda. Al otro lado se alzaba, impresionante, un peñasco de dimensiones colosales, una enorme colina ovalada tallada en forma de colmena que se fundía con el terreno montañoso por la parte posterior, conduciendo a los remotos niveles de mayor condena donde permanecían los sentenciados de extrema gravedad.

Todo el relieve que quedaba ante la vista de los chicos estaba constituido por innumerables celdas hexagonales interconectadas, una especie de departamentos pétreos de la altura de un hombre que constituían entradas a pasadizos geométricos. En efecto, la Colmena de Kronos se encontraba ante ellos, en toda su soberbia magnificencia.

Y en toda su perversidad, implícita en la existencia de un lugar que recreaba a perpetuidad pesadillas reales.

Dominique se aproximó hasta el comienzo del puente, poco convencido de cruzarlo a pesar de la tentadora cercanía del objetivo.

—No me habías dicho que para llegar a la Colmena hubiese que atravesar un paso tan… inseguro —comentó, inclinado sobre las primeras tablas que constituían el suelo de lo que en realidad no era sino una vieja y alargada pasarela—. Ni que bajo él hubiese una caída de miles de metros.

—Lo conté en su momento —se defendió Pascal—. No creí que fuese necesario recordártelo.

Dominique recuperó su postura erguida y colocó un pie sobre el primer tramo de madera del puente, apoyando todo su peso en él. Comprobaba la solidez, receloso. Aunque su maniobra provocó rechinantes gemidos, la tabla se mantuvo en su sitio.

—Yo pregunté lo mismo a Beatrice cuando llegamos aquí por primera vez —confesó Pascal—. Reconozco que el aspecto de este puente no provoca confianza, precisamente.

—Eso salta a la vista.

—Pero no hay otra vía para alcanzar la Colmena —Pascal adoptaba un elocuente semblante de resignación—. Y si ha aguantado todo el tiempo que lleva aquí, no hay por qué sospechar que no lo va a seguir haciendo.

Se negaba a asumir que a los obstáculos existentes pudiera añadirse la mala suerte. No estaba dispuesto a contemplar aquella posibilidad.

Dominique asentía, con gesto de mártir.

—Confío en que no descubramos en mitad del puente que nos equivocábamos —observó, suspicaz—. A saber lo que habrá en el fondo de este barranco.

—Supongo que algo tan terrible que no querrías dejar de caer nunca.

Dominique puso los ojos en blanco al oír semejante respuesta.

—Gracias por tus ánimos, Pascal. Es todo un alivio contar con tu compañía en estas circunstancias.

El Viajero se había adelantado hasta el comienzo del puente, y pasaba sus manos por el entramado de gruesas cuerdas que conformaban la estructura de fijaciones.

—Dominique, no podemos perder más tiempo —advirtió—. ¿Vamos?

El aludido sonrió, irónico, antes de plantear su propuesta:

—¿Tú primero?

—De acuerdo.

Pascal echó una última ojeada a los alrededores. No quería que, por culpa de la fascinación que provocaba la sobrecogedora imagen de la Colmena, alguna bestia de la oscuridad lograra pillarlos desprevenidos, atacándolos por la espalda. A continuación, dedicó una mirada de ánimo a su amigo y, reequilibrándose el peso de la mochila, enfundó su daga y se preparó para iniciar el avance.

—Si intuyes que algo no marcha bien —le pidió Dominique, temeroso ante la perspectiva de perder a su amigo—, retrocede sin pensarlo. Pasa de hacerte el héroe; tu desaparición no ayudaría a Jules.

—Durante los metros iniciales, aún tendría tiempo de reaccionar —contestó Pascal, iniciando unos trémulos primeros pasos con los brazos extendidos—. Pero después…

Un puente de cierta longitud supone una trampa letal si se produce un fallo en pleno cruce. Aproximarse a su tramo central implica renunciar a disponer de margen para alcanzar una de las salvadoras orillas antes de que la construcción caiga por cualquiera de sus extremos.

Lo que podía ocurrir.

Pascal iba avanzando metro a metro, tanteando con uno de sus pies cada nuevo tablón sobre el que su cuerpo estaba a punto de situarse. Salvo crujidos y algún amenazador baile de piezas de madera que mantenía en vilo a su amigo, el Viajero prosiguió sin novedades su recorrido.

Dominique cayó entonces en la cuenta de que se acababa de quedar solo en su orilla, acorralado entre la insondable fisura del terreno y la bruma oscura que tapizaba el paisaje volcánico tras él. Percatarse de aquello acentuó la precisión de sus sentidos; empezó a percibir misteriosos ecos en la atmósfera, fugaces movimientos que pronto sepultaba la niebla. ¿Imaginaciones suyas? Decidió que había llegado la hora de acompañar a Pascal en la pasarela. Imitando los prudentes movimientos de su amigo, con el hacha bien agarrada en una mano, se adentró sin pensarlo más en la senda compuesta por los listones y troncos que mantenían unidos las maromas. Midiendo cada paso.

Hasta que se equivocó.

Notó el tacto esponjoso de la madera podrida, aunque no a tiempo de modificar la trayectoria de su zancada. Lo siguiente fue la inconsistencia del vacío bajo su pie, después de que un fragmento de tabla se pulverizase. Y su grito sorprendido, que se perdió en su propio eco, precipitándose sobre el abismo.

* * *

Era muy temprano, pero ya todos estaban reunidos, de nuevo en torno a la Puerta Oscura. Acababa de amanecer, habían terminado un rápido desayuno y ahora se disponían a planificar la jornada. La falta de sueño aún se dejaba intuir en algunos rostros, pero la extrema gravedad de lo que tenían entre manos constituía el mejor antídoto contra la necesidad de dormir.

—Termina el tiempo de Jules, comienza el nuestro —avisó Daphne, solemne—. Llega el momento de reanudar la búsqueda.

—Hay que encontrarlo —dijo Michelle, todavía impresionada por la última imagen de su amigo—. A saber lo que puede suceder, si no, esta noche.

Todos asintieron. El proceso vampírico que sufría Jules parecía haberse acelerado en los últimos días de un modo estremecedor.

—Seguimos sin noticias del Viajero —notificó Marcel—. Pero está claro que, a partir de ahora —enfocaba con sus ojos penetrantes a Edouard—, las probabilidades de que se comunique con nosotros empiezan a aumentar.

—Estaré muy atento —se comprometió el joven médium, volviéndose hacia Mathieu—. Pronto te va a tocar actuar.

El fornido muchacho se encogió de hombros, mientras señalaba su mochila.

—Me pillará preparado. Me traje mis materiales de historia y el portátil; será difícil que me haga alguna consulta que no sepa responder.

—Edouard —advirtió el forense—, en cuanto presientas que Pascal se está intentando poner en contacto contigo, subid al vestíbulo. A Mathieu puede hacerle falta navegar por Internet, y en este nivel no es posible.

La proximidad con la Puerta Oscura potenciaba las capacidades del médium, pero alejarse de ella no le impediría por completo captar la llamada del Viajero. A lo sumo la haría más débil, una dificultad que estaban en condiciones de asumir.

—De acuerdo, subiremos.

A pesar de que el trayecto hasta la planta calle desde aquellas recónditas profundidades del edificio no era fácil, habían protagonizado demasiados episodios en ese palacio como para no conocer el camino.

—¿Alguna idea de por dónde empezar la búsqueda? —preguntó entonces Michelle, ansiosa por iniciar la actividad matutina.

—Dado el avanzado deterioro de Jules —comenzó Daphne—, tiene que estar empezando a sentir un impulso típico de los vampiros recientes.

Los demás la miraron, intrigados.

—¿A qué te refieres? —Michelle volvía a intervenir, muy pendiente de cada palabra que pudiera conducirla hasta su amigo gótico durante las horas de luz.

—El vampiro joven, recién acogido por la perpetua noche de los no-muertos, buscará a su maestro al comienzo de su nueva existencia.

—¿Su «maestro»? —ahora era Mathieu quien manifestaba asombro.

Edouard, sin embargo, había adoptado un gesto cómplice con la vidente; acababa de caer en la cuenta de adónde quería ir a parar su preceptora.

—El vampiro que lo inició —se explicó Daphne—, el que le mordió inoculándole su condición de bestia del Averno.

—Aunque más adelante se vuelven autónomos, en su inicio experimentan cierta dependencia —añadió Edouard—. Por eso buscará a su «amo», que en este caso…

—… Es Varney —completó Michelle—. Pero se neutralizó su vampirismo, ¿no?

La chica se dirigía a Marcel.

—Por supuesto —respondió el Guardián—. Llevé a cabo el ritual escrupulosamente. Varney jamás se levantará de la tumba.

—¿Entonces?

—Aun así, Jules no podrá evitarlo —concluyó la bruja—. Tenderá a aproximarse a la sepultura de su vampiro iniciador, aunque en realidad tampoco se trata de Varney.

—Es cierto —convino Marcel—. El profesor Varney fue solo la víctima a la que el verdadero vampiro suplantó para moverse por nuestro mundo —todos lo recordaron; teniendo en cuenta que el cuerpo del docente no llegó a encontrarse, ahora mismo su espíritu debía de estar vagando por la Tierra de la Espera como un espíritu errante—. En algún momento, Jules empezará a percibir una atracción hacia su presunta tumba, en la que está enterrado el cuerpo de su verdadero maestro, Luc Gautier.

—¿Y cómo condiciona esa conjetura nuestros movimientos? —Michelle, presa de la impaciencia, imprimía una vez más su propio ritmo a la reunión.

Daphne no tardó en contestar.

—Si esta pasada noche Jules ya ha sentido ese magnetismo, habrá buscado para las horas diurnas un refugio que se encuentre cerca de la tumba de Varney. Así que Marcel y tú dedicaréis las próximas horas a rastrear los alrededores del cementerio donde se encuentra. Mientras, yo inspeccionaré la zona donde lo vimos ayer; su primera guarida no debería de estar muy lejos de allí.

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