Para asesinarle.
La idea le volvía a la mente una y otra vez. Ahora reflexionó sobre ella brevemente y volvió a concentrarse en los ejercicios. Transcurridos unos instantes, se dio cuenta de que alguien le observaba. Al efectuar un giro, vio a Naomi bajo los árboles.
—¿Dónde has aprendido esos ejercicios? —preguntó. Luego, añadió:— ¿Por qué no me los enseñas?
Pasaron la mañana entrenando. Ella le instruyó sobre la manera en la que se entrenaba a las mujeres jóvenes en el Oeste; después fueron a los cobertizos a buscar palos de bambú y practicaron fintas con ellos. La fortaleza y velocidad de Naomi dejaron sorprendido a Shigeru.
—Algún día lucharemos codo con codo —prometió ella cuando el calor los obligó a parar y se retiraron a una zona de sombra. Naomi respiraba con dificultad y la piel le brillaba a causa del sudor—. Nunca he permitido que un hombre me viera con este aspecto —comentó entre risas—, con la excepción de Sugita Haruki, que me enseñó a combatir con la espada.
—Te favorece —dijo Shigeru—. Deberías mostrarte así más a menudo.
* * *
El calor siguió apretando y después de la cena Naomi le pidió a Sachie que les narrara una historia de fantasmas.
—Nos helará la sangre y servirá para refrescarnos —aseguró. Su estado de ánimo era excelente; su aspecto, radiante, y su felicidad, desbordante.
—Dicen que este santuario está embrujado —comentó Sachie.
—¿Acaso hay alguno que no lo esté? —preguntó Shigeru, acordándose de Seisenji.
—Su señoría tiene razón —respondió ella, esbozando una ligera sonrisa—. En estos lugares aislados suceden muchos acontecimientos oscuros. A las personas carentes de formación les asustan sus propios pensamientos violentos; convierten en fantasmas sus miedos y sus odios.
La perspicacia de Sachie impresionó a Shigeru, quien se percató de que era una mujer de mayor valía de lo que en un primer momento le había parecido. Sachie era tan callada y modesta, y él había estado tan obsesionado con Naomi, que había pasado por alto su inteligencia, su vivaz imaginación.
—Cuéntanos lo que ocurrió en este santuario —insistió Naomi—. ¡Ay! ¡Ya estoy temblando!
Sachie empezó a narrar su historia con voz profunda y sonora.
—Hace muchos años, estas costas estaban habitadas por hombres malvados que se ganaban la vida capturando barcos y llevándolos hasta las rocas. Mataban a los supervivientes de los naufragios y luego lo quemaban todo, con la excepción del botín, para que no hubiera pruebas ni testigos. Casi todas sus víctimas eran pescadores y, de vez en cuando, mercaderes; pero una noche hicieron naufragar un barco que trasladaba a la hija de un señor, quien se dirigía a una ciudad del sur para celebrar su compromiso matrimonial. Tenía trece años. Cuando el barco se hundió y todo el séquito de la joven murió ahogado, ella fue arrastrada por el mar hasta la orilla. El cargamento de la nave consistía en los obsequios de sus esponsales: seda, oro y plata, cajas de laca y madera de zelkova, frascas de vino... La muchacha imploró a los asaltantes que le perdonaran la vida, alegando que su padre les ofrecería una recompensa si le devolvían a su hija; pero ellos no dieron crédito a las promesas de la muchacha. La degollaron, le llenaron la ropa de piedras y arrojaron el cadáver al mar. Aquella noche, mientras celebraban el éxito del asalto, escucharon ruidos que procedían del santuario y vieron luces encendidas. Sonaba música de flauta, y la gente cantaba y reía.
»Cuando se acercaron a escondidas para ver qué estaba ocurriendo, vieron a la joven que habían asesinado sentada en el centro de la sala, rodeada de sus doncellas y lacayos. A su lado había un señor de alta estatura, vestido de negro y con el rostro oculto. Los malhechores creían estar a cubierto, pero la chica los vio y exclamó:
»-¡Nuestros invitados han llegado! Que pasen y se unan a la fiesta.
»Los bandidos se dieron la vuelta para salir huyendo, pero las piernas no les obedecían. La joven fue arrastrándolos hacia sí con la mirada y cuando estuvieron frente a ella, temblando, dijo:
»-Me desposasteis con la muerte, y estamos celebrando la fiesta de mi boda. Mi marido desea conoceros.
»El hombre que se encontraba sentado junto a ella se levantó; la Muerte los miró cara a cara. No podían moverse. Empuñando su sable, la figura de negro mató a todos ellos y luego volvió a tomar asiento junto a su esposa.
»La fiesta prosiguió, incluso con más algarabía, y las mujeres de los muertos se decían una a la otra:
»-¿Qué hacen nuestros maridos? Están disfrutando del botín sin acordarse de nosotras.
»Salieron corriendo, irrumpieron en el santuario y la joven les dijo:
»-Me alegro de que hayáis venido. Mi esposo desea conoceros.
»A continuación, el señor de negro se levantó y, volviendo a blandir su sable, fue matando a las mujeres una a una.
—¿Tenían hijos? —preguntó Naomi—. ¿Qué fue de ellos?
—Se desconoce el destino que tuvieron —respondió Sachie—; pero, después de aquel suceso, este lugar no volvió a habitarse.
—Hasta que llegaron personas más bondadosas —murmuró Naomi.
—Los marineros que me trajeron dicen que los habitantes de los alrededores pertenecen a los Ocultos —dijo Shigeru, también en voz baja—. Tuve la impresión de que han sufrido a manos de esos mismos hombres. Tomaré las medidas necesarias para acabar con ello.
—Están totalmente indefensos —se lamentó Naomi—. Podemos protegerlos desde tierra adentro (todos los años organizamos campañas contra los bandoleros y forajidos que recorren éste y otros territorios del dominio), pero no disponemos de barcos ni de los recursos necesarios para enfrentarnos a los piratas.
—No son piratas —repuso Shigeru—; al menos, por el momento. Les abruman sus propios problemas, de modo que se aprovechan de quienes son más débiles que ellos. Hablaré con el patrón para el que trabajan y le ordenaré que los mantenga bajo control. Su hijo me contó una historia —añadió—. Es un niño de unos ocho años que se llama Fumio. Su padre le adora y le lleva a todas partes con él.
—¡Cuéntanos la historia! —exclamó Naomi.
Rondaba la primera mitad de la hora del Perro; la oscuridad de la noche era absoluta. No corría una gota de viento y las olas habían enmudecido. Un par de lechuzas se llamaban mutuamente desde los cedros ancestrales y unas cuantas ranas croaban en el estanque. De vez en cuando, una pequeña criatura atravesaba las vigas, correteando. Las luces parpadeantes arrojaban sombras sobre los tres interlocutores, como si los muertos les estuvieran haciendo compañía.
Shigeru comenzó su relato:
—Un niño fue a pescar con su padre. De pronto, se levantó una tormenta y la barca fue empujada mar adentro. El padre reservó para el niño toda la comida y el agua que llevaban y, pasados unos días, el hombre murió. Por fin, la barca a la deriva llegó a la orilla de una isla en la que habitaba un dragón. El niño llamó a su padre:
»-¡Padre! ¡Despierta, nos hemos salvado!
»Pero el hombre no se despertó. El niño gritaba cada vez más alto, con tanta potencia que despertó al dragón, el cual acudió a la playa y dijo:
»-Tu padre está muerto. Entiérrale, y luego te llevaré a casa.
»El dragón ayudó al niño a enterrar al padre y después el niño le dijo:
»-No puedo abandonar la tumba de mi padre. Déjame quedarme aquí; seré tu sirviente.
»-No sé qué podrías hacer por mí —respondió el fabuloso animal—. Soy un dragón poderoso y tú no eres más que un ser humano; y muy pequeño, además.
»-Te haré compañía —sugirió el niño—. Debes de encontrarte muy solo en esta isla deshabitada. Cuando mueras, te enterraré y rezaré por ti junto a tu tumba.
»El dragón se echó a reír, consciente de que la vida de un dragón es mucho más larga que la de un humano, pero las palabras del niño lo conmovieron.
»-Muy bien —concluyó—. Puedes quedarte. Serás para mí lo que eras para tu padre.
»El dragón le crió como si fuera hijo suyo, y el niño se convirtió en excelente mago e insigne guerrero. Según Fumio, un día se presentará y acabará con la crueldad y la injusticia.
—Hasta en las historias que cuentan los niños se escucha el deseo de justicia por parte de la población —comentó Naomi.
* * *
Cuando habían yacido juntos la noche anterior, el deseo de ambos era abrumador e incontrolable. Ahora, los dos se mostraban más pensativos, más conscientes de los riesgos que corrían y de la locura de sus acciones.
—Me da miedo que concibamos un hijo —confesó Shigeru—. Y no es que no lo desee...
—No creo que pueda concebir esta semana —respondió Naomi—. Pero si así fuera... —se interrumpió, incapaz de dar voz a sus intenciones; pero Shigeru supo a qué se refería, y sintió una oleada de lástima y de rabia.
Pasados unos momentos, Naomi dijo:
—Me encantaría darte hijos. Cuando hablaste de Fumio, se me ocurrió lo mucho que debes desear un hijo varón. Puede que nunca podamos casarnos. Lo único que podemos hacer es aprovechar estos encuentros secretos; pero serán muy escasos, y distanciados entre sí, además de peligrosos. Se me parte el corazón al decirlo, pero deberías volver a casarte para poder tener hijos.
—No me casaré con nadie que no seas tú. —Declaró Shigeru, y luego, cayendo de nuevo en la cuenta de lo mucho que la amaba, añadió:— No yaceré con nadie más que contigo durante el resto de mi vida.
—Un día serás mi esposo —susurró ella—, y yo daré vida a tus hijos.
Se abrazaron durante un largo rato y cuando hicieron el amor fue con una ternura vacilante, como si ambos estuvieran hechos de un material tan frágil que un movimiento brusco pudiera hacerles pedazos.
* * *
Shigeru volvió a bañarse en el mar al día siguiente, mientras Naomi le observaba desde la orilla.
—Nunca aprendí a nadar —dijo ella—; no me gustan los barcos. Me mareo con el movimiento y prefiero viajar por tierra. Debe ser horrible ahogarse; es la clase de muerte que más me asusta.
Shigeru se percataba de que el estado de ánimo de Naomi era taciturno a causa de la separación inminente, si bien ella intentaba ocultarlo a toda costa. El ambiente era un poco más fresco y la brisa, más intensa, empezaba a cambiar hacia el suroeste.
—Es el viento que necesitas para volver a casa —comentó Naomi—; lo odio. Ojalá soplaran vientos del norte y te retuvieran aquí para siempre —Naomi suspiró—. De todas formas, tengo que regresar a la ciudad.
—¿Añoras a tu hija?
—Sí, así es. A los cuatro años, está en una edad fascinante. No para de hablar y empieza a aprender a leer. ¡Ojalá pudieras verla!
—Imagino que será educada a la manera de Maruyama —dijo Shigeru, recordando a las hijas de Eijiro.
—Rezo para que nunca tenga que abandonar su hogar. Mi mayor temor es que Iida se sienta lo bastante poderoso para exigir rehenes, y Mariko se vea obligada a instalarse en Inuyama.
Se trataba de un impedimento más a la relación entre ambos. Para el final del día, los dos se habían sumido en el silencio. Naomi estaba pálida, parecía incluso haber enfermado. Shigeru trató de contenerse para no acariciarla, pero ella se lanzó a sus brazos en cuanto se quedaron a solas, como si fuera posible aniquilar sus temores por medio de la pasión, y Shigeru no pudo menos que responder. Apenas conciliaron el sueño, y a la llegada del alba, Naomi se levantó y se vistió.
—Debemos partir temprano —explicó—. El viaje de regreso es largo y además no puedo soportar despedirme de ti, así que me marcharé inmediatamente.
—¿Cuándo volveremos a vernos? —preguntó él.
—¿Quién sabe? —Naomi se dio la vuelta mientras las lágrimas le brotaban de los ojos—. Organizaré un encuentro cuando me sea posible, cuando resulte seguro... Te escribiré, o te enviaré un mensaje.
Se echó a llorar abiertamente.
Shigeru llamó a Sachie, quien les llevó té y un poco de comida. Al poco rato, Naomi recuperó la compostura. No había nada que pudieran decirse el uno al otro; nada conseguiría que la despedida resultara menos dolorosa. Las monturas estaban preparadas; Bunta se mostraba tan silencioso como de costumbre y el caballo de carga ya estaba colmado de bultos y cestas. Naomi se montó a lomos de la yegua, Sachie y Bunta subieron a sus respectivos caballos y los tres se alejaron cabalgando. Sólo el joven mozo de cuadra volvió la cabeza para mirar a Shigeru.
Una vez que se hubo quedado solo, Shigeru se dirigió a la orilla y se lavó por todo el cuerpo; se sumergió en el agua helada, agradeciendo el entumecimiento que le provocaba y deseando que también pudiera entumecer sus emociones. A continuación empezó a entrenarse con todas sus fuerzas, pugnando por recuperar el control de su propio cuerpo. Pero no dejaba de ver la imagen de Naomi frente a él: sus ojos resplandecientes, el brillo del sudor sobre su piel, su esbelto cuerpo, tembloroso a causa de la pasión y el llanto. Al mediodía, una de las mujeres de la aldea le llevó un poco de pescado asado, parte de la captura de la noche anterior. Shigeru le dio las gracias y, una vez que hubo terminado de comer, fue a devolverle el cuenco de madera y ayudó a los hombres a preparar las redes para la pesca del atardecer. Hablaron más bien poco. Shigeru les dijo que aquella tarde, cuando el barco regresara a buscarle, hablaría con Terada para que cesaran los ataques por parte de su tripulación. Ellos le expresaron su gratitud, si bien se veía a las claras que no estaban convencidos. En efecto, en alta mar y en lugares remotos como aquél, Terada podía actuar como le viniera en gana, según sus propias reglas. El barco hizo su aparición en medio de la bruma de media tarde, virando contra el viento del suroeste. Shigeru se acercó a través del agua y le izaron a bordo. Las cubiertas estaban resbaladizas por la sangre del pescado que ya habían destripado y almacenado en barriles con sal. Enormes barreños con agua de mar contenían la captura aún viva. El hedor era intenso, repugnante. Los pescadores estaban sucios, cansados y deseosos de llegar a casa.
—¿Visteis alguna aparición? —preguntó Fumio con entusiasmo, y Shigeru le contó la historia de la joven casada con la muerte, los fantasmas y la fiesta de boda.
—¿Y los visteis en Katte Jinja? —insistió el niño.
—Claro que sí —respondió Shigeru con el mismo tono entusiasta, consciente de que Terada no apartaba la mirada de él—. Cuando llegue a casa, escribiré la historia. Algún día podrás leer mi colección de narraciones.