La Red del Cielo es Amplia (60 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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—Señor Shigeru, te conozco desde que eras niño, te he visto crecer. Sé distinguir entre tu verdadera persona y el papel que adoptas.

—Mi hermano es ahora rehén de ese papel que interpreto —dijo Shigeru con un profundo suspiro.

—Me alegra comprobar que te has beneficiado de mi aleccionamiento —comentó Ichiro—. Sobre todo, en el arte de la paciencia.

* * *

Ichiro no volvió a hablar del tema, pero el conocimiento de que su preceptor, al menos, entendía sus motivos ocultos y simpatizaba con ellos fue un consuelo para Shigeru durante los meses posteriores.

En el sexto mes llegaron noticias de Inuyama sobre el nacimiento de un hijo varón de Iida Sadamu. Se organizaron celebraciones oficiales en Hagi y se enviaron lujosos regalos a Inuyama. Shigeru se alegró en secreto, pues ya que la esposa de Iida le había dado un heredero no existía razón para que se divorciara de ella y buscara otra mujer.

Llegaron las lluvias de la ciruela, seguidas por los calurosos días de mediados de verano. Shigeru, atareado con la supervisión de la cosecha, se levantaba temprano y se acostaba bien entrada la noche. Cuando disponía de tiempo seguía reuniendo historias de fantasmas, y la población, enterada de su interés por el asunto, se volcaba a la hora de llevarle material inédito o sugerirle lugares encantados para visitar. En el otoño, una vez que los tifones hubieron remitido, reservó unos días para viajar a lo largo de la costa al norte de Hagi, donde se detenía en cada aldea, en cada templo, y escuchaba las leyendas locales y las historias populares. Por una parte, el propósito del viaje era seguir dando muestras de su personalidad fingida y, por otra, comprobar hasta qué punto podía desplazarse libremente sin que le reconocieran o le siguieran; pero principalmente deseaba aliviar el desasosiego que le producía el hecho de que los meses desde su última cita con Naomi iban transcurriendo sin recibir noticias, sin medio alguno para ponerse en contacto con ella. Regresó a Hagi la noche anterior a la luna llena del noveno mes trayendo consigo varias historias excelentes y la razonable seguridad de que no le habían seguido. Se encontraba escribiendo los relatos cuando Chiyo acudió a la puerta y anunció:

—El amigo del señor Shigeru, ese hombre extraño, está en la cancela. ¿Quieres verle esta noche, o le decimos que vuelva mañana?

—¿Muto Kenji? —contestó Shigeru, encantado, pues había pasado más de un año desde la última visita de su amigo—. Hazle pasar inmediatamente; tráenos vino y algo de comer.

—¿Os instalaréis en la sala de la planta de arriba? —preguntó Chiyo.

—No, que pase aquí. Le enseñaré mi antología.

Chiyo mostró una expresión satisfecha, pues ella misma le había proporcionado a Shigeru numerosas leyendas oscuras e inquietantes.

—Supongo que podrá contarte unas cuantas historias —comentó mientras abandonaba la habitación—; él mismo parece un fantasma.

Una vez que hubieron intercambiado los saludos de rigor, Kenji paseó la vista por la colección de pergaminos y preguntó:

—¿En qué estás tan absorto?

—Es mi antología de leyendas sobrenaturales, lugares encantados y cosas así. Chiyo considera que tal vez puedas engrosarla.

—Puedo contarte algunas cosas que te dejarían pasmado; pero no son leyendas, aunque tienen que ver con fantasmas y sus señores —Kenji se echó a reír—. Todas son verdaderas.

—¿Te refieres a historias de la Tribu? —preguntó Shigeru—. Serían una aportación de lo más interesante.

—¡Desde luego que sí! —Kenji le examinaba atentamente—. ¿Has estado fuera?

—Sí, recorriendo la costa. Me gusta viajar, y ahora que tengo esta nueva afición...

—¡Sí, una excusa perfecta!

—Eres demasiado desconfiado, querido amigo —repuso Shigeru con una sonrisa.

—A mí también me gusta viajar. Deberíamos salir juntos alguna vez.

—Por mí, encantado. —Respondió Shigeru, y se atrevió a añadir:— Hay muchos asuntos que me gustaría que me explicaras.

—Te contaré todo cuanto pueda ayudarte. —Afirmó Kenji y, con más seriedad, continuó:— También puedo hablarte de la Tribu, sé que te interesamos. Ahora bien, me es imposible revelar todos nuestros secretos. Soy una de las dos personas más importantes de la organización; aun así, me costaría la vida.

Shigeru anhelaba interrogar a Kenji acerca de la amante de su propio padre, la mujer Kikuta, y el hijo de ésta. ¿Qué habría sido de él? ¿Había tenido descendencia, seguía vivo? Entonces, recordó que ella había advertido a Shigemori que nunca debía hablar de ello; los miembros de la Tribu nunca llegaron a enterarse del romance entre ambos. Tal vez fuera mejor que nunca lo conocieran. Por el momento, apartó la cuestión de su mente.

—¿Me traes alguna noticia?

—Supongo que te habrás enterado de lo del hijo de Iida.

Shigeru asintió.

—¿Le ha hecho cambiar en algún aspecto?

—Le ha calmado, al menos temporalmente. Pero ahora que cuenta con un heredero pondrá más ahínco a la hora de consolidar las tierras de los Tohan y los nuevos territorios. Por cierto, mi sobrina me pregunta a menudo por ti.

Chiyo regresó con las garrafas de vino y los tazones, y también con bandejas de comida. Shigeru sirvió el vino y Kenji se bebió el suyo de un trago.

—Por lo visto, Arai sigue abrigando esperanzas de una alianza en contra de Iida.

—Yo ya he abandonado esas ideas —dijo Shigeru con voz suave, bebiendo con más lentitud—. Shizuka nos traicionó a Arai y a mí —continuó—. Me sorprende que no la haya matado.

—Arai no es tan listo como tú. Creo que nunca llegó a sospechar de ella y, de haber sido así, debió de perdonarla, porque han tenido otro hijo varón.

—Tienen suerte.

—Bueno, los niños siempre son bienvenidos —repuso Kenji—. Zenko nació poco después de la batalla; ahora tiene dos años. El pequeño se llama Taku. El caso es que Arai va a casarse el año que viene, y eso puede debilitar la posición de Shizuka.

—Supongo que tú te encargarás de cuidar de ella —dijo Shigeru.

—Naturalmente. Además, Shizuka es capaz de cuidar de sí misma mejor que cualquier otra mujer que yo conozca.

—Pero ahora sus hijos la harán más vulnerable —observó Shigeru—. ¿Quién será la esposa de Arai?

—La han elegido los Tohan; no es nadie de importancia. Arai sigue en desgracia.

—¿Y yo también? —se interesó Shigeru.

—Iida considera que te has vuelto inofensivo. No te tiene miedo, por el momento —Kenji hizo una pausa, como si vacilara en seguir hablando—. Tu vida corrió peligro el año pasado, pero ahora el peligro ha disminuido. Si Iida siente algo por ti, es desprecio. Lo comenta con frecuencia. Incluso te llama "El Granjero".

Shigeru sonrió para sí.

—El halcón astuto esconde las garras —sentenció Kenji.

—No es mi caso; me han arrancado las garras y me han cortado las alas —replicó Shigeru entre risas—. Además, tengo entendido que Sadamu ya no practica la cetrería —le vino a la mente el día que vio desnudo al todopoderoso señor de los Tohan.

A Shigeru le aliviaba y le enfurecía por igual que el nuevo papel que interpretaba fuera conocido y aceptado incluso en el Este. Tuvo la impresión de que si a Kenji le hubieran llegado rumores de los encuentros con Naomi, el maestro de la Tribu se lo haría saber. Kenji parecía disfrutar contándole las cosas que sabía acerca de él; si no mencionaba nada, probablemente lo desconocía. Bunta, el joven mozo de cuadra, no los había delatado, luego no pertenecía a la Tribu. Volvió a sonreír ante sus propias sospechas y rellenó los tazones de vino.

Kenji se alojó en la casa del río unos cuantos días y los dos hombres tuvieron ocasión de intimar en mayor medida. Los acontecimientos del pasado, el gusto que compartían por las cosas buenas de la vida y una cierta atracción mutua hicieron que la amistad entre ambos se estrechara. De hecho, Kenji se estaba convirtiendo en el mejor amigo que Shigeru había tenido, con la excepción de Kiyoshige. Al igual que a éste, a El Zorro le gustaban las mujeres en exceso, y a menudo proponía a Shigeru que le acompañara a las casas de placer de Hagi, en particular a la célebre Casa de las Camelias, donde Haruna aún ejercía su autoridad. Shigeru siempre se negaba.

Al final de la semana hicieron un breve viaje a las montañas situadas al este de Hagi. Kenji era un acompañante excelente, buen conocedor de la flora y la fauna, familiarizado con numerosos senderos ocultos que conducían a lo profundo del bosque, incansable y dispuesto a soportar con sarcasmo y buen humor las incomodidades y sorpresas propias de los viajes.

También le ofreció a Shigeru cierta cantidad de información acerca de la Tribu, pero, una vez en casa, cuando Shigeru se dispuso a ponerla por escrito, cayó en la cuenta de que en su mayoría carecía de importancia: una dirección, un parentesco, alguna vieja historia de castigo y venganza. Con suma habilidad, Kenji se las arreglaba para no desvelar nada que tuviera trascendencia. Shigeru empezó a pensar que nunca conseguiría atravesar el muro de secretismo que los miembros de la Tribu habían levantado alrededor de ellos mismos y sus actividades, y llegó a la conclusión de que nunca encontraría a su hermanastro...

Kenji acudió a visitarle una vez más antes de que el invierno pusiera fin a tales desplazamientos, y regresó de nuevo en el cuarto mes del año siguiente. Siempre traía consigo noticias de más allá del País Medio: la buena salud del hijo de Iida; las diversas conquistas de Sadamu, el señor de la guerra; las esporádicas persecuciones a los Ocultos; Arai Daiichi, corroído por la impaciencia en el castillo de Noguchi; la hija mayor de Shirakawa, Kaede, que había sido enviada al mismo castillo ese año en calidad de rehén. De vez en cuando traía noticias de Maruyama; Shigeru las escuchaba con ademán impasible, abrigando la esperanza de que Kenji no se percatara de que el corazón se le aceleraba y agradeciendo que Naomi se encontrara bien y que la hija de ésta aún no hubiera sido tomada como rehén.

El verano estaba siendo caluroso, con tifones tempranos y violentos que provocaban la preocupación habitual con respecto a la cosecha. La salud de la señora Otori estuvo flaqueando intermitentemente a lo largo de toda la estación; el calor le sentaba mal y su temperamento se volvió impredecible.

Por fin, tras la luna llena del noveno mes, el bochorno empezó a remitir. A Shigeru, su encuentro con Naomi el año anterior le parecía producto de su propia imaginación. Casi había perdido la esperanza de volver a saber de ella cuando llegó un mensajero con una carta de la viuda de Eijiro. Ésta anunciaba que le habían otorgado permiso para realizar un último viaje a su antiguo hogar con objeto de celebrar una ceremonia de conmemoración dedicada a su marido y sus hijos en el antiguo santuario familiar. ¿Podría asistir el señor Shigeru? Significaría mucho para ella y para los espíritus de los difuntos. La viuda viajaría con su hermana, Sachie. No esperaban una respuesta, pero estarían en el templo la próxima luna llena.

Shigeru quedó desconcertado por el mensaje. ¿Estaría Naomi allí también? Con todo, se trataba de un acontecimiento protocolario. Si acudía, tendría que hacerlo como Otori Shigeru, y no como un viajero anónimo. Las tierras de Eijiro habían sido cedidas al dominio de Tsuwano, que aún formaba parte del País Medio pero cuyo señor, Kitano, estaba a favor de una alianza con los Tohan y era antagonista de Shigeru. ¿Estaría Kitano tendiéndole una trampa en nombre de Iida Sadamu?

A pesar de las sospechas que albergaba, la remota posibilidad de ver a Naomi le obligaba a asistir. Solicitó a sus tíos permiso para emprender el viaje y quedó sorprendido, satisfecho y alarmado en igual medida cuando le fue concedido sin reparo alguno. Puso en orden sus asuntos en la medida posible, por si no llegara a regresar, y partió a lomos de
Kyu
acompañado por varios de sus propios lacayos, mientras reflexionaba que se trataba de un desplazamiento muy diferente a los que había realizado recientemente con Kenji, a pie y con ropas sin distintivos. Ahora vestía el atuendo formal propio de un señor del clan Otori, llevando a
Jato
a un costado.

El calor excesivo y los tifones habían traído como consecuencia una mala cosecha. Shigeru observó signos de penalidad en las aldeas y las granjas, vio campos de cultivo destrozados y edificios todavía sin reparar. Aun así, el estado del tiempo era ahora excelente; los colores del otoño empezaban a teñir el bosque, al igual que dos años atrás cuando Shigeru se desplazara en secreto hasta Seisenji para encontrarse con la señora Maruyama. Era la primera vez que recorría aquel camino desde entonces y no pudo evitar fijarse en el efecto que su presencia provocaba entre la población. Los aldeanos se apiñaban para verle pasar y le seguían con una mirada en la que a Shigeru le parecía apreciar una llamada desesperada para que no se olvidase de ellos, para que no los abandonara.

La antigua vivienda de Eijiro seguía en pie y, para sorpresa de Shigeru, el hijo menor del señor Kitano, Masaji, le esperaba a las puertas para recibirle.

—Mi padre quiso que me hiciera cargo de estas tierras —explicó con cierto embarazo, como si, al igual que Shigeru, se estuviera acordando del día en que el propio Eijiro los había recibido allí mismo, cuando habían competido contra los hijos y las hijas de la familia. Ahora, los hombres habían muerto y las mujeres se encontraban en el exilio—. El señor Eijiro era un hombre ejemplar —añadió—. Nos alegra recibir a su esposa para la ceremonia de conmemoración y estamos encantados de que el señor Shigeru haya podido asistir.

Shigeru hizo una leve inclinación de cabeza, si bien se abstuvo de responder.

—La ceremonia se celebrará mañana —anunció Masaji—. Mientras tanto, esperamos que disfrutes de nuestra hospitalidad.

Shigeru cayó en la cuenta de que el joven se encontraba tan incómodo como nervioso.

—Seguro que te apetece darte un baño y cambiarte de ropa. Luego, comeremos con mi esposa y las demás señoras... La señora Maruyama también ha venido; su dama de compañía es hermana de la señora Eriko. El señor Sugita, hermano de ambas, las acompaña.

Una mezcla de alivio, alegría y deseo inundó a Shigeru como un torrente. Ella estaba allí; la vería. Asintió con un gesto pero siguió sin pronunciar palabra, en parte porque no se fiaba de su propia voz y en parte porque se daba cuenta de que su silencio intimidaba y enervaba a Masaji. A pesar de todo lo que había sucedido desde la última vez que se habían visto, Masaji aún sentía un temor reverencial hacia Shigeru y le trataba con evidente respeto. Tal circunstancia divertía a éste, y también le aportaba un cierto consuelo.

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