La Red del Cielo es Amplia (68 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
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Qué rápida sería la caída de Naomi, qué inmensa su humillación si alguien llegara a tener noticia de su embarazo. Se vería obligada a quitarse la vida, Iida se casaría con Mariko y Maruyama pasaría a manos de los Tohan. "Pero matarme supondría haber abandonado toda esperanza —se dijo a sí misma—. Y no ha sido así; todavía no. Haré cualquier cosa en mi poder para ver a Iida derrocado y a Shigeru, restituido, y vivir con él como esposa. No habrá más crueldad, ni más tortura, ni más rehenes".

Con renovada determinación a mantenerse firme ante la tiranía de Iida, entró en la sala y se hincó de rodillas, replegándose hacia sí, ocultando su odio hacia aquel hombre tras las formas elegantes y la conducta atractiva de una mujer hermosa.

Iida la examinó atentamente mientras Naomi se percataba del interés y el deseo de éste hacia ella.

—Os ruego que os incorporéis, señora Maruyama. Es un auténtico placer reunirse con vos.

Se mostraba mucho más caballeroso que su subordinado. Era el primogénito de una antigua familia y le habían educado en tales gentilezas desde la niñez. Además, estaba familiarizado con las diferentes formas de la interacción humana, y empleaba la cortesía de la misma manera en que empleaba la crueldad: para favorecer sus propios fines, para su propia gratificación. Así y todo, sus gentiles palabras sonaban incongruentes en su rudo acento del Este, y Naomi no se sintió ni complacida ni desarmada por sus halagos.

—Acudo a Inuyama con enorme satisfacción —respondió ella—. Estoy muy agradecida al señor Iida y a la señora Iida por el cuidado que procuran a mi hija.

—Parece una niña sana y crece a gran velocidad, si bien en cuanto a belleza no puede compararse a su madre.

Naomi se limitó a responder con otra reverencia para darse por enterada del cumplido.

Iida prosiguió:

—Confío en que nos honréis muchas semanas con vuestra presencia.

—La bondad del señor Iida no tiene límites. Sin embargo, debo regresar pronto a Maruyama, pues tengo asuntos que atender. Se acerca el aniversario de la muerte de mi padre, entre otras obligaciones.

Iida no respondió, sino que continuó observándola con una expresión veladamente divertida.

"Sabe lo de Shigeru", pensó Naomi, quien notó que la sangre le abandonaba el rostro y el corazón le golpeaba en el pecho. Sin dar muestra de sus temores, aguardó con calma a que su interlocutor volviera a tomar la palabra, al tiempo que recordaba que una de las estrategias de Iida consistía en fingir que lo sabía todo sobre las personas, de tal modo que éstas se derrumbaban y confesaban mucho más de lo que él había sospechado, condenándose así ellas mismas.

Por fin, Iida rompió el silencio.

—¿Qué noticias me traéis del Oeste? Supongo que os detuvisteis en Noguchi. Confío en que Noguchi mantenga a Arai bajo control.

—El señor Arai ha pasado a ser uno de los lacayos de más confianza del señor Noguchi —respondió ella.

—¿Y qué sabéis de los Otori?

—Muy poco. Hace años que no he estado en su dominio.

—Sin embargo, tengo entendido que sentís cierto afecto por las garzas.

—Vi sufrir a una de las criaturas del Cielo —repuso Naomi con serenidad—. No entendí el significado.

—Pero ahora lo entendéis, ¿no es así? "Lealtad a la Garza", qué ridiculez. Esa gente ignora en lo que Shigeru se ha convertido. Apuesto a que no se concentrarían bajo el estandarte de "Lealtad a El Granjero" —Iida se echó a reír y esperó a que ella sonriera—. Me dicen que El Granjero está cultivando una excelente cosecha de sésamo —añadió con tono mordaz.

"No lo sabe", cayó en la cuenta Naomi.

—Imagino que el sésamo es una semilla con grandes ventajas —dijo ella, fingiendo desdén.

—Shigeru es mucho más útil como granjero de lo que fue como guerrero —masculló Iida—. En cualquier caso, me sentiría mucho más feliz si estuviera muerto.

Naomi no se sintió capaz de asentir; arqueó las cejas ligeramente y esbozó una sonrisa.

—Tiempo atrás, tuvo una cierta reputación como espadachín —prosiguió Iida—. Ahora, la gente habla de su integridad y sentido del honor. Me gustaría tenerle en mi poder y ver qué sería entonces de su honor; pero es demasiado listo para abandonar el País Medio.

—No hay guerrero tan magnífico como el señor Iida —murmuró ella, reflexionando lo afortunado que resultaba el hecho de que su interlocutor fuera un hombre tan vanidoso, a quien ningún halago le resultaba excesivo.

—Supongo que habréis visto mi suelo de ruiseñor —comentó Iida—. Mi destreza como guerrero no es mi única virtud. También soy astuto y desconfiado. ¡No lo olvidéis!

La audiencia tocó a su fin y la señora Maruyama regresó a sus aposentos.

Los días resultaban largos y tediosos, si bien Naomi disfrutaba del placer de la compañía de su hija. Su ansiedad iba en aumento. La menstruación se le retrasó dos días, tres días, una semana. Temía que los cambios físicos en su cuerpo, sobre todo el comienzo de las náuseas matinales, pudieran ser detectados, y sabía que no podía retrasar su salida de Inuyama. Por las noches yacía despierta tratando de planificar lo que debía hacerse en cuanto estuviera de vuelta en Maruyama. ¿Quién podría ofrecerle ayuda? Sus médicos habituales eran varones; no soportaba la idea de desvelarles su secreto. Tampoco podía pedirle a Sachie o a la hermana de ésta, Eriko, que la ayudaran a matar al niño, aunque ambas tenían conocimientos sobre medicina, hierbas y sistemas de curación. La única persona que se le ocurría era Shizuka. Seguro que ella sabía de aquellos asuntos. Además, sería comprensiva y no enjuiciaría a Naomi...

El día antes de abandonar Inuyama envió a Bunta con un mensaje en el que suplicaba a Shizuka que acudiera a Maruyama de inmediato.

Mariko lamentó profundamente la marcha de su madre, y en la despedida se vertieron lágrimas por ambas partes. El viaje de regreso fue difícil; daba la impresión de que todos los elementos hubieran conspirado para desgracia de Naomi. El calor se tornó excesivo, impropio de la estación; las lluvias comenzaron a caer antes de que la comitiva partiera de Yamagata, pero Naomi insistió en abandonar la ciudad y regresar a casa, de modo que la última semana de trayecto transcurrió bajo la lluvia constante. Debido a la ausencia de Bunta, los caballos se mostraban irritables y difíciles de manejar. Todo estaba empapado y olía a moho. Sachie se constipó, lo que hizo que se sintiera aún más disgustada por la inexplicable urgencia de Naomi. Pero esta última reflexionaba que por muy desagradable que el viaje resultara, lo que se encontraría al llegar a casa resultaba más alarmante. Ignoraba cómo iba a acopiar las fuerzas necesarias para llevar a cabo lo que no tenía más remedio que hacer.

45

Para cuando Naomi hubo llegado a Maruyama, Sachie, que tan bien la conocía, había empezado a albergar sospechas. Cuando estuvieron a solas en la residencia, las dos mujeres se miraron entre sí atentamente. Los ojos de Sachie formularon la pregunta. Naomi sólo fue capaz de asentir con un gesto.

—¿Pero cómo...? —empezó a preguntar Sachie.

—En Terayama. Shigeru estaba allí. No me digas nada; sé que he sido una estúpida. Ahora, tengo que librarme del problema.

Naomi vio que Sachie daba un respingo y se enfadó con ella injustamente.

—No te estoy pidiendo que participes. Si tanto te ofende, puedes abandonarme. Una persona va a venir a ayudarme.

—¡Señora Naomi! —Sachie alargó los brazos hacia ella como si fuera a abrazarla, pero Naomi se mantuvo rígida—. Jamás te abandonaría en un momento como éste, pero ¿no hay alternativa?

—No encuentro ninguna —respondió Naomi con amargura—. Si se te ocurre alguna idea para que no me vea obligada a matar al hijo del señor Shigeru, dímela. De otro modo, no sientas lástima de mí, pues sólo conseguirás que me debilite. Guardaré mi llanto para más tarde, cuando todo haya pasado.

Sachie inclinó la cabeza, con los ojos cuajados de lágrimas.

—Mientras tanto, puedes decirle a todo el mundo que he contraído un fuerte resfriado. No quiero ver a nadie, excepto a Mulo Shizuka, la mujer junto a la que viajamos a Yamagata. Tiene que estar al llegar —indicó mirando hacia el jardín, donde la lluvia caía de manera constante.

Dos días más tarde se produjo un breve receso en el estado del tiempo y Shizuka llegó acompañada de Bunta bajo un cielo azul y soleado.

A solas con Naomi en la habitación, Shizuka escuchó en silencio la brusca petición por parte de aquélla, sin pedir explicaciones ni mostrar compasión.

—Volveré al anochecer —dijo—. No comáis ni bebáis nada, y procurad descansar. Esta noche no podréis conciliar el sueño, pues será doloroso.

Regresó con una serie de hierbas medicinales con las que preparó una infusión de sabor amargo y ayudó a Naomi a que se la bebiera. Al cabo de unas horas comenzaron las contracciones, a las que siguió un dolor agudo y una hemorragia abundante. Shizuka permaneció a su lado toda la noche, secándole el sudor de la frente, lavando los restos de sangre y asegurándole que pronto se encontraría bien.

—Tendréis otros niños —susurró—, como me ocurrió a mí.

—Entonces, tú has pasado por lo mismo —dijo Naomi, quien ahora derramaba lágrimas tanto por Shizuka como por ella misma.

—Sí, era mi primer hijo. A la Tribu no le convenía que yo lo tuviera en aquel momento. Mi tía me dio a beber la misma infusión. Me sentí muy desdichada, pero si la Tribu no me hubiera obligado a ello jamás me habría atrevido a desafiar a la organización ayudando al señor Shigeru y guardando vuestro secreto. Los hombres no pueden prever el resultado de sus acciones, porque no tienen en cuenta el corazón humano.

—¿Estás enamorada de Shigeru? —preguntó Naomi de improviso—. ¿Por eso nos ayudas tanto?

El ambiente en penumbra y la intimidad que ambas mujeres compartían le otorgaron el valor necesario para pronunciar semejantes palabras.

Shizuka respondió con igual sinceridad:

—Le amo profundamente, pero nunca estaremos juntos en esta vida. Ese maravilloso destino os pertenece.

—Es un destino que me ha aportado poco más que sufrimiento —repuso Naomi—, pero no elegiría ningún otro.

Hacia el amanecer el dolor remitió y Naomi consiguió dormir un poco. Al despertarse, Sachie se encontraba en la habitación y Shizuka se preparaba para marcharse. La idea de su partida sumía a Naomi en el pánico.

—¡Quédate un poco más! ¡No me dejes todavía!

—Señora, no puedo quedarme. Ni siquiera debería estar aquí. Correremos peligro si alguien se entera de mi presencia.

—No le dirás nada al señor Shigeru, ¿verdad?

Al pronunciar su nombre, Naomi volvió a deshacerse en llanto.

—¡Claro que no! De todas formas, quizá transcurra mucho tiempo hasta que vuelva a reunirme con él. Puede que vos misma le veáis antes que yo. Ahora, tenéis que descansar y recuperaros. Hay muchas personas que os quieren y cuidarán de vos.

Cuando Naomi retomó el llanto, con más desesperación si cabe, Shizuka trató de ofrecerle consuelo:

—La próxima vez que vaya a Hagi, pasaré antes a veros para que podáis enviarle un mensaje.

Habían pasado nueve semanas desde que Naomi yaciera con Shigeru como en una ensoñación.

La vida del hijo de ambos se había extinguido con rapidez y sin dificultad. Naomi no podía siquiera rezar abiertamente por el alma de la criatura, ni expresar su sufrimiento o su rabia por no poder vivir en libertad con el hombre que amaba. Su carácter se volvió huraño, como si un espíritu oneroso la hubiera poseído, y se dejaba llevar por arrebatos de cólera frente a sus lacayos y sirvientes, lo que llevó a los notables de su clan a expresar la opinión de que la señora Maruyama mostraba la irracionalidad propia de una mujer y acaso no estuviera en condiciones de gobernar ella sola. Empezaron a cundir las sugerencias de un matrimonio con el señor Iida o con algún otro guerrero elegido por él, lo que a Naomi la enfurecía en mayor medida.

Cuando pasó el verano y llegó el tiempo más fresco del otoño, aún no se había recuperado por completo y empezó a temer la venida del invierno. Había tenido la intención de viajar de nuevo a Inuyama, pero era consciente de que no se encontraba lo bastante recuperada como para enfrentarse a Iida manteniendo el control de sí misma. Con todo, temía ofenderle a él y defraudar a Mariko una vez más.

—Mi vida no tiene remedio —comentó a Sachie y a Eriko, la hermana de ésta, una noche en la que la desesperación la embargaba—. Debería ponerle fin ahora mismo.

—No digas eso —suplicó Sachie—. Las cosas irán a mejor. Pronto recuperarás las fuerzas.

—No tengo ningún problema de salud —replicó Naomi—, lo que pasa es que no consigo librarme de las terribles tinieblas que ocupan mi espíritu. —A continuación, susurró:— Si pudiera confesar lo del... lo que ocurrió, me sentiría perdonada. Pero no es posible, y mientras no sea posible jamás encontraré la paz.

Sachie y Eriko intercambiaron una mirada fugaz y la primera, también entre susurros, respondió:

—Mi hermana y yo no pudimos darte la ayuda que necesitaste en aquel momento, pero tal vez ahora podamos ofrecerte una cura.

—No existen hierbas medicinales para esta clase de dolencia —declaró Naomi.

—Pero hay quien sí puede ayudarte —intervino Eriko con voz vacilante.

Naomi permaneció en silencio unos instantes. Le había dicho a Shigeru que estaba familiarizada con la doctrina de los Ocultos, que incluso simpatizaba con esa secta perseguida. Lo que no le había contado era que Sachie y Eriko eran practicantes; que Mari, la sobrina del hombre torturado a quien Shigeru había rescatado años atrás en Chigawa, trabajaba en el castillo y mantenía a ambas hermanas en contacto con los miembros de los Ocultos que habitaban por todo el Oeste, y también con Harada, el antiguo guerrero Otori, quien se había convertido en una especie de sacerdote itinerante después de prestar servicio a Nesutoro como discípulo y sirviente. Harada había mantenido numerosas conversaciones con las dos hermanas sobre la fe de éstas y, tiempo atrás, a menudo había sentido el anhelo de abandonarse, al igual que ellas, al amor y la misericordia de un ser supremo que la aceptara por lo que ella era, un ser humano corriente, ni mejor ni peor que cualquier otro. Pero ahora había matado, había pecado más allá del perdón, y no podía arrepentirse, pues de haber estado en la misma situación habría obrado de igual forma.

—Sé a lo que os referís —dijo por fin—. Recurriría a cualquier ser espiritual que me ofreciera consuelo, pero he cometido una ofensa terrible al dar muerte a mi propio hijo. Soy incapaz de rezar abiertamente al Iluminado o acudir al santuario. ¿Cómo puedo apelar a vuestro dios, el Secreto, cuando vuestro primer mandamiento es el de no matar?

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