—Por eso he venido a hablarte de ese chico. Considero que es tu sobrino, y el hijo de Isamu.
Shigeru se extrañó.
—¿Quién es Isamu?
—Te he hablado de él. Su madre trabajaba en el castillo de Hagi cuando tu padre era joven. Ella debió de ser amante del señor Shigemori. Estaba casada con un primo suyo, de la familia Kikuta. Resultó que Isamu heredó los poderes de la Tribu en un grado extraordinario, pero abandonó la organización. Eso no se hace, jamás. Después murió, aunque nadie quiere explicar los motivos. Soy de la opinión de que la Tribu le mató; es el castigo habitual por la desobediencia.
—Y ése sería tu castigo —musitó Shigeru, de nuevo asombrado por la osadía de aquella mujer.
—¡Sólo si me descubren! Por eso no puedo volver a verte nunca más. De todas formas, ya no me queda gran cosa que contarte. Ahora ya lo tienes todo por escrito. Sabes más acerca de la Tribu de lo que ninguna persona ajena ha sabido nunca. Pero ahora ha aparecido este chico, entre los Ocultos que viven en el Este. La aldea se llama Mino. Guarda parecido físico con los Otori y lleva la línea de los Kikuta en las palmas de las manos; tiene que ser el hijo de Isamu.
—¡Mi sobrino! —exclamó Shigeru, maravillado—. No puedo dejarle allí.
—No, tienes que ir a buscarle. Si la Tribu se entera de su existencia, ten por seguro que le reclamará y, de no ser así, puede morir salvajemente a manos de Iida, quien está decidido a erradicar a los Ocultos de sus dominios.
Shigeru recordó a los hombres, mujeres y niños torturados que había contemplado con sus propios ojos y el vello se le erizó de puro horror.
—Quién sabe, puede que haya heredado los poderes extraordinarios de su padre —añadió Shizuka.
—¿Será el asesino que buscamos?
Shizuka asintió y los dos se miraron con ojos cargados de emoción. Shigeru deseó abrazarla, y cayó en la cuenta de que le movía algo más que la gratitud cuando el deseo por ella le recorrió el cuerpo. Se percató de la expresión de Shizuka y supo que no tendría más que alargar los brazos y ella se entregaría a él. Entendió que ambos lo deseaban en la misma medida, que ninguno de ellos volvería a mencionarlo y que no podría tomarse como traición, tan sólo era el reconocimiento de una necesidad apremiante. El deseo se adueñó de él, el anhelo por el cuerpo de una mujer, por su fragancia, sus manos y su cabello; Shizuka le rescataría de su soledad y sufrimiento. Ella compartiría la emoción de Shigeru, y sus esperanzas.
Ambos permanecieron inmóviles.
El momento pasó. Entonces, Shizuka dijo:
—Por esta razón, tampoco debo volver. Estamos intimando demasiado, ya sabes a qué me refiero.
Shigeru asintió en silencio.
—Ve a Mino —indicó ella—; ponte en marcha lo antes posible.
—No tengo palabras para agradecerte lo que has hecho por mí —dijo Shigeru con tono serio, tratando de ocultar sus emociones—. Siempre estaré en deuda contigo.
—He arriesgado mi vida por ti —declaró Shizuka—. Sólo te pido que hagas buen uso de lo que te he dado.
Una vez que se hubo marchado, Shigeru acudió al jardín y se sentó a meditar. El ambiente resultaba húmedo y caluroso; no corría una gota de aire. De vez en cuando, un pez chapoteaba. Las cigarras emitían su canto monótono. Shigeru se percató de que el corazón le latía con fuerza, y no sólo por el deseo repentino y no consumado, sino también a causa del entusiasmo y la expectación. El muchacho era una pieza del tablero que abría el camino para un nuevo ataque, el movimiento imprevisto que conducía a la derrota del adversario. Más aún: el chico era el vínculo que unía las hebras sueltas que conformaban la propia vida de Shigeru, el catalizador que las fusionaba y las relacionaba entre sí. Era el nieto del señor Shigemori, el pariente más cercano de Shigeru después de su hermano y heredero, Takeshi. Era el hijo del asesino de la Tribu que contaba con los poderes extraordinarios que acabarían con Iida...
Se sintió incapaz de seguir sentado. Decidió salir a cabalgar; necesitaba sentir el ritmo del caballo mientras elaboraba sus planes. Tenía que compartir la noticia con alguien; se la contaría a Takeshi.
Takeshi se hallaba en el antiguo prado de los Mori con los potros, que acababan de cumplir su sexto verano y a los que había domado dos años atrás. Estaba a lomos del bayo, al que había dado el nombre de
Kuri.
Shigeru llamó a su hermano, que se acercó de inmediato.
—¡Qué inteligente es este caballo! —exclamó el joven—. Ojalá no fuera tan feo.
Kuri
echó las orejas hacia atrás y Takeshi se echó a reír.
—¿Ves? Entiende todo lo que se dice. Será una buena montura de guerra, aunque no creo que vaya a tener yo muchas oportunidades para luchar en una batalla.
—¿Es rápido?
—No tanto como
Raku -
-respondió Takeshi, mirando con afecto al corcel gris con cola y crines negras.
—Hagamos una carrera entre
Raku
y
Kyu -
-propuso Shigeru—. Veamos si la sangre joven puede vencer a la vieja.
Takeshi esbozó una sonrisa. Los ojos le brillaban a medida que transfería a
Raku
las riendas y la silla de montar. Era la clase de desafío que le emocionaba. Cabalgaron hasta el extremo del prado y giraron los caballos. Takeshi inició la cuenta atrás a partir de cinco y ambos caballos arrancaron a galopar, deleitándose por las riendas sueltas y los gritos de ánimo de sus respectivos jinetes.
A Shigeru igual le daba ganar o perder. Lo único que le importaba era el alivio que la velocidad del galope le procuraba y las lágrimas que el viento le apartaba de los ojos.
Raku
ganó por una cabeza, para alegría de Takeshi.
Kuri
no los siguió, aunque parecía observar la competición con interés.
Daba la sensación de que Takeshi hubiera dejado atrás su turbulento pasado y Shigeru se sintió orgulloso de su hermano. También se impresionó por la belleza y la intachable conducta de los caballos. Movido por un impulso, dijo:
—Ven a cenar a casa esta noche. Nuestra madre se alegrará; además, tengo algo que decirte.
—Iré —respondió Takeshi—, siempre que pueda escabullirme después de la cena.
Shigeru se echó a reír.
—¿Quién es ella?
—Tase, una chica preciosa. Es cantante y viene de Yamagata, donde las mujeres son tan hermosas. Tiene un montón de amigas encantadoras; a lo mejor te gustaría conocer a alguna.
—Te relacionas con muchas mujeres guapas —bromeó Shigeru—. No puedo conocerlas a todas.
—Ésta es diferente. Ojalá pudiera casarme con ella.
—Deberías casarte —replicó Shigeru—. Supongo que esta chica no es una esposa apropiada, pero podríamos encontrar otra.
—Sí, claro; ¿qué tal una novia elegida por Iida Sadamu para fortalecer nuestra alianza con los Tohan? Prefiero quedarme soltero. Además, no veo que tú tampoco tengas mucha prisa por casarte.
—Mis razones son parecidas —respondió Shigeru.
—Iida tiene demasiada influencia en nuestras vidas —se lamentó amargamente Takeshi, bajando la voz—. ¡Acabemos con él de una vez!
—De eso precisamente quería hablarte.
Takeshi soltó un profundo suspiro de alivio.
—¡Por fin!
Regresaron cabalgando a Hagi, conversando sobre la cría caballar, y se despidieron en el puente de piedra. Takeshi fue a devolver los caballos a los establos de los Mori antes de acudir a cenar con su madre y su hermano; Shigeru atravesó la ciudad en dirección a la casa del río. El ambiente de rebeldía de años anteriores se había aplacado en gran medida, y la ciudad había recuperado su naturaleza próspera y laboriosa; pero Shigeru apenas se daba cuenta de tal circunstancia, ni de los saludos que le dirigían al pasar. No podía apartar el pensamiento del muchacho de Mino.
Cenó de manera distraída, si bien su madre no se dio cuenta porque Takeshi acaparaba toda la atención de la señora Otori. Chiyo también se mostró encantada de tener al joven de nuevo en la casa, y aparecía una y otra vez con cuencos repletos de la comida preferida del menor de los hermanos. El ambiente era festivo, y todos bebieron una buena cantidad de vino. Finalmente Shigeru se excusó, alegando que tenía cuestiones urgentes que atender; Ichiro y Takeshi ofrecieron su ayuda al instante.
—Tengo varios asuntos que discutir con mi hermano —explicó Shigeru.
A Ichiro no le importó permanecer en la sala y seguir disfrutando de la bebida. Shigeru y Takeshi se retiraron a la habitación interior, donde se guardaban los pergaminos y archivos. Sin perder un momento, Shigeru le contó a Takeshi las novedades acerca del sobrino de ambos en tanto que el joven escuchaba con asombro y emoción crecientes.
—Te acompañaré —resolvió al enterarse de que su hermano mayor tenía la intención de ir a buscar al chico y traerle de vuelta a casa—. No puedes ir solo.
—Me permiten abandonar la ciudad sin compañía y salir de viaje. Se han acostumbrado ya a mis excentricidades...
—Llevas años planeando esto —dijo Takeshi con admiración—. Lamento haber dudado de ti.
—He estado haciendo planes, es verdad; pero hasta ahora no tenía conocimiento de esto. Tenía que convencer a todo el mundo de que me había convertido en un hombre inofensivo, carente de poder. Ésa es mi principal defensa. Si viajamos juntos, nuestros tíos sospecharán.
—Podemos salir de Hagi por separado y reunimos en algún sitio. Iré a Tsuwano y a Yamagata; fingiré que hay algún festival. Tase será mi excusa y mi tapadera. Todos cuantos me conocen saben que casi siempre antepongo el placer a la obligación.
Shigeru soltó una carcajada.
—Lamento haberte regañado tan a menudo, cuando no era más que una fachada por tu parte.
—Te perdono —dijo Takeshi—; te lo perdono todo porque por fin conseguiremos nuestra venganza. ¿Dónde nos reuniremos? Por cierto, ¿dónde está esa aldea?
Shizuka había comentado que Mino se hallaba más allá de Inuyama, en las montañas situadas al extremo de los Tres Países. Shigeru nunca había estado tan lejos. Ambos hermanos empezaron a examinar cuantos mapas encontraron, tratando de encontrar el rumbo a través de ríos, carreteras y cordilleras. Mino era una aldea demasiado insignificante como para aparecer registrada. Shigeru recurrió a los escritos que había reunido con la información ofrecida por Shizuka; pero Mino y las zonas circundantes no debían de contar con miembros de la Tribu, pues no se hacía mención de ellas.
—En las montañas detrás de Inuyama... —musitó Takeshi—. Conocemos bien los alrededores de Chigawa. ¿Por qué no nos encontramos cerca de la caverna en la que se cayó Iida? Podemos rezar a los mismos dioses que le condujeron allí para que nos ayuden y nos permitan terminar el trabajo que ellos iniciaron.
Decidieron reunirse en aquel lugar unos días después del Festival de la Estrella. Takeshi cabalgaría desde Yamagata y Shigeru tomaría la ruta del norte, que atravesaba Yaegahara.
—Tengo que ir a ver a Tase y darle la buena noticia —dijo Takeshi—. Se alegrará de ir a Yamagata; está deseando presentarme a su familia. Te veré en el Almacén del Ogro.
—Hasta entonces —respondió Shigeru. A continuación, ambos hermanos se fundieron en un abrazo.
* * *
Shigeru deseaba ponerse en marcha de inmediato; pero mientras realizaba los preparativos para la partida, su madre empezó a quejarse de que no se encontraba bien. El calor del verano le afectaba con frecuencia, por lo que Shigeru no dio al asunto mucha importancia. Entonces Chiyo le comunicó que unas fiebres virulentas estaban haciendo estragos en Hagi; muchas personas habían sucumbido a ellas.
—Se mueren de la mañana a la noche —explicó Chiyo con tono agorero—. A primera hora del día se encuentran perfectamente; al anochecer están ardiendo y, antes de que amanezca, se mueren.
La anciana criada animó a Shigeru a que partiera cuanto antes para protegerse del contagio.
—Mi hermano ya se ha marchado. No puedo permitir que mi madre muera sin que ninguno de sus hijos esté presente —respondió, preocupado por la enfermedad que afectaba a su madre y angustiado por el retraso que ésta le causaría.
—¿Quieres que mande recado al señor Takeshi? —preguntó Chiyo.
—Sí, pero insiste en que no debe regresar —respondió Shigeru—. No tiene sentido arriesgarse a un contagio.
Aquella noche murieron dos de los criados de la casa y, a la mañana siguiente, la doncella de la señora Otori los siguió al otro mundo. Cuando Shigeru acudió a la alcoba de su madre se percató de que también ella se encontraba a las puertas de la muerte. Le dijo unas palabras y ella, abriendo los ojos, pareció reconocerle. Shigeru pensó que iba a responder, pero frunció la frente ligeramente; luego, murmuró:
—Dile a Takeshi... —ahí se detuvo. Dos días más tarde, murió. Al día siguiente Shigeru notó que los malos presagios hacían presa de él. La cabeza le estallaba y no podía probar bocado.
Para cuando tuvo lugar el entierro de su madre, Shigeru deliraba, ardiendo a causa de la fiebre. Le asaltaban terribles alucinaciones y su estado empeoraba por la preocupación de que Takeshi acudiría al Almacén del Ogro y él mismo no estaría allí.
Chiyo apenas se apartaba de su lado y le cuidaba como cuando era niño. A veces, acudían sacerdotes y entonaban sus cánticos a la entrada de la casa. Chiyo quemaba incienso y elaboraba infusiones amargas; envió a buscar a una joven médium y musitaba hechizos y encantamientos.
Cuando Shigeru empezó a recuperarse, recordó cómo la anciana criada lloraba junto a él. Chiyo derramaba lágrimas durante toda la noche, cuando ambos se encontraban a solas enfrentados a la muerte y todo formalismo entre ellos desaparecía.
—No hacía falta que llorases tanto —comentó Shigeru—. Tus encantamientos han funcionado. Me he recuperado.
Se sintió lo bastante bien como para darse un baño; luego, enfundado en una ligera túnica de algodón, pues el calor aún apretaba, se sentó en la veranda mientras la sala de la planta superior, donde había pasado tantos días enfermo, se limpiaba y se purificaba.
Chiyo le había llevado té y fruta fresca; aunque estaba encantada de que Shigeru se encontrara bien, aún tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Al mirarle, la anciana no pudo aguantar más. Shigeru se percató de que sufría por algún otro motivo, y una punzada de miedo se le clavó en el corazón.
—¿Qué ha ocurrido?
—Perdóname —dijo ella, con la voz quebrada por los sollozos—. Le diré a Ichiro que venga.