—Abre, que huele a corral. Hay tanta humedad por la cercanía del puerto que siempre huele a cerrado y no es que yo no abra.
No eran frecuentes las visitas de Carvalho, por lo que la excusa de ganar tiempo entre la charla con “Bromuro” y algo que hacer de difícil explicación no había desarmado de prevención a Charo. Con una mano en un potecillo para ablandarse las pieles de las uñas, Charo iba de la concentración en su manicura a ojeadas sobre un Carvalho silencioso que bebía a sorbos un tazón de café con chinchón seco.
—Yo no sé cómo de buena mañana te puedes meter eso en el cuerpo.
Carvalho no quería hablarle de su trabajo y, sin embargo, la contemplación divagante de aquellas cuatro paredes sólo le sugería preguntas laborales que debía reprimir a punto de escapársele de los labios.
—¿Tú estás enterada de cómo van esas casas que te ofrecen contactos entre personas?
—Agencias matrimoniales.
—No precisamente matrimoniales.
—Ah, bueno te refieres a eso.Pues mira que mencionas la soga en casa del ahorcado. Que de ahí me viene una competencia que no se puede resistir. No sé qué les ha entrado a los hombres que caen en eso como moscas. Coge aquellas páginas de diario que tengo allí recortadas. Mira donde pone “Contactos” y luego “Relax”, no tiene desperdicio, y luego dime si hay derecho, la cara que hay hoy día y el poco respeto a todo.
Señorita veintidós años bonita no profesional, azafatas modelos y señoritas de compañía jóvenes nivel universitario…
—No, si tendré que matricularme en lo de mayores de veinticinco años…
…apartamentos privados de lujo, también salidas hotel y domicilio tarjetas de crédito.
—¿Querrás creer, Pepiño, que hay clientes que quieren pagar con tarjetas de crédito? Y es por culpa de esas tías que parecen de supermercado.
María, veinticuatro años, dependienta de boutique, metro sesenta y cinco muy harmónica…
—Harmónica con hache.
—¿Armónica va sin hache? Pues aún peor. Fíjate, mucho anuncio y analfabeta perdida.
Señora treinta años exuberante en apuros económicos solicita ayuda señores solventes. Engaña a tu mujer sólo si vale la pena. Viudas catalanas maduras y calientes. Soy un capricho de diecinueve años si te lo puedes permitir. Club privado, compañía femenina liberal pero no profesional. Proporciono contactos de alta categoría de señoras y señoritas de mucha clase, se requiere mucha discreción y señores muy solventes. Jessica, veintidós años, los senos más perfectos para el thailandés y la sensualidad de las sirenas. ¿Quieres la mejor lengua?, tres señoras andaluzas te esperan en Pelayo cincuenta y dos…
—Ya me dirás tú qué tiene que ver que sean andaluzas. Como si fueran de Reus.
—Es un guiño para paisanos. Es el fomento del polvo por afinidades autonómicas.
—Que no, Pepe, que no, que toda esa competencia publicitaria nos está haciendo mucho daño a las serias.Busca, busca bien. Hasta sale uno que dice: madre e hija por unos días.¿Tú crees que hay derecho? Y un cliente mío que fue y les pidió el carnet de identidad para comprobar si eran madre e hija y comprobó que según el carnet lo eran. Y todo el rollo del dúplex lésbico, el griego, el thailandés, el beso negro, pero, bueno, adónde vamos a parar. Yo lo tengo muy repetido a mis clientes: si os creéis que yo voy a ponerme al día con tantas porquerías nuevas como han salido os equivocáis. Lo mío es lo clásico. Lo siento así y así lo sentiré hasta que me retire o me muera.Y todo lo demás es cachondeo y degeneración. Es bonito que un hombre busque y encuentre cosas que normalmente no le ofrece su mujer, pero ya me dirás tú qué es eso del cachondeo de la madre y de la hija o de la estanquera de Amarcord, ya me dirás tú qué ofrece esa tía que se anuncia como la estanquera de Amarcord.
—Me interesan sobre todo los contactos. Cómo funcionan. Quién los lleva.
—Pues hay mucha cosa extraña en eso. En general puede ser una tía espabilada que ya ha utilizado su piso como casa de citas encubierta y que poco a poco retiene a unas cuantas pupilas fijas y las va ofreciendo como si fueran casadas en apuros que sólo lo hacen por unas semanas o porque, en fin, porque están pasando una mala situación. Pero también hay mucho vicio organizado. Y luego viene lo que viene, porque los tíos lo leen así tan bonito y pican. Pero un cliente, muy salao el pobre, es de por ahí, cerca de Tarragona, pues se apuntó a eso para vacilar y le dieron direcciones. Y cada cita era un rollo porque las había que hacían comedia para sacar más pasta, y para llegar a la cama tenías que pasar por más peripecias que en los misterios de Fu Manchú.
Se notaba que Charo era de otra época. Una mujer más joven hubiera puesto como ejemplo “La guerra de las galaxias”, pero Charo aún seguía con Fu Manchú y no podía adivinar por qué de pronto Pepiño, siempre tan serio, se la estaba mirando con una leve sonrisa.
—¿Te estás riendo de mí? ¿Te crees que miento?
—Es decir. Una mujer que quiera contactos durante un cierto tiempo, el que le interese a ella, ¿luego puede descolgarse en cuanto quiera?
—Según. Si no ha metido en eso las narices algún chulo pues sí. Si la han descubierto y saben quién es, pues la pueden putear para que siga.Eso depende también de lo lista que sea la tía.
—Es decir, que puede haber ajustes de cuentas.
—Más de uno habrá.
—Pero no te consta.
—No me consta porque no me meto donde no me llaman. A las amigas que me han hecho la oferta de pasarme a eso porque da más dinero y a una incluso la tratan mejor, porque es como si una no fuera lo que es, pues les he dicho que no, porque no me sentiría a gusto haciendo teatro. Que si hemos de quedar a tal hora porque mi marido libra a las siete. O si trabajo de dependienta y no salgo hasta las nueve. O llámame a la oficina pero sólo entre dos y tres que es cuando el jefe sale a hacer el bocata. Eso es teatro. Eso no es serio.
No encontró a “Bromuro” en su enclave laboral de la esquina de la calle Escudellers, ni en los bares y antros de la zona, ni le había dejado ningún recado en el despacho. En un bar de la calle Arc del Teatre le insinuaron la posibilidad de que se lo hubieran llevado en la redada de la noche anterior, pero “Bromuro” era un personaje conocido por la policía y no sería retenido en una comisaría más que el tiempo estricto de la identificación. En la pensión donde dormía el limpiabotas no le habían visto desde hacía días, aunque la dueña se curó en salud y le gritó a Carvalho que ella no estaba al día sobre las idas y venidas de ese viejo, vago y golfo que le debía otra vez cinco meses de alquiler, y un día cuando vuelva se va a encontrar la caja de cartón en la escalera. Por lo que la patrona aclaró a continuación, la caja de cartón era la que había servido para traer el televisor en color de la patrona y “Bromuro” se la había pedido para meter en ella todas sus pertenencias.Se estaban encendiendo las luces de las Ramblas cuando “Brumuro” llamó a la puerta del despacho de Carvalho y pidió algo fuerte para recuperar el habla y la dignidad.
—Todo lo he perdido en una noche, Pepe. Ya puedo morirme.
Más alarmado estaba Biscuter que Carvalho por el pesimismo repentino del limpiabotas barbado, sucio y despeinado en lo que le quedaba de viscoso tapiz de sus parietales.
—Que se me llevaron ayer noche, Pepiño, en la redada, un teniente joven de esos que han sacado de yo qué sé dónde y yo me sonreía, ya verá este tío ya, la que se arma cuando vean aparecer al “Bromuro” por la comisaría. Y nada más llegar que me voy al número que estaba de guardia y me identifico. Nada. Como si le hubiera dicho que estaba allí un quinqui. Ni me miraba el tío. Exijo que salga el Miraflores o el Contreras, ya sabes de quién hablo. Que el Miraflores está jubilado y el Contreras pasa, porque está en otra cosa. Y ya con los cojones más llenos que el coño de la Bernarda, echo mano de mis antecedentes, de la División Azul y más confidente que Dios en los tiempos gloriosos en que las calles estaban llenas de pistoleros. Pues no va un mequetrefe de esos de academia y me dice que esos méritos han periclitado y me lo dice con su barbita y su cara de rojo por correspondencia, de rojo por correspondencia, que yo me los huelo a esos tíos, y yo a un rojo de verdad, de toda la vida, le respeto, pero a un pipiolo policía y rojo o demócrata o cualquier mezcla de esas contranatura, pues no. Y me tiene allí el tío olvidado y cada vez menos tío, Pepe, te digo la verdad, porque pensaba para mí, tantos tiros, tanto ir por la vida en invierno sin camiseta, a cuerpo limpio, para que al final no te acepten ni como un confidente.No me merezco que te fíes de mí, Pepiño. No soy nada. Soy una mierda. Me he dejado los cojones en comisaría. Se me han caído al suelo como dos pingajos secos, como dos pieles de níspero.
Un par de copas de orujo y un bocadillo de chorizo preparado por Biscuter devolvieron a “Bromuro” las ganas de volver a ser el que era.
—Pero mañana mismo, una vez recuperado, me planto allá y pido ver a Contreras y en su presencia cito al pipiolo de ayer noche y le hago salir los colores. Ni cuando le dije lo de la División Azul se inmutó. O cuando le recordé que yo había entrado con el general Yagüe en la liberación de Barcelona.
—Él no había nacido.
—Tampoco había nacido yo cuando lo de Cuba y bien sabía quién era Weyler o Polavieja. Es que no les enseñan historia, Pepe. Saber historia está en descrédito. La gente vive al día y apenas tienen en cuenta lo que pasó ayer. La gente con memoria no tiene sitio en este mundo.
—Hablando de memoria. ¿Recuerdas lo que te pedí?
—Aquí está, Pepe. -Y se señaló la cabeza con un dedo-. Aquí me lo metí cuando vi que lo de comisaría no era como antes. Tuve miedo de que me encontraran el papel con el teléfono y la dirección y me la liaran, porque ya no te puedes fiar ni de la policía.Me comí el papel. Luego me he pasado toda la noche repitiendo la dirección para no olvidarla.
Miró hacia el techo “Bromuro” y recitó de carrerilla:
—Carretera de Vallvidrera, 67 bis, bajos.
—Vamos, “Bromuro”, no me la líes.Yo ya pensaba que el asunto estaba por Sarriá por el comienzo del número de teléfono, pero no camino de casa.
—Que me muera ahora mismo, Pepe, si miento. Me he dado una consigna a mí mismo: aunque sea lo último que hagas como hombre has de saber estar a la altura de las órdenes de Pepe.
Carvalho sacó de un cajón la guía telefónica y buscó en el tomo callejero las señas aportadas por “Bromuro”.Sólo había un número y era el que figuraba en la nota escrita por la alcahueta, y el nombre del titular del número le retuvo la mirada como si de un campo magnético se tratara: Juan Pons Sisquella.
Abandonó el cuerpo Carvalho al sillón giratorio y dejó de seguir la conversación jeremiaca entre Biscuter y “Bromuro” para ir construyendo la intuición de una sospecha. Cogió el teléfono y llamó a Electrodomésticos Amperi, pero la llamada sonaba y sonaba como atrapada en una red que no la dejaba pasar hasta el objetivo de las urgencias de Carvalho. A continuación llamó a la familia de Charo y se puso al teléfono la voz agravada del parado. No, su mujer no podía ponerse. Carvalho reveló su identidad y le informó que estaba buscando a Narcís.
—Nada sé de él. Sólo sé que han detenido a mi hijo. Mi mujer se ha ido a la comisaría por si puede verle.
—¿Por qué?
—No han dado ninguna explicación.Se lo han llevado y eso es todo. Estaba el chico a punto de irse al trabajo y se me lo han llevado como si fuera un maleante.
—¿Recuerda usted el nombre del padre de Narcís? ¿Recuerda usted si se llamaba Juan?
—No. No recuerdo. Me suena que su madre se llama Neus, Nieves, pero no recuerdo el nombre del padre. ¿Qué importa eso ahora? Por favor, si le encuentra dígale lo de mi Andrés.Siempre ha sido un buen amigo y podría echarnos una mano. ¿Usted no puede hacer nada?
—Haré lo que pueda.
Haré lo que pueda, le repetía minutos después a una Charo crispada, advertida por Mariquita de lo que había ocurrido.
—Pepe, están perdidos, no saben qué hacer. Primero lo del hijo drogadicto que no saben dónde para. Pero con Andrés es la primera vez que les pasa una cosa así. No hay manera de encontrar a Narcís. Es como si hubiera desaparecido.
—Ahora mismo voy yo y hablo con Contreras -se ofrecía “Bromuro” recuperado, marcial en su decrepitud, dispuesto a iniciar la expedición hacia la Jefatura Superior.
Carvalho le pidió que no se moviera durante unas horas, tal vez las que necesitaba para ordenar sus pensamientos y encontrar el sentido de su alarma ante la coincidencia entre el apellido del autodidacta y el del propietario de la casa de la carretera de Vallvidrera. Tampoco contestaba el teléfono del domicilio particular del autodidacta y no era cuestión de empezar una indagación por todas las saunas y casas de relax de la ciudad.
—¿Te enteraste del porqué de la redada?
—Pues porque sí, porque hay mucho chorizo suelto y tienen encima a todos los tenderos de Catalunya, porque un día les matan a un joyero y otro a un droguero y han de mover el esqueleto para que la gente crea que mueven algo más. Esto de la delincuencia no hay quien lo pare ya. ¿Se puede parar el terrorismo? No. Como no metan en la cárcel a la mitad de los vascos y manden a Venezuela a otra cuarta parte, pues nada. Y en las grandes ciudades es lo mismo. Hay mucha mala leche y mucha prisa por llegar cuanto antes no sé adónde. Y eso lo tiene el chorizo de camisa blanca y el chorizo de dieciséis años que roba un coche para fardar o atraca una farmacia para pincharse. Si te he de decir la verdad, Pepiño, porque ya soy viejo y después de todo lo que he vivido para qué iba a tirarlo por la borda, pero si fuera joven y viera lo que veo, me ahorcaba, a mí no me engañarían, no, ¿para qué subir esta montaña de años y venga y dale y un día y otro día y una hostia y otra hostia, para que al final nada de nada?
Levanta el ánimo “Bromuro”, arengaba Biscuter, como sólo Cortés hubiera podido arengar a sus desanimadas y diezmadas huestes tras la “Noche Triste ”, y algo de iluminada arenga patriótica tenía aquella alocución del rubianco, con un brazo en alto y los ojos fijos en el efecto de sus palabras sobre la orografía tenebrosa de la cara de “Bromuro”. Era un ajuste de límites de la esperanza en la patria de los miserables y Carvalho le pidió a Charo que se fuera al encuentro de Mariquita, mientras él iba a hacer un trámite inaplazable.El trámite consistió en recuperar el coche y repetir los gestos cotidianos como si volviera a casa. Pero sólo era un simulacro que tenía el final anunciado al pie mismo de la montaña, donde a la ciudad se le escapa la naturaleza y los árboles y las plantas, prisioneros tras las tapias de residencias venidas a más o a menos, prometen la proximidad de la montaña.Era el crepúsculo quien manchaba color de sangre seca los muros de los colegios, incluso a la chiquillería que recuperaba la pretensión de ser libre, las madres regaladas con el quehacer de chófer, los autocares paquidérmicos sorprendidos en el instante en que no sabían si avanzar o retroceder, quedarse o devolver su carga de niños repatriados. Y unos metros más arriba, pensaba Carvalho, probablemente, el lugar del crimen.