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Authors: Javier Sierra

La ruta prohibida (28 page)

BOOK: La ruta prohibida
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Con Juan Pablo I, el inmediato predecesor de Wojtyla, la precisión
malaquiaca
se disparó. Su lema, el 109, es
De medietate lunae
, y fue considerado premonitorio a varios niveles: Albino Luciani pasó gran parte de su vida pastoral en la diócesis de Belluno, que también puede leerse como Bel-luno o «bella luna». Además, forzando su propio nombre secular, éste también podría entenderse como una contracción de «luz blanca de luna». Pese a todo, lo que más ha llamado la atención de los intérpretes es el adjetivo
medietate
. Según Fontbrune, éste hace alusión a cierto carácter de duplicado, como si Malaquías hubiera previsto la aparición de dos papas que llevarían el mismo nombre: Juan Pablo. Debe recordarse también que, entre la muerte de Pablo VI y la prematura de Juan Pablo I, se produjo la oleada revolucionaria e integrista más fuerte de la historia de Irán… ¿Una alusión a la «media luna» del lema pontificio?.

Y tras el papa de la Luna y de su brevísimo mandato que duró poco más de una fase lunar, llegó el papa del Sol.
De labore solis
, «De los trabajos del Sol», seria el lema que Malaquías reservaría a Juan Pablo II. Un pontífice brillante, activo como ninguno en la Historia, al que la divisa le sentó a la perfección.

¿Y Benedicto XVI?. ¿Qué podemos esperar del papa número 111, el último de la lista?.

In persecutione extrema

Los lemas de san Malaquías son explícitos en ese punto: después de la muerte de Wojtyla vendría
De gloria olivae,
la «Gloria del Olivo», un pontífice que según algunos, Nostradamus también predijo en sus
Prophéties
.

Jean-Charles de Fontbrune, verdadero experto en los vaticinios de ese médico renacentista, asegura haber encontrado singulares conexiones entre Malaquías y Nostradamus. Se trata de lazos simbólicos asentados sobre el empleo de palabras y adjetivos idénticos en ambos profetas, que a veces se revelan como complementarios. Ése es el caso de la sexteta 19 de Nostradamus, que cita cierto
olivier
y que Fontbrune asocia a
De gloria olivae
. En esos versos se habla de cólera, odio y envidias que desembocarán en una terrible guerra. Y sin embargo, a decir de la sexteta 49, el mismo
olivier
logrará una gran pacificación, inaugurando un periodo próspero para la humanidad.

Casualmente, el cardenal Josef Ratzinger eligió como
motto
o lema de su pontificado, la
pax
(paz), y como nombre de Santo Padre el de Benedicto XVI. La elección no puede ser más «profética»: la Orden de San Benito es también llamada «olivetaria», y su lema es Pax. Y el símbolo de la paz es la rama de olivo. ¿
De gloria olivae
?.

Lo sorprendente, en cualquier caso, es que tanto Nostradamus como Malaquías coinciden en subrayar lo que vendrá después de Benedicto XVI: calamidad y persecución para la Iglesia.

San Malaquías anuncia la llegada del último papa, Pedro el Romano, y dice: «Pasadas estas cosas, la ciudad de las siete colinas será destruida y el juez terrible juzgará al pueblo».

Es inevitable no ver en estas líneas la enorme conexión que existe entre la visión de san Malaquías y la profecía del Tercer Secreto de Fátima, que también menciona a un papa y una ciudad en ruinas.

¿Fue, pues, ésta la verdadera razón del ocultamiento del Secreto de Fátima al mundo durante décadas?. ¿Y por qué nadie en el seno de la Iglesia parece hoy dispuesto a reflexionar en voz alta sobre estas cuestiones?.

CAPÍTULO 37

¿Qué ocurrió de verdad en Fátima?

Con razón, los sucesos de Fátima llevan años obsesionándome.

He viajado en varias ocasiones a ese santuario al norte de Portugal, me he entrevistado con testigos e investigadores desde hace más de una década, y cuanta más información recabo, más extraño se me antoja este misterio.

La última vez que visité Fátima fue en febrero de 2005. Lo hice para asistir a los funerales de sor Lucia, la última de las videntes vivas de aquellos episodios, y tantear lo candente que aún seguía entonces la devoción por ese misterio. Ella cerraba un importante capítulo de la Historia. Sus primos Francisco y Jacinta, testigos también de las apariciones, murieron en 1919 y 1920 por culpa de la gripe. Pero Lucia les sobrevivió ochenta y cinco años.

Jamás logré entrevistar a aquella carmelita de gesto amable. Casi nadie lo hizo. Llevaba décadas encerrada en su convento de Coimbra, a salvo de preguntas inoportunas. Me hubiera gustado escuchar de sus labios su descripción de aquella «señora que brillaba más que el sol; preguntarle por sus tres célebres visiones o mensajes, y conversar acerca del «milagro del Sol» que dejó mudos de asombro a miles de fieles en 1917. Pero no fue posible. Su muerte, acaecida un día 13 —el mismo de las apariciones que la hicieron famosa— me robó ese privilegio.

Sin embargo, mi última visita al lugar no fue en vano. Allí fui testigo de los inusitados gestos de dolor por parte de las autoridades políticas y religiosas del país, pero también de las condolencias que envió a Coimbra un agonizante Juan Pablo II, que fallecería sólo cuarenta y nueve días más tarde. Aquél fue un funeral de Estado. Algo insólito para una monja de escasa representatividad eclesiástica… Aunque no para Roma.

El secuestro de sor Lucia

Por alguna oscura razón al Vaticano siempre le preocupó tener bajo vigilancia a aquella mujer. En fecha tan temprana como 1928, cuando Lucia tenia sólo veintiún años y profesaba en un convento en Tuy (Pontevedra), el doctor en teología Luis Fischer llegó a insinuar que la Iglesia la tenía secuestrada. Hizo esfuerzos ímprobos por entrevistarse con Lucia, «pero a pesar de las recomendaciones que traía conmigo y que no eran despreciables, sobre todo una muy amable del cardenal primado de Toledo, me dijeron que era absolutamente imposible hablar con ella»
[133]
, escribió.

¿A qué se debía ese celo?.

La respuesta, desde mi punto de vista, se encuentra en los hechos que aquella mujer vivió. Algo presenció que requería de una rigurosa censura eclesiástica. Pero ¿qué?.

Aun a riesgo de pecar de reiterativo, resumiré en tres párrafos esta compleja historia.

Hacia el mediodía del 13 de mayo de 1917, tres niños portugueses que cuidaban de un puñado de ovejas en las inmediaciones de Fátima, tuvieron un inesperado encuentro con una extraña «señora luminosa» que flotaba sobre una encina. Poco antes de su visión, varios destellos habían caído sobre Cova d'lria, una especie de anfiteatro natural de medio kilómetro de ancho, como si fueran la señal que anunciara el inminente descenso de la figura radiante. Tras su sorpresa inicial, los niños establecieron un breve diálogo con su visitante, y ésta les emplazó a acudir a aquel lugar el mismo día de cada mes y a la misma hora, durante el siguiente medio año.

El 13 de junio, los tres acudieron puntuales a su cita acompañados por unas pocas decenas de testigos. Todos sin excepción pudieron admirar los extraños «relámpagos»; también oyeron un misterioso zumbido en torno a la encina mientras que los pequeños, en trance, parecían hablar con alguien invisible. Quienes los acompañaron comprobaron atónitos cómo las hojas de la encina se movían sin causa aparente, casi como balanceadas por una fuerza desconocida.

Aquello bastó.

Tras divulgarse la existencia de esos prodigios, los siguientes días 13 atrajeron a miles de personas al lugar. Muchas vieron el paso de esferas luminosas, nubes multicolores, truenos venidos de ninguna parte, y toda una serie de «pruebas inequívocas» de que la Virgen María se estaba apareciendo a unos pastorcillos de diez, nueve y siete años de edad.

Ajenos a la controversia generada, Lucia dos Santos y sus primos Francisco y Jacinta Martos se convirtieron en el eje de una apasionada polémica en un Portugal campesino profundamente religioso, pero reprimido entonces por una política republicana anticatólica. Ese peculiar contexto, así como la posterior exaltación de las apariciones por parte del Vaticano, hizo del relato original de los niños un asunto delicado, tergiversado según los dictados eclesiásticos de la época, y cuyos documentos originales sólo debían ser manejados por manos piadosas.

Seis décadas de silencio

Hasta 1978 pocos fueron los historiadores que tuvieron la oportunidad de consultar los legajos originales del «caso Fátima». Los primeros interrogatorios a los niños, los dibujos de la «señora» que se les apareció en Cova d'lria y los Valinhos, así como los testimonios de destacados sacerdotes y autoridades de la época, estuvieron siempre bajo la férrea custodia de las instituciones eclesiásticas portuguesas, que restringieron desde el principio no sólo el acceso a los mismos, sino cualquier clase de entrevista en profundidad con Lucia.

La mayor de los niños videntes fue ingresada a los catorce años en el convento de las doroteas de Vilar, en Oporto. De ahí pasaría a Pontevedra, y después a Coimbra, donde moriría el 13 de febrero de 2005.

Pero en 1978, como decía, la actitud secretista que desde el principio rodeó las apariciones sufrió un inesperado contratiempo. Ese año se autorizó el acceso a partes significativas del archivo fatimista a la historiadora lusitana Fina d'Armada. En especial, al archivo personal del profesor del seminario de Santarem, José Nunes Formigão, primer investigador de las apariciones. El padre Formigão publicó varias obras sobre las apariciones, pero en aquellos legajos había abundantes notas, declaraciones y, descripciones inéditas. Algunas eran tan sorprendentes, que no dudé en entrevistarme con la doctora d'Armada y recabar de primera mano su opinión.

Fina resultó ser una mujer afable. Sus gafas de concha apenas podían ocultar unos ojos claros, inquietos, a los que todavía emocionaba recordar aquel contacto con el misterio.

—Justo en esas fechas —me refirió la historiadora durante mi primera entrevista en Oporto con ella, en 1994— el Instituto Nacional de Investigaciones Científicas de Portugal (INIC), me concedió una beca para que analizase el papel social y político de la mujer lusitana durante la Primera República (19101926). Entonces, consideré interesante indagar en el trasfondo histórico de las apariciones de Fátima, que tuvieron lugar en medio del periodo de tiempo que me proponía estudiar. Y así, con mi beca y mi acreditación acudí a Fátima y pedí permiso para leer los archivos originales del caso, dado que Lucia era una mujer, otros testigos también lo fueron y la presunta protagonista de aquellos hechos, la Virgen, lo era asimismo.

—¿Y qué fue lo que halló?.

—Encontré gran cantidad de información inédita acerca de este episodio, sobre todo alrededor de una serie de fenómenos que nunca antes habían sido tenidos en cuenta por los católicos. Por ejemplo, en los papeles de uno de los investigadores «oficiales» contemporáneo a los hechos, el padre Formigão, descubrí documentos cuya divulgación posterior terminaría por perjudicar gravemente mi carrera…

—¿Se refiere a aquellos datos que dieron lugar al «retrato robot» de la entidad que apareció en Fátima?.

Fina me miró con atención. Le sorprendía que hubiera leído algo de su investigación, ya que en la fecha de nuestra entrevista apenas se había publicado nada de ella fuera de Portugal
[134]
.

—Sí —aceptó—. Fue durante mi examen de los documentos parroquiales que contienen las primeras declaraciones de los niños, donde encontré algunas sorpresas. Esas notas fueron tomadas tan sólo quince días después de la primera aparición, y por tanto los videntes no habían sido manipulados aún por nadie. En sus comentarios, los niños hablaron de su encuentro con una persona de un metro y diez centímetros de alto, cubierta por un vestido ajustado que Lucia describió como parecido a una chaqueta, una falda cerrada y rayas transversales doradas. Aquella entidad, además, llevaba en sus manos una bola luminosa que más tarde sería descrita como una especie de medallón con picos, y finalmente como el corazón de María rodeado de espinas.

Aquella tarde, Fina me desveló algo más: la manipulación de lo sucedido en Cova d'Iria llegó a tal extremo en su época que la imagen oficial de la Virgen de Fátima que hoy se venera, lejos de inspirarse en los primeros esbozos de los niños videntes, fue encargada por Gilberto dos Santos en 1920, de forma particular, a un taller de Braga llamado Casa Fânceres. Allí sus operarios dieron forma a la efigie de la Virgen inspirándose en la talla de Nossa Senhora da Lapa, elaborada en ese mismo taller con anterioridad, e ignorando por completo las peculiares características de la «Virgen» aparecida a los tres pequeños pastores.

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