La seducción de Marco Antonio (35 page)

Read La seducción de Marco Antonio Online

Authors: Margaret George

Tags: #Histórico

BOOK: La seducción de Marco Antonio
6.12Mb size Format: txt, pdf, ePub
- Tienes que darles tiempo -dije-. Algún día seréis amigos. Y te darán alcance.
- Eso nunca. -Se apartó a un lado cuando uno de ellos alargó sus regordetes dedos para tirar de su túnica. Selene cayó de bruces al suelo y empezó a lloriquear-. ¿Lo ves? -añadió, mirándola con desdén mientras abandonaba la estancia-. ¡Qué pesados!
Olimpo se sorprendería de lo mucho que los gemelos habían cambiado en su ausencia. Habían crecido muy rápido y su estatura ya era la propia de los niños de su edad. Ambos poseían unos angelicales bucles dorados capaces de engañar a cualquiera. Los niños, sobre todo si son bien parecidos, pueden ser unos tiranos.
Olimpo regresó muy descansado, pero aun así se alegró de estar de vuelta y reanudar sus tareas. Había permanecido en Atenas justo hasta el último momento de la temporada de navegación porque estaba tan enamorado de la suave luz de la ciudad que apenas se había dado cuenta de que el invierno no tardaría en llegar. En nuestros aposentos privados, Cesarión le recitó los versos de bienvenida que se había aprendido de memoria y después los leyó en un titubeante egipcio. Los gemelos estaban tan excitados que no paraban de brincar y gritar.
- ¡Qué alboroto! -exclamó Olimpo-. ¿Dónde está el ideal clásico de la armonía y el orden? Esto es claramente dionisíaco. -Se inclinó hacia delante para darme un beso en la mejilla y aplaudió los esfuerzos literarios de Cesarión. Finalmente se agachó para examinar a los gemelos-. Tienen un aspecto muy saludable. Les debes de dar ambrosía, el alimento de los dioses, para que hayan crecido tanto. Antonio se sentiría orgulloso si los viera.
«Pero no los verá -fueron los pensamientos que yo leí en la tensa línea de sus labios-. Vuestra despedida tiene que ser definitiva, después de los insultos.»
- Me proteges demasiado -le dije, respondiendo a sus pensamientos más que a sus palabras. Pero es lo que suele ocurrir entre los viejos amigos-. Puedo arreglármelas yo sola. -En cuanto pude quitarme de encima a los niños, me aparté con él-. ¿Cuáles fueron las últimas noticias que averiguaste antes de zarpar?
- En realidad casi ninguna -contestó-. Antonio y Octavia pasarán el invierno en Atenas, donde él organizará las provincias de Oriente con vistas a sus campañas. Todo está tranquilo. No se sabe cuándo piensa lanzar el ataque contra la Partia. No creo que sea muy fácil tenerlo todo preparado para la primavera que viene porque hay que pertrechar un ejército enorme. Ah, te he traído esto. Pensé que te gustaría verlo. -Tomó mi mano, y con lentos y deliberados movimientos depositó en ella una moneda-. Una nueva emisión.
Abrí la palma de mi mano y contemplé su resplandeciente belleza. Era un ureo, una moneda de oro con los bustos de Antonio y Octavia. ¡O sea que estaba acuñando moneda con el busto de su mujer! Me puse furiosa, justamente lo que Olimpo pretendía.
Como si quisiera disimular su descarada provocación, sacó al instante otra moneda.
- Pensé que te haría gracia.
La sostuvo entre el índice y el pulgar y le dio la vuelta.
- Venga, dámela.
La tomé y vi que era un denario en el que aparecía representado Pompeyo, el padre de Sexto, con un tridente y un delfín en una cara, y una galera de guerra con las velas desplegadas en la otra.
- ¿Y eso qué significa? -pregunté. Me parecía una tontería.
- Sexto anda diciendo ahora que es hijo de Neptuno. Mezcla la verdadera memoria de su verdadero padre con su dominio de los mares y lo convierte en un dios. Se lo toma muy en serio y el pueblo de Roma también. La gente lanzó entusiastas vítores y aclamaciones cuando una estatua de Neptuno fue llevada en triunfo en un carro junto con las de los restantes dioses durante la celebración de unas carreras. Cuando Antonio y Octavio la mandaron retirar, poco faltó para que se produjeran violentos disturbios. Ahora Sexto lleva una capa azul en honor de su «padre».
- Eso es hacer el ridículo -dije. No comprendía que alguien le pudiera hacer caso.
- Bueno, es que hoy en día todo el mundo es un dios o el hijo de un dios. Yo no sé de quién podría ser hijo.
- De Asclepio, naturalmente -dije.
- No es muy importante… Al principio era un ser mortal.
- Por algo se empieza -dije.
Estaba deseando que terminara la conversación. Me alegraba del regreso de Olimpo, pero estaba furiosa y quería quedarme a solas para examinar las monedas.
51
Una tarde de primavera en que estábamos sentados en el jardín, Cesarión me miró con aire pensativo.
- Estoy triste porque nunca puedo ver a mi padre -dijo en un susurro.
- Sí, yo también estoy triste -dije a mi vez.
- Bueno, pero por lo menos tú lo viste y lo puedes recordar. Murió cuando yo era todavía demasiado pequeño para tener recuerdos. ¿Se parecía de verdad al busto que hay en mi aposento?
Asentí con la cabeza.
- Sí. El arte romano es muy realista. Es una efigie muy lograda. Pero si aprendieras el latín, podrías leer sus obras. Sus escritos son muy famosos. Así lo podrías conocer; las personas nos hablan a través de lo que escriben.
- Pero sólo habla de batallas y de marchas; no dice nada de sí mismo.
- Sus batallas son él.
- Bueno, ya sabes lo que quiero decir. Él no escribía ensayos ni discursos como Cicerón. En eso se ve más cómo es la persona.
- Creo que también los escribió, pero no sé si se publicaron. Tal vez los tuviera entre sus papeles cuando murió. En tal caso, es posible que Antonio todavía los conserve o sepa dónde están. Se encargó de todo lo de la casa… después.
- Seguramente los dejó en Roma, y Mardo dice que jamás volverá a Roma, que Octavio lo ha echado y no permitirá que vuelva.
- ¡Eso es mentira! Puede regresar cuando quiera. Pero ¿por qué iba a hacerlo antes de derrotar a los partos? Cuando termine podrá regresar a Roma como gobernante y echar a Octavio.
Cesarión se encogió de hombros.
- Mardo dice que Octavio le dijo que volviera a Italia, pero después se negó a reunirse con él. Mardo dice que eso obligará a retrasar la campaña de Antonio contra los partos por lo menos un año. Mardo dice que eso es lo que él quería… Octavio, quiero decir.
- Veo que a Mardo le gusta mucho hablar -dije jovialmente-. Es cierto que Octavio le pidió a Antonio que volviera con sus barcos a Italia para ayudarle en la guerra contra Sexto y que después cambió de idea. Pero eso no retrasará la campaña de Antonio contra la Partia. Su general Baso ha expulsado a los partos de Siria y los ha empujado de nuevo al otro lado del Éufrates. Ahora puede empezar la verdadera campaña.
- Muy bien. Ahora creo que ya debe de estar preparado para luchar.
- ¿Te ha dicho Mardo también que Octavio ha sido repetidamente derrotado por Sexto? Estuvo a punto de ahogarse mientras combatía contra él; su flota sufrió un naufragio en el estrecho de Mesina. Desde su roca, Escila estuvo a punto de devorar a Octavio, que a duras penas consiguió alcanzar la orilla a nado y salvarse.
«Pero él siempre consigue alcanzar la orilla a nado y salvarse -pensé-. Alcanza la orilla a nado, descansa y recupera fuerzas.»
- No, no me ha dicho nada -reconoció Cesarión.
- Octavio pierde tan a menudo que la gente se lo toma a broma -dije-. Los romanos incluso han compuesto unos versos sobre él: «Ha perdido la flota y ha perdido dos veces la batalla. Algún día ganará; ¿por qué si no sigue echando los dados?»
- Veo que sabes muchas cosas sobre él -dijo Cesarión.
- Tengo empeño en saberlo todo -contesté.
«Algún día ganará; ¿por qué si no sigue echando los dados?»
Me estremecí a pesar de los cálidos rayos del sol.
- Ven -le dije, acompañándolo a un umbroso emparrado. Quería cambiar de tema y buscar una distracción en la comida que nos esperaba.
Aquella primavera hubo varios acontecimientos que celebrar. Primero, el décimo aniversario de Cesarión. Después, la repentina boda de Olimpo con una discreta y apacible mujer muy aficionada a los estudios. Epafrodito nos comunicó la venturosa noticia de que las cosechas habían superado todas las previsiones gracias a la crecida del Nilo y a la reciente limpieza de los canales, y de que nuestras exportaciones de vidrio y papiro iban viento en popa. La reconstrucción de mi flota ya estaba casi terminada, con doscientos nuevos barcos. Los embajadores de todos los países de Oriente acudían en tropel a cortejarnos. Yo había podido efectuar una nueva emisión de moneda con más contenido de plata. Tenía un montón de monedas sobre la mesa como orgullosa muestra de nuestra buena fortuna. Egipto no sólo estaba sobreviviendo sino que incluso prosperaba.
Mardo tomó una y la examinó con semblante satisfecho.
- No hay peso más agradable que el de una gruesa moneda de plata… a no ser que sea el de una moneda de oro.
Lucía una elegante túnica de seda y unas pulseras de oro macizo que le adornaban los antebrazos.
- Me podrías dar las pulseras para que las fundiéramos -le dije.
Se echó a reír y cruzó los brazos para protegerlas.
- ¡Eso nunca!
Epafrodito tomó una moneda y la estudió detenidamente.
- Debemos de ser la envidia de los romanos -dijo-. Últimamente han tenido que rebajar el contenido de plata de sus monedas, porque la amenaza de Sexto podría poner en peligro los suministros de víveres. De hecho, mientras Sexto anda de un lado para otro sin que nadie le pare los pies, ellos temen que toda su economía se resienta.
- Hasta Antonio está sufriendo los efectos de la situación -dijo Mardo-. Lejos de Roma, también él ha tenido que rebajar el contenido de plata de sus monedas.
O sea que ahora el rostro de Octavia brillaría en una moneda que tendría más cobre que plata. ¡Qué pena! Cubrí mis monedas con las manos en gesto posesivo. Si Egipto era fuerte y próspero era gracias a mi política y a los buenos ministros que tenía.
- ¡Ah, aquí está el flamante esposo! -exclamé, saludando la llegada de Olimpo-. Todos te felicitamos.
Se me antojaba un poco extraño que ahora estuviera casado. Era el primero de mis íntimos colaboradores que se casaba. Cierto que yo llevaba años aconsejándole que lo hiciera, pero ahora que se había casado me preguntaba si su mujer sería digna de él y lo comprendería. Esperaba que no se enfrascara tanto en sus manuscritos como se enfrascaban algunas mujeres en sus cocinas. Todos los excesos eran malos. Recordaba que Olimpo había dicho una vez: «Sólo hay una cosa más aburrida que una persona estúpida, y es una persona pedante.»
- Sí, he entrado en el venturoso reino -dijo. ¿Lo había dicho en tono irónico?-. ¡Vamos, dadme un poco de vino!
- Porque el matrimonio da mucha sed, ¿verdad? -preguntó Mardo con sorna.
- Eso lo dices tú, no yo -contestó Olimpo, apurando una copa.
Se me ocurrió pensar que mientras Olimpo conocía una indecorosa parte de esta faceta de mi vida, yo en cambio jamás conocería nada de la suya. El jamás la compartiría conmigo, como yo me había visto obligada a compartir la mía con él: un extraño privilegio del que sólo gozaban los médicos. Esto no bastó sin embargo para que disminuyera mi curiosidad.
- ¿Se reunirá Dorcas con nosotros más tarde? -pregunté. Aún no la conocía.
- No, está en la Biblioteca. Y además tú no la invitaste.
- Eso son figuraciones suyas. La invitación era para los dos, naturalmente.
- Se lo diré más tarde.
Me pregunté por qué no habría querido llevarla, pero ya lo averiguaría a su debido tiempo. Todo se averigua en su momento.
- Me complace estar rodeada de todo aquello que una reina pudiera desear -dije, levantando la voz para que me prestaran atención-. En eso soy rica. Tengo los mejores y los más leales ministros del mundo y un hijo del que cualquier madre se sentiría orgullosa y que cualquier reina desearía como sucesor. -Cesarión sonrió ruborizado-. Por favor, alegrémonos juntos.
Hice una seña a los criados y éstos empezaron a pasar copas de vino y bandejas de exquisitos manjares.
A la primera ocasión que tuvo, Mardo me dijo en un susurro:
- Acaban de llegar unos partos, pidiendo una alianza.
- ¿Son embajadores oficiales o ciudadanos privados? -pregunté.
- Ciudadanos -contestó Mardo-. Dicen que han sido enviados para tantear la situación, y que en caso de que la respuesta sea favorable se enviarán embajadores con un ofrecimiento oficial.
- ¡La Partia! -exclamé-. Me sorprende. ¿Crees que han venido a espiar porque pretenden atacarnos?
Estaban demasiado lejos como para que les interesaran las alianzas, pensé, pero no lo suficiente como para no albergar propósitos de conquista.
- No, creo que están a la defensiva por el previsto ataque romano y que andan buscando ayuda donde sea. A lo mejor lo ven todo blanco o negro: Roma, el Occidente, contra Oriente. Muchas personas lo ven así. ¿Se equivocan?
- Tal vez no.
A lo mejor todo era muy sencillo. Los romanos, que eran el Occidente, proseguirían su expansión hacia Oriente hasta que tropezaran con una piedra, ¿los partos?, ¿los indios? ¿Avanzarían como las olas del océano hasta que finalmente encontraran una barrera?
- ¿Quieres recibirlos en audiencia o quieres que los despida? -me preguntó Mardo.
Estuve tentada de recibirlos. En algún momento había acariciado la idea de una alianza oriental. Me atraía la idea de aliarme con Nubia, Arabia, la Partia, la Media y tal vez incluso los pueblos del flanco meridional del Parapamisos y hacer un frente común contra los romanos.
Pero a la fría luz de la razón, la idea no se sostenía en pie.
Egipto estaba situado demasiado al oeste, separado de todas aquellas tierras por un anillo de provincias romanas: Siria, Asia, el Ponto y los reinos clientes todavía no del todo digeridos, como Judea y Armenia. Estábamos aislados, y obligados por tanto a tratar directamente con los romanos y a llegar a un acuerdo con ellos.
- Despídelos -contesté-, pero primero escucha sus propuestas. Entérate de cuáles son sus posibilidades contra los romanos. Averigua cuál es su situación militar, y después envíalos de nuevo a Fraaspa, Ecbatana, Susa o la ciudad de donde procedan.

Other books

Educating Aphrodite by Kimberly Killion
One Door Closes by G.B. Lindsey
Monstrous Beauty by Marie Brennan
A Judgement in Stone by Ruth Rendell
The Marriage Secret by Kim Lawrence
Treasured Dreams by Kendall Talbot