La señal de la cruz (24 page)

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Authors: Chris Kuzneski

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: La señal de la cruz
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Mientras andaban por el pasillo, la cabeza de Jones no paraba: intentaba memorizar el plano del lugar y a la vez averiguar lo que había sucedido. ¿Un asesinato? ¿Un secuestro? ¿Una violación? Lo único que llamaba la atención era el precinto policial que sellaba el servicio de mujeres. Jones quería acercarse para mirar más de cerca, pero le bloqueaba la vista un hombre imponente, con un traje elegante, que parecía estar interrogando a un detective, y no a la inversa. Le pareció extraño, así que tomó nota del tipo, pensando que probablemente más tarde jugaría algún papel en todo aquello.

Poco podía imaginar entonces que sus caminos volverían a cruzarse con consecuencias mucho peores.

36

M
ientras tomaba un café, Payne hojeó los documentos de la policía hasta que Frankie condujo a Jones a la sala trasera de la biblioteca. Payne se dio cuenta de que Jones estaba confundido, porque sus orejas se habían puesto rojas, y eso le sucedía solamente cuando estaba asustado o confuso.

—D. J., me alegro de que lo hayas conseguido. Tenemos mucho de que hablar.

Jones miró a Frankie y luego a Payne, intentando descubir la conexión. Finalmente decidió que era más fácil preguntar.

—Jon, ¿te importa si hablamos a solas un momento?

Payne se volvió hacia Frankie.

—Campeón, ¿le traerías una taza de café a Jon?

Jones esperó a que Frankie saliera de la habitación antes de decir nada.

—¿Qué coño está pasando? Te dije que curiosearas un poco, ¡no que contrataras a un becario!

—Tranquilízate. Frankie nos ha estado ayudando. Ha hecho más por nosotros de lo que te imaginas.

—¿Ah, sí? ¿Como qué? —preguntó Jones, desconfiado.

—Primero, Frankie no es un becario. Es el encargado de prensa de esta universidad, lo que significa que está al tanto de la información que tiene la policía antes de que la publiquen los medios. —Mantuvo la vista fija en una de las pilas de libros mientras hablaba—. Segundo, tiene acceso legal a todos los edificios del campus, lo que seguramente nos será útil; y tercero, hace un café muy bueno. Tienes que probarlo.

La mirada de Jones se suavizó junto con el rojo de sus orejas.

—¿Qué sabe sobre nosotros? Espero no haber estropeado nada llamándote Jon.

—En absoluto. He sido honesto con él desde el principio. Le he dicho nuestros verdaderos nombres, que estamos
trabajando
para la
CIA
, y que estamos buscando a Boyd. También le he dicho que queríamos mantener un perfil bajo, así que nos ha dejado entrar en su oficina.

—¿Y él está de acuerdo con todo? ¿Qué gana con ello?

—La oportunidad de vivir un sueño. Supongo que tú no eres el único al que le gustaría ser un superespía.

Jones ignoró el comentario.

—¿Qué más te ha dicho tu nuevo amiguito?

—Parece que Boyd y la mujer estuvieron aquí varias horas investigando algo hasta que un guardia los vio. Cuando intentó detenerla, ella le dio una paliza y fue corriendo a advertir a Boyd. Entonces, de alguna manera, llegaron hasta la terraza y escaparon de un equipo entero de la unidad antiterrorista.

—¿Desde la terraza? ¿Había otro helicóptero?

Frankie entró justo para oír el comentario.

—¿Qué quiere decir con otro?

Payne intentó explicárselo lo mejor que pudo.

—La policía estuvo muy cerca de coger a Boyd en Orvieto antes de que él les derribara un helicóptero.

—¿Él derribó un helicóptero? ¿Con qué? ¿Una arma grande?

Payne se encogió de hombros.

—Tratamos de investigar el sitio, pero se habían llevado los restos.

—¿Y eso es normal?

—No en nuestro país.

—Un colega nuestro hizo unas fotografías del lugar, pero aún no hemos podido revelarlas. La verdad es que esperamos que puedan aclarar parte del misterio.

Frankie alzó las cejas.

—¿Todavía tenéis el carrete?

—Tal vez —respondió Jones—. ¿Por qué?

—Porque aquí hay un laboratorio de fotografía. Puedo revelarlas ahora si queréis.

Complacido por la noticia, Payne miró a Frankie y dijo:

—Sí, queremos.

—¡Perfecto! ¡Dame la película y en seguida lo hago!

A regañadientes, Jones le entregó el carrete y lo observo marcharse. En el instante en que se hubo marchado, dijo:

—Espero que no te equivoques con este tipo. Acabamos de darle pruebas muy importantes a un extraño. Ni siquiera…

—¡Relájate! Tengo un buen presentimiento con respecto a Frankie. Nos va a ayudar mucho.

Como si lo hubiesen llamado, Frankie volvió a entrar en la habitación con una fotocopia en la mano.

—Entrega especial,
signor
Payne. Creo que tenéis que ver esto. —Y subrayó la frase besándose la punta de los dedos en un típico gesto italiano—. El vigilante tenía razón. ¡Esta mujer es bellissima!

—¿En serio? —Jones cogió la fotografía antes que Payne—. ¡Uuauu! No es ninguna broma. Esta mujer es muy hermosa. ¿De dónde la has sacado?

—La
polizia
la ha encontrado en los vídeos de seguridad, yo la he cogido de ellos. Espero que estéis contentos.

—Muy contentos —dijo Payne—. ¡Enormemente contentos!

Frankie se hinchó de orgullo.

—¡Bien! ¿Algo más antes de que vaya a revelar la película?

Payne negó con la cabeza y esperó a que Jones respondiera, pero su amigo estaba en otro planeta, contemplando con avidez los rasgos de la mujer. La intensidad de su mirada le dijo a Payne que su interés no era sólo profesional.

—¿D. J.? ¿Qué dices? ¿Necesitamos algo más?

Jones lo miró sonriendo.

—Nada más que tiempo. Dame algo de tiempo, y esta mujer es mía.

37

E
l almacén abandonado estaba infestado de arañas, pero a Mana Pelati no le importó, porque era un lugar seguro donde descansar. El doctor Boyd se sentía igual, a pesar de que le llevó mucho más tiempo hacerse a la idea. Dormir como un vagabundo le parecía indigno, hasta que se tumbó sobre el suelo de hormigón. En unos segundos, su cuerpo le dio su aprobación.


Professore
—dijo ella, acomodando unos trapos bajo su cabeza a modo de almohada—. ¿Puedo hacerle una pregunta personal? Me preguntaba si alguna vez ha estado casado.

—Debí haberlo adivinado: la vieja pregunta que me ha perseguido durante años. No, querida, nunca he estado casado. Entre mis clases y los viajes, nunca he encontrado a la persona adecuada… ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué no hay ningún hombre en tu vida?

—En cierto modo creo que estoy siguiendo sus pasos. He estado trabajando demasiado y durante mucho tiempo como para estropear ahora las cosas, sobre todo cuando tengo mi doctorado tan cerca. Pero le digo una cosa: una vez que haya obtenido el título, mi vida va a cambiar drásticamente.

—¿Así de fácil?

—Sí, así de fácil —le aseguró—. Siempre he querido tener una familia. Así que llegará un momento, en un futuro próximo, en que mi vida personal se convertirá en la prioridad número uno. Y cuando eso suceda, cuídese. Ningún hombre del planeta estará a salvo.

—Una chica hermosa como tú no tendrá ninguna dificultad para encontrar un pretendiente, o miles, para el caso.

María se sonrojó por el cumplido.

—¿Y qué piensa tu familia de todo esto? Te he oído quejarte de tu padre en más de una ocasión. ¿Realmente desprecia lo que haces tanto como dices?

Sus mejillas enrojecieron todavía más.

—No creo que sea tanto que desprecie lo que hago como que me desprecia a mí. Mi padre tiene una mentalidad anticuada, según la cual las mujeres son el sexo más débil y tonto. El cree de verdad que fuimos puestas en la tierra para servir a los hombres.

—¡Anticuado, ciertamente! ¿Y qué piensa tu madre sobre sus bárbaras ideas?

Ella tardó un poco en responder.

—Ojalá lo supiera, señor… Mi madre murió antes de que pudiera preguntárselo.

—Ay, María, no tenía ni idea. Siento mucho haberlo mencionado.

—No se preocupe. Creo que me hace bien hablar un poco de estas cosas.

Boyd le sonrió y luego se acostó nuevamente, dispuesto a escuchar.

—Cuando era niña, mi madre y yo éramos muy buenas amigas. Jugábamos juntas, íbamos al parque, leíamos. Mi padre no le permitía trabajar, teníamos personal de servicio que se ocupaba de la casa, así que ella tenía mucho tiempo para estar conmigo. Y le diré que era la mejor madre del mundo. Muy cariñosa y considerada. Siempre estaba animándome para que luchara por lo que quería. Era exactamente como uno quiere que sean sus padres…

Su voz se apagó mientras buscaba las palabras para continuar.

—Por desgracia, mi padre era todo lo contrario, por lo menos conmigo. Tengo dos hermanastros, y mi padre los adoraba. Sobre todo a Roberto. Siempre llenándolo de cumplidos, hablando con orgullo de sus capacidades… Lo llevaba con él al trabajo y a sus viajes de negocios. Pero yo no estaba celosa; yo tenía a mi madre, y mis hermanos tenían a mi padre. Simplemente pensaba que así debían ser las cosas. —Hizo una pausa, y sus ojos se quedaron fijos en la luz de la luna que entraba a través de las sucias ventanas del almacén—. Al menos así pensaba hasta que cumplí nueve años. —Respiró hondo—. Nunca había oído a mis padres discutir hasta ese año. Y esa vez discutieron de verdad. Hubo gritos, llantos, y amenazas de todo tipo. Fue una pesadilla. Las dos personas que más me importaban en el mundo se estaban enfrentando en una batalla feroz. Cuando eres un niño, en una situación así nunca gana nadie. Y por si eso de por sí no fuera lo suficientemente malo, aún fue peor cuando averigüé por qué estaban discutiendo.

—¿Y por qué era?

—Discutían por mí. —Movía la cabeza asintiendo lentamente, como si todavía estuviese aceptando aquel hecho—. Estaban en la cocina, y mi padre estaba gritándole. Tenía las venas del cuello hinchadas. Todavía encuentro esta parte difícil de creer, pero mi padre le ordenaba que se alejara de mí. Le dijo que yo era una niña y que nada podía cambiar el hecho de que era una inútil. Le insistió en que prestara más atención a mis hermanos porque ellos todavía tenían la oportunidad de hacer algo importante. ¿Puede creerlo? Tenía nueve años, y mi padre ya me estaba abandonando.

Boyd no sabía qué decir.

—Mi madre le replicó que yo podía ser tan buena como un hombre, pero él se rió. Literalmente se rió en su cara. Después, cuando dejó de reírse, le dijo que iba a enviarme a un internado para no tener que ocuparse de mí nunca más.

—No puede ser cierto.

María lloraba.

—Yo ni siquiera sabía lo que era un internado, pero por la reacción de mi madre vi que no era nada bueno. Rompió a llorar y salió corriendo de la cocina.

—¡Dios mío! ¿Y te enviaron fuera?

Asintió.

—Tenía nueve años, y me enviaron a la Escuela Femenina Cheltenham.

—¿La que está en Gloucestershire? Es un lugar excelente, querida.

—Puede que sí, pero no pudo compensar las cosas que me quitaron.

Boyd se avergonzó al oír el tono de su voz.

—María, no he querido decir que…

Poco a poco la rabia de la mirada de ella se fue suavizando.

—Ya lo sé. Al menos tuvieron la decencia de darme una buena educación, ¿no? Bueno, eso fue obra de mi madre, no de él. Ella pensó que ya que no podía impedir que me enviara fuera, lo menos que podía hacer era encontrar para mí una escuela donde trataran a las mujeres con respeto. ¿Y sabe qué? En general, las cosas salieron bien. Una vez que me adapté, comencé a desarrollarme bien en mi nuevo entorno. Conocí chicas de diversos países y de educaciones muy distintas. Aprendí seis idiomas. De hecho, llegó un momento en que empecé a despreciar todo lo italiano. La lengua, la cultura, la comida… Pensé que si yo no era lo suficientemente buena para Italia, entonces Italia tampoco era buena para mí. Hasta mucho después no volví a pisar este país.

—¿Ni siquiera en vacaciones?

—¿Por qué iba a querer estropearme las vacaciones? En Roma no había nada, excepto mi padre, y él no quería tener nada que ver conmigo, ¿recuerda?

—¿Y tu madre? —preguntó él con delicadeza—. Supongo que habría muerto al poco de irte tú.

María volvió a inspirar hondo.

—Mi madre me llamó unas semanas después de que llegué a Inglaterra. La llamada iba contra las reglas, pero se las arregló para que me la pasaran diciendo que se trataba de un asunto familiar urgente. Yo supuse que iba a darme noticias horribles, la directora estaba pálida cuando vino a buscarme, así que ¿qué otra cosa podía ser?, pero estaba totalmente equivocada. Mi madre estaba eufórica. Me dijo que había estado pensando cómo llevarme de vuelta a casa y que finalmente había descubierto una manera de hacerlo. No quiso decirme cómo, pero me aseguró que iba a estar a su lado muy pronto.

»Como puede imaginarse —continuó—, yo estaba feliz. Corrí a mi habitación y empecé a hacer las maletas, pensando que ella estaría en la puerta esa misma noche. Por supuesto, no lo estaba. Ni tampoco la noche siguiente, ni la otra. Por fin, después de dos meses, la directora me mandó a buscar de nuevo, con una expresión todavía peor que la de la primera vez. Cogí el teléfono ansiosa por oír la voz de mi madre, pero no era ella. Era mi hermano Roberto. Sin decirme ni hola, me informó de que mi madre había muerto hacía un par de meses, pero que la investigación oficial no había concluido hasta ese día. La corte italiana dictaminó que, después de mi partida, había caído en una depresión y se había suicidado.

Boyd dio un respingo al oírlo. Lo pilló de sorpresa.

—Ya era bastante malo que mi madre hubiera muerto, pero que me dijeran que yo había sido el motivo… —Se detuvo para recuperar el aliento—. Que me lo comunicaran varias semanas después de su muerte, y una de las personas que había hecho que me internaran, bueno, eso de alguna forma fue todavía peor.

Boyd siempre había pensado que María era una niña rica y consentida, que estaba entreteniéndose hasta heredar el trono de su padre, el ministro de Antigüedades. Ahora sabía que no era así. El viaje le había revelado un lado de María que no sabía que existiera. Era una luchadora.

—Y por curiosidad, ¿cómo es ahora tu relación con tu padre?

María se secó los ojos mientras buscaba las palabras adecuadas.

—No la llamaría cordial, pero es una parte importante de mi vida.

—¿Lo dices en serio? Me sorprende mucho, teniendo en cuenta la historia que acabas de contarme.

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