La séptima mujer (14 page)

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Authors: Frederique Molay

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: La séptima mujer
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—Valérie Trajan estaba embarazada de un mes —anunció la doctora Vilars con voz lúgubre.

¿Cómo era posible? ¿Cómo poseía esa información el asesino? ¿Y qué papel desempeñaba Alexis en ese macabro plan? Esas preguntas lo atormentaban mientras Armelle proseguía con la autopsia.

—Vaya…

—¿Qué pasa? —interrogó Nico, impaciente.

—La señora Trajan debía de llevar lentes de contacto… Pero en el ojo derecho no hay, debió perderla. Extraigo la del ojo izquierdo. Enviaré a analizar la lentilla y el material genético tomado de la superficie.

—Comprobaré si las utilizaba —comentó Nico.

—No tenemos gran cosa que llevarnos a la boca —concluyó—. Les precisaré la hora de la defunción. Basándome en las primeras constataciones, sucedió a primera hora de la tarde. Entraré en detalles y le presentaré un informe por la mañana, señor juez.

Eran las cuatro de la madrugada. Nico quedó con Becker una hora más tarde en el «36», y se escapó a toda prisa del Instituto Médico Forense. Realmente el lugar no le gustaba y tenía mucho trabajo por delante.

Cuanto subió al coche, Nico decidió que ya era hora de avisar a Cohen. Lo llamó a su casa y comenzó a hacerle el resumen de los acontecimientos de la noche. No tenía por costumbre exponerle todos los elementos del desarrollo de una investigación, pero se encontraba doblemente implicado y no podía dejar a su superior en la ignorancia de los hechos. La exposición terminó de despertar a Cohen del todo, el cual decidió unirse a la brigada criminal. Después Nico se puso en contacto con Jean-Marie Rost, quien seguía en el lugar del asesinato con los equipos del «36».

—Marc Walberg está muy atareado con el mensaje del asesino —explicó el comisario—. Ya lo conoces, no hay que molestarlo. Ha prometido que tendrá sus conclusiones para la reunión de las cinco. Hemos registrado de arriba abajo el piso de los Trajan. Tenías razón, la víctima era bastante desordenada: su ropa está desperdigada por el ropero, la ropa interior aquí y allá en los cajones… La chica no era de las que colocan sus zapatillas como las hemos encontrado. Ya veremos si sacamos alguna cosa en claro. El señor Trajan se ha presentado poco después de que te fueras. Está conmocionado. Lo he enviado al hospital. Lo interrogaré un poco más tarde y llamaré a su empresa cuando abran.

—Escucha, me gustaría que comprobaras una cosilla —continuó Nico—. Mira a ver si puedes encontrar unas lentes de contacto en el cuarto de baño o en el dormitorio. Parece que la víctima las llevaba.

—Ahora mismo me pongo a ello. Luego te veo.

Colgaron. Nico llegó al 36 del Quai des Orfèvres y se dirigió inmediatamente a las dependencias destinadas a la brigada criminal. Entre los pisos había redes tendidas por si acaso alguien se sentía tentado de arrojarse al vacío. En cada rellano se habían instalado vitrinas donde se exponía una importante colección de medallas y uniformes. La Sociedad de Amigos de la brigada criminal las aprovechaba para pegar en ellas carteles que anunciaban la fiesta del vino joven Beaujolais, los festejos de Navidad del personal, la comida de los veteranos… Su espíritu de compañerismo se movilizaba cuando había una buena razón para hacerlo: el fallecimiento en servicio de uno de los suyos, por ejemplo.

Nico se refugió en su despacho. Su teléfono móvil indicaba que su hermana había tratado de localizarlo en varias ocasiones durante la noche. Marcó su número.

—¡Por Dios, Nico! ¿Qué ocurre? Alexis está fuera de sí y dos policías siguen con él en su consulta.

—Perdona, Tanya. Tendría que haberte llamado para explicártelo, pero reconozco que no he tenido ni un solo minuto para mí. Y además, todo esto es tan extraño…

—¿Pero qué es «todo esto»? Te lo ruego, dímelo.

—Estoy con un caso de asesinatos en serie. Alexis posee datos confidenciales sobre las víctimas.

En el otro extremo se hizo el silencio.

—¿Tanya? Escucha, Alexis no entiende nada y nosotros tampoco. Lo que parece seguro es que el criminal ha decidido meterse también conmigo. No me extrañaría que intentase implicar a los miembros de nuestra familia… Sólo hemos de comprobar dos o tres cosillas.

—¿Pero al menos no sospecharás de Alexis?

—Por supuesto que no, pero no estoy solo. Hay que descubrir lo antes posible quién nos manipula. He pedido que os pongan bajo vigilancia policial. Te aconsejo que no vayas a trabajar hasta nueva orden. No llevéis a los niños al colegio. Quedaos en casa por el momento.

—Me das miedo, Nico. Nunca antes habíamos tenido que enfrentarnos a una situación así…

—Lo sé, lo siento muchísimo, créeme.

—¡Prométeme que encontrarás al que ha hecho esto!

—Ahora eres tú la que duda de mí. ¿Te he dejado en la estacada alguna vez?

—Por supuesto que no.

—Entonces, dame algunos días y esta historia estará resuelta, te lo prometo.

—¿Has pensado en Dimitri? ¿Y en mamá? ¿No corren peligro?

Nico suspiró; a decir verdad, no tenía ni idea.

—Dile a mamá que se instale en tu casa hasta el domingo; no podré obtener bastantes refuerzos para garantizar vuestra seguridad si estáis dispersados. Telefonearé a Sylvie más tarde.

—De acuerdo, y si necesitas que Dimitri venga a casa, no hay problema.

—Gracias. ¿Caroline se ha ido?

—Justo después de ti; no está al corriente de nada. Sólo ha visto que Alexis no estaba en su estado normal. No me extrañaría que llamase hoy para asegurarse de que todo va bien. ¿Qué debo decirle?

—Yo me encargo.

—¡Lo habría jurado! Estás colado por ella, se ve a la legua.

—Tanya…

—No lo niegues. Tienes buen gusto. Ella merece la pena, es evidente. Estoy segura de que ha notado el interés que sientes por ella.

—¿Por qué lo dices?

—¡Nico, te has comportado como un adolescente! ¡La devorabas con los ojos! Durante un instante creí que ibas a abalanzarte sobre ella… Así que si piensas que no se ha dado cuenta de nada, no te pases, te estás engañando.

—Oh…

—Aprovecha la oportunidad, Nico. Bueno, te dejo trabajar. Tenme al corriente, por favor.

Colgó. Se había puesto a pensar de nuevo en Caroline.

Incertidumbres
11

Las cinco de la mañana. Acababan de tomar asiento alrededor de la mesa rectangular del despacho. Alexandre Becker había adoptado una actitud altiva. Era el jefe y resultaba evidente que pretendía marcar bien su territorio. Los oficiales de la policía judicial se limitaban a ejecutar los mandatos del juez y sólo realizaban actos de instrucción si estaban autorizados por comisión rogatoria. El juez era quien concedía más o menos autonomía operativa a la policía, según su criterio. Nico no apreciaba la suficiencia de ese hombre. Pero los sentimientos personales no debían enturbiar las relaciones entre la policía y la justicia, y Nico sabía que debía guardarse sus impresiones para sí.

—Empecemos y seamos concretos —comenzó—. Os propongo que hagamos el balance de la investigación, y luego estableceremos un plan de actuación.

Todos asintieron con la cabeza.

—¿Rost? ¿Qué habéis sacado de los interrogatorios de los vecinos?

—Cero patatero. Sin duda la joven abrió la puerta a su asesino. No hay ninguna marca de allanamiento ni ruidos sospechosos en el edificio. Nadie vio ni oyó nada.

—¿Las agendas del marido y de los Glucksman? —continuó Nico.

—Trajan está tan conmocionado que todavía es imposible interrogarlo —respondió Joél Théron—. Lo hemos llevado directamente al hospital, donde se encuentra bajo vigilancia policial. Llamaré a su despacho por la mañana. Por lo que respecta a Glucksman, está fuera de sospecha. Lo hemos comprobado: efectivamente, estaba de viaje por asuntos de trabajo. Dos de sus colegas estuvieron con él todo el día. Su mujer es comerciante y había decidido tomarse el día libre.

—¿Y Valérie Trajan?

—Farmacéutica, empleada en una farmacia el ochenta por ciento del tiempo —prosiguió el comandante Théron—. Nunca trabajaba los miércoles. Una costumbre que valoraba especialmente para cuando tuviera hijos…

—¿Qué nos dice Walberg acerca de la escritura del asesino? —prosiguió Nico.

—Los dos mensajes son del mismo autor —expuso Jean-Marie Rost—. El hecho de que sea zurdo está totalmente confirmado. A pesar de todo, hay una diferencia notoria: aparecen crestas, temblores y aumenta el ángulo de contacto.

—¿En definitiva? —interrogó Cohen, impaciente.

—Hay menos regularidad en el trazo de la escritura, más nerviosismo o excitación durante la ejecución.

—Quiero que Walberg haga un estudio comparativo con la grafía del doctor Alexis Perrin —ordenó Nico.

—Me parece una excelente idea —comentó Michel Cohen.

—Yo me ocupo de ello —respondió el comisario Rost.

—¿Y el registro del piso de los Trajan? —continuó Nico.

—No hemos encontrado nada —dijo Rost, desanimado—. Sólo la certeza de que Valérie Trajan era bastante desordenada y que seguramente fue el asesino quien colocó las zapatillas, como observaste enseguida. Están en el laboratorio al igual que su ropa y sus zapatos. Por cierto, no encontré ni rastro de las lentes de contacto.

—Es imposible, ¿miraste por todas partes? —reaccionó Nico.

—En todos los rincones; comprendí que era importante. Y según Florence Glucksman, Valérie Trajan no tenía problemas de vista.

—Qué extraño… La doctora Vilars ha encontrado una lentilla en el ojo izquierdo de la víctima y en el derecho no…

—Tengo la solución a ese enigma —intervino Kriven—. En el contenido del aspirador de Vidal, el laboratorio ha hallado una lentilla. Han llamado cinco minutos antes de la reunión para comunicármelo. El laboratorio está comparando los dos ejemplares así como las muestras de ADN de cada una.

—La explicación más plausible sería que Valérie Trajan hubiera perdido una lentilla durante la agresión —apuntó Nico—. ¿Pero por qué no hemos encontrado lentillas de repuesto en su casa y por qué su amiga nos ha dicho que su vista era perfecta? Tenemos que preguntárselo al marido. Por otra parte, hemos recogido un mechón de pelo rubio sobre el cuerpo de la víctima que dejó entre sus pechos para nosotros. El laboratorio de la policía científica lo está examinando. Por lo que respecta a los cabellos morenos descubiertos sobre la hoja del puñal que se usó en el asesinato de Chloé Bartes, tendremos los primeros resultados a lo largo de la mañana. En cuanto a la sangre utilizada por el criminal para redactar sus mensajes, muy probablemente se trata de la de las víctimas, pero no debemos pasar nada por alto.

Nico hizo una pausa. No quería monopolizar la palabra, ni dirigir una reunión que en principio era responsabilidad de su jefe o del juez de instrucción.

—Y con respecto a la cuerda y a la técnica del nudo marinero, ¿habéis hecho progresos? —interrogó Alexandre Becker, demostrando que se había leído el expediente.

—Se trata, en efecto, de la misma muestra de cuerda en los dos primeros casos —respondió Nico—. Los «nudos de amor» han sido realizados por un zurdo. Théron, ¿tienes elementos de comparación con el tercer caso?

—Otra vez un zurdo, otra vez el «nudo de amor». La cuerda está siendo analizada.

—Los pechos de la víctima también han sido amputados —prosiguió Nico—. E intercambiados por los de Chloé Bartes. Por último, la autopsia ha demostrado que Valérie Trajan estaba embarazada de un mes.

—¿Cómo es posible? —vociferó el juez Becker—. Es evidente que el asesino tiene acceso a datos médicos confidenciales. En todo caso, puesto que los embarazos son incipientes, significa que el criminal elige a sus víctimas poco tiempo antes de actuar. Por lo que necesita darse prisa para prepararse; sin embargo, controla perfectamente los parámetros de lugar y tiempo de cada una de las víctimas y de su entorno. Trabajan, no trabajaba ese día y él lo sabía… ¿Y el tal Alexis Perrin? ¿Es nuestro principal sospechoso?

Se produjo un incómodo silencio.

—El doctor Perrin es el cuñado del comisario de división Sirsky —declaró Cohen—. La coincidencia es extraña, sobre todo sabiendo que el asesino ha decidido tomarla directamente con Nico a través de mensajes dirigidos a él. Así que no nos precipitemos. Seguramente el asesino nos tiende una trampa. Por supuesto, eso nos coloca en una situación delicada. Por ahora, no se trata de apartar a Nico de la investigación. Él es el jefe de la brigada criminal, necesitamos su experiencia. Además, una decisión así es lo que querría el asesino.

Las miradas se volvieron hacia el juez Becker. La pelota estaba en su campo. Suspiró.

—Bien, comunicaré su postura al señor fiscal. Por ahora, sigamos igual. Le concedo el beneficio de la duda al comisario Sirsky; conozco su aptitud para no perder el rumbo. Pero me reservo el derecho de retirarle del caso en cualquier momento, compréndame… Ahora, señor Sirsky, hábleme de la implicación de su cuñado en esta historia…

Nico relató los hechos y precisó que Bastien Gamby se había unido a la investigación.

—¿Bastien Gamby? —interrogó el juez de instrucción.

—El informático del servicio de documentación de la sección antiterrorista —respondió Nico—. No tenemos a nadie mejor que él. La SAT está muy solicitada últimamente, pero he pensado que la gravedad de nuestro caso requería la intervención de Gamby. ¿Algo que añadir, Kriven?

—He sacado a Bastien de la cama al amanecer y se ha reunido conmigo en la consulta del doctor Perrin. Os comunico sus conclusiones. Alexis Perrin dispone de intranet, es decir, que está conectado en red con una secretaría a distancia para la gestión de sus citas. Esta práctica es cada vez más habitual. De esta forma, una secretaria se hace cargo de la agenda de varios médicos, contesta a sus llamadas telefónicas y concierta sus citas. Los hackers pueden entrar fácilmente cuando se trata de una intranet, porque los usuarios a veces se conectan a páginas específicas, por ejemplo a una página médica especializada, y dejan las huellas de su dirección informática, o sea, las claves de entrada para el hacker. Un informático puede entonces transferir cualquier dato a cualquier fichero del internauta e incluso a cada miembro de la red.

—¿Sabemos si ha habido piratería? —cortó el juez Becker.

—No. Gamby ha instalado programas de control en el material de Perrin, y a partir de ahora, si alguien intenta introducirse en el disco duro, lo detectaremos.

—Entonces, ¿el doctor Perrin habría podido crear él mismo los expedientes médicos de las tres víctimas? —insistió Alexandre Becker.

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