La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (10 page)

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No fui del todo sincera con usted en mi última carta. Quería ser delicada y no le hablé de todo lo que sé de ese grupo y de su fundadora, Elizabeth McKenna. Pero ahora veo que debo revelarlo todo.

Los miembros de la Sociedad se han confabulado entre ellos para criar a la hija ilegítima de Elizabeth McKenna y su amante alemán, el doctor-capitán Christian Hellman. Sí, ¡un soldado alemán! No me extraña que esté sorprendida.

Sólo estoy siendo justa. No digo que Elizabeth fuera lo que los de las clases más vulgares llaman una «caza-alemanes» que tontean con cada soldado alemán que les hace regalos.

Nunca vi a Elizabeth con medias ni vestidos de seda, de hecho no seguía vistiendo ropas atrevidas como siempre, ni oliendo a perfume parisino, ni engullendo bombones ni vino, ni FUMANDO CIGARRILLOS, como otras frescas de la isla.

Pero la verdad ya es lo bastante mala.

Éstos son los hechos lamentables: en el mes de abril del año 1942, la MADRE SOLTERA Elizabeth McKenna dio a luz a una niña en su propia casa. Eben Ramsey e Isola Pribby estuvieron presentes durante el parto; él, para sujetarle la mano a la madre, y ella, para evitar que se apagara el fuego. Amelia Maugery y Dawsey Adams (un hombre soltero, ¡qué vergüenza!) hicieron el trabajo de asistir en el parto, antes de que el doctor Martin llegara. ¿Y el supuesto padre? ¡Ausente! De hecho, se había ido de la isla hacía muy poco. «Órdenes de ir al continente», dijeron. El asunto está muy claro, cuando fue imposible negar su evidente relación ilícita, el capitán Hellman abandonó a su querida a su propia suerte.

Podía imaginarme ese escandaloso final. En varias ocasiones había visto a Elizabeth con su amante, paseando juntos, sumidos en largas conversaciones, cogiendo ortigas para hacer sopa o recogiendo leña. Y una vez, que estaban uno frente al otro, vi como él le acariciaba la cara y el pómulo con el dedo.

Aunque pensé que no serviría de mucho, sabía que era mi deber advertirla de la suerte que la esperaba. Le dije que se vería expulsada de la sociedad respetable, pero no me hizo caso. De hecho, se rió. Yo lo aguanté. Luego me echó de su casa.

No estoy orgullosa de mi capacidad de conocer el futuro. No sería cristiano.

Volvamos a la niña, de nombre Christina, pero que llaman Kit. Al cabo de un año escaso, Elizabeth, tan irresponsable como siempre, cometió un acto criminal expresamente prohibido por las fuerzas de Ocupación alemana; dio refugio, alimentó y ayudó a escapar a un prisionero del ejército alemán. La arrestaron y la mandaron a una cárcel del continente.

Cuando arrestaron a Elizabeth, la señora Maugery se llevó a la niña a su casa. ¿Y desde esa noche? La Sociedad Literaria ha criado a la niña como si fuera su propia hija, llevándola de casa en casa, por turnos. Amelia Maugery asumió el papel principal en la manutención de la niña, junto con otros miembros de la Sociedad, que se la llevan, como si fuera un libro de la biblioteca, durante semanas enteras.

Todos ellos mecieron a la niña en las rodillas, y ahora que ya camina, va a todas partes con uno u otro, de la mano o subida a sus hombros. ¡Tales son sus principios! ¡Usted no puede ensalzar a gente así en el
Times
!

Ya no la volveré a molestar más. He hecho lo que he podido. Medítelo bien.

ADELAIDE ADDISON

Telegrama de Sidney a Juliet

20 de marzo de 1946

QUERIDA JULIET: VIAJE A CASA POSPUESTO. CAÍ CABALLO, ROMPÍ PIERNA. PIERS ME CUIDA. BESOS. SIDNEY.

Telegrama de Juliet a Sidney

21 de marzo de 1946

¡OH! DIOS, ¿QUÉ PIERNA? LO SIENTO MUCHO. BESOS. JULIET.

Telegrama de Sidney a Juliet

22 de marzo de 1946

FUE LA OTRA. NO TE PREOCUPES, DUELE POCO. PIERS EXCELENTE ENFERMERA. BESOS. SIDNEY.

Telegrama de Juliet a Sidney

22 de marzo de 1946

MUY CONTENTA QUE NO SEA LA QUE TE ROMPÍ YO. ¿QUIERES ALGO PARA LA CONVALECENCIA? ¿LIBROS, DISCOS, FICHAS DE PÓQUER, MI SANGRE?

Telegrama de Sidney a Juliet

23 de marzo de 1946

NI SANGRE, NI LIBROS, NI FICHAS DE PÓQUER. SIGUE ENVIANDO CARTAS LARGAS PARA ENTRETENERNOS. BESOS, SIDNEY Y PIERS.

De Juliet a Sophie

23 de marzo de 1946

Querida Sophie:

Sólo he recibido un telegrama, así que sabes más que yo. Pero sean cuales sean las circunstancias, es del todo ridículo que te estés planteando ir a Australia. ¿Qué pasa con Alexander? ¿Y Dominic? ¿Y tus corderos? Te añorarían mucho.

Detente y piensa un momento, y te darás cuenta de que no debes preocuparte. Primero de todo, Piers se ocupará perfectamente bien de Sidney. Segundo, mejor que sea Piers y no nosotras, ¿te acuerdas de lo mal paciente que fue Sidney la última vez? Deberíamos estar contentas de que esté a miles de kilómetros de aquí. Tercero, durante años Sidney ha estado tan tenso como la cuerda de un arco. Necesita un descanso, y con la pierna rota puede que sea la única manera de que se tome uno. Y lo más importante de todo, Sophie: no nos quiere allí.

Estoy totalmente segura de que Sidney preferiría que escribiera un nuevo libro antes de que apareciéramos en Australia, así que pienso quedarme aquí, en mi aburrido piso, y tratar de encontrar un tema para el libro. Tengo una pequeñísima idea, aunque demasiado vaga para arriesgarme a decírtelo incluso a ti. En homenaje a la pierna de Sidney, voy a dedicarle tiempo y a alimentarla, para ver si la puedo hacer crecer.

Y ahora sobre Markham V. Reynolds (hijo). Tus preguntas con respecto a ese caballero son muy delicadas, muy sutiles, como dar con un mazo en la cabeza. ¿Si estoy enamorada de él? ¿Qué clase de pregunta es ésta? Es como una tuba entre flautas, y espero más de ti. La primera regla del cotilleo es llegar de manera indirecta. Cuando tú empezaste a marearme escribiéndome cartas sobre Alexander, yo no te pregunté si estabas enamorada de él, te pregunté cuál era su animal preferido. Y tu respuesta me dijo todo lo que quería saber de él. ¿Cuántos hombres admitirían que les gustan los patos? (Esto nos lleva a una cuestión importante, no sé cuál es el animal favorito de Mark. Dudo que sea un pato.)

¿Puedo hacerte algunas sugerencias? Podrías preguntarme por su autor preferido (¡Dos Passos! ¡Hemingway!). O su color favorito (el azul, no estoy segura del tono, seguramente tirando a añil). ¿Baila bien? (Sí, mucho mejor que yo, nunca me pisa, pero no habla, ni tan sólo tararea mientras baila. De hecho no tararea nunca, que yo sepa.) ¿Tiene hermanos o hermanas? (Sí, dos hermanas mayores, una casada con un magnate que es un cielo y la otra, viuda desde el año pasado. Y un hermano pequeño, descartado por ser un idiota.)

Así que, ahora que ya he hecho todo el trabajo por ti, quizá tú misma te puedas responder tu propia pregunta absurda, porque yo no puedo. Me siento confundida cuando estoy con Mark, cosa que podría ser amor, o quizá no. Lo que es seguro es que no es relajante. Tengo un poco de miedo por esta noche, por ejemplo. Otra cena fenomenal, con hombres en la mesa dispuestos a participar en la conversación y mujeres saludando desde lejos con las boquillas de los cigarrillos. Ay, preferiría quedarme acurrucada en el sofá, pero no, tengo que levantarme y ponerme un vestido de fiesta. Dejando el amor a un lado, Mark ejerce una terrible presión en mi vestuario.

Bueno, cariño, no te preocupes por Sidney. Estará rondando por aquí dentro de nada.

Un abrazo,

JULIET

De Juliet a Dawsey

25 de marzo de 1946

Estimado señor Adams:

He recibido una larga carta (de hecho, ¡dos!) de una tal señorita Adelaide Addison, advirtiéndome de que no hable de la Sociedad en el artículo. Si lo hago, se lavará las manos respecto a mí para siempre. Trataré de ser fuerte para poder soportar tal desgracia. Se altera mucho con lo de las «caza-alemanes», ¿verdad?

También he recibido una carta encantadora de Clovis Fossey donde habla de poesía, y una de Isola Pribby sobre las hermanas Brontë. Aparte de deleitarme, me han dado nuevas ideas para el artículo. Entre usted, el señor Ramsey y la señora Maugery, Guernsey prácticamente está escribiendo el artículo por mí. Incluso la señorita Adelaide Addison ha hecho su aportación, desafiarla será un placer.

No sé tanto de niños como me gustaría. Soy la madrina de un niño encantador de tres años llamado Dominic, el hijo de mi amiga Sophie. Viven en Escocia, cerca de Oban, y no puedo ir a verle muy a menudo. Cuando voy, siempre me sorprendo de cómo se desarrolla su personalidad; apenas me había acostumbrado a tener un bebé entre los brazos cuando dejó de serlo y empezó a correr de aquí para allá él solo. Echo de menos cuando tenía seis meses, ¡y quién lo iba a decir: aprendió a hablar! Ahora habla solo, y eso me hace mucha gracia, porque yo también lo hacía.

Puede decirle a Kit que una mangosta es un animal parecido a la comadreja, con dientes muy afilados y muy mal genio. Es el único enemigo natural de la cobra y es inmune al veneno de las serpientes. Si no puede con las serpientes, se come los escorpiones. Quizá podría conseguirle una de mascota.

Suya,

JULIET ASHTON

P.D. Dudé en mandarle esta carta, ¿y si resulta que Adelaide Addison es su amiga? Luego pensé: «No, no puede ser»; así que aquí va.

De John Booker a Juliet

27 de marzo de 1946

Estimada señorita Ashton:

Amelia Maugery me ha pedido que le escriba, ya que soy uno de los miembros fundadores de La Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey, aunque yo sólo leí el mismo libro una y otra vez. Fue
Cartas de Séneca. Traducidas del latín en un volumen, con apéndice
. Entre Séneca y la Sociedad me mantuvieron alejado de una espantosa vida como alcohólico.

De 1940 a 1944, ante las autoridades alemanas, me hice pasar por lord Tobias Penn-Piers, mi antiguo patrón, que había huido precipitadamente a Inglaterra cuando bombardearon Guernsey. Yo era su criado y me quedé. Mi verdadero nombre es John Booker, y nací y me crié en Londres.

Junto con los otros, me cogieron en la calle después del toque de queda la noche de la cena del cerdo asado. No lo recuerdo muy bien. Imagino que iba alegre, porque normalmente lo estaba. Recuerdo a los soldados gritando con las pistolas en la mano y Dawsey sujetándome para mantenerme derecho. Luego oí la voz de Elizabeth. Hablaba de libros, no entendí por qué. Después de eso, Dawsey me llevó por los prados a gran velocidad, y luego me desplomé en la cama. Eso es todo.

Pero usted quiere saber qué influencia han tenido los libros en mi vida, y como ya le he dicho, sólo hubo uno: Séneca. ¿Sabe quién era? Fue un senador romano que escribió cartas a amigos imaginarios diciéndoles cómo debían comportarse el resto de sus vidas. Puede parecer aburrido, pero las cartas no lo son, son muy ingeniosas. Creo que se aprende más si lo que lees te hace reír.

A mí me parece que sus palabras llegan bien a la gente, a todas las personas, de cualquier época. Le daré un ejemplo evidente: coja la Luftwaffe, las fuerzas aéreas del ejército alemán, y sus peinados. Durante el Blitz, la Luftwaffe despegó de Guernsey y se unió a los grandes bombarderos que iban camino a Londres. Sólo volaban de noche, así que durante el día podían hacer lo que quisieran, como ir a St. Peter Port tal como les gustaba. ¿Y qué es lo que hacían allí? Iban a los salones de belleza, a arreglarse las uñas, a que les hicieran masajes en la cara, a hacerse las cejas, a que les ondularan el pelo y a que los peinaran. Cuando vi a cinco de ellos caminando por la calle con las redecillas, dando codazos a los isleños para que se apartaran de la acera, pensé en las palabras de Séneca sobre la guardia pretoriana. Escribió: «Cualquiera de esos soldados preferiría ver desorden en Roma antes que en su pelo».

Voy a contarle cómo me hice pasar por mi antiguo patrón. Lord Tobias quería esperar a que terminara la guerra en un lugar seguro, así que adquirió la casa solariega La Fort en Guernsey. Durante la Primera Guerra Mundial había estado en el Caribe, pero allí sufrió una grave fiebre miliar.

En la primavera de 1940 se trasladó a La Fort con la mayor parte de sus posesiones, incluyendo a lady Tobias. Chausey, su mayordomo de Londres, se había encerrado en la despensa y se negó a venir. Así que yo, su criado, vine en lugar de Chausey, para supervisar la colocación del mobiliario, ocuparme de sus ropas, lustrar la plata y encargarme de la bodega. Allí coloqué cada botella en el botellero, suavemente, como a un bebé en la cuna.

Justo cuando colgaba el último cuadro en la pared, los aviones alemanes sobrevolaron y bombardearon St. Peter Port. Lord Tobias, presa del pánico por todo el jaleo, llamó al capitán de su barco y le ordenó: «¡Prepara el barco!». Íbamos a cargar el barco con la plata, los cuadros, algunas piezas de arte y, si quedaba espacio, lady Tobias, y zarpar inmediatamente para Inglaterra.

Yo fui el último en subir a la pasarela, mientras lord Tobias gritaba: «¡Dese prisa, hombre! ¡Rápido, que vienen los alemanes!».

Mi verdadero destino se me reveló en aquel momento, señorita Ashton. Todavía tenía la llave de la bodega de su señoría. Pensé en todas esas botellas de vino, champán, brandy y coñac que no habíamos llevado al barco, y me imaginé a mí entre todas ellas. Pensé en que ya no sonaría más la campana, en que no tendría que volver a ponerme el uniforme y que no volvería a ver a lord Tobias. En definitiva, que no volvería a servir.

Me di la vuelta y volví a bajar rápidamente la pasarela. Me fui corriendo hacia La Fort y miré cómo el barco se alejaba, con lord Tobias todavía gritando. Luego entré, encendí el fuego y bajé a la bodega. Saqué un burdeos y extraje mi primer tapón de corcho. Dejé que el vino respirara. Luego volví a la biblioteca, bebí un sorbo y empecé a leer la
Guía para los amantes del vino
.

Leía sobre viñas, me ocupaba del jardín, dormía con pijama de seda y bebía vino. Y seguí así hasta septiembre, cuando Amelia Maugery y Elizabeth McKenna me vinieron a ver. A Elizabeth la conocía un poco, habíamos hablado algunas veces en el mercado, pero Amelia era una desconocida para mí. Me pregunté si habían venido a entregarme a la policía.

No. Habían ido a avisarme. El comandante de Guernsey había ordenado que todos los judíos fueran al hotel Royal para registrarse. Según el comandante, sólo querían poner «Juden» en nuestro carnet de identidad, y luego podríamos irnos a casa. Elizabeth sabía que mi madre era judía; se lo mencioné una vez. Habían ido a decirme que bajo ninguna circunstancia fuera al hotel Royal.

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