La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (8 page)

BOOK: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
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¡Ojalá hubiera sabido estas palabras el día en que vi llegar las tropas alemanas, avión tras avión, llenos de soldados, y los barcos desplegándose abajo en el puerto! Lo único que pude pensar fue «malditos sean, malditos sean», una y otra vez. Si hubiera podido pensar en el verso: «El luminoso día ha terminado y estamos destinados a la oscuridad», habría encontrado consuelo de alguna manera y habría estado preparado para ir y enfrentarme a las circunstancias, en lugar de caérseme el alma a los pies.

Llegaron aquí el domingo 30 de junio de 1940, después de habernos bombardeado durante dos días seguidos. Dijeron que no habían querido bombardearnos; que confundieron nuestros camiones de tomates del muelle con camiones del ejército. Cómo llegaron a esa conclusión, te hace pensar. Nos bombardearon, y mataron a unos treinta hombres, mujeres y niños, entre ellos, el hijo de mi primo. En cuanto vio que los aviones lanzaban bombas, se refugió debajo del camión, que explotó y se incendió. En el mar mataron a hombres que iban en botes salvavidas. Bombardearon las ambulancias de la Cruz Roja llenas de heridos. Cuando ya nadie les disparó a ellos, comprobaron que los británicos nos habían abandonado, indefensos. Siguieron sobrevolándonos pacíficamente durante dos días, y nos ocuparon durante cinco años.

Al principio, fueron tan amables como pudieron. Se tenían tan creído eso de haber conquistado un trozo de Inglaterra, que fueron lo bastante bobos para pensar que a partir de entonces estaban a un paso de desembarcar en Londres. Cuando se dieron cuenta de que eso no iba a ocurrir, volvieron a su maldad natural.

Tenían normas para todo; haced esto, no hagáis lo otro, pero siempre siguiendo con su política, intentando parecer simpáticos, como si estuvieran poniendo una zanahoria delante de la nariz de un burro. Pero nosotros no éramos burros. Así que se pusieron duros otra vez.

Para poner un ejemplo, siempre estaban cambiando el toque de queda: las ocho de la noche, las nueve, o las cinco de la tarde si estaban de mal humor. No podías visitar a tus amigos ni ocuparte de tu familia.

Al principio fuimos optimistas, estábamos convencidos de que no iban a quedarse más de seis meses. Pero su presencia se prolongó interminablemente. La comida empezó a escasear, y pronto nos quedamos sin leña. Los días nos parecían grises de tanto trabajo, y las noches, oscuras por el aburrimiento. Todos estábamos delicados de salud debido a lo poco que comíamos, y deprimidos por no saber si aquello acabaría algún día. Nos aferramos a los libros y a nuestros amigos; nos recordaban que podíamos desempeñar otro papel. Elizabeth solía recitar un poema. No lo recuerdo todo, pero empezaba: «¿Es tan poca cosa haber disfrutado el sol, haber vivido con alegría en la primavera, haber amado, haber pensado, haber actuado, haber forjado amistades verdaderas?». No lo es. Espero que, esté donde esté, lo recuerde.

Más tarde, en 1944, no importa en qué momento, los alemanes establecieron el toque de queda. La mayoría de la gente se iba a la cama alrededor de las cinco, al menos, para mantener el calor. Nos daban sólo dos velas a la semana, y luego, sólo una. Fue un enorme fastidio, estar en la cama sin ninguna luz con la que poder leer.

Después del día del desembarco aliado en Normandía, los alemanes no pudieron traer más barcos con provisiones desde Francia debido a los bombarderos aliados. Así que al final estaban tan hambrientos como nosotros; mataban perros y gatos para tener algo que comer. Arrasaron nuestros huertos, arrancando las patatas de raíz; incluso se comían las que estaban negras y podridas. Murieron cuatro soldados por comer hojas de cicuta, creyendo que era perejil.

Los oficiales alemanes dijeron que dispararían a cualquier soldado que fuera pillado robando comida de nuestros huertos. A un pobre soldado lo cogieron robando una patata. Los suyos lo persiguieron, y trepó a un árbol para esconderse. Pero lo encontraron y le dispararon para hacerle caer del árbol. Aun así, eso no les hizo renunciar a seguir robando comida. No es que esté criticando esas prácticas, porque algunos de nosotros hacíamos lo mismo. Me figuro que te desesperas cuando todas las mañanas te despiertas hambriento.

A mi nieto Eli, lo evacuaron a Inglaterra cuando tenía siete años. Ahora está aquí, tiene doce años y es alto, pero nunca perdonaré a los alemanes por haberme hecho perder esos años.

Ahora debo ir a ordeñar la vaca, pero le volveré a escribir, si usted quiere.

Le deseo que se encuentre bien de salud,

EBEN RAMSEY

De la señorita Adelaide Addison a Juliet

1 de marzo de 1946

Estimada señorita Ashton:

Perdone el atrevimiento de escribirle una carta sin que nos conozcamos, pero un indiscutible deber me lo pide. He sabido por Dawsey Adams que va a escribir un largo artículo para el suplemento literario del
Times
sobre el valor de la lectura, y que está tratando de que La Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey aparezca citada.

Qué risa.

Quizá lo reconsidere cuando sepa que su fundadora, Elizabeth McKenna, ni siquiera es una isleña. A pesar de sus aires refinados, no es más que una sirvienta de la casa de Londres de sir Ambrose Ivers, miembro de la Real Academia de Arte británica. Probablemente lo conoce. Es un retratista de bastante renombre, aunque nunca he entendido por qué. Su retrato de la condesa de Lambeth como Boudica, fustigando los caballos, fue imperdonable. En cualquier caso, Elizabeth McKenna era la hija de su ama de llaves, ya ve.

Mientras su madre quitaba el polvo, sir Ambrose permitía que la niña se entretuviera en su estudio, y la dejó en la escuela mucho más tiempo de lo normal para alguien de su condición. Su madre murió cuando Elizabeth tenía catorce años. ¿La mandó sir Ambrose a una institución para que fuera correctamente formada para una profesión apropiada? No. La mantuvo en su casa de Chelsea. La presentó a una beca para la Slade School of Art.

Que quede claro que yo no digo que sir Ambrose fuera el padre de la niña, todos conocemos sus inclinaciones demasiado bien, pero la adoró de una manera que intensificó el principal defecto de ella: la falta de humildad. La decadencia moral es la cruz de nuestra época, y en ningún sitio esta decadencia lamentable es más evidente que en Elizabeth McKenna.

Sir Ambrose tenía una casa en Guernsey, en lo alto de los acantilados, cerca de La Bouvee. Cuando ella era pequeña, venían él, el ama de llaves y la niña a pasar el verano. Elizabeth era una salvaje; se paseaba desaliñada por la isla, incluso los domingos. Desatendía los quehaceres domésticos, iba sin guantes, sin zapatos, sin medias. Subía a los barcos pesqueros con hombres bastos. Espiaba gente decente por su telescopio. Una vergüenza.

Cuando fue evidente que la guerra iba a estallar de verdad, sir Ambrose envió a Elizabeth a Guernsey a cerrarle la casa. Elizabeth tuvo la peor suerte del mundo en este caso, ya que, justo cuando estaba cerrando las persianas, el ejército alemán apareció en la puerta. De todos modos, la decisión de quedarse aquí fue suya y, como prueban ciertos acontecimientos posteriores (que no me rebajaré a mencionar), no es la heroína desinteresada que algunas personas creen.

Además, la supuesta Sociedad Literaria es un escándalo. Aquí en Guernsey hay gente verdaderamente culta y cultivada, y no formarían nunca parte de esta farsa (aunque los invitaran). Sólo hay dos personas respetables en la Sociedad: Eben Ramsey y Amelia Maugery. Los otros miembros: un trapero, un alienista en decadencia que le da a la bebida, un criador de cerdos tartamudo, un lacayo que se las da de lord e Isola Pribby, una bruja practicante, que, según ella misma admitió, destila y vende brebajes. Se reunieron con otros de su clase por el camino, y una ya se puede imaginar qué tipo de «veladas literarias» tienen.

No debe escribir sobre esta gente y sus libros, ¡sabe Dios qué cosas deben de leer!

Atentamente, una cristiana preocupada,

ADELAIDE ADDISON (SRTA.)

De Mark a Juliet

2 de marzo de 1946

Querida Juliet:

Acabo de apropiarme de las entradas de mi crítico musical para la ópera. En Covent Garden a las 8:00 horas. ¿Vienes?

Tuyo,

MARK

De Juliet a Mark

Querido Mark:

¿Esta noche?

JULIET

De Mark a Juliet

¡Sí!

M.

De Juliet a Mark

¡Estupendo! Aunque lo siento por tu crítico. Estas entradas escasean como los dientes de las gallinas.

JULIET

De Mark a Juliet

Él ya lo verá de pie. Puede escribir sobre la capacidad de la ópera de levantar el ánimo de los pobres, etc., etc.

Te recojo a las 7.

M.

De Juliet a Eben

3 de marzo de 1946

Señor Eben Ramsey

Les Pommiers

Calais Lane

St. Martin's, Guernsey

Estimado señor Ramsey:

Fue muy amable de su parte que me escribiera sobre sus experiencias durante la Ocupación. Al final de la guerra, yo también me prometí a mí misma que no volvería a hablar de ello. Hablé de la guerra y la viví durante seis años, y estaba deseando poder prestar atención a cualquier otra cosa, la que fuera. Pero eso es como desear ser otra persona. La guerra ahora forma parte de nuestras vidas, y no podemos sustraernos a eso.

Me alegró oír que su nieto Eli ha vuelto a casa. ¿Vive con sus padres o con usted? ¿No tuvo ninguna noticia de él durante la Ocupación? ¿Todos los niños de Guernsey volvieron al mismo tiempo? ¡Vaya celebración si lo hicieron!

No quiero inundarle de preguntas, pero tengo algunas más, si se siente con ánimos de contestarlas. Sé que estaba en la cena del cerdo asado que condujo a la creación de la Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey, pero para empezar, ¿cómo consiguió el cerdo la señora Maugery? ¿Cómo se esconde un cerdo?

¡Elizabeth McKenna fue muy valiente aquella noche! Realmente es hábil bajo presión, una cualidad que me llena de gran admiración. Sé que usted y los demás miembros de la Sociedad deben de estar preocupados al pasar los meses y no tener noticias suyas, pero no deben perder la esperanza. Algunos amigos me han dicho que Alemania es como una colmena abierta, repleta de miles y miles de desplazados, todos tratando de volver a casa. Un querido amigo mío, a quien abatieron en Birmania en 1943, reapareció en Australia el mes pasado, no en las mejores condiciones, pero vivo y con la intención de seguir así.

Gracias por su carta.

Atentamente,

JULIET ASHTON

De Clovis Fossey a Juliet

4 de marzo de 1946

Estimada señorita:

Al principio, yo no quería ir a ninguna reunión literaria. Tengo mucho trabajo en la granja, y no quería perder el tiempo leyendo sobre gente que nunca existió, haciendo cosas que nunca hicieron.

Luego, en 1942 empecé a cortejar a la viuda de Hubert. Cuando salíamos a pasear, ella caminaba con paso firme unos palmos por delante de mí y nunca me dejaba que la cogiera del brazo. A Ralph Murchey sí le dejaba cogerla del brazo, por eso supe que algo fallaba en mi manera de declararme.

Ralph fanfarronea mucho cuando bebe. Le dijo a todos los de la taberna: «A las mujeres les gusta la poesía. Una palabra dulce al oído y se derriten». Esa no es manera de hablar de una dama, y entonces supe que él no quería a la viuda de Hubert por ella misma, como hacía yo. Él sólo quería su tierra de pastura para sus vacas. Así que pensé: «Si son poemas lo que quiere la viuda de Hubert, ya le encontraré unos».

Fui a ver al señor Fox a su librería y le pedí poemas de amor. Por esa época no tenía muchos libros (la gente los compraba para quemarlos, y cuando finalmente se dio cuenta, cerró la tienda para siempre), así que me dio algunos de un tal Catulo. Era romano. ¿Usted sabe el tipo de cosas que decía en los versos? Yo no podría decirle aquellas palabras a una buena dama.

Él iba detrás de una mujer, Lesbia, que lo rechazó después de haberse acostado con él. No me sorprende que lo hiciera, a él no le gustaba que ella acariciara el pequeño gorrión aterciopelado que tenía. Estaba celoso de un gorrión de nada. Se fue a casa y se puso a escribir sobre su angustia al verla a ella estrechar al pajarillo contra su pecho. Se lo tomó muy mal, y después de eso nunca más le gustaron las mujeres y se dedicó a escribir poemas mezquinos sobre ellas.

También fue un auténtico sinvergüenza. ¿Quiere ver un poema que escribió cuando una mujer perdida le cobró por sus favores? Pobre chica. Se lo copio para usted.

Ameana, joven bien follada,

me ha pedido diez de los grandes,

esa joven de nariz repulsiva,

la querida del manirroto de Formias.

¡Parientes que estáis a su cuidado,

convocad a médicos y amigos!

La muchacha no está bien de la cabeza

ni pregunta a su espejo qué cara tiene.

¿Eso son muestras de amor? Le dije a mi amigo Eben que nunca había visto algo tan rencoroso. Él me dijo que lo que pasaba era que no había elegido bien los poemas. Me llevó a su casa y me dejó un pequeño libro suyo. Era la poesía de Wilfred Owen. Fue capitán durante la Primera Guerra Mundial, sabía cómo eran las cosas y las llamó por su nombre. Yo también estuve allí, en Paschendale, y conocí lo mismo que él conoció, pero nunca supe ponerlo por escrito.

Bueno, pensé que después de todo debía de haber algo en la poesía. Empecé a ir a las reuniones, y estoy contento de haberlo hecho, si no, ¿cómo habría llegado a leer las obras de William Wordsworth? Habría seguido siendo un desconocido para mí. Me aprendía muchos poemas suyos de memoria.

Al final me gané el corazón de la viuda de Hubert, mi Nancy. Una tarde la llevé a pasear por los acantilados y le dije: «Mira eso, Nancy. La dulzura del cielo está en el mar. ¡Escucha! El ser poderoso está despierto». Me dejó que la besara. Ahora es mi mujer.

Sinceramente,

CLOVIS FOSSEY

P.D. La señora Maugery me dejó un libro la semana pasada. Es una antología de poesía que se titula
The Oxford Book of Modern Verse
, 1892-1935. Dejaron que un hombre llamado Yeats hiciera la selección. No debieron hacerlo. ¿Quién es, y qué sabe él de poesía?

Busqué por todo el libro algún poema de Wilfred Owen o de Siegfried Sassoon. No encontré ni uno, ni uno. ¿Y sabe por qué? Porque este tal señor Yeats dijo: «Deliberadamente he decidido no incluir ningún poema de la Primera Guerra Mundial. Les tengo aversión. El sufrimiento pasivo no es tema para la poesía».

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