La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (6 page)

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Creo que Juliet sufrió algunas quemaduras de poca importancia en la debacle, pero cincuenta mil libros saltaron en pedacitos. La borraron de la lista de los vigilantes de incendios, con toda la razón del mundo. Me enteré de que luego ofreció sus servicios a los auxiliares de bomberos. Al día siguiente de los bombardeos, los auxiliares de bomberos se ocupaban de ofrecer té y consuelo a los grupos de rescate. También ofrecían asistencia a los supervivientes: reunían a las familias, les buscaban alojamiento temporal, ropa, comida, dinero… Creo que Juliet es una persona idónea para realizar una tarea así, diurna, sin causar ninguna catástrofe con las tazas de té.

Así tuvo las noches libres para lo que quisiera. Sin duda, las aprovechó para escribir más artículos periodísticos ligeros, ya que el
Spectator
la contrató para que escribiera una columna semanal sobre el estado de la nación durante la guerra, con el nombre de Izzy Bickerstaff.

Yo leí una de sus columnas y cancelé mi suscripción. Atacó el buen gusto de nuestra querida (aunque muerta), reina Victoria. Sin duda usted conocerá el gran monumento que Victoria hizo construir para su amado consorte, el príncipe Alberto. Es la joya de la corona de Kensington Gardens, un monumento al gusto refinado de la reina y al del difunto. Juliet aplaudió la iniciativa del Ministerio de Alimentación de plantar guisantes en los jardines de alrededor del monumento, y escribió que, en toda Inglaterra, no había mejor espantapájaros que el príncipe Alberto.

Aunque pongo en duda su gusto, su criterio, sus equivocaciones respecto a sus prioridades y su inapropiado sentido del humor, sí tiene una buena cualidad: la honestidad. Si dice que honrará el buen nombre de su círculo literario, lo hará. No puedo decir nada más.

Suya sinceramente,

BELLA TAUNTON

Del reverendo Simon Simpless a Amelia

13 de febrero de 1946

Estimada señora Maugery:

Sí, puede confiar en Juliet. Sin lugar a dudas. Sus padres eran buenos amigos míos, y también feligreses de mi parroquia, St. Hilda. De hecho, fui uno de los invitados en la cena que se celebró en su casa el día en que ella nació.

Juliet era testaruda, pero con todo, una niña feliz, dulce y buena, con una inclinación hacia la integridad poco común en alguien tan joven.

Voy a contarle un incidente que sucedió cuando tenía diez años. Mientras Juliet cantaba la cuarta estrofa de «Sus ojos están en el gorrión», cerró el cantoral de golpe y se negó a cantar ni una nota más. Le dijo a nuestro director del coro que la letra difamaba el nombre de Dios. Que no deberíamos cantarla. Él (el director del coro, no Dios) no supo qué hacer, así que la llevó a mi despacho para que razonara con ella.

No me fue muy bien. Juliet dijo: «No se puede escribir "sus ojos están en el gorrión". ¿Qué hay de bueno en eso?, ¿evitó que el pájaro cayera muerto?, ¿sólo dijo "¡Uy!"? Parece como si Dios estuviera vigilando al pájaro, cuando la gente de verdad le necesita».

Me vi obligado a darle la razón sobre este asunto. ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Nadie lo había hecho. Y desde entonces, no hemos vuelto a cantar «Sus ojos están en el gorrión».

Los padres de Juliet murieron cuando ella tenía doce años y se fue a vivir con su tío abuelo, el doctor Roderick Ashton, a Londres. Aunque no era un mal hombre, estaba tan metido en sus estudios grecorromanos, que no tenía tiempo de prestarle ninguna atención a la niña. Tampoco tenía nada de imaginación, cosa fatal para alguien que tiene que dedicarse a criar a un niño.

Ella se escapó dos veces, la primera sólo llegó a la estación de King's Cross. La policía la encontró esperando el tren para Bury St. Edmunds, con una bolsa de viaje de lona y la caña de pescar de su padre. La llevaron de vuelta con el doctor Ashton, y volvió a escaparse otra vez. Esta vez, el doctor Ashton me llamó para que le ayudara a encontrarla.

Supe exactamente adónde ir: a la antigua granja de sus padres. La encontré frente a la entrada, sentada en un trozo de madera, sin importarle la lluvia; simplemente sentada allí, empapada, mirando su vieja casa, ahora vendida.

Le envié un telegrama a su tío y volvimos a Londres al día siguiente. Yo quería volver a mi parroquia en el próximo tren, pero cuando vi que el idiota de su tío había enviado al cocinero a recogerla, insistí en acompañarlos. Cuando llegamos a su casa, entré a la fuerza en su estudio y tuvimos una enérgica charla. Estuvo de acuerdo en que internarla en una escuela sería lo mejor para ella; sus padres habían dejado abundantes fondos para cualquier eventualidad.

Afortunadamente, yo conocía una escuela muy buena, St. Swithin's. Una escuela excelente en el mundo académico, y con una directora que no estaba chapada a la antigua. Estoy contento de poder decirle que Juliet prosperó allí. Encontró estimulación en los estudios, pero creo que la auténtica razón de la recuperación de su estado de ánimo fue su amistad con Sophie Stark y su familia. A menudo iba a casa de Sophie durante las vacaciones de final de trimestre, y Juliet y Sophie vinieron un par de veces a la rectoría para pasar unos días conmigo y mi hermana. Lo pasamos muy bien juntos: picnics, salidas en bicicleta, la pesca… El hermano de Sophie, Sidney Stark, vino con nosotros una vez. Aunque era diez años mayor que las chicas, y a pesar de que le gustaba mandar, fue bien recibido en nuestra feliz fiesta.

Fue muy gratificante ver crecer a Juliet, como lo es ahora verla ya adulta. Estoy muy contento de que me haya pedido que le escriba a usted para que le cuente cómo es.

Le he hablado de nuestra pequeña historia juntos para que se dé cuenta de que sé de lo que hablo. Si Juliet dice que lo hará, lo hará. Si dice que no, no lo hará.

Muy sinceramente,

SIMON SIMPLESS

De Susan Scott a Juliet

17 de febrero de 1946

Querida Juliet:

¿Puede ser que fueras tú la que vi en el número del
Tatler
de esta semana, bailando la rumba con Mark Reynolds? Estabas guapísima, casi tan guapa como él, pero ¿puedo sugerirte que te mudes a un refugio antiaéreo antes de que Sidney lo vea?

Ya sabes que puedes comprar mi silencio contándome los detalles.

Tuya,

SUSAN

De Juliet a Susan Scott

18 de febrero de 1946

Querida Susan:

Lo niego todo.

Un abrazo,

JULIET

De Amelia a Juliet

18 de febrero de 1946

Estimada señorita Ashton:

Gracias por tomarse mi advertencia tan en serio. Ayer por la noche, en la reunión de la sociedad, les conté a los miembros lo de su artículo del
Times
y sugerí que aquellos que quisieran hacerlo le escribieran hablando de los libros que leyeron y del placer de la lectura.

Se originó tal revuelo que Isola Pribby, nuestra moderadora, tuvo que golpear con el mazo para mantener el orden (he de decir que Isola necesita que la animen para golpear con el mazo). Creo que recibirá muchas cartas nuestras, y espero que sean de ayuda para su artículo.

Dawsey le ha contado que la Sociedad nació como estratagema para evitar que los alemanes arrestaran a mis invitados a la cena: Dawsey, Isola, Eben Ramsey, John Booker, Will Thisbee, y nuestra querida Elizabeth McKenna, que se inventó la historia en ese mismo momento, gracias a su rápido ingenio y su elocuencia.

Yo, por supuesto, no sabía nada de lo que estaba pasando en ese momento. Tan pronto como se fueron, me apresuré a bajar al sótano a enterrar las pruebas de nuestra comida. La primera vez que oí hablar de nuestro círculo literario fue a las siete de la mañana del día siguiente, cuando Elizabeth se presentó en mi cocina y me preguntó: «¿Cuántos libros tienes?».

Tenía unos cuantos, pero Elizabeth miró mis estantes e hizo un gesto de desaprobación con la cabeza. «Necesitamos más. Hay demasiados libros de jardinería.» Tenía razón, claro, me gusta mucho un buen libro de jardinería. «Te diré lo que haremos —dijo—. Cuando haya salido de la oficina del comandante, iremos a la librería Fox y compraremos unos cuantos. Si vamos a ser la Sociedad Literaria de Guernsey, tenemos que parecer literarios.»

Me pasé toda la mañana desesperada, preocupada por lo que podía estar pasando en la oficina del comandante. ¿Qué ocurriría si todos iban a parar a la cárcel de Guernsey? O, aún peor, ¿a un campo de prisioneros del continente? Los alemanes eran imprevisibles en cuanto a administrar justicia, así uno nunca podía saber qué sentencia le iban a imponer. Pero no sucedió nada parecido.

Por raro que parezca, los alemanes permitían, e incluso fomentaban, actividades artísticas y culturales entre los isleños. Su objetivo era demostrar a los británicos que la Ocupación alemana era una ocupación modélica. Nunca se nos explicó cómo llegaba este mensaje al mundo exterior, ya que nos cortaron la línea telefónica y del telégrafo el día en que llegaron los alemanes, en junio de 1940. Fuera cual fuese su retorcido razonamiento, trataron a las islas del Canal con mucha más indulgencia que al resto de la Europa conquistada. Al principio.

En la oficina del comandante, a mis amigos les hicieron pagar una pequeña multa y presentar la lista con los nombres de los socios de la sociedad. El comandante dijo que él también era un enamorado de la literatura, y preguntó si podía asistir alguna vez a las reuniones junto con otros oficiales de ideas afines.

Elizabeth le dijo que serían muy bien recibidos. Luego, ella, Eben y yo corrimos hacia la librería Fox, escogimos montones de libros para nuestra nueva sociedad y nos apresuramos a volver a la casa solariega para colocarlos en mis estantes. Después fuimos tranquilamente casa por casa, mostrándonos tan despreocupados e indiferentes como pudimos, para avisar a los demás de que vinieran esa noche a escoger un libro para leer. Fue desesperante caminar despacio, parándonos a hablar aquí y allá, ¡cuando lo único que queríamos era salir corriendo! El tiempo era vital, ya que Elizabeth temía que el comandante se presentara en la próxima reunión, apenas en dos semanas. (No fue. Algunos oficiales alemanes vinieron a lo largo de los años, pero, gracias a Dios, salieron algo confundidos y no volvieron.)

Y así fue como empezamos. Yo conocía a todos los miembros, pero no a fondo. Dawsey había sido vecino mío durante treinta años, y aun así, no podía creer que sólo hubiera hablado con él del tiempo y de cultivos. Isola era amiga mía, y Eben también, pero Will Thisbee era sólo un conocido y John Booker era casi un desconocido, ya que había llegado cuando vinieron los alemanes. Elizabeth era lo que teníamos en común. Sin su estímulo, yo nunca habría pensado en invitarles para compartir el cerdo, y la Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey nunca habría existido.

Esa noche, cuando vinieron a mi casa a hacer su selección, aquellos que apenas habían leído nada aparte de las Sagradas Escrituras, catálogos de semillas y
La gaceta del criador de cerdos
descubrieron una nueva forma de leer. Fue aquí donde Dawsey descubrió a su Charles Lamb e Isola se abalanzó sobre
Cumbres borrascosas
. Por mi parte, escogí
Los papeles póstumos del club Pickwick
, pensando que me levantaría el ánimo. Y lo hizo.

Después cada uno se fue a su casa a leer. Empezamos a quedar, primero por el comandante, y luego por nuestro propio placer. Ninguno de nosotros tenía experiencia con clubes de lectura, así que pusimos nuestras propias normas. Nos turnábamos para hablar de los libros que habíamos leído. Al principio, intentamos estar tranquilos y ser objetivos, pero esto pronto se acabó, y el propósito de los que hablaban fue incitar a los demás a que leyeran el libro. Cuando dos miembros habían leído el mismo libro, podían debatir, cosa que nos encantaba. Leíamos libros, hablábamos de libros, discutíamos sobre libros, y nos fuimos cogiendo cariño unos a otros. Otros isleños nos pidieron unirse a nosotros, y nuestras veladas juntos se convirtieron en momentos alegres y animados; casi pudimos olvidar, de vez en cuando, la oscuridad exterior. Todavía hoy nos reunimos cada quince días.

Will Thisbee fue el responsable de añadir al nombre de nuestra sociedad el «Pastel de Piel de Patata». Hubiera alemanes o no, él no iba a asistir a ninguna reunión ¡donde no hubiera comida! Así que los refrigerios se convirtieron en parte de nuestro programa. Como la mantequilla escaseaba, había menos harina y el azúcar no sobraba por entonces en Guernsey, Will improvisó un pastel de piel de patata: puré de patatas para el relleno, remolachas escurridas para endulzar y piel de patata para hacer la tapa de masa. Las recetas de Will suelen ser discutibles, pero ésta se convirtió en una de nuestras preferidas.

Me gustaría tener noticias suyas de nuevo y saber cómo progresa su artículo.

Sinceramente suya,

AMELIA MAUGERY

De Isola Pribby a Juliet

19 de febrero de 1946

Estimada señorita Ashton:

Ay, ay. Usted ha escrito un libro sobre Anne Brontë, la hermana de Charlotte y Emily. Amelia Maugery dice que me lo dejará, ya que sabe que tengo debilidad por las hermanas Brontë (pobrecitas). Pensar que las cinco tuvieron problemas respiratorios y que ¡murieron tan jóvenes! Qué pena.

Su papá fue un egoísta, ¿verdad? No prestó nunca ninguna atención a las chicas. Siempre estaba sentado en su estudio, gritando para que le trajeran un chal. Nunca se levantaba para nada, ¿no? Sencillamente se sentaba solo en su habitación, mientras sus hijas morían como moscas.

Y su hermano, Branwell, tampoco valía mucho. Siempre estaba bebiendo y vomitando en las alfombras. Ellas tenían que ir siempre detrás de él limpiando. ¡Magnífico trabajo para unas señoras escritoras!

Creo que con dos hombres así en casa y sin ninguna oportunidad de conocer a otros, Emily tuvo que inventarse a Heathcliff ¡de la nada! E hizo un trabajo excelente. Los hombres son más interesantes en los libros que en la vida real.

Amelia nos comentó que a usted le gustaría saber cosas sobre nuestro círculo de lectura y sobre lo que decíamos en nuestras reuniones. Una vez, cuando me tocaba a mí hablar, lo hice sobre las hermanas Brontë. Siento no poder mandarle mis apuntes sobre Charlotte y Emily; los usé para encender el fuego de la cocina, no había más papeles en la casa. Ya he quemado las tablas de mareas, el Apocalipsis y la historia de Job.

Querrá saber por qué admiro a esas chicas. Me gustan las historias de encuentros apasionados. Yo no he tenido nunca ninguno, pero ahora puedo imaginarme cómo es. Al principio
Cumbres borrascosas
no me gustaba, pero en el momento en que el fantasma, Cathy, rasca el cristal de la ventana con sus dedos huesudos, se me hizo un nudo en la garganta. Con Emily podía oír los gritos de lástima de Heathcliff en los páramos. Creo que después de leer el magnífico trabajo de Emily Brontë, no disfrutaré volviendo a leer
Maltratada a la luz de las velas
de la señorita Amanda Gillyflower. Leer buenos libros te impide disfrutar de los malos.

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