La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (20 page)

BOOK: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
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Allí vi lo que quería decir por agradable sorpresa. El cielo que se veía por encima de los muros parecía estar en llamas, con unas nubes bajas de color rojo y púrpura, encendidas por un color dorado oscuro. Cambiaban de forma y de tonalidad, mientras corrían juntas a través del cielo. Nos quedamos allí de pie, cogidas de la mano, hasta que oscureció.

No creo que nadie que no estuviera allí pueda entender lo mucho que significó para mí pasar juntas un momento tan tranquilo como aquél.

En nuestra casa, el pabellón número once, éramos casi unas cuatrocientas mujeres. Delante de cada barracón había un camino de ceniza, donde pasaban lista dos veces al día, a las cinco y media de la mañana, y por la tarde, después del trabajo. Las mujeres de cada barracón formaban grupos de cien mujeres cada uno (diez mujeres en diez filas). Los grupos se extendían tan lejos a nuestra izquierda y derecha que a menudo no veíamos dónde acababan en la niebla.

Nuestras camas eran baldas de madera, construidas en plataformas de tres. Teníamos paja para dormir encima, de olor desagradable y con pulgas y piojos. Por la noche, ratas grandes corrían a nuestros pies. Eso era bueno, porque las capataces odiaban las ratas y el hedor, así que durante la noche no nos molestaban.

Entonces, Elizabeth me hablaba de vuestra isla de Guernsey y de vuestro círculo literario. Aquello me parecía el cielo. En las literas, respirábamos aire cargado de enfermedades y suciedad, pero cuando Elizabeth hablaba, podía imaginar el aire fresco del mar y el olor de la fruta bajo el sol. Aunque no debe de ser verdad, yo no recuerdo ni un día soleado en Ravensbrück. También me encantaba oír cómo se creó vuestro círculo literario. Casi me río cuando contó lo del cerdo asado, pero no lo hice. Las risas significaban problemas en los barracones.

Había varias fuentes de agua fría instaladas para que nos laváramos. Una vez por semana nos llevaban a las duchas y nos daban una pastilla de jabón. Eso era muy importante para nosotras, porque lo que más temíamos era estar sucias e infectarnos. Teníamos que intentar no ponernos enfermas, porque, si lo hacíamos, no podríamos trabajar. Ya no seríamos útiles a los alemanes y nos matarían.

Elizabeth y yo caminábamos con nuestro grupo todas las mañanas a las seis, para llegar a la fábrica de Siemens, donde trabajábamos. Estaba fuera de los muros de la prisión. Una vez allí, empujábamos carretillas a la vía muerta del ferrocarril y descargábamos pesadas láminas de metal sobre las carretas. Al mediodía nos daban pasta de trigo y guisantes, y volvíamos al campo para cuando pasaran lista a las seis de la tarde. Cenábamos sopa de nabo.

Nuestras funciones cambiaban según las necesidades, y un día nos ordenaron cavar una zanja para almacenar patatas para el invierno. Nuestra amiga Alina robó una patata pero se le cayó al suelo. Todas dejamos de cavar hasta que descubrieran a la ladrona.

Alina tenía las córneas ulceradas, y era necesario que las capataces no se dieran cuenta de aquello, porque podrían pensar que se estaba quedando ciega. Rápidamente Elizabeth dijo que había sido ella la que había robado la patata y la mandaron al búnker de castigo durante una semana.

Las celdas del búnker eran muy pequeñas. Un día, mientras Elizabeth estaba allí, una vigilante abrió las puertas de todas las celdas y las roció con una manguera a mucha presión. La fuerza del agua tiró a Elizabeth al suelo, pero tuvo suerte de que no se le mojara la manta que tenía doblada. Así pudo levantarse y tumbarse tapada hasta que dejó de temblar. Pero una joven embarazada que estaba en la celda de al lado no tuvo tanta suerte o la fuerza para levantarse. Murió aquella misma noche, de frío, sobre el suelo.

Quizás estoy contando muchas cosas que no querrían oír. Pero debo hacerlo, para que sepan cómo vivía Elizabeth, y cómo se aferraba con fuerza a su amabilidad y coraje. También me gustaría que su hija supiera esto.

Ahora debo contarles cómo murió. A menudo, después de pasar meses en el campo, las mujeres dejaban de tener la menstruación. Pero algunas no. Los médicos del campo no habían hecho previsiones sobre la higiene de las prisioneras durante este tiempo, no había ni trapos, ni compresas, ni jabón. Las mujeres que menstruaban tenían que dejar caer la sangre por sus piernas.

A las supervisoras les gustaba eso, aquella sangre antiestética les daba una excusa para gritar y golpear. Una tarde, la encargada de pasar lista, una mujer llamada Binta, empezó a tomarla furiosamente con una chica que sangraba. Estaba colérica contra ella y la amenazaba con la vara levantada. Entonces empezó a pegarle.

Elizabeth rompió la fila rápido, muy rápido. Le quitó a Binta la vara de la mano y la giró contra ella, golpeándola una y otra vez. Las vigilantes vinieron corriendo y dos de ellas la tiraron al suelo y la golpearon con los rifles. La tiraron dentro de un furgón y se la volvieron a llevar al búnker de castigo.

Una de las vigilantes me contó que al día siguiente las soldados formaron guardia alrededor de Elizabeth y la sacaron de la celda. Fuera de los muros del campo, había una arboleda de álamos. Las ramas de los árboles formaban un corredor y Elizabeth caminó hacia allí por sí misma, sin ayuda. Se arrodilló en el suelo y le pegaron un tiro detrás de la cabeza.

Ya termino. A menudo, sentí a mi amiga a mi lado, cuando estuve enferma después de salir del campo. Tuve fiebres y me imaginaba que Elizabeth y yo navegábamos hacia Guernsey en un barco pequeño. Lo habíamos planeado en Ravensbrück, cómo viviríamos juntas en su casita con su hija Kit. Eso me ayudaba a dormir.

Espero que sientan a Elizabeth a su lado como lo hago yo. Su fortaleza nunca la abandonó, ni nunca perdió la cabeza, sólo vio demasiada crueldad.

Acepten por favor mis más sinceros deseos,

REMY GIRAUD

Nota de la hermana Cecile Touvier, adjunta en el sobre con la carta de Remy

Les escribe la hermana Cecile Touvier, enfermera. He mandado a Remy a descansar. No apruebo esta carta tan larga. Pero insistió en escribirla.

No les habrá contado lo enferma que ha estado, pero yo sí lo haré. Los días antes de que llegaran los rusos a Ravensbrück, aquellos asquerosos nazis ordenaron que todas las que pudieran andar se fueran. Abrieron las puertas y las soltaron en un campo devastado. «Iros —ordenaron—. Iros y buscad cualquier tropa aliada.»

Abandonaron a aquellas mujeres exhaustas y hambrientas a caminar kilómetros y kilómetros sin agua ni comida. No había absolutamente nada por donde pasaban. ¿Hay alguna duda de que aquella caminata fue una marcha hacia la muerte? Cientos de mujeres murieron por el camino.

Después de varios días, Remy tenía las piernas y el cuerpo tan hinchados por el hambre y la retención de líquido que no pudo seguir andando. Así que se tumbó en el camino para morir. Por suerte, una compañía de soldados estadounidenses la encontró. Intentaron darle algo de comer, pero su cuerpo no lo admitía. La llevaron a un hospital de campaña, donde le dieron una cama y la drenaron para sacarle agua del cuerpo. Después de muchos meses en el hospital, se recuperó lo bastante para que la enviaran a este hospicio en Louviers. Cuando llegó aquí, pesaba menos de treinta kilos. Si no, os habría escrito antes.

Creo que recuperará pronto las fuerzas, ahora que ya ha escrito esta carta y puede dejar descansar a su amiga. Ustedes pueden, por supuesto, escribirle, pero por favor, no le hagan preguntas sobre Ravensbrück. Será mejor para ella que lo olvide.

Suya sinceramente,

HERMANA CECILE TOUVIER

De Amelia a Remy Giraud

16 de junio de 1946

Mademoiselle Remy Giraud

Hospicio La Forêt

Louviers

Francia

Estimada mademoiselle Giraud:

Qué buena ha sido escribiéndonos. Qué buena y qué amable. No debe de haber sido fácil traer a la memoria tan terribles recuerdos para poder contarnos la muerte de Elizabeth. Hemos estado rezando para que volviera con nosotros, pero es mejor saber la verdad que vivir con la incertidumbre. Estamos muy agradecidos de su amistad con Elizabeth y de pensar en el consuelo que se procuraron la una a la otra.

¿Podemos Dawsey Adams y yo ir a visitarla a Louviers? Nos gustaría mucho hacerlo, pero sólo si no es mucha molestia para usted. Queremos conocerla y tenemos una idea que proponerle. Pero, repito, si prefiere que no vayamos, no lo haremos.

Nuestra bendición por su amabilidad y coraje.

Suya,

AMELIA MAUGERY

De Juliet a Sidney

16 de junio de 1946

Querido Sidney:

Fue muy reconfortante oírte decir «Maldita sea, oh Dios, maldita sea». Es lo único que se puede decir, ¿verdad? La muerte de Elizabeth es una abominación, no se puede decir de otra forma.

Es extraño, supongo, llorar la muerte de alguien que nunca has conocido. Pero lo he hecho. He sentido la presencia de Elizabeth desde el primer momento. Persiste en cada habitación en la que entro, no sólo en la casita, también en la biblioteca de Amelia, que ella llenó de libros, y en la cocina de Isola, donde preparaban las pociones. Todo el mundo habla de ella siempre, incluso ahora, en el presente, y yo estaba convencida de que volvería. Tenía muchas ganas de conocerla.

Pero es peor para todos los demás. Cuando ayer vi a Eben, parecía más envejecido. Me alegro de que Eli esté a su lado. Isola ha desaparecido. Amelia dice que no nos preocupemos, que lo hace cuando está muy angustiada.

Dawsey y Amelia han decidido ir a Louviers para intentar convencer a mademoiselle Giraud de que venga a Guernsey. Había una parte estremecedora en su carta. Elizabeth solía ayudarla a dormir en el campo, planeando su futuro juntas en Guernsey. Dijo que, al escucharla, le parecía el cielo. La pobre se merece un trozo de cielo, ya ha pasado por el infierno.

Mientras ellos no estén, voy a cuidar yo de Kit. Estoy muy triste por ella. Nunca conocerá a su madre, excepto por lo que oiga decir a los demás. También me pregunto cómo será su futuro, ya que ahora es oficialmente huérfana. El señor Dilwyn me dijo que había tiempo de sobra para tomar una decisión. «Por el momento, dejemos las cosas tal como están.» Él no se parece a los otros banqueros ni a los miembros de la administración de los que he oído hablar, qué bueno es.

Con todo mi cariño,

JULIET

De Juliet a Mark

17 de junio de 1946

Querido Mark:

Lamento que nuestra conversación acabara tan mal ayer. Es muy difícil transmitir matices de lo que se quiere decir gritando por teléfono. Es cierto: no quiero que vengas este fin de semana. Pero no tiene nada que ver contigo. Mis amigos acaban de sufrir un golpe terrible. Elizabeth era el centro del círculo, y la noticia de su muerte nos ha conmocionado a todos. Qué raro, cuando te imagino leyendo esa frase, te veo preguntándote por qué, si la muerte de esa mujer no tiene nada que ver conmigo o contigo, o con tus planes para el fin de semana. Pues sí tiene que ver. Siento como si hubiera perdido a alguien muy cercano. Estoy de duelo.

¿Lo entiendes ahora un poco mejor?

Tuya,

JULIET

De Dawsey a Juliet

21 de junio de 1946

Señorita Juliet Ashton

Grand Manoir, Cottage

La Bouvee

St. Martin's, Guernsey

Querida Juliet:

Estamos aquí, en Louviers, aunque todavía no hemos podido ver a Remy. Amelia se ha cansado mucho en el viaje y quiere descansar una noche antes de ir al hospicio.

El viaje a través de Normandía fue espantoso. Montones de muros de piedra acribillados y metales retorcidos en medio de las calles en las ciudades. Hay grandes huecos entre los edificios, y los que quedan en pie parecen dientes negros y rotos. Todas las fachadas de las casas están derruidas y se puede ver el interior, desde el papel floreado de las paredes y las camas que de alguna manera todavía se aguantan de pie, hasta los suelos. Ahora soy consciente de que en realidad Guernsey tuvo suerte durante la guerra.

Todavía hay mucha gente por las calles, retirando ladrillos y piedras en carretillas y furgonetas. Han puesto pesadas telas metálicas sobre los escombros en las calles, para que los tractores puedan circular. Fuera de las ciudades, los campos están destruidos, hay grandes cráteres y tierra levantada.

Da pena ver los árboles. No hay álamos grandes, ni olmos, ni castaños. Lo que queda es lamentable, está todo carbonizado y negro, sólo son ramas raquíticas, que no hacen ninguna sombra.

El señor Piaget, el dueño del hostal de aquí, nos dijo que los ingenieros alemanes ordenaron a cientos de soldados talar los árboles, bosques enteros, grandes y pequeños. Luego arrancaron las ramas, embadurnaron los troncos con una sustancia cáustica y los clavaron derechos en hoyos que habían cavado en los campos. Los llamaron «Espárragos de Rommel» y tenían como función evitar que los pilotos aliados pudieran aterrizar y que los soldados se lanzaran en paracaídas.

Amelia se ha ido a la cama después de terminar de cenar, así que yo he ido a caminar por Louviers. Algunas zonas de la ciudad son bonitas, aunque la mayor parte fue bombardeada y los alemanes le prendieron fuego cuando se retiraron. No veo cómo podrá volver a ser una ciudad viva de nuevo.

He vuelto y me he sentado en la terraza hasta que se ha hecho completamente de noche, pensando en mañana. Dale a Kit un abrazo de mi parte.

Siempre tuyo,

DAWSEY

De Amelia a Juliet

23 de junio de 1946

Querida Juliet:

Ayer conocimos a Remy. De algún modo, me sentía incapaz de verla. Pero no Dawsey, gracias a Dios. Con calma, trajo unas sillas plegables, nos sentamos bajo la sombra de un árbol y le preguntó a una enfermera si nos podía traer un té.

Quería gustarle a Remy, que se sintiera bien con nosotros. Quería saber más cosas sobre Elizabeth, pero me daba miedo la debilidad de Remy y las advertencias de la hermana Touvier. Remy es pequeñita y está demasiado delgada. Tiene el pelo oscuro y rizado, lo lleva corto, y tiene unos ojos enormes y angustiados. Se puede ver que en otros tiempos fue guapa, pero ahora es como el cristal. Las manos le tiemblan mucho, y las sujeta con cuidado sobre la falda. Nos dio la bienvenida como pudo, pero fue muy reservada, hasta que preguntó por Kit, ¿se había ido con sir Ambrose a Londres?

Dawsey le contó lo de la muerte de sir Ambrose y cómo nosotros nos estábamos ocupando de Kit. Le enseñó la foto que lleva encima en la que salís tú y ella. Entonces sonrió y dijo: «Es la hija de Elizabeth. ¿Es fuerte?». Yo no podía hablar, pensando en nuestra Elizabeth, pero Dawsey dijo que sí, que era muy fuerte, y le contó la pasión que Kit tiene por los hurones. Eso la hizo sonreír.

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