La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (4 page)

BOOK: La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey
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Lo único que pude hacer fue gritar: «¿Cómo te atreves? ¡Qué has hecho! ¡Vuelve a colocar mis libros!».

Y así es como empezó todo. Al final, me dije que nunca podría casarme con un hombre cuya idea de felicidad era arremeter contra pelotitas y pajaritos. Rob me rebatió con comentarios sobre malditos sabelotodo y arpías. Y a partir de ahí, todo degeneró; el único pensamiento que probablemente teníamos en común era: ¿de qué demonios hemos estado hablando los últimos cuatro meses? En serio, ¿de qué? Gritó, resopló, bramó y, finalmente, se fue. Luego, saqué los libros de las cajas.

¿Te acuerdas de la noche del año pasado que viniste a buscarme al tren para decirme que habían bombardeado mi piso? ¿Creíste que reía por la histeria? No, era por la ironía. Si hubiera dejado que Rob metiera todos los libros en el sótano, todavía los tendría, absolutamente todos.

Sidney, como muestra de nuestra larga amistad, no hace falta que hagas comentarios sobre esta historia, nunca. De hecho, preferiría que no lo hicieras.

Gracias por seguirle la pista a Markham V. Reynolds, hijo. Por el momento, sus halagos no pasan de ser florales, y sigo siéndote fiel a ti y al Imperio. Sin embargo, me siento un poco mal por tu secretaria, espero que le haya mandado rosas por las molestias, ya que no estoy segura de que mis escrúpulos pudieran resistir la visión de unos zapatos hechos a mano. Si algún día le conozco, procuraré no mirarle a los pies, o primero me amarraré al mástil y luego miraré, como Odiseo.

Muchísimas gracias por pedirme que vuelva. Tengo muchas ganas de empezar con la propuesta de las series del
Times
. ¿Prometes por Sophie que no será un tema frívolo? No van a pedirme que escriba sobre los duques de Windsor, ¿verdad?

Un abrazo,

JULIET

De Juliet a Sophie Strachan

31 de enero de 1946

Querida Sophie:

Gracias por visitarme en Leeds. No encuentro palabras para expresar lo mucho que necesitaba ver una cara amiga justo en ese momento. Sinceramente, estaba a punto de escabullirme a las islas Shetland para hacer vida de ermitaña. Fue muy bonito de tu parte venir.

El dibujo que publicó el
London Hue and Cry
de mí en que me llevaban encadenada fue desmesurado; ni siquiera me arrestaron. Sé que a Dominic le haría gracia tener una madrina en la cárcel, pero esta vez tendrá que conformarse con algo menos dramático.

Le dije a Sidney que lo único que podía hacer respecto a las falsas y crueles acusaciones de Gilly era guardar un digno silencio. Me dijo que lo hiciera si era lo que quería, pero que Stephens & Stark ¡no podía callar!

Convocó una rueda de prensa para defender el honor de Izzy Bickerstaff, Juliet Ashton, y defender también al mismo periodismo de escoria como Gilly Gilbert. ¿Salió en los periódicos de Escocia? Si no, aquí va lo más destacado. Dijo que Gilly Gilbert era una rata retorcida (bueno, quizá no con estas palabras exactas, pero el significado era claro), que mentía porque era demasiado vago para enterarse de la realidad y demasiado estúpido para ver el daño que sus mentiras causaban a las nobles tradiciones del periodismo. Fue estupendo.

Sophie, ¿dos chicas (ahora mujeres) podrían haber tenido nunca un defensor mejor que tu hermano? Creo que no. Dio un discurso maravilloso, aunque debo admitir que tengo algunas dudas. Gilly Gilbert es una serpiente tan rastrera, que no puedo creer que simplemente desaparezca sin decir nada. Susan dice que, por otra parte, Gilly es también tan cobarde que no se atreverá a responder. Espero que tenga razón.

Mi cariño para todos.

JULIET

P.D. Ese hombre me ha enviado otro ramo de orquídeas. Estoy empezando a ponerme nerviosa, esperando a que deje de esconderse y se dé a conocer. ¿Crees que es una de sus estrategias?

De Dawsey a Juliet

31 de enero de 1946

Estimada señorita Ashton:

¡Su libro llegó ayer! Es usted una mujer encantadora, se lo agradezco de todo corazón.

Trabajo en St. Peter Port, descargando barcos, así que puedo leer durante los descansos para tomar té. Es una bendición tener auténtico té, pan con mantequilla y, ahora, su libro. También me gusta porque es de tapa blanda y puedo metérmelo en el bolsillo y llevármelo a todas partes, aunque intento no acabarlo demasiado rápido. Y aprecio tener una foto de Charles Lamb; tenía una cabeza magnífica, ¿verdad?

Me gustaría mantener correspondencia con usted. Contestaré a sus preguntas lo mejor que pueda. Aunque hay gente que le contaría la historia mejor que yo, voy a explicarle lo de nuestra cena del cerdo asado.

Tengo una casita y una granja que me dejó mi padre. Antes de la guerra, criaba cerdos, cultivaba verduras para las paradas del mercado de St. Peter Port, y flores para Covent Garden. A menudo también trabajaba de carpintero y arreglaba tejados.

Ahora ya no hay cerdos. Los alemanes se los llevaron para alimentar a sus soldados en el continente, y me mandaron cultivar patatas. Teníamos que plantar lo que ellos dijeran, y nada más. Al principio, antes de conocer a los alemanes como lo hice luego, creí que podía guardar algunos cerdos escondidos para mí. Pero el oficial agrícola los olió y se los llevó. Fue un duro golpe, pero pensé que me las arreglaría, ya que había patatas y nabos en abundancia, y entonces todavía quedaba harina. Sin embargo, es extraño cómo acaba afectándonos la comida. Después de seis meses de nabos y algún trozo de cartílago de vez en cuando, me era difícil pensar en algo que no fuera un buen banquete.

Una tarde, mi vecina, la señora Maugery, me envió una nota. «Ven rápido —decía—, y trae un cuchillo de carnicero.» Intenté no hacerme muchas ilusiones, pero salí hacia la casa solariega a grandes pasos. Y ¡era cierto! Tenía un cerdo, un cerdo escondido, y ¡me había invitado a unirme al festín con ella y sus amigos!

Yo no hablaba mucho de pequeño (tartamudeaba bastante) y no acostumbraba a asistir a cenas. A decir verdad, la de la señora Maugery era la primera a la que me invitaban. Dije que sí, porque pensaba en el cerdo asado, pero hubiera preferido llevarme mi trozo a casa y comérmelo allí.

Fue una suerte que mi deseo no se cumpliera, porque aquél fue el primer encuentro de La sociedad literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey, a pesar de que todavía no lo sabíamos. La cena fue singular, pero la compañía fue mejor. Hablando y comiendo, nos olvidamos de la hora y del toque de queda hasta que Amelia (la señora Maugery) oyó que las campanadas tocaban las nueve. Nos habíamos pasado una hora. En fin, la buena comida nos había fortalecido los corazones, y cuando Elizabeth McKenna dijo que deberíamos ponernos en camino a nuestras respectivas casas en lugar de merodear por el salón de Amelia toda la noche, todos estuvimos de acuerdo. Pero saltarse el toque de queda era delito. Había oído que habían enviado a gente a campos de prisioneros por eso, y quedarse con un cerdo era una infracción aún más grave, así que fuimos por los campos, hablando en susurros y andando con mucho cuidado, lo más silenciosos que pudimos.

Habríamos salido bien parados si no llega a ser por John Booker. En la cena, había bebido más de lo que había comido, y cuando llegamos a la carretera, perdió el control y ¡empezó a cantar! Lo agarré, pero era demasiado tarde: de golpe, seis oficiales alemanes de guardia salieron de detrás de unos árboles con las pistolas Luger desenfundadas y empezaron a gritar que ¿por qué estábamos fuera después del toque de queda?, ¿de dónde veníamos?, ¿adónde íbamos?

No sabía qué hacer. Si corría, me dispararían. Eso sí lo sabía. Tenía la boca seca como la tiza y la mente en blanco, así que simplemente seguí sujetando a Booker y esperé.

Entonces Elizabeth cogió aire y dio un paso adelante. Elizabeth no es alta, así que tenía las pistolas a la altura de los ojos, pero ni parpadeó. Hizo como si no viera ninguna. Se acercó al oficial que estaba al mando y empezó a hablar. Nunca había oído tantas mentiras. Que sentía mucho que nos hubiéramos saltado el toque de queda. Que veníamos de una reunión de la Sociedad Literaria de Guernsey, y que el debate de la noche sobre
Elizabeth y su jardín alemán
había sido tan agradable, que habíamos perdido la noción del tiempo. Qué libro tan maravilloso, y le preguntó si lo había leído.

Ninguno de nosotros tuvo el aplomo de respaldarla, pero el oficial no pudo reprimirse, y le sonrió. Elizabeth es así. El oficial se apuntó nuestros nombres y nos ordenó muy educadamente que a la mañana siguiente nos presentáramos ante el comandante. Luego nos hizo una reverencia y nos deseó buenas noches. Elizabeth asintió con la cabeza, tan cortés como pudo, mientras los demás nos alejábamos poco a poco, intentando no ponernos a correr como conejos. Incluso con Booker a cuestas, llegué a casa rápidamente.

Esta es la historia de la cena del cerdo asado.

Me gustaría hacerle una pregunta. Los barcos llegan a St. Peter Port todos los días para traernos cosas que Guernsey todavía necesita: comida, ropa, semillas, arados, pienso para animales, herramientas, medicamentos, y lo que es más importante, ahora que ya tenemos qué comer, zapatos. Creo que no había nadie que llevara unos zapatos de su talla en toda la isla hasta que la guerra terminó.

Algunas de las cosas que nos mandan están envueltas en papel de periódicos viejos y páginas de revistas. Mi amiga Clovis y yo los alisamos y nos los llevamos a casa para leerlos; luego se los pasamos a los vecinos que, como nosotros, están ansiosos por tener cualquier noticia del mundo exterior de los últimos cinco años. No sólo noticias o fotografías: la señora Saussey quiere ver recetas de cocina; madame LePell quiere revistas de moda (es modista); el señor Moraud lee las necrológicas (tiene sus esperanzas, pero no dirá quién); Claudia Rainey busca fotografías de Ronald Colman; el señor Turnot quiere ver reinas de belleza en traje de baño, y a mi amiga Isola le gusta leer sobre bodas.

Hay muchas cosas que quisimos saber durante la guerra, pero no se nos permitía recibir cartas ni periódicos de Inglaterra (ni de ningún sitio). En 1942 los alemanes confiscaron todas las radios; claro que quedaron algunas escondidas, que se escuchaban en secreto, pero si te pillaban, podían mandarte a los campos. Por eso no entendemos muchas cosas de las que leemos ahora.

A mí me gustan las historietas gráficas de la época de la guerra, pero hay una que me desconcierta. Es de un número de la revista
Punch
de 1944, y muestra unas diez personas bajando por una calle de Londres. Los líderes son dos hombres con bombín, con maletines y paraguas, y uno le dice al otro: «Es ridículo decir que estos Doodlebugs han afectado a la gente de alguna manera». Tardé unos segundos en darme cuenta de que cada persona del dibujo tenía una oreja de tamaño normal y otra muy grande. Quizá pueda explicármelo.

Suyo,

DAWSEY ADAMS

De Juliet a Dawsey

3 de febrero de 1946

Estimado señor Adams:

Me alegro mucho de que esté disfrutando las cartas de Lamb y de su retrato. Tenía la cara que yo me había imaginado, así que me alegro de que a usted le haya pasado lo mismo.

Muchísimas gracias por contarme lo del cerdo asado, pero no crea que no me di cuenta de que sólo contestó a una de mis preguntas. Estoy ansiosa de saber más sobre La Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guernsey, y no sólo para satisfacer mi curiosidad, ya que ahora tengo un deber profesional para entrometerme.

¿Le dije que soy escritora? Escribía una columna semanal en el
Spectator
durante la guerra. La editorial Stephens & Stark ha hecho una recopilación en un volumen y ha publicado todas esas columnas bajo el título
Izzy Bickerstaff va a la guerra
. Izzy era el pseudónimo que el
Spectator
escogió para mí, y ahora, gracias a Dios, la pobre se ha ido a descansar, y yo puedo volver a escribir con mi verdadero nombre. Me gustaría escribir un libro, pero tengo problemas en encontrar un tema con el que poder vivir a gusto durante varios años.

Mientras tanto, me han pedido del
Times
que escriba un artículo para el suplemento literario. Quieren tratar el valor práctico, moral y filosófico de la lectura, a lo largo de tres números y a cargo de distintos autores. A mí me toca la parte filosófica del debate, y hasta ahora la única idea que tengo es que la lectura te impide enloquecer. Como ve, necesito ayuda.

¿Le importaría si incluyo su sociedad literaria en el artículo? Estoy segura de que la historia de la fundación de la sociedad fascinaría a los lectores del
Times
, y me encantaría saber más sobre sus reuniones. Pero si prefiere que no lo haga, por favor, no se preocupe, lo entenderé, y de todos modos, me gustaría volver a tener noticias suyas.

Recuerdo la historieta del
Punch
que tan bien describió y creo que lo que le desorientó fue la palabra
Doodlebug
. Fue el nombre que acuñó el Ministerio de Información para que sonara menos espeluznante que «los misiles V-1 y V-2 de Hitler» o «propulsadas».

Todos estábamos acostumbrados a los bombardeos nocturnos y al panorama que les seguía, pero esas bombas eran distintas de las que conocíamos.

Esos misiles llegaban a plena luz del día, e iban tan rápido que no había tiempo de activar la sirena antiaérea ni de refugiarse. Se podían ver; parecían lápices delgados, negros e inclinados, y hacían un ruido sordo, espástico, al pasar sobre nosotros, como el del motor de un coche que se está quedando sin gasolina. Mientras pudieras oírlos petardear, estabas a salvo. Podías pensar: «Gracias a Dios, va a pasar de largo».

Pero cuando el ruido paraba, significaba que sólo faltaban treinta segundos para que cayera en picado. Así que escuchabas. Escuchabas con fuerza para oír si cesaba el sonido de los motores. Una vez vi caer un Doodlebug. Estaba a alguna distancia cuando impactó, así que me tiré a la alcantarilla y me acurruqué contra el brocal. Un poco más allá, en el piso de arriba de un edificio alto de oficinas, algunas mujeres habían salido a una ventana abierta a mirar. El impacto de la explosión fue tan fuerte que las succionó.

Ahora parece imposible que alguien dibujara una historieta gráfica sobre Doodlebugs, y que todos, incluida yo, nos riéramos. Pero lo hicimos. Quizás el viejo dicho «el humor es la mejor manera de hacer soportable lo insoportable» sea cierto.

¿El señor Hastings ya le ha encontrado la biografía de Lucas?

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