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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

La soledad del mánager (9 page)

BOOK: La soledad del mánager
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—¿Quién lleva ahora los asuntos en España?

—Antonio Jaumá es el hombre público, el de gestión. Pero al lado o cerca de él debe estar el político. El que va a ver ministros. Moviliza fuerzas vivas.

—Para empezar, Jaumá ha sido asesinado; luego debe haber un sustituto.

—Los archivos no están al día.

—Para continuar: ¿quién es el político?

—Eso no se sabe. O lo saben muy pocos.

—¿Quién es el heredero de Jaumá?

—¿Cuánto hace que murió?

—Mes y medio. Poco más.

—Tal vez haya un interino. Estas empresas no resuelven un sustituto en tan poco tiempo. Voy a hacer una llamada y lo sabré.

—Oye. Ese portero. El bedel. ¿Exigís la licenciatura en Filosofía y Letras para ser bedel? Estaba leyendo
La realidad y el deseo
.

—¿Y eso qué es? Ya sabes que soy un humilde economista. —Los poemas completos de Cernuda.

—Ah. Claro. Es poeta. Es un bedel poeta. Ha publicado varios libros.

Mientras esperaba a Parra, Carvalho pensó en otros poetas de raros oficios. Emilio Prados trabajando como vigilante de niños a la hora del recreo en un colegio de su exilio mexicano. O aquel poeta que acabó como maestro de párvulos en Tijuana. Carvalho le conoció en un bar de la frontera tomando tequila con sal tras tequila con sal y, entre vaso y vaso, medio sorbo de agua con bicarbonato.

—Hasta que muera Franco no vuelvo. Es un hecho moral. Y eso que no soy nada. Pero tengo mi orgullo. En las antologías más jóvenes de antes de la guerra yo salgo. Justo Elorzía. ¿No ha leído nada mío? Apenas si he podido moverme para volver a publicar. Del campo de concentración de Argeles a Burdeos, luego el barco, México. Y nada más llegar ya caí en Tijuana. Un puesto de trabajo provisional en una escuela. Provisional.

Treinta años, amigo. Treinta años. Cada vez que me ha llegado un rumor de que Franco estaba enfermo o de que estaba a punto de caer, he dejado de afeitarme, he hecho las maletas y no me he cambiado las sábanas de la cama. Para que todo me empujara a marcharme de aquí. Hace unos meses me desesperé. Tengo veinte libros de poemas inéditos, amigo. Bajé a México para hablar con la Exprésate, la de ediciones Era. Yo conozco mucho a Renau, el pintor cartelista. Ahora está en Alemania Oriental. Pues bien, la chica de Era es hermana de un yerno de Renau. Me propusieron hacer una antología. ¿Oye usted? Una antología de libros que nunca se han publicado. Es como matarlos de uno en uno.

Mal afeitada la barba blanca, rostro de profesor machadiano con estómago ametrallado por el ácido, un cristal de las gafas mal tapado con esparadrapo para concentrar el resto de visión en un único ojo, manchas sobre una camisa que había sido blanca y parecía amarilla, reborde de suciedad en tomo al cuello deshilado y un olor discreto a sudor de viejo, un olor discreto a animal que ha de morir pronto.

—Hay una comisión permanente de tres o cuatro inspectores de la Petnay asesorando al sucesor. Estarán aquí unas semanas más y luego quedará al frente Martín Gausachs, el segundo de a bordo de Jaumá.

—¿Le conoces?

—Una carrera meteórica. Iba cuatro cursos detrás del mío en la Facultad y al mismo tiempo estudiaba Derecho. Todos los premios fin de carrera que quieras. Luego estudios en el MIT, profesor en escuelas de administración de empresas, en la Facultad de Ciencias Económicas. Un auténtico técnico.

—¿Opus?

—Tal vez jugueteara con el Opus en el momento de promocionarse, pero por los signos externos no ha hecho voto ni de pobreza, ni de obediencia, ni de castidad.

—¿Jode hasta por los codos?

—Es un tipo raro, Pepe. En un momento se dijo que era afeminado porque tiene maneras de mayordomo británico. Creo que no le he visto sin chaleco ni en agosto. Cuando llegaron a sus oídos los rumores sobre su mariconería se dedicó a frecuentar a todas las tías que podía, y algunas de bandera. Cada noche lleva una distinta y luce una o dos habituales cuando tiene que alternar. —¿Dinero familiar?

—Nada. Es el hijo tercero del hijo quinto del hermano de los herederos de la dinastía Gausachs. Hilaturas de algodón. Se codeaban con los Güell, los Bertrán, los Valls y Taberner hasta la crisis del algodón. Ahora vuelven a levantar cabeza. Pero Martín Gausachs no tiene nada que ver. Su padre era un abogado que no tenía dónde caerse muerto. Abogado de riñas de vecindario y alguna que otra separación.

—¿Todo eso lo tenéis en los archivos de aquí?

—No. El caso Gausachs lo tengo presente de cuando hicimos el estudio de la economía de Catalunya. Salió el apellido, y como resulta que hay un Gausachs metido en la extrema izquierda, me entró la curiosidad de ver por dónde iba la familia. Tienen de todo: un maoísta, otro aún más maoísta, Martín que es el ejecutivo perfecto, otro hermano con Jordi Pujol, una chica en el partido comunista, los dos hermanos pequeños estudian uno en un colegio del Opus y otro en los jesuitas.

—Una familia con voluntad de supervivencia mande quien mande.

—Justo. Es una ley inexorable. Toda clase dominante tiende a perpetuar su poder reproduciendo otra clase dominante, sea por la vía de la herencia económica, sea por la vía de la adaptación política o del poder cultural.

Ni una brizna de ironía. Parra tenía pegado a la lengua el lenguaje de germanías, el suyo, como Bromuro o
el Martillo de Oro
.

—Salgo de este Banco con la impresión de que me llevo algo sin pagar nada a cambio.

—Envíale un cheque a Leopoldo Calvo Sotelo o a Trías Fargas; están metidos en el Consejo de Administración.

—¿De cuánto?

—Yo calculo que mi hora de trabajo me sale a cuatrocientas sesenta y seis pesetas. He gastado contigo dos. Son novecientas treinta y dos pesetas. Te hago un descuento y te lo dejo en ochocientas o les haces tú un regalo a los jefes y les mandas mil pesetas.

—Florentino. Este amigo mío también era poeta.

El bedel levantó los ojos y estudió al uno y al otro por si era objeto de alguna broma.

—Poeta social, de los suyos.

—La poesía no es ni social ni tangerina, o es poesía o no es nada.

Dijo el bedel sin ira, pero con la dignidad de Pedro Crespo ante el intento de ultraje de los tercios reales.

17

Núñez llegó puntual con su fiel jersey inasequible a la suciedad, las puntas de la camisa flotantes sobre el cuello como avanzadilla de un extraño vegetal escondido, la mirada gandula y la sonrisa fija según el más puro estilo Actor's Studio.

—En este país sólo son puntuales los que han hecho trabajo clandestino.

Núñez rechazó la carta que le ofrecía la dueña.

—Crudités para empezar y luego el
confit d'oie
.

Secundó Carvalho la petición de
confit d'oie
, pero escogió unos caracoles a la borgoñona de primer plato. Eligió un St. Emilion entre la escasa variedad de la carta de vinos y ya ni Núñez ni él tuvieron la menor escusa para afrontar la necesidad de conversar y mirarse. El embarazo de Núñez formaba parte de la liturgia de su comportamiento. El de Carvalho era un eco residual del pasado respeto mítico, el mismo que conservaba ante un viejo profesor o alguna de las figuras que había admirado. Con un suspiro, Núñez sacó una fotografía de un billetero deslucido en el que se entrevió un solitario billete de quinientas pesetas.

—Tenga. Es como un recuerdo de familia.

Una foto de aficionado, con el borde acanalado, algo mate ya. En pie cuatro muchachos y dos sentados en cuclillas. Entre los dieciocho y los veinte años en 1950, ahora parecían salidos de un tiempo no delimitable pero lejanísimo. Traje chaqueta todos, corbata todos, menos el adivinable Marcos Núñez sentado en cuclillas con traje chaqueta y un jersey hasta la nuez. Jaumá era sin duda el de más a la izquierda entre los que estaban de pie. Pelo completo y los rasgos sefarditas algo más agudizados por la delgadez.

—¿Los otros?

—Por orden de aparición escénica. Junto a Jaumá, Miguelito Fontanillas, abogado, como todos nosotros, pero ejerciendo y bien. Es decir: abogado de no sé cuántas empresas, tres casas, cuatro piscinas.

Despeinado, algo bizco, en la fotografía tenía un gesto simpáticamente achulado; a pesar del traje hubiera podido parecer un joven golfo de barrio disfrazado de domingo.

—Tomás Biedma, abogado laboralista. El más alto. El que parece la imagen misma de la sensatez y la gravedad. Es el más rojo de todos nosotros. Al menos más que yo. Capitanea un grupúsculo de extrema izquierda.

Había algo de joven príncipe borbónico en aquellas facciones de sensualidad contenida por la juventud.

—Tiene aspecto de alcalde de ciudad importante.

—Nunca llegará a alcalde si no consigue asaltar el Palacio de Invierno. Ya le he dicho que pertenece a la extrema izquierda. De mí piensa que soy un revisionista y un cínico. Que soy un cínico lo piensa mucha gente, pero por motivos diferentes a los Me Biedma. Dice que soy un cínico porque sé lo suficiente para no ser un revisionista y sin embargo sigo siendo un revisionista. El otro que está de pie es el novelista Dorronsoro.

—¿Cuál de ellos?

—El hermano menor. Juan. Acaba de publicar
Los cansancios y las noches
. Yo soy uno de los personajes. No se moleste en leerla por esta causa. Salgo tal como usted mismo me ve.

—¿Sabe usted cómo le veo?

—Es uno de mis ejercicios preferidos. Pensar en cómo me ven los demás. A veces los ayudo a totalizar la imagen, a veces trato de desconcertarlos. Pero por poco tiempo. Me canso en seguida de todo, menos de estar cansado. Además, concentrarse demasiado en algo impide una disposición abierta a captar todo lo que pasa alrededor de ese algo. Ya se habrá dado cuenta usted de que el esfuerzo no va conmigo.

—¿Y éste?

Junto a Núñez, también sentado en cuclillas, un muchacho que parecía la imagen misma del alborozo. Pelo espeso como una boina, gafas cargadas de dioptrías, rasgos pequeños y duros, en la fotografía suavizados por una amplia sonrisa y todo el ademán del cuerpo acompañando el saludo del brazo al fotógrafo.

—¿Quién les hizo la foto?

—Hay una seria polémica sobre la cuestión. La señora Biedma sostiene que la hizo ella, y otro amigo que no aparece en la foto reclama para sí la paternidad, sin duda con una cierta coartada técnica: es o quiere ser director de cine. Se trata de Jacinto Vilaseca. Ha tenido mala suerte con lo del cine, ya sabe usted, es una industria difícil y Vilaseca tampoco se presta a según qué cosas. También es de extrema izquierda. Ha sido incluso propietario de un pequeño grupo político, como Biedma, aunque no el mismo.

—Vaya carnada. Sobre un total de siete amigos, dos grupos extraparlamentarios, un manager, un abogado de postín, un novelista, usted, ¿y éste? El de las gafas. No me ha dicho su nombre.

—Argemí. En esta época estaba llamado a ser el heredero de la gran tradición poética catalana. Ahora es un importantísimo fabricante de yogur. Es al que menos veo. O está en el extranjero o en su casa del Ampurdán, una inmensa masía del siglo XVII que él ha convertido en un palacio del siglo XXI.

—Quisiera las direcciones de todos ellos.

Metió la mano Núñez por la boca del jersey y de un supuesto bolsillo de la camisa extrajo un papel doblado.

—Aquí están. Ya he previsto que las necesitaría.

—¿Qué relaciones conservaban con Jaumá?

—Muy buenas. Pero de uno en uno o de dos en dos. Sólo nos hemos reunido todos en dos ocasiones. En una fiesta que me dieron cuando volví del exilio y hace un año, más o menos, a causa de Jaumá. Le entró un neura de espanto y quiso que nos volviéramos a ver. Fue una catástrofe. De uno en uno o de dos en dos en seguida recuperamos el lenguaje y nuestra historia. Pero todos juntos tratamos de recordar y recuperar la imagen de cada uno con respecto a los demás y acabamos hechos un lío y defendiéndonos desde posiciones actuales. Yo leo en sus ojos que esperaban más de mí y les sugiero que quizá yo esperara más de ellos. Entonces se vuelven agresivos.

—¿Todos?

—Dorronsoro no. Habla poco. Creo que nos estudia como personajes para sus novelas. Como escribe a un promedio de diez líneas diarias, con nosotros tiene material para toda la vida.

—¿Jaumá demostraba especial confianza con alguno de ellos?

—A Fontanillas le ha encargado algunos trabajos en relación con la empresa. También ha utilizado a veces a Biedma, porque confía mucho en su «racionalismo». Con Argemí ha hecho algún viaje.

—¿De negocios? ¿De placer?

—Más bien de placer. Con las mujeres propias.

—¿Y las mujeres?

—Más o menos formaban parte también del grupo. Casi todas fueron novias en los años de la Universidad. Creo que todas, menos la mujer de Argemí. Es hija de fabricante de yogur, de pequeño fabricante de yogur. Luego llegó Argemí y sobre el pequeño tinglado ha armado una industria importantísima. Exportan al mundo entero.

—¿Los Aracata?

—Exacto. Se llaman así porque empezaron el negocio dos socios. El uno aragonés y el otro catalán, el suegro de Argemí.

El
confit
era excelente, tostada, consistente la grasa convertida cualitativamente en otra cosa llena de sorpresas táctiles. Puntos de sabor deslizante, ligeramente quemados, crujientes entre los dientes la piel adherida a la inmediata capa de grasa. La carne fibrosa pero nada reseca, empapada de bálsamos de hierbas y especias a lo largo de su sueño inmovilizado en la grasa fría. ¿Desean postre los señores? Núñez guiñó un ojo a Carvalho y pidió:

—Tráigame un yogur Aracata, un vaso de zumo de naranja y una copita de triple seco. Yo mismo me lo mezclaré. Se lo aconsejo, Carvalho. Es una receta del propio Argemí. La pide en todos los restaurantes y así vende un yogur más.

Núñez había bebido con moderación y comido sin excesos. Carvalho intuyó que cuidaba su madura juventud, que luchaba cotidianamente para que sus cuarenta y cinco años parecieran cuarenta y cuatro.

—Le voy a hacer la misma pregunta que haré a sus amigos. Deme su versión del asesinato de Jaumá.

—He leído novelas policíacas y sé que hay que buscar un móvil. Ya hay un móvil oficial: el ajuste de cuentas originado por la agitada sexualidad de Jaumá. La mujer lo pone en duda. Yo no tengo por qué ponerlo en duda, pero me parece un móvil demasiado preparado, como escenificado. Si perdemos de vista ese móvil, yo soy el menos indicado para proponerle otro. Según las novelas, Jaumá ha podido ser asesinado por cuestiones de negocios, o por una venganza laboral, o como consecuencia de líos de herencia, o en una disputa con cualquier posible amante de su mujer, o víctima de un error. Puede usted coger todo el abanico y hacerse aire. Cada posibilidad tiene más contras que pros. Hay asesinatos «por negocios» entre pequeños comerciantes o industriales que se ven «las caras» en la dura lucha cotidiana, no entre altos ejecutivos. Ya le he dicho que Jaumá cuidaba muchísimo los conflictos laborales y los eludía con mucha habilidad. Lo de la herencia es descabellado. Sus hijos aún no tienen edad de matar para heredar y además su economía está prendida de alfileres. Posee muchas cosas pero la mayoría aún estaba pagándolas y el alto sueldo de ejecutivo queda aminorado cuando lo recibe la viuda sin los beneficios anuales. Hay algún seguro importante, pero que no garantiza el que Concha y sus hijos mantengan el estándar de vida anterior. Lo del lío amoroso por parte de Concha me resulta tan difícil creerlo como supongo que a usted después de haberla conocido. Queda el error. Igual se trata de un asesinato por error.

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