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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (17 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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Cuando emprendieron la marcha, Mizoguchi metió las manos en los bolsillos del abrigo y dijo:

—Hace cinco años, cuando me encargué del caso de la señorita Sekine, le hice redactar una lista de sus deudas pendientes. Ella me contestó: «Ni siquiera sé cómo he llegado a caer tan bajo. Yo sólo quiero ser feliz».

—Feliz —repitió Honma.

—Me temo que no es una revelación muy importante para su investigación. —Tras avanzar unos cuantos pasos, añadió—: Si necesita la dirección de su trabajo y cosas por el estilo, le proporcionaré lo que esté a mi alcance. Hablaré con Sawagi para que le prepare los expedientes.

—Gracias. Eso sería de una gran ayuda.

—A cambio, me gustaría saber cómo va avanzando la investigación, ¿le parece?

—Sí, desde luego.

—Por cierto, ¿cree que la señorita Sekine estará bien? —preguntó en un tono desenfadado.

Honma no respondió y el abogado tampoco insistió.

Al llegar al cruce principal en Ginza, se detuvieron antes de tomar direcciones diferentes. Ya se habían despedido cuando Mizoguchi puso punto y final a su discurso.

—No olvide lo que le he dicho. Ella no hizo nada especialmente grave. Se dejó la piel para tener un futuro. Le puede pasar a cualquiera, ¿sabe?… No lo olvide. De no ser así, no será capaz de entender quién es Shoko Sekine, ni la mujer que ocupó su lugar.

—No lo olvidaré. Muchísimas gracias por su tiempo.

El abogado se dio la vuelta zarandeando la mano. El semáforo se puso en verde y Mizoguchi avanzó hacia la masa de gente.

Más allá, arrastrados por la marea, ¿cuántos otros se habrían ahogado ya?

Capítulo 12

El sol, de color rojizo, se ponía ya en el cielo. Unos cuantos niños jugaban en el parque, algunos saltaban las vallas o estaban en cuclillas en el suelo, otros se rascaban la espalda o bailoteaban. En medio del grupo había un hombre bajito y corpulento con los brazos en jarras que parecía estar dando órdenes a los chicos. Estaba demasiado lejos como para que Honma pudiera distinguir con claridad sus palabras.

Los niños escuchaban sólo a medias. Dos madres se sentaban lado a lado en un par de columpios, cada una con un bebé en el regazo. Observaban al hombre, sonrientes pero cautelosas.

—…Tenemos que hacerlo bien, ¿vale? —vociferó el hombre bajito, casi gritando a pleno pulmón.

Un chico que había estado agachado a un lado, se incorporó y preguntó:

—Sí, lo que usted diga, señor. Por cierto, ¿quién narices es usted?

—¿Yo? Pues quién voy a ser. ¡Sherlock Holmes, por supuesto! Varios niños, con sus cejas enarcadas, intercambiaron miradas de desconcierto.

Aquel hombre… Honma ya presentía de quién se podía tratar, pero cuando se acercó más, la voz se lo confirmó. Se quedó paralizado en medio del parque.

—Sí, claro… Sherlock Holmes, dice —masculló uno de los chicos.

—El detective más famoso de todos los tiempos. ¡No puedo creer que no me hayáis reconocido! ¡Estos niños de hoy día! ¡No tienen respeto!

—Porque usted no es quien dice ser, señor. —Canturreó otro de los chicos. Las dos jóvenes madres, escandalizadas, se llevaron las manos a la boca.

El hombre alzó de nuevo el tono de voz.

—De todas formas, no hay tiempo para discusiones. Tenemos una búsqueda que hacer. Toda una operación, como ya os he explicado. ¿De acuerdo? ¡Pues manos a la obra! ¡Dividiros y buscad! —Los chicos se alejaron en todas direcciones.

Honma estaba a punto de doblar la esquina que llevaba a su edificio cuando oyó esa misma voz tras él.

—¡Ehhhhh!

No se dio la vuelta ni aminoró la marcha. De todas formas, la pierna limitaba el ritmo de sus pasos. El hombre bajito estaba alcanzándole.

—Eh, ¿pero qué haces? ¡No te hagas el loco! ¡Sé perfectamente que me has visto!

Honma zarandeó la mano tras él.

—No es cierto. Caballero, me temo que no le he visto en la vida.

—¡Mentiroso! —exclamó Sadao Funaki, alcanzándole por fin y aminorando el paso para caminar al ritmo de Honma—. ¿Has tenido un día duro, eh?

—Gracias, no me había dado cuenta. —Me cambiaría por ti si pudiera.

—Y de tema ¿cambiarías? —Para entonces ya estaba riendo—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Organizando una búsqueda. Voy a convertir a esos niñatos en un equipo de detectives de élite —informó Funaki, sacando pecho.

—¿Y qué están buscando?

—Un perro. Un perro perdido.

Honma se detuvo en seco.

—¿No será
Zoquete
?

A Funaki pareció sorprenderle que Honma estuviera al corriente.

—Sí, ese mismo. Qué nombre tan estúpido para un perro. Seguro que se ha largado por eso.

Así que
Zoquete
no había regresado a casa aún.

—Es un perro muy cariñoso, pero poco inteligente. No me extrañaría que hubiera salido detrás del primero que haya pasado por su lado.

—Bueno, espero que al menos no lo haya atropellado un coche —dijo Funaki, bajando un poco la voz.

Se detuvieron un momento frente al ascensor, para tomar aliento.

—¿Cómo te has enterado de lo de
Zoquete
? —preguntó Honma.

—Me lo ha contado Makoto —repuso su amigo. Makoto quería mucho a su «Tío Sadao» aunque reconocía que siempre estaba chillando.

—Mientras tú te pateabas la ciudad, Makoto ha reunido a sus amigos para organizar una búsqueda. Yo les di algún que otro consejo, eso es todo.

—Pero Makoto no estaba allí.

—Dirige una búsqueda especial —informó rebosante de orgullo—. Se marchó junto a Isaka y ese niño, Kazzy, para buscar al perro.

Funaki siempre parecía llevar el mismo traje aunque, en realidad, solía alternarlo con otros dos, hechos de la misma tela y con el mismo corte. Un pequeño detalle que mostraba su preocupación por la vestimenta. Llevaba desabrochada la chaqueta de color marrón ahumado. Como por arte de magia, sacó un enorme sobre de papel de estraza del bolsillo interior.

—Aquí tiene, «Su Majestad», tal y como ordenó —anunció.

El salón aún estaba caldeado. Funaki entró primero en la casa, atravesó el pasillo y se acercó para prender una barrita de incienso frente a la foto de Chizuko. Entretanto, Honma sacó los documentos del sobre: la cancelación del registro en Utsunomiya de Shoko Sekine y una lista de sus empleos previos.

—Gracias. Te debo una —dijo.

Funaki levantó la mano como restándole importancia al asunto y, entonces, volviéndose hacia la foto, susurró:

—Eh, Chizuko, tu marido está metido en algo bueno.

Funaki y Chizuko habían sido amigos desde pequeños. Habían asistido juntos a la misma escuela primaria. De hecho, fue Funaki quien la presentó a Honma cuando ambos estaban en la academia de policía. «Era como una hermana pequeña para mí», le dijo él una vez. «No me hubiera gustado verla con un tipo que no la mereciera».

Honma le preguntó entonces: «¿Y por qué no te casaste con ella?»

A lo que Funaki, tras unos segundos de reflexión, repuso: «Estábamos demasiado unidos, demasiado como para mirarnos con otros ojos».

Funaki ya apenas se dejaba ver por allí, siempre estaba demasiado ocupado. Pero cuando lo hacía, solía quedarse un rato junto a la fotografía de Chizuko. Y Honma siempre lo dejaba tomarse su tiempo.

Honma esparció el contenido del sobre por la mesa y tomó asiento. Nada fuera de lugar en la cancelación del registro familiar. La verdadera Shoko Sekine no había alterado ni una sola vez su domicilio permanente hasta que la falsa Shoko estableció el registro familiar en Honancho. Los datos del domicilio, escritos por el propio cabeza de familia, Sekine padre, eran: Ichozakacho 2001, Utsunomiya.

Había una entrada adicional que apuntaba que Shoko registró su «residencia actual» (South Kasai 4-10-5, distrito de Edogawa, Tokio) el 1 de abril de 1983. No cabía duda de que aquel era el lugar donde había residido cuando trabajaba en Kasai Trading. Honma alcanzó el auricular. Hojeó su libreta de direcciones y tras localizar los datos de la empresa, marcó el teléfono.

Respondió una mujer. Honma explicó que tenía que mandar algo por correo postal y que necesitaba que le confirmaran la dirección, así que le recitó la que aparecía en el registro. Ah, dijo la mujer, aquella no era la dirección de la empresa sino donde se alojaba al personal.

Honma colgó y miró a Funaki.

—Me vendría bien un té —dijo éste con despreocupación. —En el armario de abajo —repuso Honma.

Funaki se acercó al mueble, abrió las puertas y sacó una latita. Acto seguido, llenó la tetera de agua y la puso a hervir.

—¿Ahora trabajas por tu cuenta, eh?

—Correcto.

—Si no dejas de deambular así por las calles, pronto estarás chocheando.

—Ya me siento viejo, pero gracias por el consejo.

La siguiente dirección que aparecía en el archivo era la de Castle Mansión, en Kinshicho, el domicilio que ocupaba Shoko Sekine cuando se declaró en quiebra. Era muy probable que una vez que dejara la residencia de Kasai Trading y se mudara a aquel sitio, ya hubieran empezado a presionarle con los pagos. Su primer error. Cuando los empleados más jóvenes se alojan en la residencia de una compañía, no tardan en anhelar la independencia, pero la libertad es un lujo caro y supone atender las necesidades básicas del mundo exterior, como pagar la electricidad, el gas o el agua. Por eso prefieren quedarse en la residencia y aguantar toques de queda, supervisoras mojigatas y gente maliciosa cuchicheando en los pasillos.

La última entrada correspondía a la dirección a la que se había mudado tras la bancarrota, de donde se había esfumado el 17 de marzo de 1990: La Cooperativa Kawaguchi.

Tras el fallecimiento de su madre, Shoko Sekine había llamado a su abogado para conocer las posibilidades de cobrar el dinero del seguro que ésta tenía contratado. No había mencionado ninguna propiedad, por lo que era de suponer que su madre había estado viviendo de alquiler. Lógico. Su padre había muerto hacía mucho, y su madre había tenido que arreglárselas para sacar la familia adelante. Según dictaba la cancelación del registro hasta el día de su defunción, el 25 de noviembre de 1989, su madre se había mudado tres veces, todas dentro de la ciudad de Utsunomiya. Antes de la fecha de su muerte, estuvo registrada en Ichozakacho 2005, donde vivió casi diez años. No quedaba muy lejos del domicilio permanente de la familia.

¿Había decido su madre quedarse en Utsunomiya llevada por el apego a su ciudad natal? ¿O acaso había estado preparando el «nido» para el posible regreso de su hija?

Funaki se acomodó en la silla que quedaba frente a Honma. Se apropió del registro en cuanto Honma hubo acabado y lo hojeó brevemente, sin decir una palabra.

La lista de experiencias profesionales proporcionada por la oficina del Servicio Público de Empleo confirmaba las sospechas de Honma. Existían dos números de registro con el nombre de Shoko Sekine. El primero fue establecido cuando la verdadera Shoko empezó a trabajar en Kasai Trading. El segundo se abrió en abril de 1990, fecha en la que la falsa Shoko fue contratada por Imai Office Machines, cuando supuestamente era la primera vez que ésta se registraba.

—Cuando conseguí los papeles, llamé al registro —empezó Funaki—. Y se sorprendieron mucho al saber que estaba duplicado. No es la primera vez que alguien intenta ocultar la referencia de un antiguo empleo. Según me contaron, este tipo de personas se dejan caer por allí, asegurando que es su primera vez. A veces, los de la administración realizan una rápida comprobación, pero cuando se trata de una pequeña oficinista, como era el caso de Shoko, suelen hacer la vista gorda. No tienen tiempo que perder. De todas formas, sólo expiden registros con validez de siete años, así que no habría constancia del empleo en Kasai Trading, dada la fecha en la que dejó ese trabajo. Después de aquello, estuvo desempleada un tiempo.

Honma procesó todo aquello. Cuando Imai Office Machines contrató a la falsa Shoko Sekine, a ésta le resultó imposible hacerse con la información necesaria sobre la verdadera Shoko: la lista de sus empleos o los documentos del Servicio Público de Empleo. No tuvo otra opción que mentir y asegurar que aquel era su primer trabajo. O puede que sólo se tratara de una decisión tomada a la ligera.

No, por lo que Honma había averiguado, aquella mujer no parecía dejar cabos sueltos. Sin la identificación correcta de Empleo, no le quedó otro recurso que mentir. Una vez que la verdadera Shoko dejó su puesto en Kasai Trading, intentó escapar de sus deudas y acreedores huyendo a Kawaguchi y recurriendo a la prostitución. Con todos los problemas que atravesaba por aquel entonces, habría sido muy fácil dejar atrás un documento de identidad. Aunque, la mujer que iba tras ella podría haber puesto patas arriba el apartamento y no haber dado con nada.

La tetera empezó a silbar. Funaki se levantó de un salto y preparó el té. Sirvió dos tazas y las llevó a la mesa.

—¿Tienes lo que querías? —preguntó, soplando ligeramente el vapor que desprendía la infusión.

—Sí. Gracias —repuso Honma, ordenando los papeles. Entonces, se quedó callado.

Funaki estaba mirándolo fijamente.

—¿Hay algo más?

—En realidad, me sería de gran ayuda que averiguaras si esta mujer tiene pasaporte o carné de conducir.

—Ya. —Funaki miró el teléfono—. Podría hacer una llamada ahora mismo, pero el tema del pasaporte va a ser complicado. Puede que dé con algún graciosillo que quiera complicarme las cosas. ¿Te viene bien que lo haga esta noche? Luego te llamo y te cuento.

—Esta noche sería estupendo.

Funaki no preguntó de qué iba todo aquello. Ya sabía todo lo que necesitaba saber. Este caso no dejaba de ser un asunto personal; era problema de Honma, un problema familiar. Funaki sólo pretendía echarle una mano, y ya había cumplido. Si Honma necesitara ayuda con la investigación, sabría dónde encontrarlo.

—Te debo una muy grande. Te la devolveré, lo prometo.

—¿Qué tal si lo haces ahora mismo? —se apresuró a preguntar Funaki.

Cuando Honma le miró, desconcertado, éste continuó:

—Me encuentro en un callejón sin salida. ¿Por qué no me echas un cable? Estoy trabajando en un caso de homicidio en Nakano. La casa está a diez minutos en autobús de la estación de tren. Eran poco más de las dos de la tarde. Puerta forzada, robo a mano armada. La casa pertenece a una pareja de casados. Al marido lo apuñalan y muere; a la mujer la dejan atada. El ladrón escapa, pero los vecinos logran verlo de pasada, cuando sale huyendo.

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