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Authors: Miyuki Miyabe

Tags: #Intriga

La Sombra Del KASHA (18 page)

BOOK: La Sombra Del KASHA
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—Muy bien.

—Una pareja con mucha pasta. El marido tenía cincuenta y tres años, y la mujer treinta. Era su segunda esposa.

—¿Tenían hijos?

—No de esta mujer. Estaban forrados de dinero. Regentaban dos cafeterías, un videoclub y dos tiendas de ultramarinos.

—No tendrían problemas para llegar a fin de mes.

—Y el marido tenía una póliza de seguro de vida valorada en unos cien millones de yenes. Llevaban casados un año y medio. La familia de él no la traga. Creen que sólo se casó con él por dinero.

—¿Y? —Honma sonrió maliciosamente.

—Yo creo que todo fue premeditado. La mujer fue el cerebro del plan, quería hacerse con el dinero de su marido. Ha encontrado a otro hombre. Bueno, por lo menos, es lo que se rumorea por ahí. Que el noviete en cuestión es su cómplice.

—Podría ser.

—¿Verdad que sí? —Funaki dio una palmada en la mesa—. Pero hay algo que no encaja: no hay nadie más. Ningún sospechoso.

—¿Cómo?

—Que esa mujer no tiene ningún amante. No encontrarías nada, ni haciéndola pasar por el polígrafo ni por rayos X. Nada. Está limpia.

—¿Cómo es físicamente?

—Está «como un tren». No la soltarías ni siquiera para ver un partido de fútbol. El marido estaba loco por ella.

A Honma le vino a la mente Nobuko Konno, la mujer que dirigía la cooperativa Kawaguchi mientras su marido se ocupaba del bar. Esa mujer sí que era hermosa. Y además inteligente, aunque probablemente no hubiera apreciado ningún cumplido por parte de Honma.

—No lo entiendo —protestó Funaki—. Lo mires por donde lo mires, debe de haber un hombre. Pero no consigo dar con él. ¿Alguna vez has oído algo tan disparatado? Una mujer hermosa, veinte años más joven que el marido…

Honma seguía ensimismado en sus cavilaciones. Nobuko. Con su expediente bajo el brazo, dando respuestas directas a las preguntas de Honma. Mientras su marido y su hija se encargaban de lavar los platos… «Akemi, ve a buscar a tu madre».

—Sí… —espetó Honma en voz alta, interrumpiendo el monólogo de Funaki.

—¿Qué?

—A propósito de esas tiendas que has mencionado. ¿Era el marido quien las llevaba? ¿O era la mujer?

Funaki parecía desconcertado. Como si estuviera sentado en la barra de un bar especializado en fideos y le hubieran servido una
fondue
de queso.

—¿Y bien?

—… Pues el marido, supongo.

—¿Supones? ¿Es una suposición bien fundada?

—No hay duda. Era el marido quien controlaba el dinero. En realidad, los de Hacienda ya le había echado el ojo. Lo investigaron por una supuesta evasión fiscal.

—El marido controlaba el dinero —repitió en voz baja Honma—. Pero eso no significa dirigir un negocio. Hay que tomar decisiones respecto a la decoración interior, los videos que ofrecer al público… Son muchos detalles a tener en cuenta. ¿Quién se encargaba de todo eso?

Funaki respondió de inmediato.

—Sí, sí, eso también lo hacía el marido. La mujer no tenía ni voz ni voto. Él la tenía muy mimada. Le decía que no era necesario que se preocupara por ese tipo de cosas.

—¿No hay indicios de resentimiento por parte de la mujer? ¿Tuvieron discusiones por ese tema?

Funaki negó con la cabeza.

—Que yo sepa, no. Al parecer, la mujer no estaba muy interesada en esas cosas. Ya había conseguido lo que quería. Así que se limitaba a disfrutar de la vida, sin preocupaciones.

—¿Estás seguro?

—Según parece, así funcionaban —dijo, encogiéndose de hombros—. Los empleados estaban encantados con ella. De hecho, el encargado de una de las cafeterías me dijo que incluso le había hecho buenas sugerencias sobre la música alegando que conocía bien los gustos de la clientela joven. Supongo que antes de que le tocara la lotería, solía frecuentar el tipo de cafeterías que ahora regentaba su marido.

Honma asintió con la cabeza.

—Dos preguntas más.

—Muy bien.

—¿A qué se dedicaba la mujer antes de contraer matrimonio?

—Era secretaria. Se encargaba del papeleo, las típicas tareas de una oficina. Aunque… Ah, sí, también se ocupaba de la contabilidad. Tiene que ser una chica lista.

Una vez más, Nobuko Konno le vino a la mente.

—La segunda pregunta. Has dicho que corría el rumor de que tenía un amante. ¿Tienes pruebas, testimonios, algo?

—No, sólo son chismes. Los vecinos y empleados de la casa me comentaron que, de vez en cuando, la veían emperifollarse y salir sola.

—Pero no hablaron de nadie en particular, no señalaron a ningún hombre.

—Por esa razón me estoy volviendo loco. —¿Qué aspecto tenía en esas ocasiones? —¿Te refieres a su ropa?

—Sí. ¿Un traje? ¿Un kimono? ¿Un vestido con volantes? ¿Se ponía perfume? ¿Más maquillaje de lo habitual? ¿Qué tipo de bolso llevaba? Eso es muy importante. ¿Algo pequeño, compacto, un bolso de mano? ¿O quizás algo más práctico, lo suficientemente grande como para que cupiera una libreta y una agenda? Los zapatos también pueden marcar la diferencia. ¿Unos buenos tacones? ¿O algo más cómodo?

Funaki sacó su bloc y tomó notas.

—¿De qué crees que me servirá esa información?

Honma cruzó las manos tras la cabeza y se recostó en la silla.

—Aseguras que no hay evidencias de que otro hombre esté involucrado. Vamos a suponer que es así. Pero la mujer solía salir de casa sola. Y si iba vestida informal, no llevaba demasiado perfume ni maquillaje, cargaba con un bolso grande y unos zapatos cómodos, eso acota la lista de citas.

Funaki asintió, invitándole a continuar.

—¿Y?

—Un posible candidato sería… —¿Sería?

—Un banco. No el banco donde su marido tiene sus cuentas, sino otro. Un banco donde trataran directamente con ella. Si el marido llegara a enterarse, tendría que dar un montón de explicaciones, ¿verdad?

Funaki se encogió de hombros y extendió las manos, pequeñas y cuadradas.

—No le veo mucho sentido… ¿De qué iba a hablar con un banco? —De negocios. De financiación. —¿Para qué?

—Quizás quisiera abrir su propia tienda. Tiene su propia concepción sobre la gestión de un negocio. De una cafetería o un videoclub, más específicamente —rió Honma—. Nosotros llevamos mucho tiempo en esta profesión. El suficiente como para tener unas cuantas ideas preconcebidas. Detrás de una mujer implicada en un caso criminal, siempre hay un hombre tirando de los hilos. La naturaleza femenina no destaca precisamente por su impulso asesino. Siempre se dejan llevar por un hombre, ¿no es cierto? Los crímenes cometidos por las mujeres suelen ser pasionales, no premeditados, si lo prefieres.

—…Es cierto.

—Bueno, eso es lo que nosotros esperamos. Pero las cosas han cambiado mucho últimamente. No, ni siquiera últimamente. Las cosas empezaron a cambiar hace un tiempo. Los motivos de una mujer ya no son siempre echarle un lazo a un hombre sino que, hoy en día, es igual de común que actúe con el propósito de deshacerse de él. Las mujeres aspiran a ser emprendedoras, y no pestañearán a la hora de liquidar a los hombres que se lo están impidiendo. Ahora suelen darse más casos así.

Funaki estaba a punto de rebatir el argumento, pero decidió mantener la boca cerrada.

—¿Qué pasaría… ? —prosiguió Honma—. ¿Qué pasaría si, desde el principio, no se hubiera casado con su marido por dinero sino por los negocios que éste llevaba? Digamos que pensaba: «El matrimonio puede ser una vía fácil de acceso. Una vez que estemos casados, quizás me sea más fácil hacerme con el control de los negocios». Las secretarias llegan al umbral de los treinta y aún siguen limpiando la oficina y haciendo té para los jefes. Es una frustración. En el pasado lo era y la única vía de escape la proporcionaba el matrimonio. Pero ya no. Ahora es la independencia, estudiar fuera, ser emprendedora… Se ha abierto todo un abanico de posibilidades. Pero eso cuesta dinero, y bastante. Quizás pensó que sería un buen primer paso casarse con un hombre de negocios exitoso y mayor.

—Pero las cosas no salieron como ella había planeado —apuntó Funaki, entrecerrando los ojos con suspicacia.

—Exacto. El marido le dio dinero y la consintió hasta la saciedad. Pero no permitió que su mujercita se metiera en sus negocios, alegando que no quería que se preocupara por esas cosas. Dicho de otro modo, su posición no había cambiado mucho desde sus días de secretaria.

—Hay mujeres que matarían por ese tipo de vida —protestó Funaki.

—Sí, claro. Pero hay otras que no.

—Supongo.

—Que un hombre diga cosas como «No quiero que te involucres en asuntos que son demasiado complicados para ti», tiene que suponer un duro golpe para una mujer que tiene un afán de independencia.

—Pero según me contaron, jamás discutía con su marido.

—Quizás no pudiera hacerlo. Quizás él nunca la tomó lo suficientemente en serio como para pelearse con ella. Quién sabe, puede que eso asestara un golpe mortal a su orgullo. Seguramente estaba reconcomida por dentro y buscaba una vía de escape. Un plan. —Honma buscó bien sus palabras—. Y aun más, tenía que demostrarse a sí misma que era tan capaz y decidida como su marido. Eliminarlo era la opción más segura. Con lo cual, puede que lo pillara desprevenido y diera rienda suelta a la rabia que llevaba acumulada.

Por su cara, daba la impresión de que Funaki estaba pagando la cuenta de la
fondue
de queso en ese bar de fideos.

—Pero, ¿y el cómplice? Tiene que haber un cómplice —alegó como último recurso—. Debe de existir un amante, ¿no? Un hombre. Tiene que haberlo. Ella tuvo que contar con su ayuda. Es decir, seguramente fuera él quien cometiera el asesinato.

—¿Pero no hay rastro de ningún otro hombre, no?

—Quizás no he buscado donde debía.

—Lo dudo —se burló Honma—. Si no hay rastro de otro hombre, tendrías que considerar la idea de quizás… el cómplice sea una mujer. Alguien salido de su pasado como secretaria. Una compañera con la que pueda montar un negocio una vez que se haya deshecho del despótico marido. Piénsalo. Dos mujeres que se reúnen y hablan, ¿quién va a sospechar nada? Y si trabajaron en equipo, no les debió de costar mucho apuñalar a un hombre. Les salió rodado. ¿Qué tal si lo consideras como un
modus operandi
?

Funaki parecía aturdido. Carraspeó antes de hablar:

—Pues ahora que lo dices… Resulta que la sospechosa tiene una mejor amiga que la ha ayudado con todos los preparativos del funeral.

—Bien, ahí lo tienes. Podría ser ella.

Una débil sonrisa se dibujó en los labios de Funaki.

—Lo comprobaré.

«Esa es la actitud», estuvo a punto de decirle Honma para darle ánimos, pero prefirió guardar silencio. Todo eso había ocurrido gracias a Shoko Sekine: la excepción a la regla, la mujer que no comete crímenes pasionales.

Se había apropiado del registro familiar de otra persona, de su identidad. Cuando había estado a punto de ser descubierta, había renunciado a un futuro matrimonio y había huido. ¿Qué estaría tramando? ¿Qué la empujó a hacer todo aquello? Honma no lo sabía aún, pero tenía algo muy claro: no fue ni por amor ni por un hombre. Nada emocional.

Sus deseos de casarse con Jun afloraron más tarde, con independencia de sus planes. Lo había conocido después, él no era más que un elemento de una vida falsificada. Una vida basada en un nombre sustraído. Y al menor desperfecto de su nueva vida, no dudó en renunciar a Jun, y a la gente de Imai Office Machines. Sin remordimiento alguno, por lo visto.

Se había dado a la fuga, pensó Honma. Tendría sus razones, aunque todavía no las tenía claras del todo. Lo que sí sabía era que se trataba de una solitaria que se enfrentaba sola al mundo. No tenía vínculos emocionales. No tenía que rendir cuentas a nadie.

La nueva Shoko era como una pared. Una pared cubierta por un papel pintado de vivos motivos floridos. Bajo la superficie, era puro hormigón. Impenetrable, sólido. Una superviviente con voluntad de hierro.

Trabajaba para ella y para nadie más. Esa era la mujer que se hacía llamar Shoko. Una mujer que diez años atrás no existía.

Isaka y Makoto llegaron poco después de que Funaki se hubiera marchado.

—No hemos encontrado a
Zoquete
—gimoteó el chico—. ¿Crees que lo han matado? El tío Sadao dijo que si estaba herido, la perrera lo encontraría.


Zoquete
es un perro tranquilo. Se habría ido detrás de cualquiera que le dijera: «Vamos, chico».

Makoto se apoyó contra la pared, abatido. Honma e Isaka inter¬cambiaron miradas.

—Papá…

—¿Sí?

—Había muchos perros en la perrera.

Oh, oh, pensó Honma. Ya intuía lo que se le venía encima.

—Esos perros… ¿van a sacrificarlos a todos? ¿Por qué la gente quiere deshacerse de los perros de esa manera? ¿Por qué no se los quedan?

Isaka se frotó la frente y agachó la cabeza.

—No lo sé —repuso Honma—. No puedo entender lo que empuja a la gente a hacer cosas como esa. Pero nosotros reprobamos ese comportamiento, ¿verdad? Nuestra familia no sería capaz de hacer algo así. Si vemos a alguien haciendo algo parecido, tomamos cartas en el asunto. En cualquier caso, siempre hacemos lo que está en nuestras manos, ¿no es así?

Isaka se agachó un poco para mirar a Makoto a la cara y explicó:

—Es como te dijo la tía Hisae. Ahí fuera hay muchos idiotas. Gente que se encaprichan con una mascota y la echan a patadas cuando da mucho la lata. Son unos idiotas. —Y dándole un pequeño codazo, añadió—: Será mejor que vayas a lavarte esas manos. Voy a prepararte un baño. Debes de estar muy cansado.

Dirigiéndole a Isaka una mirada que dejaba bien claro que no estaba convencido del todo, Makoto se arrastró, obediente, hacia la cocina. Los adultos parecían aliviados.

—Lugares como esa perrera ponen enfermo a cualquiera —confesó Isaka—. Es un espectáculo bastante desolador.

—Siento que hayas tenido que pasar por esto.

—No, no. No te preocupes. Pero sí que hay un montón de perros allí. —Dio un paso hacia la cocina pero entonces se detuvo y rebuscó en el bolsillo interior de la chaqueta—. Cuando estábamos a punto de marcharnos, llamaron para decir que la ampliación de la foto ya estaba lista. La tienda quedaba de camino a la perrera, así que pensé que podría ahorrarte el viaje.

¿Ampliación? Honma se había olvidado por completo de aquello. La instantánea. Había renunciado a ella, ya que no parecía ofrecer resultados muy prometedores.

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