Read La tierra de las cuevas pintadas Online
Authors: Jean M. Auel
»Al principio, se sintió confuso. Luego comprendió qué había ocurrido. La vieja Zelandoni le había concedido exactamente lo que había pedido. Él quería ser un cazador nato, y ya lo era. Se había convertido en lobo. No se refería a eso al expresar su deseo de ser un buen cazador, pero ya era demasiado tarde.
»Una profunda aflicción asaltó a Lobafon, y quiso echarse a llorar, pero no tenía lágrimas. Aguardó al borde del cauce, y en aquella quietud empezó a tomar conciencia del bosque de una manera nueva. Oía cosas que no había oído nunca antes, y percibía olores que ni siquiera sabía que existiesen. Le llegaron muchos aromas, en especial de animales, y cuando se concentró en un conejo enorme, una liebre blanca, cayó en la cuenta de que tenía hambre. Pero ahora sabía qué hacer exactamente. Despacio, con sigilo, acechó a aquella criatura. Pese a que la liebre era muy rápida, y podía darse la vuelta en un instante, el lobo se adelantó a sus movimientos y la atrapó.
Ayla sonrió para sí en esta parte del relato. La mayoría de la gente creía que los lobos y otros devoradores de carne sabían cazar y matar a sus presas ya desde su nacimiento, pero eso no era así, como ella había tenido ocasión de comprobar. Después de dominar el manejo de la honda, practicando en secreto, deseó dar el siguiente paso, cazar con ella, pero las mujeres del clan tenían prohibida la caza. A menudo los carnívoros robaban la comida del clan de Brun, en especial los devoradores de carne de menor tamaño como el vencejo, el armiño y otras comadrejas, pequeños gatos salvajes, zorros y cazadores de tamaño medio como los ávidos glotones, los linces con penacho, los lobos y las hienas. Ayla justificó su decisión de desafiar el tabú del clan diciéndose que cazaría sólo devoradores de carne, animales destructivos para su clan, dejando la caza de animales para la alimentación a los hombres. Como consecuencia, no sólo acabó siendo una excelente cazadora, sino que aprendió mucho sobre las presas elegidas. Pasó los primeros años observándolas antes de conseguir cobrarse una pieza. Sabía que si bien la tendencia a cazar era fuerte en los devoradores de carne, todos debían aprender de sus mayores de una manera u otra. Los lobos no nacían sabiendo cazar. Las crías aprendían de la manada.
El relato de Galliadal captó de nuevo su atención.
—El sabor de la sangre caliente en la garganta era delicioso, y Lobafon devoró de inmediato la liebre. Regresó al río a beber de nuevo y limpiarse la sangre del pelaje. Después olfateó alrededor buscando un lugar seguro. Cuando lo encontró, se hizo un ovillo y, empleando la cola para taparse la cara, se durmió. Cuando despertó otra vez, había oscurecido, pero ahora veía mejor por la noche que antes. Se desperezó, levantó una pata y orinó en un arbusto. Luego salió a cazar otra vez. —En la plataforma, el joven imitó muy bien los movimientos de un lobo, y cuando levantó la pata, el público prorrumpió en carcajadas.
»Lobafon vivió durante un tiempo en la cueva abandonada por la anciana, cazando y disfrutando de aquello, pero después empezó a sentirse solo. El muchacho se había convertido en lobo, pero a la vez seguía siendo un muchacho, y empezó a pensar en volver a su hogar para ver a su madre, y a la atractiva joven del sur. Se encaminó hacia la caverna de su madre, corriendo con la soltura de un lobo. Cuando vio a una cría de ciervo que se había separado de su madre, recordó que a la chica del sur le gustaba comer carne, y decidió cazarla y llevársela.
»Cuando Lobafon se aproximó, unos humanos lo vieron y se asustaron. Se preguntaron por qué un lobo llevaba a rastras un ciervo hacia su hogar. Vio a la joven atractiva, pero no se fijó en el hombre rubio, alto y apuesto que estaba a su lado con un arma nueva que le permitía arrojar lanzas a gran distancia y con mucha rapidez. Pero cuando se disponía a lanzar, Lobafon arrastró la carne hasta la mujer y la dejó a sus pies. Luego se sentó ante ella y alzó la vista. Quería decirle que la amaba, pero Lobafon ya no podía hablar. Sólo podía demostrarle su amor mediante sus actos y la expresión de sus ojos, y se puso de manifiesto que era un lobo que amaba a una mujer.
Todo el público se volvió a mirar a Ayla y el lobo a sus pies, en su mayoría sonrientes. Algunos empezaron a reír, otros a darse palmadas en las rodillas a modo de aplauso. Si bien no era allí exactamente donde Galliadal se proponía dar por concluido el relato, la reacción de los oyentes lo llevó a pensar que era un buen punto para interrumpirse.
Ayla se abochornó al sentirse centro de tanta atención y miró a Jondalar. También él sonreía, y se daba palmadas en las rodillas.
—Ha sido un buen relato —declaró.
—Pero no hay nada de verdad —contestó ella.
—Hay una parte que sí —rectificó Jondalar, mirando al lobo que ahora estaba de pie, en una postura alerta y protectora ante Ayla—. Existe un lobo que ama a una mujer.
Ayla tendió la mano para acariciar al animal.
—Sí, en eso tienes razón.
—La mayoría de los relatos de los fabuladores no son verdad, pero contienen algo de verdad, o satisfacen el deseo de respuestas. Debes reconocer que es un buen relato. Y si alguien no supiese que encontraste a Lobo cuando aún era una cría, solo en su guarida, sin hermanos, sin manada ni madre, el relato de Galliadal podría colmar su deseo de saber, aun cuando se dieran cuenta de que no debía de ser verdad.
Ayla miró a Jondalar y asintió; a continuación, los dos volvieron la cabeza y sonrieron a Galliadal y los demás en la plataforma. El fabulador les respondió con una profunda reverencia.
El público empezaba a levantarse y marcharse otra vez, y los fabuladores bajaron de la plataforma para dejar el espacio a un nuevo grupo de gente que contaría otra historia. Se sumaron al corrillo formado alrededor de Ayla y Lobo.
—Ha sido increíble cuando ha aparecido el lobo. Ha llegado justo en el momento oportuno —afirmó el joven que había interpretado al muchacho-lobo—. No habría salido mejor ni planeándolo. ¿No querrás traerlo cada noche, supongo?
—Dudo que sea buena idea, Zanacan —dijo Galliadal—. Todo el mundo hablará del relato que hemos contado esta noche. Si ocurriera lo mismo cada vez, perdería el encanto. Además, estoy seguro de que Ayla tiene otras cosas que hacer. Es madre, y acólita de la Primera.
El joven se ruborizó y se mostró avergonzado.
—Es verdad, sí. Lo siento.
—No te disculpes —terció Ayla—. Galliadal tiene razón. Estoy muy ocupada, y Lobo no siempre estará aquí cuando se le necesite, pero creo que sería divertido aprender algo sobre tu manera de narrar. Si no es molestia para nadie, me gustaría visitaros alguna vez mientras ensayáis.
Zanacan, como los demás, percibió enseguida el peculiar acento de Ayla, más si cabe porque todos conocían el efecto de los distintos timbres y voces, y habían viajado por la región mucho más que la mayoría de la gente.
—¡Me encanta tu voz! —exclamó Zanacan.
—Nunca he oído ese acento —observó la joven.
—Debes de venir de muy lejos —añadió el otro muchacho.
Normalmente Ayla se sentía un poco incómoda cuando la gente mencionaba su acento, pero los tres jóvenes parecían tan entusiasmados y sinceramente complacidos que sólo fue capaz de sonreír.
—Sí. Viene de muy lejos —intervino Jondalar—. Mucho más lejos de lo que imagináis.
—Puedes visitarnos siempre que quieras mientras estemos aquí, será un placer para nosotros. ¿Y te importaría que intentáramos aprender tu manera de hablar? —preguntó la joven. Miró a Galliadal buscando su aprobación.
El fabulador posó la vista en Ayla.
—Gallara sabe que nuestro campamento no está abierto a cualquier visitante que se presente, pero tú sí serás bienvenida en todo momento.
—Podríamos inventar un relato fantástico sobre alguien que viene de muy lejos, quizá incluso de más allá de la tierra del sol naciente —dijo Zanacan, todavía lleno de entusiasmo.
—Es posible, pero por alguna razón dudo que sea tan bueno como la historia real, Zanacan —observó Galliadal. Dirigiéndose a Ayla y Jondalar, añadió—: A veces los hijos de mi hogar se entusiasman ante las ideas nuevas, y vosotros les habéis dado muchas.
—No sabía que Zanacan y Gallara fueran hijos de tu hogar, Galliadal —comentó Jondalar.
—Y Kaleshal también —agregó el hombre—. Es el mayor. Quizá debería hacer las presentaciones como es debido.
Los jóvenes que habían encarnado a los personajes de la historia parecieron complacidos de conocer a los referentes reales de su relato, sobre todo al oír los títulos y lazos de Ayla, recitados por Jondalar.
—Permitidme que os presente a Ayla de los zelandonii —empezó Jondalar. Cuando llegó a su lugar de procedencia, cambió un poco la presentación—. Antes era Ayla del Campamento del León de los mamutoi, los Cazadores de Mamuts que viven al este, en «la tierra del sol naciente», y fue adoptada como Hija del Hogar del Mamut, que era su zelandonia. Elegida por el espíritu del León Cavernario, su tótem, que la marcó físicamente, y protegida por el espíritu del Oso Cavernario, Ayla es amiga de los caballos Whinney y Corredor, y de la nueva potranca, Gris, y amada por el cazador cuadrúpedo, a quien ella llama Lobo.
Los jóvenes entendieron los títulos y lazos que añadió Jondalar a la lista cuando se emparejaron, pero cuando habló del Hogar del Mamut, y del León Cavernario y el Oso Cavernario, por no mencionar los animales vivos que la acompañaban, Zanacan miró con los ojos muy abiertos. Era un gesto propio de él cuando sentía sorpresa.
—¡Podemos utilizar eso en el nuevo relato! —exclamó Zanacan—. Los animales. No exactamente los mismos, claro, pero sí la idea de los hogares con nombre de animal, y quizá también las cavernas, y los animales con quienes viaja.
—Ya os he dicho que probablemente la historia real es mejor que cualquier relato que podamos imaginar —confirmó Galliadal.
Ayla sonrió a Zanacan.
—¿Queréis conocer a Lobo? Todos vosotros —propuso.
Los tres jóvenes se sorprendieron, y Zanacan volvió a abrir los ojos.
—¿Cómo se conoce a un lobo? Ellos no tienen títulos y lazos, ¿no?
—No exactamente —respondió Ayla—. Pero la razón por la que decimos nuestros títulos y lazos es para saber más los unos de los otros, ¿no? Los lobos saben más de la gente y de muchas cosas de su mundo por el olfato. Si le dejas olerte la mano, te recordará.
—No sé qué decir… ¿Eso es bueno o malo? —preguntó Kaleshal.
—Si te presento, te considerará amigo —contestó Ayla.
—En ese caso, creo que deberíamos hacerlo —afirmó Gallara—. No me gustaría que ese lobo me considerara otra cosa que no sea su amiga.
Cuando Ayla alargó el brazo para coger la mano de Zanacan y acercársela al hocico de Lobo, percibió una leve resistencia, el impulso de retirarla. Pero en cuanto comprendió que no podía ocurrirle nada malo, su curiosidad innata y su interés se avivaron.
—Tiene el hocico frío, y húmedo —observó.
—Eso significa que está sano. ¿Cómo creías que sería el contacto con el hocico de un lobo? —preguntó Ayla—. ¿O con su pelo? ¿Cómo te lo imaginabas? —Ayla le desplazó la mano para que le acariciara la cabeza al lobo y palpara el pelo en el cuello y el lomo. Repitió el proceso con los otros dos jóvenes mientras, alrededor, otros muchos observaban.
—Tiene el pelo liso y áspero, y está caliente —advirtió Zanacan.
—Está vivo. Los animales vivos están calientes, al menos la mayoría. Los pájaros están muy calientes; los peces están fríos, y las serpientes pueden estarlo también —explicó Ayla.
—¿Cómo sabes tanto de animales? —preguntó Gallara.
—Es cazadora, y ha cazado casi todas las clases de animales que existen —respondió Jondalar—. Puede matar una hiena de una pedrada, coger un pez con la mano, y los pájaros acuden a su llamada, pero por lo general luego los suelta. Esta primavera encabezó una cacería de leones, y mató al menos dos con el lanzavenablos.
—Yo no encabecé la cacería —dijo Ayla, frunciendo el entrecejo—. Fue Joharran.
—Pregúntaselo a él —repuso Jondalar—. Él mismo dice que tú la encabezaste. Eras tú quien más sabía de leones, y de cómo enfrentarte a ellos.
—Yo pensaba que era una Zelandoni, no una cazadora —comentó Kaleshal.
—Todavía no es Zelandoni —informó Galliadal—. Es acólita, está aprendiendo, pero tengo entendido que ya es una excelente curandera.
—¿Cómo puede saber tanto? —preguntó Kaleshal con un tono dubitativo.
—No le ha quedado más remedio —contestó Jondalar—. Perdió a los suyos cuando tenía cinco años, la adoptaron unos desconocidos y tuvo que aprender sus costumbres; luego vivió sola unos años hasta que yo la encontré o, mejor dicho, hasta que me encontró ella a mí. Me había atacado un león. Ella me rescató y me curó las heridas. Cuando uno lo pierde todo a tan corta edad, tiene que adaptarse y aprender deprisa, o no sobrevive. Sigue viva por lo mucho que fue capaz de aprender.
Ayla, concentrada en Lobo, lo acariciaba y le frotaba detrás de las orejas, manteniendo la cabeza gacha para no oír. Siempre la avergonzaba que la gente hablase de ella como si sus acciones fuesen grandes logros. Temía dar la impresión de que se creía importante, y eso la incomodaba. Ella no se consideraba importante, y no le gustaba que la vieran como una persona distinta de las demás. Sólo era una mujer, y una madre, que había encontrado a un hombre a quien amar y a personas como ella, la mayoría de las cuales habían acabado aceptándola como una de los suyos. En otro tiempo había deseado ser una buena mujer del clan; ahora sólo quería ser una buena mujer zelandonii.
Levela se acercó a Ayla y Lobo.
—Me parece que están preparándose para contar el siguiente relato —anunció—. ¿Os quedáis a oírlo?
—Creo que no —contestó Ayla—. A lo mejor Jondalar quiere quedarse. Se lo preguntaré, pero yo volveré en otro momento para escuchar más relatos. ¿Tú te quedas?
—He pensado en ir a ver si aún hay algo bueno para comer. Empiezo a tener un poco de hambre, pero también estoy cansada. Puede que no tarde en volver a nuestro campamento —respondió Levela.
—Iré contigo a comer algo. Luego tengo que recoger a Jonayla, que está con tu hermana. —Ayla se acercó a donde estaban charlando Jondalar y los demás y esperó a que se produjese una pausa en la conversación—. ¿Vas a quedarte a oír el siguiente relato? —preguntó.
—¿Tú qué quieres hacer?
—Estoy un poco cansada, y Levela también. Hemos pensado en ir a ver si queda algo bueno para comer —dijo Ayla.