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Authors: Jean M. Auel
Traducida a 35 idiomas, LOS HIJOS DE LA TIERRA® es una de las series más conocidas y de más éxito de la historia del mundo editorial. Sus ventas suman por el momento más de 45 millones de ejemplares, 3 de ellos sólo en España y América Latina. Jean M. Auel combina sus brillantes dotes narrativas y unos personajes atractivos con una sorprendente recreación de la manera de vivir de hace miles de años, plasmando el terreno y convirtiendo los lugares, los deseos, las creencias, la creatividad y la vida cotidiana de los europeos de la Era Glacial en algo muy real para el lector de hoy en día.
Hace ya muchos años que Ayla, la niña cromañón, fue expulsada del Clan del Oso Cavernario y que inició su largo viaje por todo el continente europeo. Finalmente, en este libro, La tierra de las cuevas pintadas, se ha establecido en la cueva de donde procede su compañero Jondalar, con quien ha tenido una muy deseada hija llamada Jonayla. La joven lucha por encontrar un equilibrio entre sus nuevas obligaciones como madre y su preparación para convertirse en líder espiritual y en curandera. Durante su formación queda muy impactada al contemplar las maravillosas pinturas que se encuentran en algunas cuevas y le ayudan a sentirse especialmente cercana a la Madre Tierra.
Jean M. Auel
La Tierra de las Cuevas Pintadas
Los hijos de la Tierra VI
ePUB v1.3
dml3307.05.11
LOS HIJOS DE LA TIERRA®
El Clan del Oso Cavernario
El Valle de los Caballos
Los Cazadores de Mamuts
Las Llanuras del Tránsito
Los Refugios de Piedra
La Tierra de las Cuevas Pintadas
Título original:
The Land of the Painted Caves
Edicion original: Crown Publishers, Inc. Nueva York, 2011
Diseño de cubierta:
Oliver Alasdair
Fotografía de
Jean M. Auel:
Aaron Johanson
© Jean M. Auel, 2011
© de la traducción: Carlos Milla / Isabel Ferrer, 2011
© Maeva Ediciones, 2011
Benito Castro, 6
28028 MADRID
www.maeva.es
ISBN Ed. Impresa: 978-84-15120-10-0
Depósito Legal: B-8.590-2011
ISBN eBook: 9788415120216
Conversión a formato digital: Newcomlab, S.L.L., 2010
Fotomecánica: Gráficas 4, S. A.
Impreso y encuadernación: Industria Gráfica CAYFOSA, S. A.
Printed in Spain / Impreso en España
Para RAEANN
la primera nacida, la última mencionada, siempre amada,
y para FRANK,
que permanece a su lado,
y para AMELIA y BRET, ALECIA y EMORY,
unos jóvenes excelentes,
con amor.
El grupo de viajeros avanzaba por la senda paralela al Río de la Hierba, entre sus aguas cristalinas y chispeantes y la pared de caliza blanca veteada de negro que se alzaba en la orilla derecha. En fila de a uno, doblaban el recodo donde la pared rocosa sobresalía y se acercaba al cauce. Más adelante, un camino menor se desviaba hacia el vado, donde la corriente, más ancha y menos profunda, espumeaba en torno a las piedras que asomaban a la superficie.
Antes de llegar a la bifurcación, una joven situada casi en la cabeza del grupo se paró de pronto y, totalmente inmóvil, fijó la mirada al frente, con los ojos muy abiertos. Señaló con la barbilla, reacia a moverse.
—¡Mirad! ¡Allí! —anunció con un susurro sibilante, trasluciéndose el miedo en su voz—. ¡Leones!
Joharran, el jefe, levantó el brazo para dar el alto. Vieron deslizarse entre la hierba, poco más allá del desvío, varios leones cavernarios de color pardo rojizo. No obstante, la hierba era un camuflaje tan eficaz que ni siquiera hallándose mucho más cerca habrían advertido la presencia de aquellas fieras a no ser por la aguda vista de Thefona. La muchacha de la Tercera Caverna tenía una vista excepcional, y si bien era muy joven, destacaba por su capacidad para ver a lo lejos y a la perfección. Este don innato se había puesto de manifiesto en ella a muy corta edad, y habían empezado a adiestrarla siendo aún muy pequeña; ahora era su mejor vigía.
Casi en la cola del grupo, justo delante de los tres caballos, Ayla y Jondalar alzaron la mirada para ver por qué se habían detenido.
—¿Por qué habremos parado? —preguntó Jondalar, arrugando la frente con su habitual ceño de preocupación.
Ayla, observando con atención al jefe y a quienes se hallaban alrededor, protegió instintivamente con la mano el bulto cálido que llevaba a cuestas en la suave manta de piel amarrada al pecho. Jonayla acababa de mamar y dormía, pero se movió un poco al tocarla su madre. Ayla poseía una extraña habilidad para interpretar el significado del lenguaje corporal, adquirida de joven cuando vivía con el clan. Sabía que Joharran se había alarmado y que Thefona estaba asustada.
Ayla también tenía una vista extraordinaria. Además, era capaz de percibir sonidos por encima de los umbrales auditivos normales, así como los tonos graves más bajos de la escala. Su sentido del olfato y el gusto eran también muy finos, pero ella nunca se había comparado con nadie y no era, pues, consciente de esa capacidad de percepción fuera de lo común. Había nacido con unos sentidos de una agudeza extrema, lo que sin duda la ayudó a sobrevivir cuando, a los cinco años, perdió a sus padres y todo cuanto conocía. Sus notables aptitudes las había adquirido por sí sola. Había desarrollado sus habilidades naturales durante los años que dedicó a estudiar a los animales, en particular los carnívoros, a la vez que aprendía a cazar.
En el silencio distinguió el murmullo leve de los leones, para ella muy familiar, captó su olor característico en la tenue brisa y advirtió que, en la cabeza del grupo, varias personas miraban al frente. Al fijarse, vio que algo se movía. De repente los felinos ocultos por la hierba parecieron mostrarse más nítidamente. Vio tres o cuatro leones cavernarios adultos y dos crías. Se echó a caminar llevándose una mano al lanzavenablos, prendido del cinturón mediante una lazada, y la otra al carcaj, colgado a la espalda, donde guardaba las lanzas.
—¿Adónde vas? —preguntó Jondalar.
Ayla se detuvo.
—Allí delante hay leones, un poco más allá de donde se desvía la senda —musitó.
Jondalar se volvió para mirar en esa dirección y, al advertir un movimiento, supuso que se trataba de los leones, ahora que sabía que estaban allí. También él echó mano a sus armas.
—Tú quédate aquí con Jonayla. Ya voy yo.
Ayla contempló por un momento a su niña dormida y luego lo miró a él.
—Manejas bien el lanzavenablos, Jondalar, pero hay al menos tres leones adultos y dos crías, puede que más. Si los leones piensan que las crías están en peligro y deciden atacar, necesitarás ayuda, alguien que te cubra la espalda, y sabes que, después de ti, soy la mejor.
Mirándola, Jondalar se detuvo a pensar y volvió a arrugar la frente.
—De acuerdo… pero quédate detrás de mí. —De reojo, percibió un movimiento a sus espaldas y echó un vistazo—. ¿Y qué hacemos con los caballos?
—Saben que hay leones cerca —respondió Ayla—. Míralos.
Jondalar los observó. Los tres caballos, incluida la potranca, miraban hacia delante, conscientes sin duda de la proximidad de los enormes felinos. Jondalar frunció otra vez el entrecejo.
—¿Estarán bien? ¿Sobre todo la pequeña Gris?
—Saben que deben mantenerse alejados de esos leones, pero no veo a Lobo —dijo Ayla—. Voy a llamarlo con un silbido.
—No hace falta —contestó Jondalar, señalando en otra dirección—. También él debe de haber notado algo. Ahí viene.
Al volverse, Ayla vio a un lobo correr hacia ella. El cánido era un ejemplar magnífico, más grande que la mayoría de los animales de su especie, pero a causa de una herida en una pelea con otros lobos le había quedado una oreja algo maltrecha, que le confería cierto aire de golfo. Ayla le dirigió la señal característica que empleaba cuando cazaban juntos. Como el animal sabía, significaba que debía quedarse cerca y prestarle a ella máxima atención. Corrieron hacia la cabeza del grupo por entre la gente, procurando no provocar un revuelo innecesario y pasar lo más inadvertidos posible.
—Me alegro de que estéis aquí —dijo Joharran en voz baja cuando vio aparecer discretamente a su hermano y Ayla acompañados del lobo y con los lanzavenablos en la mano.
—¿Sabéis cuántos son? —preguntó Ayla.
—Más de los que creía —contestó Thefona, que intentaba aparentar calma y disimular su miedo—. Al verlos, he pensado que quizá eran tres o cuatro, pero se mueven entre la hierba, y ahora me parece que quizá haya diez o más. Es una manada grande.
—Y se sienten muy seguros de sí mismos —añadió Joharran.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Thefona.
—No nos prestan atención.
Jondalar, que sabía que su compañera conocía bien a los grandes felinos, dijo:
—Ayla entiende de leones cavernarios. Quizá debamos pedirle su opinión.
Joharran la señaló con un gesto de la cabeza, formulando la pregunta sin hablar.