Read La tierra de las cuevas pintadas Online
Authors: Jean M. Auel
La Que Era la Primera había tomado otra vez la palabra, y Ayla tuvo que obligarse a apartar la mente de sus cavilaciones. La Zelandoni tenía una mano en alto.
—El número de dedos de una mano, cinco, es una palabra de contar importante por sí sola. Representa el número de dedos de cada mano, y los de cada pie, claro, pero eso es sólo su significado superficial. El cinco es también la palabra de contar sagrada de la Madre. Nuestras manos y nuestros pies sólo sirven para recordárnoslo. Otra cosa que nos lo recuerda es la manzana. —Extrajo una pequeña manzana dura, aún sin madurar, y la sostuvo en alto—. Si sujetáis una manzana de lado y la cortáis por la mitad, como si cortarais el tallo dentro de la fruta —lo mostró mientras hablaba—, veréis que la disposición de las semillas divide la manzana en cinco secciones. Por eso la manzana es la fruta sagrada de la Madre.
Entregó las dos mitades para que los acólitos las examinasen, dando la parte superior a Ayla.
—La palabra de contar cinco tiene también otros aspectos importantes. Como descubriréis, en el cielo se ven cinco estrellas que se mueven siguiendo una trayectoria distinta cada año, y hay cinco estaciones en el año: primavera, verano, otoño y los dos períodos fríos, principios del invierno y finales del invierno. La mayoría de la gente piensa que el año empieza con la primavera cuando crece la vegetación nueva, pero los zelandonia sabemos que el principio del año viene determinado por el día más corto del invierno, que es el que divide el invierno en sus dos partes: principios y finales. El verdadero año empieza a finales del invierno, luego vienen la primavera, el verano, el otoño, y el principio del invierno.
—Los mamutoi también cuentan cinco estaciones —informó Ayla espontáneamente—. En realidad, tres estaciones principales, primavera, verano e invierno, y dos estaciones menores, otoño y medio invierno. Quizá debería llamarse finales del invierno. —A algunos de los otros les sorprendió que ella introdujese un comentario mientras la Primera explicaba un concepto básico, pero la Primera sonrió en sus adentros, complacida al verla participar—. Consideran que el tres es una palabra de contar primaria porque representa a la mujer, como el triángulo de tres lados con la punta hacia abajo representa a la mujer, y a la Gran Madre. Cuando añaden las otras dos estaciones, otoño y medio invierno, períodos que anuncian cambios, suman cinco. Mamut decía que el cinco era la palabra de contar con autoridad oculta de la Gran Madre.
—Eso es muy interesante, Ayla. Para nosotros el cinco es la palabra de contar sagrada de la Madre. Consideramos también que el tres es un concepto importante por razones similares. Me gustaría saber más de ese pueblo al que llamas los mamutoi y de sus costumbres. Quizá en la próxima reunión de los zelandonia —dijo la Primera.
Ayla escuchaba fascinada. La Primera tenía una voz que, cuando ella se lo proponía, captaba la atención, la exigía, pero no era sólo la voz. Los conocimientos y la información que transmitía eran estimulantes y absorbentes. Ayla deseaba saber más.
—Hay también cinco colores sagrados y cinco elementos sagrados, pero se hace tarde y ya hablaremos de eso la próxima vez —concluyó La Que Era la Primera Entre Quienes Servían a la Gran Madre Tierra.
Ayla se sintió defraudada. Ella habría seguido escuchando toda la noche, pero en ese momento alzó la vista y vio a Folara acercarse con Jonayla. Su hija había despertado.
La expectación por la Reunión de Verano creció tras la visita de la Novena Caverna a las cavernas Séptima y Segunda. Todo el mundo vivía absorto en los frenéticos preparativos previos a la marcha, y el entusiasmo era palpable. Cada familia se ocupaba de lo suyo, pero los diversos jefes tenían además la obligación de planificar y organizar el traslado de toda su caverna. Eran jefes precisamente porque estaban dispuestos a asumir esa responsabilidad y poseían la aptitud para hacerlo.
Antes de una Reunión de Verano, los jefes de todas las cavernas de zelandonii se ponían nerviosos, pero Joharran más que ningún otro. En tanto que la mayoría de las cavernas contaban con una población de entre veinticinco y cincuenta personas, algunas de hasta setenta u ochenta, por lo general emparentadas, su caverna era una excepción. Casi doscientos individuos habitaban en la Novena Caverna de los zelandonii.
Era todo un desafío hallarse al frente de tal número de personas, pero Joharran estaba más que capacitado. Su madre, Marthona, había sido jefa de la Novena Caverna, y además Joconan, el primer hombre con quien ella se emparejó y en cuyo hogar nació Joharran, ocupó el puesto de jefe antes que ella. Su hermano, Jondalar, nacido en el hogar de Dalanar, el hombre con quien Marthona se emparejó tras la muerte de Joconan, se había especializado en un oficio para el que demostraba tanta habilidad como vocación. Al igual que Dalanar, gozaba de gran reconocimiento como tallador experimentado de pedernal, porque era lo que mejor hacía. Joharran, en cambio, se crio inmerso en el ejercicio del liderazgo y demostraba una propensión natural a asumir esa clase de responsabilidades. Era lo que a él se le daba mejor.
Entre los zelandonii no existía un proceso formal para la selección del jefe, pero, como vivían juntos, descubrían quién era el mejor a la hora de resolver un conflicto o un problema. Y tendían a seguir a quienes se responsabilizaban de la organización de una actividad y lo hacían bien.
Por ejemplo, si varias personas planeaban ir de caza, no decidían forzosamente seguir al mejor cazador, sino a aquel capaz de dirigir al grupo de manera tal que el resultado de la cacería fuese el óptimo para todos. A menudo, aunque no siempre, el solucionador de problemas más apto era también el organizador más competente. En ocasiones, dos o tres personas, que destacaban en sus respectivas áreas de experiencia, trabajaban en colaboración. Al cabo de un tiempo, aquel que hacía frente a los conflictos y asumía el control de las actividades de una manera más eficaz obtenía el reconocimiento de jefe, no de una manera estructurada, sino por consenso tácito.
Aquellos que alcanzaban posiciones de liderazgo adquirían prestigio, pero dichos jefes gobernaban mediante la persuasión y la influencia; carecían de poder coercitivo. No había normas o leyes concretas de cumplimiento obligatorio, ni medio alguno para imponerlas, circunstancia que dificultaba el liderazgo, pero existía una gran presión entre iguales para reconocer y aceptar las propuestas del jefe de la caverna. Los guías espirituales, los zelandonia, tenían aún menos autoridad para hacerse obedecer, pero más dotes de persuasión; eran muy respetados y un poco temidos. Su conocimiento de lo desconocido y su familiaridad con el aterrador mundo de los espíritus, elementos importantes en la vida de la comunidad, imponían respeto.
El entusiasmo de Ayla ante la inminente Reunión de Verano aumentó conforme se acercaba el momento de partir. El año anterior no lo había vivido con la misma intensidad, porque Jondalar y ella llegaron a la Novena Caverna, el hogar de él, no mucho antes del encuentro anual de los zelandonii, después de viajar durante un año, y para ella representó ya emoción y tensión suficiente el mero hecho de conocer a sus moradores y acostumbrarse a sus hábitos. Este año había tomado conciencia de su creciente entusiasmo desde los inicios de la primavera, y a medida que transcurrían los días, iban invadiéndola el desasosiego y la impaciencia como a todos los demás. Prepararse para el verano conllevaba mucho trabajo, sobre todo sabiendo que tendrían que viajar de aquí para allá, sin quedarse en un mismo sitio durante toda la estación.
La Reunión de Verano era la ocasión en que la gente, después de la época del año más larga y fría, se reunía para reafirmar sus lazos, buscar pareja e intercambiar mercancías y noticias. El emplazamiento se convertía en una especie de campamento base desde el que los individuos y grupos de menor tamaño salían en partidas de caza y expediciones de recolecta, explorando a la vez su territorio en busca de posibles alteraciones y visitando otras cavernas para ver a amigos y parientes, así como a vecinos de cavernas más alejadas. El verano era la estación de la itinerancia: en esencia los zelandonii eran sedentarios sólo durante el invierno.
Ayla, después de cambiar y amamantar a Jonayla, la había puesto a dormir. Lobo había salido un rato antes, tal vez a cazar o explorar. Ayla acababa de extender las pieles de dormir que usaban en los viajes para comprobar si necesitaban algún remiendo cuando oyó que llamaban al poste junto a la cortina colgada en la entrada de la vivienda. Su morada estaba casi al fondo del espacio protegido, pero cerca del extremo suroccidental de la zona habitable, río abajo, ya que era una de las construcciones más recientes. Ayla se levantó y apartó la cortina. Complacida, vio allí a La Que Era la Primera.
—Me alegro de verte, Zelandoni —dijo, risueña—. Pasa.
Cuando la mujer entró, Ayla percibió movimiento fuera y miró en dirección a otra construcción que Jondalar y ella habían erigido un poco más allá, en la zona desocupada del refugio, para alojar a los caballos cuando el tiempo fuera especialmente desapacible. Advirtió que Whinney y Gris acababan de regresar de la orilla herbosa del Río.
—Iba a prepararme una infusión. ¿Te apetece? —ofreció Ayla.
—Sí, gracias —contestó la mujer corpulenta mientras se dirigía hacia un bloque de piedra caliza con un gran almohadón encima colocado allí expresamente para que ella lo usara como asiento. Era resistente y cómodo.
Tras remover las brasas en el hogar, Ayla colocó sobre ellas unas piedras de cocinar y añadió más leña. A continuación vertió agua del odre, hecho con el estómago limpio de un uro y ahora hinchado de tan lleno, en un cesto de trama tupida, y metió en el fondo unos trozos de hueso para proteger el cesto de guisar de las piedras al rojo crepitantes.
—¿Te apetece alguna infusión en particular? —preguntó.
—Me da igual. Elige tú. No estaría de más que fuera algo sedante —contestó la Zelandoni.
El asiento con su almohadón se había incorporado a la vivienda poco después de la Reunión de Verano del año anterior. La Primera no lo había pedido, y no sabía con certeza si la idea había partido de Ayla o de Jondalar, pero sí adivinó que estaba pensado para ella y lo agradeció. La Zelandoni tenía dos asientos de piedra, uno en su propia morada y otro al fondo de la zona de trabajo común, apartada de las viviendas. Por otra parte, Joharran y Proleva le proporcionaron un sitio sólido donde reposar cómodamente en su propia morada. Pese a que la Zelandoni aún era capaz de sentarse en el suelo si era necesario, a medida que pasaba el tiempo y seguía engordando, cada vez le costaba más levantarse. Suponía que como la Gran Madre Tierra la había elegido para ser la Primera, tenía sus razones para darle un aspecto cada año más parecido al de Ella. No todos los zelandonia que habían llegado a ser el Primero o la Primera eran gordos, pero ella sabía que a la mayoría de la gente le gustaba verla así. Su corpulencia parecía conferir mayor presencia y autoridad. La pérdida gradual de la movilidad era un precio pequeño.
Con unas pinzas de madera, Ayla cogió una piedra caliente. Las pinzas se habían hecho a partir de un trozo fino de madera extraído de debajo mismo de la corteza de un árbol vivo. Una vez retirada la larga tira de madera y cortados sus dos extremos, se le daba forma al vapor. La madera reciente mantenía más tiempo su elasticidad, pero para evitar que el árbol muriese, era mejor sacarla sólo de un lado. Golpeteó la piedra de cocinar contra una de las rocas que rodeaban el hoyo destinado al fuego para sacudir las cenizas y luego la sumergió en el agua, provocando una nube de vapor. Con una segunda piedra caliente, el agua entró en ebullición, aunque sólo por un momento. Los fragmentos de hueso impedían que las piedras al rojo abrasaran el fondo del cesto, y así el cazo de fibras duraba más.
Ayla examinó su provisión de hierbas secas y a medio secar. La manzanilla siempre sedaba, pero era muy corriente, y ella quería algo más. Vio una planta que había cogido recientemente y sonrió para sí. La melisa aún no estaba del todo seca, pero decidió que eso no importaba. Para usarla en infusión ya estaba bien. Si añadía un poco a la manzanilla, junto con algo de tilo para endulzar la mezcla, obtendría una agradable infusión sedante. Echó las hojas de manzanilla, melisa y tilo en el agua y las dejó reposar un rato; finalmente sirvió dos vasos y llevó uno a la donier.
La mujer sopló un poco y tomó un sorbo con cuidado; ladeando la cabeza, intentó identificar el sabor.
—Manzanilla, por descontado, pero… déjame que piense. ¿Es melisa, quizá con unas cuantas flores de tilo? —preguntó.
Ayla sonrió. Cuando le ofrecían algo desconocido, ella hacía exactamente lo mismo: intentaba identificarlo. Y la Zelandoni había adivinado los ingredientes, por supuesto.
—Sí —contestó Ayla—. Tenía manzanilla y flores de tilo secas, pero encontré la melisa hace unos días. Me alegró descubrir que crece cerca de aquí.
—Quizá la próxima vez que traigas melisa para ti, puedas coger un poco para mí. No estaría de más llevar a la Reunión de Verano.
—Con mucho gusto. Puede que vaya hoy mismo. Sé el lugar exacto donde crece. En el llano en lo alto de la pared rocosa, cerca de la Piedra que Cae —contestó. Ayla se refería a una formación única: una antigua sección de basalto, una especie de columna que en un tiempo lejano había llegado al fondo del mar primordial y ahora, por efecto de la erosión, asomaba de la piedra caliza de tal modo que daba la impresión de estar cayendo, pese a hallarse firmemente incrustada en la parte superior de la pared rocosa.
—¿Qué sabes acerca de los usos de estas hierbas? —preguntó la Zelandoni, sosteniendo el vaso en alto.
—La manzanilla es relajante y si se toma por la noche, ayuda a conciliar el sueño. La melisa es sedante, sobre todo si uno está nervioso y tenso. Incluso alivia el malestar de estómago causado a veces por la tensión y ayuda a dormir. Tiene un sabor agradable que combina bien con la manzanilla. El tilo calma el dolor de cabeza, en especial cuando uno está tenso, y a la vez endulza un poco.
Ayla se acordó de Iza, y de cómo la ponía a prueba con preguntas parecidas para verificar qué recordaba de los conocimientos inculcados. Se preguntó si la Zelandoni se proponía también averiguar cuánto sabía.
—Sí, esta infusión, bien cargada, podría emplearse como un sedante suave.
—Si alguien, por el nerviosismo y las preocupaciones, no puede dormir y necesita tomar algo un poco más fuerte, le vendrá bien el líquido resultante de hervir raíces de valeriana —dijo Ayla.