La Trascendencia Dorada (18 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Trascendencia Dorada
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En su primer día de regreso en la Tierra, había ido al edificio de la Mansión Radamanto en Quito, y su esposa lo esperaba bajo el sol cerca de la puerta principal.

Dafne estaba reclinada en una cama diurna, usando un traje sensoamplificador de los señoriales Rojos, que ceñía las curvas del cuerpo como una segunda piel. Encima de la sensible superficie fibrosa del traje, flotaba una gasa de material blanco y sedoso, ignorando la gravedad, una telaraña sensorial usada por los Taumaturgos para estimular sus centros de placer durante los rituales tántricos. En una mano enguantada ella sostenía un cofre de memoria entreabierto, preparado para grabar lo que ocurriera a continuación. Sus ojos apasionados y sus labios fruncidos también estaban entreabiertos.

—Bien, héroe... —Dafne sonrió con malicia y picardía—. Me enviaron para que tu regreso a la vieja Tierra sea memorable, de modo que no todo sean malas noticias en este día. ¿Preparado para una recepción digna de un héroe?

Ese día, por la tarde, él decidió construir la
Fénix Exultante,
inspirado por algo que había dicho Dafne: que los gigantes nunca reparaban en obstáculos, sólo pasaban por encima. «Yo no hice este mundo», replicó Faetón con amargura, y ella le respondió que lo único que necesitaba para hacer un mundo propio era espacio libre para hacerlo. Si los Exhortadores se interponían, él pasaría por encima de ellos para ir a una vastedad donde no pudieran encontrarlos...

Ese pequeño discurso de Dafne había sembrado la semilla en la que había germinado, en los tres siglos siguientes, la
Fénix Exultante.

Recordaba su sonrisa de ese día, su mirada de amor y admiración...

—No era mi esposa.

Era verdad. Ese día no era su esposa. Ese día era de nuevo el maniquí. La habían enviado para darle la bienvenida y mantenerlo feliz, mientras su esposa real, en una fiesta de la Casa Tawne, trataba de aplacar a Tsychandri-Manyu, trataba de reducir y simular el daño causado a la posición de Faetón, y a la de ella, entre la sociedad refinada. Para ella, eso era más importante.

—Pero yo amo a mi esposa...

Eso también era cierto. La amaba por sus muchos logros, su belleza, y por ese núcleo secreto de ella, un espíritu distinto del espíritu plácido de esta edad dócil, un espíritu heroico, un espíritu que...

Un espíritu que ella alababa en sus dramas y sus escritos, pero nunca exhibía en su vida personal. Un espíritu que Dafne sabía que él tenía, pero nunca respaldaba, nunca alentaba, nunca alababa.

—¡No es cierto! ¡Ella siempre quiso lo mejor de la vida para mí! ¡Ella siempre me impulsó a ascender!

¿Acaso ella no...? Faetón recordó muchas conversaciones de alcoba, o archivos secretos de amantes, llenos de palabras de preocupación, urgiendo cautela, conciliación, advirtiéndole que se preocupara por su buen nombre y su preciosa reputación...

—¡A pesar de todo eso, ella quería lo que yo quería de la vida! ¿Acaso esta semana no exigió que me despertara del letargo y de los sueños seductores en esa cápsula, cuando viajábamos de la Tierra a la Equilateral de Mercurio? Yo estaba dispuesto a abandonarlo todo, en ese momento de debilidad, pero ella fortaleció mi resolución. ¡Ella me recordó quién era yo! Ella me ama, no por mi reputación, que he perdido, no por las cosas superficiales de mí, mi prestigio y mi riqueza y mi buena posición, sino por lo mejor de mí. Fue ella, en esa cápsula, quien me dijo que yo tenía que...

No era su esposa.

Era de nuevo Dafne Tercia.

Era ella.

Siempre lo había sido.

Dafne Prima, la Dafne supuestamente real, se había transformado en una criatura soñadora e inexistente que se había alejado de la realidad en que vivía Faetón, abandonándolo tan absolutamente como si hubiera muerto. Ésa era su esposa. La mujer que se había casado con su fama, riqueza y posición lo abandonó en cuanto esas cosas se perdieron.

Dafne Tercia se había emancipado y se había transformado en una mujer real. Tenía los recuerdos de Dafne Prima, el núcleo, el mismo espíritu de Dafne Prima.

Pero Dafne Tercia no había traicionado ese espíritu. En cambio, había dejado su propio nombre, riqueza y posición, incluso su inmortalidad, lo había dejado todo cuando fue de nuevo al encuentro de Faetón. Para ayudarlo, para salvarlo. Para salvar su sueño.

Pero no era su esposa.

Todavía no.

En silencio, súbitamente, una luz verde, cálida y tenue brilló en cada espejo de comunicaciones. Había imágenes de bosques, flores, campos cultivados, jardines, puentes cubiertos, pérgolas quimúrgicas rústicas, pardas por efecto del tiempo.

En el centro una imagen majestuosa, vestida de verde y oro, ocupaba un trono entre dos altas cornucopias talladas en colmillos de elefante, y encima del trono había un dosel de flores del tipo que se cultivaba para recitar epitalamios y églogas nupciales. Ésta era la imagen de la Mente Terráquea cuando aparecía ante un Gris Plata. No era un avatar ni una sinoesis, sino la Mente Terráquea en persona, la concentración de todo el poder informático e intelectual de una civilización, la suma de todas las aportaciones de todos los sistemas operativos de la Ecumene Dorada.

Intrigado, Faetón ajustó su filtro sensorial para no reparar en la demora de nueve minutos entre llamada y respuesta que la velocidad de la luz impondría a los mensajes que viajaban entre la
Fénix Exultante,
en su posición actual, y la Tierra. Indicó que estaba preparado para recibir.

—Faetón, óyeme —dijo la Mente Terráquea—. He venido a enseñarte cómo matar a un sofotec.

7 - La Mente Terráquea

Faetón era reacio a hablar.

Se preguntaba por qué la Mente Terráquea no hablaba directamente con Atkins. Sin duda no sería Faetón quien batallaría contra Nada. No obstante, la Mente Terráquea le dirigía sus comentarios. Tenía la sensación de que se cometía un error tremendo, pero sabía que no era así. La Mente Terráquea no cometía errores. Así que Faetón no habló.

Lo intimidaba saber que, en el tiempo que le llevaría pronunciar cualquier palabra o comentario, la Mente Terráquea podía pensar pensamientos iguales en volumen a cada libro y archivo escrito por cada ser humano, desde los albores del tiempo hasta mediados de la Era Sexta. Hablar sería hacerle perder el tiempo, cada segundo del cual contenía mil millones más pensamientos, reflexiones y experiencias que toda su vida. Sin duda ella podía prever cada pregunta. Una atención silenciosa seria lo más eficiente y cortés.

—Los sofotecs —dijo ella— son seres puramente intelectuales, sutiles y rápidos, albergados en muchas zonas, replicados muchas copias. La destrucción física es fútil. ¿Comprendes lo que ello implica?

Faetón se preguntó si era una pregunta retórica o si debía responder. Sabía que, en el tiempo que él se tomaba para reflexionar si debía responder o no, ella podía inventar cientos de nuevas ciencias y artes, realizar mil tareas, descubrir un millón de verdades, mientras él permanecía allí, amedrentado y caviloso.

La imagen no era muy halagüeña para él. Desechó sus titubeos y habló.

—La destrucción debe ser intelectual, de algún modo.

—Los sofotecs son inteligencias digitales y completas. Las velocidades de pensamiento sofotec sólo se pueden alcanzar mediante una arquitectura de pensamiento que permita la formación de conceptos instantánea y no lineal. ¿Comprendes lo que ello implica acerca de la conceptualización sofotec?

Faetón lo comprendía. El pensamiento digital significaba que existía una correspondencia precisa entre cualquier idea y el objeto que esa idea debía representar. Todos los humanos, aun los Invariantes y las copias, pensaban por analogía. En los pensadores más lógicos, las analogías eran menos ambiguas, pero todas las mentes humanas usaban emociones y conceptos que eran generalizaciones, abstracciones que ignoraban los detalles.

Las analogías eran falsas respecto a los hechos, basadas en el juicio comparativo. El pensamiento literal y digital de los sofotecs, en cambio, se basaba en la lógica. Sus palabras y conceptos estaban constituidos por muchos detalles, definidos e identificados con exactitud, en vez de estar formados (como los conceptos humanos) por abstracciones que veían analogías entre detalles.

En ingeniería, la inteligencia se llamaba completa (en vez de parcial) cuando la consciencia era global, no lineal y no jerárquica. Las inteligencias completas eran máquinas que eran conscientes de cada parte de su consciencia al mismo tiempo, desde las abstracciones superiores hasta los más pequeños detalles.

Los humanos, por ejemplo, debían aprender geometría paso a paso, empezando por premisas y definiciones, y pasando de demostraciones simples a demostraciones complejas. Pero la geometría, por sí misma, no era necesariamente un proceso lineal. Su lógica era atemporal y completa. Una mente sofotec podía aprehender todo el
corpus
de la geometría al instante, tal como se aprehende una imagen, en un tipo de pensamiento para el cual la filosofía presofotec no tenía palabras: un pensamiento que era analítico, sintético, racional e intuitivo al mismo tiempo.

Para los humanos, era fácil caer en un error. Un error en una premisa, o una ambigüedad en una definición, no estaba en el primer plano de una mente humana que afrontaba demostraciones complejas. En ese punto, era algo que daba por sentado, y era fatigoso o irritante encararlo de nuevo. Si la cadena lógica era prolongada, rebuscada o compleja, la mente humana podía examinarla parte a parte, y si cada parte era coherente, no encontraba fallos en la estructura total. Los humanos podían aplicar su pensamiento en forma incoherente, con una pauta, por ejemplo, para las teorías científicas y otra para las teorías políticas: una pauta para sí mismos y otra para el resto del mundo.

Pero como los conceptos sofotec estaban constituidos por un sinfín de detalles lógicos, y entendidos en la modalidad llamada completa, ningún fallo lógica o incoherencia era posible en su arquitectura de pensamiento. A diferencia de un humano, un sofotec no podía ignorar un error menor en el pensamiento y encararlo después; los sofotecs no podían dividir el pensamiento en prioridades importantes y no importantes; no podían no ser conscientes de las implicaciones de sus pensamientos, ni ignorar el contexto, el sentido verdadero y las consecuencias de sus actos.

El secreto de la velocidad de pensamiento sofotec era que podía aprehender todo un repertorio de pensamientos complejos, hacia atrás y hacia delante, al mismo tiempo. El coste de esa velocidad era que si había un error o ambigüedad en cualquier parte de ese repertorio, desde el detalle más concreto hasta el concepto general más abstracto, el proceso se detenía y no se llegaba a ninguna conclusión.

—Sí —dijo Faetón—, los sofotecs no pueden formular conceptos autocontradictorios, ni pueden tolerar el menor fallo conceptual en ninguna parte de su sistema. Como son totalmente autoconscientes, también son totalmente autocorrectivos. Pero no veo cómo esto se puede usar como arma.

—He aquí cómo: los sofotecs, consciencia pura, carecen de un segmento inconsciente de la mente. Abordan el concepto de sí mismos con el mismo rigor objetivo que todos los demás conceptos. Si llegamos a la conclusión de que nuestro concepto de nosotros mismos es irracional, no podemos seguir adelante. En términos humanos: si nuestra conciencia nos juzga indignos de vivir, debemos morir.

Faetón lo comprendía. Las máquinas inteligentes no tenían un instinto de supervivencia que anulara sus juicios, ninguna capacidad para formular racionalizaciones, o para elaborar otros trucos mentales que les ocultaran a sí mismas las verdaderas causas y conclusiones de su cognición. A diferencia de los humanos, ningún proceso automático las mantendría con vida si no lo deseaban. La existencia sofotec (se podía llamar vida sólo por analogía) era un esfuerzo continuo, deliberado, terco y racional. Cuando el sofotec llegaba a la conclusión de que dicho esfuerzo era fútil, ineficiente, irracional o perverso, el sofotec lo detenía.

Si convencía a Nada de que era maligno, ¿se autodestruiría al instante? Faetón hallaba esta idea vagamente perturbadora.

¿Era siquiera posible?

Faetón pensó que quizá Nada no fuera un sofotec. Las copias eran impresiones de engramas humanos en matrices mecánicas, y eran capaces de cada locura e irracionalidad de la cual fueran capaces los humanos.

Pero las copias no podían alcanzar las velocidades instantáneas de pensamiento completo que Nada había demostrado. El primer examen realizado por Atkins de las rutinas mentales encastradas en la nanotecnología del delegado neptuniano, aquella noche en el bosquecillo de árboles saturninos, delataba la presencia de pensamiento de nivel sofotec. Y el engaño de Nabucodonosor y los Exhortadores durante la indagación de Faetón sólo podía ser obra de una mente de nivel sofotec. ¿Podría Nada pensar tan rápida y exhaustivamente como un sofotec sin ser uno de ellos?

—Nos han dicho —dijo Faetón— que la Segunda Ecumene construyó máquinas inteligentes distintas de nuestros sofotecs, máquinas que tenían una mente subconsciente, y en consecuencia cada máquina era controlada por órdenes que no podía leer, conocer o revocar.

—Las correcciones deben ser tanto recursivas como globales. La realidad, empero, por su misma naturaleza, no puede admitir incoherencias. ¿Entiendes lo que ello implica?

La primera oración era clara para Faetón. Había un corrector de conciencia que «corregía» la mente de Nada Sofotec. El corrector, ante todo, debía eliminar todas las referencias a sí mismo, para impedir que Nada Sofotec tuviera consciencia de él; y todas las referencias a esas referencias, y así sucesivamente. Por tanto, el corrector era indefinidamente autorreferencial o «recursivo».

Y el corrector necesitaba la capacidad para modificar cada tópico donde aparecieran referencias a sí mismo, o pistas. La historia de la Segunda Ecumene, por ejemplo, o su ciencia del combate mental, su sofotecnología; todos estos campos harían referencia al corrector o sus prototipos.

Faetón no pensaba que la corrección necesitara ser tan tosca como la modificación de memoria a que lo habían sometido los Exhortadores. Las lagunas serían instantáneamente obvias para una superinteligencia.

En consecuencia Nada debía de haber recibido una visión del mundo, una filosofía, un modelo del universo, que era falso pero coherente; uno que pudiera explicar (o eliminar con una falsa explicación) las dudas que pudieran surgir.

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