La tregua de Bakura (27 page)

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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tregua de Bakura
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—Mañana por la noche —dijo.

Para entonces, joven Jedi, ya estarás muerto.

—Me gustaría actuar antes —dijo con cautela Thanas—. El elemento sorpresa jugará en favor de los atacantes…

—Mañana por la noche —repitió Nereus.

El comandante Thanas tendría que redimirse según los planes de Nereus, no guiándose por sus propios deseos. Todo el plan…, o convertirse en esclavo minero. Nereus se lo dejaría claro cuando se encontraran a solas.

—Muy bien —dijo Thanas—. Comandante Skywalker, general Solo, hasta mañana.

Nereus estrechó las manos de todos los reunidos sin quitarse los guantes. Las larvas no se contagiaban en esta fase, pero la sola idea le producía náuseas. Los tricoides olabrianos utilizaban a casi todos los animales superiores como huéspedes. Ya habían intentado infectar a los ssi-ruuk, pero al parecer destruían los cuerpos de los prisioneros tecnificados de inmediato. Supuso que Skywalker viviría lo suficiente para criar una nidada de grandes y voraces adultos, que surgían ya fértiles de una breve conversión en pupa. Si los ssi-ruuk no se llevaban a Skywalker del planeta, sería destruido aquella noche. Incluso podría entregarse voluntariamente, para no infestar el planeta. Los idealistas jóvenes se sacrificaban con gran nobleza.

Pero Skywalker, casi con toda seguridad, pasaría por la Plataforma 12 una vez, como mínimo, durante las siguientes ocho horas.

Luke sintió que la mirada del gobernador Nereus le seguía mientras Han y él salían de la sala de operaciones. Nereus esperaba no volver a verle nunca más.

—Confiar en esa gente… —rezongó Han, en cuanto doblaron la primera esquina—. Menuda broma.

—Piensa en el comandante Thanas —masculló Luke.

—¿Oh?

Han enarcó una ceja y volvió la cabeza para mirar hacia un pasillo.

Bien. Sería mejor estar alerta.

—Es una persona honrada —dijo Luke—. Quiere hacer un buen trabajo y agradece la ayuda. No es un hombre de Nereus.

—Un hombre del Imperio.

—Mmmm.

—¿Te gusta Thanas porque te lisonjeó? —sugirió Han.

Luke sonrió.

—No, pero fue estimulante.

—Alaban/as de un imperial. Estupendo.

Aminoraron el paso al desembocar en un amplio vestíbulo. Luke proyectó la Fuerza. Nadie les esperaba. Han mantuvo la mano cerca del desintegrador mientras cruzaban a toda prisa.

En cuanto salieron del pasillo que albergaba las oficinas imperiales, Han frunció el ceño.

—¿Son imaginaciones mías, o eres un poco más cauteloso que ayer? —dijo.

—Una fuente interna me informó de que el gobernador Nereus piensa entregarme a los ssi-ruuk. ¿Te diste cuenta de que recibió un mensaje, o algo por el estilo, durante la sesión?

—Sí. Por fin vas a ser cauteloso, ¿eh?

—He sido cauteloso. —La exasperación de Luke no impidió que vigilara las sombras—. ¿Son imaginaciones mías, o estás un poco más complacido contigo mismo?

Han se detuvo.

—¿Qué pasa? Supongo que vas a preguntar cuáles son mis intenciones respecto a tu hermana.

Luke paseó la vista a su alrededor, bajó la guardia y sonrió a Han.

—Sé cuáles son tus intenciones, amigo. Ella te necesita. No la decepciones.

La sonrisa torcida de Han brilló como el faro de un asteroide.

—De ninguna manera.

Luke apretó su hombro. Sus aventuras les habían unido como hermanos. Ahora, aquella…

Unos pasos que les seguían llamaron su atención. Luke se deslizó tras una columna y desenganchó su espada. Han se colocó a su lado.

Tres pares de pisadas se acercaban. Luke no se movió. Han enarcó una ceja. Luke meneó la cabeza. Cuando el trío pasó, se movió protegido por la columna. Nereus, seguido por un par de milicianos.

En su despacho, parecía muy controlado, pero la forma de andar y cierta revelación de la Fuerza condujeron a Luke a una conclusión inesperada.

—Empieza a dominarle el pánico —susurró.

—¿El pánico? —Han arrugó el entrecejo—. ¿A ése?

—Desde hace muy poco. —El trío se alejó por el pasillo—. Será mejor vigilarle.

—Vaya novedad.

Han dejó caer las manos a sus costados.

En cuanto llegaron al apartamento, Han desapareció en su habitación. Luke envió un mensaje codificado a Wedge Antilles, que se encontraba en la red orbital.
Ataque coordinado mañana por la noche. Trabaja con las fuerzas del gobernador Nereus, sigue las órdenes de Thanas, pero no bajes los escudos de/lectores
. Han y Leia se dirigirían al
Halcón
en cuanto la localizara. Había salido sola después de desayunar, pero ante la inminencia del ataque debían estar preparados. Luke subiría a la siguiente lanzadera para trasladarse al
Frenesí
. Sería un placer demostrar a Manchisco que su premonición era incorrecta.

Su estómago transmitió un mensaje más apremiante mediante un gruñido. Debía comer, pero aquí no. La comida de la cantina de la Plataforma 12 debía ser inocua.

—¿Preparado, Han? —llamó.

Han salió.

—Leia no contesta.

—Tal vez Captison y ella hayan ido a un sitio donde no puedan escucharles los Imperiales.

—Es posible. Te acompañaré a la Plataforma y luego iré a buscarla.

El primer ministro Captison había sugerido un paseo en coche. Ante la sorpresa de Leia, el senador Orn Belden subió a bordo con un bolsillo de la chaqueta muy abultado. Supuso que contenía su amplificador de voz. Esta vez, ni los androides ni Chewbacca distraerían a los bakuranos.

El vehículo despegó del aeródromo del tejado, conducido por un chofer ataviado con librea. Captison se llevó un dedo a los labios.

Leia asintió.
Todavía no
.

—Es una ciudad muy bonita —dijo—. En muchos sentidos, Bakura me recuerda a Alderaan. —Alzó la vista hacia una capa de nubes rotas—. A algunas de sus regiones más húmedas, al menos. ¿Han explorado aquel afloramiento de cuarzo, en busca de metales?

Captison, sentado a su lado en el asiento central, enlazó las manos y sonrió.

—Por completo. ¿Por qué cree que la ciudad se estableció aquí?

—Ah.

Captison se reclinó en el asiento, más relajado.

—Después de unos años excepcionales, las vetas empezaron a menguar y la Corporación Bakurana se dividió en varias facciones. La de mi padre quería explorar otros lugares. Otra, propuso explotar los demás recursos de Bakura. Una tercera quiso atraer colonos por tarifas exorbitantes, o establecer una serie de centros turísticos de lujo.

—En cuanto la galaxia conoce la existencia de un nuevo planeta habitable, suele ponerse de moda.

—Lo cual atrae a ciertos elementos indeseables.

Quizá se refería a rebeldes y contrabandistas, o a tahúres y vendedores de chucherías.

—A veces.

Captison rió.

—En muchos aspectos, Leia, me recuerda a mi sobrina.

—Ojalá mi vida hubiera sido tan simple como la de Gaeriel.

—Ha sido una niña buena —zumbó Belden desde el asiento trasero, junto al guardaespaldas de Captison—. Queda por ver si será una buena senadora.

El primer ministro Captison tabaleó sobre una ventanilla con aire ausente.

—Ha llegado de repente a la fase de desilusión de una nueva madurez.

—Comprendo —dijo Leia—. Yo la alcancé bastante joven.

El chofer de Captison paró el vehículo entre otros dos en un cruce. Salis D'aar, como muchas ciudades grandes, canalizaba el tráfico aéreo por rutas preestablecidas.

—A propósito —intervino el senador Belden—, déle las gracias al comandante Skywalker por intentar ayudar a Eppie. Él ya sabrá a qué me refiero.

Luego se puso a hablar del suelo montañoso, la cosecha de namana y la extracción de zumos.

Leia esperó y se preguntó cuándo se sentirían los hombres lo bastante seguros para hablar. Podía ser su única oportunidad de ganarles para la Alianza.

Cinco minutos después, el chofer de Captison posó el vehículo sobre una pequeña cúpula rodeada por llamativos letreros repulsores que flotaban varios metros por encima de sus cabezas. Leia se dirigió hacia la escotilla de entrada. Captison apoyó una mano sobre la suya.

—Espere —dijo en voz baja.

Diez minutos después, el chofer y el guardaespaldas de Captison despegaron de nuevo en el vehículo, mientras Leia ocupaba el asiento delantero de un vehículo más pequeño alquilado, de color blanco, con almohadones y la consola azul eléctrico.

—¿Lo hacen muy a menudo? —preguntó, divertida y complacida por el subterfugio.

—Es la primera vez. —Captison se adentró en el tráfico—. Ha sido idea de Belden.

—Es mejor dar por sentado que no es seguro hablar en el coche. —El senador se inclinó entre ambos y dio unos golpecitos sobre su bolsillo abultado—. Esto también ayudará. Ahora nadie nos puede oír.

Captison frunció el ceño y conectó un canal musical. Un sonido de percusión llenó la cabina.

—Ha de comprender que corremos cierto peligro al hablar con usted. En público, nos está prohibido incluso consolarla por la pérdida de Alderaan. En privado, no obstante…

No era su amplificar de voz, pues.

—¿Qué lleva, senador?

Belden cubrió el bolsillo con una mano.

—Una reliquia de la Bakura preimperial. Las luchas intestinas de la Corporación debilitaron a nuestro gobierno, pero convirtió a nuestros antepasados en supervivientes. Este ingenio crea una burbuja impenetrable a los analizadores sónicos. Bajo el dominio del Imperio, ninguna facción se ha atrevido a fabricar más.

Leia calculó mentalmente el valor del instrumento en algún lugar cercano al
Halcón
.

—En ese caso, será mejor que no lo pierdan. Caballeros —carraspeó—, me intriga saber por qué el Imperio no ha empujado Bakura hacia el bando de la Rebelión.

—Supongo que Nereus ha sido sutil —sugirió Captison—. Ha presionado poco a poco, como hervir un tritón de mantequilla.

—¿Perdón? —preguntó Leia.

—Son demasiado primitivos para reaccionar a los estímulos lentos —graznó Belden—. Ponga uno en una olla con agua fría, suba el fuego lentamente, y hervirá hasta morir sin hacer el menor intento de saltar fuera. Y eso ocurrirá aquí, a menos…

Palmeó el hombro de Captison.

—Tranquilo, Orn.

Leia miró por estribor hacia un parque montañoso.

—¿Qué es preciso para empujarles, señor primer ministro?

—No mucho —intervino Belden—. Es más inteligente de lo que parece.

—¿Hay un movimiento clandestino, senador Belden?

—Oficialmente, no.

—¿Cien miembros? ¿Diez células?

—Más o menos.

—¿Están dispuestos a rebelarse?

Captison sonrió y giró el aparato hacia la derecha. Daba la impresión de estar dando vueltas dentro de los límites de la ciudad.

—Querida Leia, aún no ha llegado el momento. Los ssi-ruuk ocupan nuestros pensamientos. Abrigamos la esperanza de que el Imperio nos salve, en lugar de sojuzgarnos.

—Sí que es el momento —insistió Leia, sobre la música de fondo—. Los ssi-ruuk han unido a su pueblo. Está dispuesto a seguir a un líder que les conduzca a la libertad.

—En realidad, tres años de Imperio han unido a nuestro pueblo —dijo Belden—. Ya ha descubierto cuánto perdió por rendirse con demasiada prontitud, y tendrá que colaborar para recuperarlo y mantenerlo.

—La gente cree en usted, señor primer ministro —dijo Leia.

Captison miró al frente.

—¿Y usted, princesa Leia? ¿Cuál es su propósito principal?

—Integrar Bakura en la Alianza, por supuesto.

—¿No era defendernos contra los ssi-ruuk?

—Ese es el objetivo de Luke.

Captison sonrió.

—Ah. El objetivo concreto de la misión depende de quien lo concreta. La Alianza empieza a madurar.

Un punto más a favor de la división del trabajo.

—Señor primer ministro, ¿cuánto poder real poseen usted y el senado?

Captison sacudió la cabeza.

—Si pudiera elegir con libertad y sin poner en peligro a su pueblo, ¿a qué bando desearía que Bakura apoyara?

—A la Alianza —admitió el hombre—. Los impuestos imperiales, las normas extraplanetarias y la obligatoriedad de que nuestros jóvenes de ambos sexos sirvan al Imperio nos desagradan. Pero tenemos miedo. Belden está en lo cierto: una vez hemos comprobado lo que significa vivir sojuzgados, hemos aprendido a apreciarnos mutuamente. Perdimos nuestra identidad porque no supimos permanecer unidos.

—¿No vale la pena luchar por eso? ¿No merece el sacrificio de personas libres? Señor primer ministro, no confío en llegar a los… cincuenta —dijo Leia, adivinando la edad del hombre—, pero prefiero dar mi vida por la libertad de los demás que morir tranquilamente en la esclavitud.

Captison suspiró.

—Es usted excepcional.

—Todas las personas libres son excepcionales. Déjeme hablar con los jefes de sus células, senador Belden. Dé a su pueblo una oportunidad de luchar por su libertad, y… —Obedeciendo a una vieja costumbre, Leia miró hacia atrás. Un patrullero local les seguía a cierta distancia—. Creo que los imperiales nos pisan los talones —dijo en voz baja.

Captison echó un vistazo a una pantalla sensora y empujó una palanca hacia adelante.

Leia buscó en el panel de instrumentos el equipo de comunicaciones. Han estaría de camino hacia el
Halcón
, y no habría forma de hablar con él.

—Aún nos siguen. Diríjase al espaciopuerto.

—Una más, desde abajo. No puedo desviarme hacia el sur por este carril.

—Parece una escolta —observó Leia. Captison dirigió el vehículo hacia el noroeste, describiendo un largo arco. Después la escolta permitió que siguiera recto—. ¿Adónde nos dirigen?

—De vuelta. —Captison frunció el ceño—. Al complejo, me parece.

—¿Alguno de ustedes va armado? —preguntó en voz baja Leia.

Captison deslizó una mano bajo la chaqueta, mostró un desintegrador y volvió a esconderlo.

—Si nos superan en número, resultará inútil. Belden, ¿puede esconder el generador?

—Debajo de un asiento, tal vez —respondió con voz apagada Belden.

Leia pensó a toda velocidad.

—Sería mejor envolverlo en mi chal…, y dejarlo caer, antes de que lo descubran.

—No —replicó el senador—. Es demasiado delicado. Demasiado frágil. La gente está acostumbrada a verme llevar un amplificador de voz. Lo guardaré en el bolsillo.

La percusión continuó sonando.

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